Mis muñecas, al igual que mis tobillos, ardían. No recordaba cuando había sido la última vez que la brisa se paseó por mi cara o la última vez en que estuve bajo la fría lluvia. Extrañaba mucho la luz del sol al reflejarse contra mi cara. ¿Cómo es que nunca había valorado todas esas insignificancias que en realidad son tan importantes?

- Extraño respirar del aire fresco… Murmuré y luego tapé rápidamente mi boca esperando que nadie me hubiera escuchado quejarme. De todas formas nadie podía hacerlo, estaba solo en el departamento.

Durante las primeras semanas intenté gritar por ayuda pero siempre resultó en algo peor. Era constantemente vigilado y como si leyera mi mente él se aparecía en el momento preciso para reclamar lo que creía como suyo. Lograba calmar la furia o temor de los vecinos, inventaba las historias más creíbles y estúpidas para resguardar mi encierro. Nadie me socorrió, nadie fue lo suficientemente listo para ver a través de esa sonrisa macabra.

- M-Morinaga detente…

Tapé mis oídos y cerré mis ojos con fuerza mientras permanecía en posición fetal en mi cama. Deseaba que las sabanas cobraran vida y fueran mi escudo protector. Todas las experiencias vividas me atormentaban al despertar por la mañana y ver mi realidad. Me convertí en un completo cobarde, un pobre gatito asustado que olvido cómo sacar sus garras para defenderse. Desde que lo vi tan agresivo y viví en carne propia las locuras de las que fue capaz, perdí totalmente mi voluntad contra la suya.

Mi cuerpo y mente habían sido severamente lastimados por la persona que, ahora admito, hace muchos ayeres llegué a amar. En este momento él ya no era él y yo ya no era yo.

Me levanté con esfuerzo de la cama y dejando unas lágrimas invisibles atrás, escuchaba el sonido de las cadenas al ritmo de mi andar. Había sido aprisionado y ahora solo utilizado para beneficio de quien me gritaba todas las noches al llegar a casa; al menos durante el día podía tener cierto margen de "calma". Cuando lo oía llegar mi cuerpo se estremecía y mis piernas flaqueaban, sabía lo que se avecinaba. Casi sin falta, durante las noches era sometido en esa habitación, ahora no me podía acercar a ella voluntariamente. Las heridas en mis muñecas y tobillos no podían sanar y se reabrían constantemente por la resistencia que ponía todas las noches; ahora resultaba muy doloroso ponerme en pie y realizar actividades diarias. Mi espalda y parte trasera llegaron a resentir todo ese dolor, incluso al grado de permanecer inmóvil varios días pero eso nunca lo detuvo. Ahora el sexo era doloroso pero no causaba otro efecto en mí que no fuera el de un inmenso repudio.

- Te odio, te odio… lo único que quiero en estos momentos es ser libre.

Traté de todas las formas posibles el escapar. Mi determinación fue tan grande que utilicé todo lo que estuvo a mi alcance para salir; sabanas, cuchillos, tenedores, mensajes escritos en servilletas, agujas e hilo, pero nada funcionó.

- ¿Qué es lo que tengo que hacer para librarme de este encierro?

Tras mi cama conservaba un único cuaderno, una especie de diario, que se convirtió en mi único compañero. Después de mi innumerable cantidad de intentos por escapar se me negó a tener un lápiz, así que usaba mi sangre o el jugo de algunos frutos para escribir. Con desesperación anotaba lo más relevante aterrado de ser descubierto. Sentía sobre mí unos constantes y penetrantes ojos esmeralda. En aquel papel anotaba los días que transcurrían. Mañana harían 250 días cumplidos sin salir de estas cuatro paredes.

- Mañana tiene que ser el día, no permitiré que la cuenta llegue más lejos.

Tomé el cuaderno en mis manos temblantes y lo guardé. Tenía miedo, había perdido mi voluntad pero este sería mi intento final. Jugaría todas mis cartas y sacaría las que tuviera bajo mi manga. Extrañaba a mi familia, no los había visto en casi un año y no me podía imaginar las mentiras que había inventado para mantenerlos tranquilos.

- Kanako, Tomoe… quiero verlos una vez más.

Desenterré de una maseta unas tijeras que mantuve ocultas hasta ese día. Iba a usarlas de la manera en que fuera necesaria para obtener mi libertad. Ya no debería de doler, sus palabras de amor insano ya no me derretían.

- ¿E-entonces por qué duele tanto?

Oculté con nerviosismo las tijeras por debajo de mi camisa. Gotas rodaron por mis mejillas de manera inexplicable y las toqué con extrañeza. No había razón para tener piedad por alguien que me humilló y luego regresó a escupirme en la cara. Yo ya no lo amaba pero aun así me dolía el pecho, mi corazón se estrujaba y las lágrimas no paraban.

250 días habían pasado. 250 días y me alejaría de los besos que me mordían y esos brazos que me asfixiaban. 250 días, me libraría de todo mal y esta vez podría dormir sin esperar despertar en pleno acto sexual o luego de una pesadilla.

- Si voy a ser libre ¿por qué no me siento feliz?

Sequé toda esa agua salada y noté como caía otra vez sangre de mi muñeca, al parecer se había vuelto a abrir. Fui al lavabo y solo lavé la herida de manera superficial pues no me permitía manejar un botiquín. Miré con tristeza como mi mano comenzaba a ponerse oscura y se me dificultaba la movilidad en los dedos; sabía que pronto esa mano quedaría inservible. Jugué un poco con ella abriéndola y cerrándola y entre una risa bastante nerviosa me daba cuenta que se movía con lentitud.

- ¡Estoy en casa! Se escuchó retumbar en todo el departamento. Conservaba esa voz tierna al saludar pero eso era lo que me provocaba más escalofríos.

- B-bienvenido. Contesté.

Cerré el grifo y buscando entre mi camisa de botones encontré aquella herramienta que me daría la libertad. Solo rogaba el ser perdonado por mi pecado mientras apretaba mis dientes.

- El momento ha llegado.