RECUERDOS
Cuando Sirius Black conoció a Marlene McKinnon en Hogwarts era como cualquier otra chica. Rubia? Había decenas de rubias. Ojos verdes? Casi todas las Ravenclaws los tenían. Quizá destacaba porque siempre levantaba la mano primero en todas las clases y era una de las incansables sabelotodo pero al final esas siempre destacaban. Era una sangre pura, era cierto (y no las había muchas en realidad) pero jamás había destacado en las reuniones de sociedad ni en nada ya que su madre nunca la mencionaba y en realidad si alguien valía la pena entre los Sangres Pura Walburga lo sabía.
Cuando tenían quince años comenzó a resaltar por obligación: a los sangres pura se les obligaba a socializar entre si cuando cumplían esa edad para buscar futuras alianzas sociales, económicas y un buen prospecto para un ostentoso matrimonio. Sirius se había resistido todo lo que había podido pero era inevitable asistir a una que otra, y ahí la encontraba justamente.
Resaltaba por ser alta (casi tanto como él), algo bonita (Sirius había conocido a las mejores) pero sobre todo porque en cada reunión parecía tan infeliz como él. La veía alejarse del grupo hacia donde servían la comida y tomar delicadamente una y otra cosa hasta que se acababa la noche para luego despedirse e irse en silencio en lugar de tratar de estar pegada a él como lo hacían a esa altura todas las señoritas de sociedad porque, sabía, era el mejor partido entre los sangres pura de su edad a pesar de la gran mancha de Gryffindor aún sobre él.
Cuando Hogwarts y todos los acontecimientos de sangres pura terminaron y pudo comprar una moto para ser libre como el viento, la olvidó.
La encontró una noche de mayo. Dumbledore los había llamado y en realidad él ya pensaba ir a encontrarlo. La sociedad parecía la misma pero sabía que batallaban con algo más profundo. Sirius y su formación en políticas y relaciones internaciones mágicas lo sabían.
Lo primero que vió al llegar de la reunión es a una mujer llorando. Dumbledore se dedicaba a explicar ciertas cosas con rostro serio a un grupo de gente que apenas parecía reconocer. Parecía decir cosas importantes pero lo único que le importaba en ése momento era aquella desconocida mujer llorando hasta que ésta alzó la vista y la reconoció.
La vió mil años avejentada pero también resaltó la belleza de sus ojos cubiertos de lágrimas. Trató de consolarla, el impulso y la educación se lo decían. Ella pareció reconocerlo inmediatamente pero no dejó de llorar.
Cuando la Orden del Fénix se formó solamente se trataba de un grupo de chicos con ideales de protección, de amistad y de unión para combatir con lo que pudieran esa mancha oscura que amenazaba todo alrededor. Las máscaras de cortesía, felicidad, formalidad, salieron volando. Fueron máscaras desprendidas de sus propios rostros con sangre y dolor donde los chicos se convirtieron en hombres y donde, en algún momento, el juego se convirtió en una pesadilla.
Sirius la recuerda dentro de su celda helada, abandonada, con flashes de momentos en los que la ve sonriente pero donde también la ve llorar aunque ya no es hermoso. La única vez donde las lágrimas parecieron haber sido dulces fueron esa primera vez y fueron por la muerte de su hermano.
Recuerda todo lo que le debe, todo lo que le ofreció. Recuerda los sueños y la paz, recuerda el aroma de su cabello y sus ojos tristes pero alegres con él. Recuerda el sentirse completamente feliz.
Pero ahora, donde nadie recuerda su nombre siquiera, solamente recuerda que ya pasó.
