Disclaimer: Los personajes de Yuri On Ice no son de mi propiedad. Pertenecen a su creadora, Mitsurō Kubo.
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Prohibido besarte
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I
No es época calurosa en Almaty, sino más bien lo contrario. Pero a pesar del clima frío que entume los huesos de los transeúntes que caminan sobre la acera que está debajo del balcón de Otabek, hay un calor intenso que hace que el joven patinador de dieciocho años sienta que se prende desde dentro. Y cómo no, si es nada más y nada menos que Yuri Plisetsky quien lo está mirando a través de la pantalla de su computador portátil.
No es que sea la primera vez que se conectan por video chat, solo pasa que a últimos tiempos Otabek ya no puede lidiar tan bien como al inicio de su amistad con todo eso que Yuri alborota en su interior cada vez que lo mira.
—Deja de esconderte y muéstrame de una vez en qué estás trabajando ahora, Otabek—demanda Yuri, mirándolo con esos ojos verdes tan fija e intensamente que Otabek tiene que apartar disimuladamente la mirada para no perderse en ellos.
—No me estoy escondiendo. Estoy aquí, Yura —responde tan serenamente como puede, sin alzar los ojos mientras se estira sobre la pantalla para alcanzar un bolígrafo.
—Entonces muéstramelo ya —insiste Yuri.
—No tiene caso. Aún no está terminado. Y cuando lo esté todavía tendré que mezclarlo… Ahora mismo estoy atorado en un bucle melódico del sintetizador y no he podido pasar de ahí.
Los labios delgados y las finas cejas rubias de Yuri se fruncen en evidente desagrado. ¿Desde cuándo Otabek ha tenido que terminar alguna mezcla para mostrársela y pedir su opinión? Desde nunca.
Otabek y Yuri no llevan mucho tiempo de amistad, apenas unos meses, pero han compartido demasiadas cosas durante ese tiempo. Por ejemplo, ya desde su primer viaje a San Petersburgo —ese que Otabek hizo una semana después del Grand Prix Final de Barcelona— le compartía sus letras a medio terminar y sus mezclas inconclusas.
"¿Qué maldita sea ha cambiado ahora?" se pregunta Yuri, molesto, mientras lo mira garabatear distraídamente con su tinta verde sobre una gastada hoja de papel.
—Estás atorado ahí porque no me dejas ayudarte —suelta, odiando con ganas que Otabek no lo mire a él sino a esa estupida hoja de papel—. Creí que los amigos estaban para eso, para ayudarse.
—Yura, yo…
Yuri odia hacer eso, lanzar esa clase de reclamos infantiles; lo odia porque, en primera, no quiere parecer un crío ante Otabek, y en segunda, porque ha descubierto que no le gusta nada ser él quien ponga esa expresión entre dolida y dura en sus ojos oscuros.
—No importa —lo corta Yuri—. Mañana, en cuanto ponga un pie en tu departamento tendrás que mostrarme —agrega, volviendo a mirarlo con esa determinación que lo caracteriza—. Te ayudaré con eso, lo mezclarás, y cuando esté listo iremos a tu Club a bailar.
Otabek traga grueso porque eso sí que no se lo esperaba.
—Yura, por si lo has olvidado aún eres menor…
—Eso no es problema. Si pude colarme al Poblenou en Barcelona una vez, puedo hacerlo de nuevo en tu club de Almaty—dice, guiñándole con descaro mientras sonríe y simula un disparo hacia Otabek con su mano derecha—. Además estaré con su DJ estrella, ¿no? Estando contigo no podrán negarme el acceso.
Otabek traga grueso una vez más cuando lo mira soplar las puntas de sus dedos índice y medio como si espantara el humo invisible de un arma corta.
—De acuerdo —suspira ligeramente resignado— ¿A qué hora llega tu vuelo?
—A las 13 horas, justo después de tu práctica.
—Bien. Ahí estaré. No demasiado equipaje, ¿ok?
—Tranquilo. Quiero que me lleves en esa moto genial, así que viajaré con muy pocas cosas. Quizás compre algo de ropa allá o siempre puedes prestarme algo.
—Algo que te quedará bastante grande…
—¡Hey, no soy tan pequeño!
"Eso quisiera yo… Que no lo fueras" piensa Otabek.
—Acabo de cumplir 16. En un par de años seré mayor de edad por fin —dice Yuri, enfatizando el por fin y rodando los ojos mientras lo dice porque la maldita espera lo tiene más que fastidiado— y me habré estirado bastante. Entonces veremos quién será el pequeño—agrega, con una risita de suficiencia.
Otabek sonríe sin muchos ánimos, no porque le moleste la burla ligera de Yuri, sino porque para él ese par de años es demasiado tiempo.
—Está bien —dice—. Lo más que puedo dejarte son algunas camisetas y tal vez un par de sudaderas que ya me vienen un poco ajustadas.
—Me las arreglaré con eso.
—Perfecto. Entonces te veré mañana.
—Hasta entonces, señor DJ —se despide Yuri con una sonrisa pequeña pero fulgurante, de esas que hacen que el estómago de Otabek se contraiga nerviosamente sin que él pueda evitarlo. Afortunadamente para él eso es algo que no se refleja en su expresión facial, así que esta se mantiene tan estoica como siempre.
—Descansa, Yuri —susurra, mirando directamente los ojos verdes que tanto le gustan y que sabe no deberían gustarle como le gustan…, no cuando Yuri es tan joven aún. Pero es que sus sentimientos por el rubio (esos que había mantenido a raya durante cinco años) comenzaron a crecer a pasos agigantados desde que logró que Yuri aceptara ser su amigo, y ahora Otabek no puede evitar que lo traicionen haciéndolo desear tener algo más que solo amistad con él.
La ventana del chat se cierra y el sonriente rostro de Yuri desaparece de la pantalla.
Entonces Otabek se lleva la palma de la mano derecha a los ojos y, derrotado, suspira mientras se deja caer sobre el respaldo duro de su silla de escritorio.
Esta vez no sabe cómo hará para soportar la cercanía de Yuri, porque cada vez se vuelve más y más difícil. Tenerlo tan cerca y no poder…
Frustrado, gruñe enderezándose para terminar con la cara pegada a su mesa.
—¿Qué diablos voy a hacer? —musita.
Apuña los ojos sintiéndose molesto consigo mismo por sus temperamentales reacciones, porque él no es así. Él siempre tiene el control de sus emociones, él no se altera tan fácil por nada… Oh, pero es que Yuri Plisetsky no es nada, y eso Otabek lo sabe muy bien.
Yuri es el huracán que él mismo invitó a entrar en su vida al pedirle que fueran amigos, y ahora… Ahora está siendo llevado de aquí para allá por él, por la fuerza y la determinación de esos ojos verdes que si ya antes lo habían cautivado ahora lo tienen subyugado. Y ni hablar de esa pequeña sonrisa que solo algunos pocos pueden hacer aparecer en su rostro. Otabek se sentía muy afortunado por ser uno de esos pocos, pero a la vez sabía que no lo era tanto porque esa sonrisa era, precisamente, su perdición total. Cada vez que la miraba aparecer sentía que su resolución de mantener la distancia flaqueaba completamente y entonces simplemente tenía que tocarlo de alguna manera.
Pasar su brazo sobre sus hombros mientras caminaban de una tienda a otra en el centro comercial. Apartarle esa suave cortina de cabello rubio de la cara y en el proceso rozar su mejilla con la punta de los dedos. Prolongar lo más posible aquellos viajes en su motocicleta todo para poder sentir por más tiempo los delgados pero firmes brazos de Yuri apretados fuertemente alrededor de su torso.
Otabek sabía que no debía. Porque Yuri no es legal aún. Y porque las cosas podrían acabar muy mal para su amistad.
Así que, o detenía esos pequeños acercamientos, o sus sentimientos por Yuri seguirían creciendo más y más hasta que ya no pudiera contenerlos y, ¿qué iba a hacer entonces?… ¿Declararse? No. Imposible. ¡Pero cómo diablos se suponía que iba a detener todo eso si era el propio Yuri quien insistía en estar siempre!
Oh, y luego está esa frase suya de "Los amigos están para apoyarse mutuamente"… Otabek la escuchó por primera vez en aquella playa oscura de Barcelona, cuando el rubio lo buscó para pedirle ayuda con su programa de exhibición, y tuvo que admitir que Yura tenía razón. Desde entonces Yuri no deja de usarla. No es que Otabek se queje —¿cómo podría cuando él mismo está deseando siempre estar cerca de Yuri y apoyarlo siempre que lo necesite?—, es solo que eso no lo ayuda en nada a resolver su conflicto ¡Al contrario! El pasar tanto tiempo junto a Yuri solo termina poniéndolo muy mal, y es mucho peor cuando lo tiene de visita en su departamento… ¡Es una maldita tortura!
—¿Qué voy a hacer? —se repite a sí mismo, dando golpecitos desesperados con su cabeza sobre la mesa del escritorio—. Si tan solo Yura no fuera menor, yo… Pero lo es; él es menor, Otabek —se dice, mordiéndose los labios con pura frustración—. No, así no puedo declararle lo que siento por él. Además, somos amigos… No puedo arriesgarme a perder eso cuando nuestra amistad es algo muy importante para él.
Siente el conflicto arder con furia dentro de su pecho, el conflicto entre sus sentimientos por su amigo y lo que es mejor para Yuri. Es demasiado intenso, tanto que, irritado, deja caer su puño apretado sobre la madera. Por el rabillo del ojo Otabek ve que, ante el golpe, la hoja de papel donde había estado garabateando letras resbala de la mesa.
Rápidamente estira el brazo para evitar que vaya a parar al suelo y lo acerca a sus ojos.
Las frases, marcadas en tinta verde, brillan ante ellos gracias a la luz blanca de la lámpara que está junto a su portátil. Es una canción que habla sobre Yuri. O, más bien, sobre lo que le pasa a él con Yuri.
Lleva semanas escribiendo esa letra en su tiempo libre, y horas intentando mezclar en su consola las notas que ha logrado sacar de su sintetizador para el estribillo. Aún no está terminada pero las pocas frases que tiene, en especial las del estribillo, no pueden dejar de repetirse en su cabeza.
Los bordes de las letras, hechos de tinta verde —que lo único que hace es recordarle el verde fulgurante de esos ojos de soldado que lo vuelven loco—, resaltan con fuerza a la luz de la lámpara. Eso, y el nombre Yura, que está escrito al azar y con letras más grandes y más estilizadas a lo largo y ancho de los márgenes de la hoja, y también en cada espacio que no es ocupado por las frases de la canción evidenciando que Otabek no hace otra cosa que pensar en él.
Otabek resopla, burlándose de sí mismo al mirar la hoja colmada con ese mote cariñoso que usa para su amigo porque tal parece que no es un joven de dieciocho años sino un pobre adolescente que no puede sacarse a su crush de la cabeza y que gasta su tiempo llenando hojas enteras con su nombre como si no tuviera nada más importante que hacer.
Aun así, mirando fijamente cada Yura escrito en el papel, Otabek musita el estribillo de la canción de memoria.
"Puedo mirar/Te puedo hablar/Y hasta puedo soñarte"
"Tal vez tocar puede pasar/Pero está… prohibido besarte"
Vuelve a apuñar los ojos ante esas últimas dos palabras y, frustrado por todo lo que implica, deja caer de nuevo la cabeza sobre la mesa. Entonces, en un arrebato, abre el cajón y deja caer la hoja dentro para cerrarlo rudamente luego.
—No puedo mostrarle esa letra a Yuri —dice, abriendo un cajón diferente y rebuscando entre un montón de hojas sueltas.
Saca de ahí una canción distinta, incompleta también, pero muy diferente a esa que acaba de dejar en el cajón superior de su escritorio.
Deja la hoja sobre su portátil, y después de apagar la lámpara, se frota los ojos con la mano.
Minutos después está acostado sobre su cama rogando porque aquella visita de Yuri no se vuelva un suplicio demasiado difícil de soportar.
Entretanto, a miles de kilómetros de ahí, Yuri Plisetsky está ocupado preparando su equipaje. Hay una pequeña sonrisa feliz en su rostro mientras lo hace, y Potya salta sobre el colchón maullando sonoramente, queriendo llamar la atención de su amo a como dé lugar porque no le gusta nada que él vaya a abandonarla porque va a emprender un nuevo viaje.
—Vamos, Potya, no te pongas así —dice Yuri metiendo las ultimas prendas en su mochila.
Luego, sentándose de un salto sobre la cama y acomodando a su gata sobre su regazo, le acaricia suavemente la cabeza una y otra vez mientras el animalito se empuja contra su mano con fuerza buscando más de ese cálido contacto.
—¡Voy a ver a Otabek! Le ayudaré a terminar la canción en la que está trabajando, y luego me colaré en su club a bailar con él durante la noche entera —le explica contento, pero Potya gruñe increíblemente molesta, como si la idea no le gustara nada.
Yuri suelta una carcajada estruendosa al oírla gruñir porque sí, él sabe bien que la idea no le gusta porque Potya siempre ha sido una gatita bastante celosa y posesiva. No por nada son tal para cual.
—Te he dicho mil veces que no debes ponerte celosa de Beka, Potya —la regaña Yuri, poniéndose serio mientras la señala enfáticamente con su dedo índice—. Sí, yo sé que no es fácil —dice cuando la gatita le bufa enfadada—, pero tienes que entender que mi amor no puede ser solo para ti.
Potya se eriza completamente ante esa declaración de su amo y, más que molesta, salta de su regazo y se apresura a esconderse bajo la cama. Pero Yuri no se preocupa por llamarla y contentarla porque en ese momento ya solo tiene cabeza para pensar en una persona.
—Otabek… Él es super genial, ¿sabes, Potya? —dice bajito, dejándose caer de espaldas sobre el colchón y soltando el aire lentamente en un suspiro profundo. Se queda un minuto mirando el techo de su habitación y luego añade:— Él no es como el engreído de JJ, ni como el desmemoriado de Víctor que me tratan como si aún fuera un niño. No, Beka no es así. Yo sé que si le das una oportunidad, Potya, acabará gustándote mucho… Lo sé —susurra, como si su pequeña mascota aún estuviera ahí cerca, escuchándole.
"Y yo voy a Almaty decidido a demostrarle lo mucho que él me gusta a mí" piensa Yuri, sus ojos verdes aún fijos en el techo gris pero llenos de absoluta determinación.
Nota de la autora: Antes que nada tengo que decir que es la primera vez que escribo algo para el fandom de Yuri On Ice, y... en realidad no sé qué estoy haciendo aquí publicando esto cuando llevo meses y meses huyendo de, precisamente, ESTO, ¡escribir otayuri! De verdad que, aunque me fascinan Yuri y Otabek y el OtaYuri, ¡no pensaba hacerlo porque siendo franca me aterra arruinarlos! Pero soy un ser de impulsos en lo que se refiere a escribir y el impulso que me atacó hace unos días fue demasiado, demasiado difícil de soportar. Así que solo lo hice… ¡Qué nervios tan horribles tengo!
Bueno, según mis cálculos, esto será un two-fic y será algo bastante sencillo. De antemano, muchas gracias a los que dieron click para leer y gracias también a quienes se animen a comentar.
