Renuncia: todo del aspirante a mangaka de porno, Hiro Mashima.

Notas generales: Cause, quiero y necesito volver a estar activa en el fandom, pero me harté de los Long Fics. Y en lo que consigo terminar Crazy Kids y demás vengo con una colección de viñetas, drabbles y uno que otro shot. Con algo de suerte serán 30, si también me harto de esto es que no tengo futuro XD y habrá 20, pero eh, 30 fijo. Y comienzo con un oneshot a petición de KMAZFRSF, que muere por este par.


Summary: Rogue sonrió sin motivo. El abrazo de Sting era muy cálido.

Rating: T.

Advertencias: Post GMG. Súper fluff.


Sueño #1 San Valentín
Rogue & Sting | *Gen*


Otro copo de nieve cayó, incrementando su mal humor y el frío. Hasta donde alcanzaba la vista afuera todo estaba pintado de blanco, donde la gente corría de un lado a otro emocionada, lista para gastar dinero que —muy probablemente— no tenía. Él podría estar entre ellos, claro, si tuviera alguien por quién dar la vida sin pensarlo. Lo cual no era el caso.

Rogue prefería pasar otra página del libro que rentó en la biblioteca de la ciudad conteniéndose de maldecir al clima y limitándose a observar por la ventana del gremio ocasionalmente a los enamorados ya predispuestos a declararse.

Era San Valentín. El odioso día de San Valentín.

Ha cambiado, todos en Sabertooth lo hicieron. Pero independientemente de lo que sufrieron o aprendieron por causa de Fairy Tail, Rogue continuó siendo el mismo. No era ameno a las festividades, menos si implican explosiones exageradas de sentimientos. Menos si involucran al amor.

Frunció el ceño y la puerta se abrió, dando paso a un sonriente Sting y una tímida Yukino, que venían de las compras. No hacía falta preguntar por qué traían cientos de bolsas con chocolates, eran bastante populares. Incluido él.

No faltaba la chica obsesionada que le enviaba cartas con mensajes cursis mediante su amigo ya que nunca salía por esas fechas a menos que fuese estrictamente necesario.

—Sting-sama, debería sugerir que vayamos al mercado otro día —dijo Yukino quitándose un abrigo— Cuando nos ven es imposible regresar.

Sting se encogió de hombros, balbuceando que lo pensaría. Orga y Rufus fueron a con la chica, ayudándola —y separando sus regalos, por supuesto—. Rogue pensó que aquella rutina ya estaba sobreexplotada.

Si bien la mayoría —sino es que todos— en el gremio eran solteros, a esas alturas las fanáticas debían hacerse una idea bastante clara de que no buscaban una relación a largo plazo, siquiera un par de citas. Quizás pensaba más en sí mismo que en los otros aunque el resultado terminaba igual.

Odiaba ese día, odiaba el chocolate, y odiaba a las chicas.

Ahora se pelearían por el título del miembro más codiciado, reirían unos minutos, cada quién volvería a su habitación y Rogue esperaría trescientos sesenta y cinco días más para repetir el ciclo.

Seguramente Sting se acercaría para intentar corregir su apatía, diciendo "Maldito anormal, come chocolate", y tal vez, con algo de suerte vería lo inútil que era aquello. Dejándolo en paz.

Oyó los gritos que esperaba, resaltando los del Eucliffe y se centró en su lectura.

— ¡No es justo, Yukino recibió más cosas que nosotros! —Protestó Sting en voz alta, se giró hacia él, ignorando las burlas de sus amigos—. Eh Rogue, creo que tú ocupaste el segundo puesto. ¡Las mujeres están locas por ti!

— No me interesa.

Sting bufó.

— Maldito anormal —escuchó un poco más su conversación, dando por terminado ese pleito verbal y alzó la mirada, encontrándose con que salían por la puerta principal, hablando sobre una guerra de nieve.

Más tranquilo que antes Rogue devolvió su atención al libro, específicamente al párrafo donde la feliz pareja encontraba un final no tan feliz por culpa del resentimiento sinsentido de sus familias. Las comisuras de sus labios se alzaron en algo parecido a una sonrisa, que desapareció tan pronto como oyó una risita mal disimulada a pocos pasos.

Rogue cerró bruscamente el libro.

— Oe, era interesante —comentó casual— estaba a punto de terminar un experimento que confirma que eres un ser humano que siente como todos y no sólo una sombra amargada.

— Cierra la boca, Sting. ¿No deberías estar con los demás? —Sting volvió a reír— ¿Qué es tan gracioso?

— No, nada. Me pareció que te disgustaba no entrar en nuestros juegos —se balanceó, fingiendo ser un trapecista—. No fuiste por tus chocolates —apuntó más serio— ¿Tanto te disgustan?

Rogué permaneció callado.

— Mira, sé que temes matar a una posible prospecto a pareja como aparentemente hiciste conmigo en esa mierda de futuro, sin embargo… podrías darles una oportunidad —como si el techo fuese de lo más interesante Sting se le quedó viendo— Digo, no morí, ¿cierto?

— No sé en qué se relaciona el chocolate con los arrogantes. Por mí ya te puedes ir muriendo —respondió Rogue. Sting soltó otra carcajada y se acercó, sentándose a un lado y pasando un brazo sobre su hombro, ganándose un gruñido de su parte.

Durante unos efímeros segundos el silencio reinó entre ambos.

Rogue miraba el azulejo del suelo, Sting al frente. Se escuchaban nítidamente las voces de sus compañeros, un poco distantes. Rogue se preguntó qué pensaría su amigo al respecto. Siempre presumía de su físico e inteligencia, más no hacia ningún esfuerzo por conseguir novia ¿por qué?

Como si leyera su mente, Sting habló de nuevo.

— Es… extraño, y sé que me escucharé como un marica pero… hay veces, muchas veces, en que me siento completo contigo ¿sabes? Siento que nada hace falta a lado de mi compañero adicto a los libros y cafeína —afianzó su agarre— debo estar enloqueciendo.

Rogue sonrió sin motivo, sin hacer el mínimo intento por apartarlo. De repente lo invadía una paz desconocida, acogedora.

El abrazo de Sting era muy cálido.

—Sting —calló al ver el paquete que le extendía, torpemente envuelto en papel negro. Arqueó una ceja y lo cogió—. ¿Qué…?

— Acéptalo. Y no me vengas con esas tonterías de "el chocolate engorda", imbécil. Lo he comprado especialmente para ti, con sabor a café —dijo indiferente, notó que ya no sonreía. En cambio, un hilo de luz melancólico resaltaba en sus ojos azules.

— Yo no tengo nada que darte —admitió después de un rato, jugaba con el paquete, indeciso a abrirlo.

— ¿Crees que no lo sabía? Diablos Rogue, no soy una colegiala enamorada ni nada por el estilo —Sting revolvió su cabello, quizás nervioso, quizás molesto— sólo… pensé que te sentirías excluido, aunque tires a la basura tus chocolates siempre —lo miró fijamente— ¿no te desharás de él, verdad?

Había cierto miedo en su voz, miedo al rechazo. No debió alegrarse por ello, pero lo hizo. Era consciente del poder que ejercía sobre el rubio y viceversa.

Se complementaban mutuamente, se necesitaban. Ambos lo aceptaban, como una verdad más del mundo. Algo natural.

Con pesadez Rogue desgarró el papel, dejando a la vista el postre, lo observó minuciosamente y lo comió de una mordida, degustándolo.

— Sabe horrible —Sting le pegó un codazo antes de que agregara un suave "…Gracias" comprendiendo que no hacía falta más, pues ni la maga más bella de Fiore u otro continente se comparaba a la compañía que él le regalaba sin esperar nada a cambio, sólo su aceptación. Quizás cariño, pese a que eso lo volvía un idiota, ¿entonces los dos eran idiotas?

Lo vio, con sus rasgos infantiles y sonrisa puntiaguda, y supo que la respuesta era sí. Pero, decidió, no era tan malo. Justo como el chocolate.