Disclaimer: El potterverso pertenece a J.K. Rowling.
Este fic fue escrito para el reto "Amor de telenovela" del foro The Ruins
Bien este fic es especial (?. Tengo que aclarar un par de cosillas la primera es un intento de adaptación, qué me está quedando patético, de la telenovela "Juana la virgen" (Sí no la han visto ¿Qué están esperando? Les aseguro que es mucho mejor que esto) de RCTV. Y a mi parecer he tomado muy poco de la novela, porque quería hacerla más mágica que AU, así que bueh...este es mi intento.
Otra cosa si notan que las cosas pasan muy, demasiado, rápido espero que me disculpen, pero es un reto y tampoco es que pueda extenderme mucho a pesar de que no colocaron un límite de palabras.
Esto es lo más importante, para todas las fans del Scorose (¿Se escribe así?) aviso que no soy experta con la pareja, perdonenme si mi Scorpius no es SU Scorpius, pero fue así como lo vi para este fic, lo mismo en el caso de Rose. Y dado que es mi primer intento con la pareja espero que no me linchen.
Y eso es todo por ahora.
Saludos mágicos
Parte I
Prólogo
Como Slytherin que eras tenías que estar preparada por si él planeaba dejarte, así que tomaste una muestra de su semen con una facilidad que incluso te asombró. Planeaste inseminarte a ti misma para tener un motivo con el cual mantener tu relación con Scorpius en el dado caso que esta terminara.
Averiguaste todo el procedimiento y te pareció sencillo. Un simple hechizo, una muestra de semen de él y dentro de poco tendrías un pequeño Malfoy alojado en tu vientre. Pronunciaste el hechizo, pero nada ocurrió.
Lo intentaste varias veces, pero el resultado era el mismo: nada.
Y, entonces, de un momento a otro una pequeña bola de luz salió despedida desde tu varita, te cegó momentáneamente, y cuando trataste de ver que había ocurrido notaste que la muestra de semen ya no estaba en ese pequeño frasco que tenías en tus manos. Alterada te dispusiste a ir tras la extraña bola de luz.
Y lograste alcanzarla.
Pero cuando dobló en varias esquinas, en forma de zigzag, la perdiste por completo y, cansada, decidiste ir a tu sala común. Después de todo no creías que esa cosa causara algún daño. Sólo había sido un hechizo fallido, sin nada oscuro o peligroso. En el dado caso que pasara algo extraño, tú negarías saber de la existencia de lo que sea que te preguntarán.
Así que te fuiste sin mirar atrás.
Si hubieras perseguido a la luz, pese a que la habías perdido, quizás la habrías detenido. Sí la hubieses buscado, sin cansarte, posiblemente lo que tenías planeado se hubiese completado.
Si tan sólo no te hubieras dado por vencida.
Porque la susodicha no lo hizo. Entre tantas esquinas y, muy pocas por la hora, personas extrañadas por esa luz que pasaba con semejante rapidez, se adentró a la zona de los gryffindors, sin que, ni siquiera, la señora gorda llegara a impedírselo.
Si tu, la irresponsable slytherin, no hubieses tenido aquella malísima idea, esa pequeña joven pelirroja que dormía plácidamente no hubiese sido deslumbrada por aquella bola y muchos menos esta la hubiese atravesado.
Si la bola de luz no hubiese sido producto de un hechizo de fecundación nada extraño habría sucedido.
Si esa bola de luz, además, no hubiese tenido una muestra de semen de Scorpius Malfoy ella, la joven y virgen Rose Weasley, no estaría comenzando esa noche, la de su cumpleaños, a gestar un bebe.
Cap. I: El milagro inesperado
Había pasado un mes luego de aquel extraño sueño que había tenido, en el cual, se había visto cargando a un pequeño infante de ojos grises entre sus brazos.
Esa noche se despertó sobresaltada y una bola de luz cegó su vista. Imaginó que eso era parte de otro sueño, y cuando esta le atravesó estuvo segura. Porque, a pesar de la magia, no habían bolas de luz que, de repente, le atravesaran el estomago a las personas. Volvió a recostarse y a dejar que Morfeo se la llevara a su mundo, después de todo seguía dormida.
Desde aquella noche no había ocurrido nada extraño en su vida. Estaba cursando su último año en Hogwarts y el único evento resaltante, había sido su cumpleaños hacía un mes, el cual había terminado algo extraño con semejantes sueños.
Su vida era tan rutinaria y se llevaba a cabo con una normalidad, la cual, estaba segura, sus padres hubiesen envidiado en sus tiempos.
Y todo se hubiera mantenido, tan, perfecto si a Madame Pomfrey no se le hubiese ocurrido semejante idea. La enfermera había insistido en realizar exámenes de sangre a todo el alumnado, en especial a los de séptimo curso.
No había podido negarse, pues la mismísima directora, McGonagall, lo había autorizado. Odiaba los exámenes de sangre y, en realidad, todo lo que implicara que un medimago estuviese cerca de su cuerpo.
Afortunadamente fue la misma Pomfrey quien le atendió.
Mientras su sangre era depositada en diferentes tipos de pociones, de las cuales no recordaba el nombre, ella esperaba pacientemente, meciéndose un poco, los resultados.
Fue cuando Madame Pomfrey se volteó a verla con una expresión preocupada en su rostro que comenzó a sospechar que algo andaba mal. Y, al parecer, muy mal.
— Señorita Weasley, debo decirle que uno de los resultados afirma que usted está embarazada.— le dijo con voz solemne.
Y con esas palabras la enfermera de Hogwarts había, sin ni siquiera darse cuenta, definido su destino.
Cap. II: La confesión de una serpiente
No podía continuar ocultándolo. Aún no había ocurrido nada que le asegurara que alguien había resultado herido, pero no podía seguir mintiéndole a su, futuro esposo, novio sobre el por qué últimamente se mostraba tan nerviosa.
Hacía un mes que había tenido aquella terrible idea. Intentó averiguar la dirección a la cual se había dirigido la, bendita, bola de luz, pero se le había hecho misión imposible. Sólo un par de alumnos habían visto la extraña luz, pero todos habían perdido su trayectoria en el mismo punto: cerca de la torre de los gryffindors.
Y hasta ahí había llegado su investigación.
Porque no. Pese a lo, debía admitir, asustada que estaba no iba a rebajarse a hablar con un gryffindor.
— Buenos días, Susan.—le saludó un rubio de ojos grises.
Vio a su novio y soltó un suspiro.
Sabía que era el momento de que él se enterase de la terrible locura que había hecho. Después de todo él tenía derecho, y ella no aguantaba más saber qué, quizás, dentro de algunos meses alguna afortunada gryffindor podría tener un hijo suyo. O de lo contrario qué podrían culparlo a él por los efectos secundarios de su hechizo fecundador.
— Buenos días, Scorpius.—le dijo, mientras lo besaba en los labios.—Necesito decirte algo importante…—comenzó.
Y era una serpiente sí, pero a veces pecaba de sincera, así que le contó todo. Excepto, y gracias a Merlín por eso, la verdadera razón por la cual quería quedar embarazada.
— Es en serio, Scor. Tener un hijo tuyo es lo que más deseaba, lo que más deseo y cómo, estaba segura, que tú te negarías a ello…
Él se cruzó de brazos y la encaró.
— Decidiste que lo mejor era crear un hijo de ambos sin mi consentimiento.— comentó mosqueado.— ¡Brillante, Susan! La mejor idea que se te ha ocurrido, en serio.—dijo con un tono hiriente y arrogante.
Su tono no le afectó, pero si el hecho de que, gracias a su estupidez, pudiese dejarle y que, gracias a eso, la idea de ser una Malfoy se fuera por el caño.
— Lo lamento, Scorpius. Sé que no…—se disculpó, aunque le dolía en el alma pisotear su orgullo.
Él le interrumpió.
— No. Ciertamente no fue una buena idea, Susan.—acotó con frialdad.— Como sea, ya de nada vale. ¿Sabes quién salió perjudicado con tu brillante invento?—inquirió.
Lo miró a los ojos y supo que tendría que hacer maravillas para que le perdonara su pequeña locura. Negó ante su pregunta.
— Sólo sé que, posiblemente, sea un gryffindor.—le dijo lo único que sabía.
Él bufó.
— ¿Un gryffindor? ¡Genial! Simplemente genial.—acotó.
Cap. III: Imposibles
Era cierto. Todo lo que había dicho Madame Pomfrey era, jodidamente, la verdad. Y tuvo que estar durante horas vomitando el almuerzo para darse cuenta.
Estaba embarazada.
Y, de repente, esa realidad la golpeó como si se tratara de una bludger.
¡Estaba embarazada!
Todo a su alrededor daba vueltas y la idea de lanzarse desde la torre de astronomía se le hacia terriblemente tentadora.
— No es posible. No es posible. No es posible.— gimió mientras se hacía un ovillo.
Y es que, joder, no era posible. ¡No podía ser posible! El que ella estuviera embarazada era algo completamente improbable. Porque, demonios, ella era virgen.
Cap. IV: Cosas en común
Harta de vomitar y de su inminente realidad salió de su habitación. Las ganas de ir a un lugar donde desahogar sus penas se adueñaron de ella al instante y a pesar de que su cerebro le gritaba que no era correcto, se dirigió con paso firme a la salida de la sala común.
Luego de eso no estuvo consciente de su caminata hasta que se vio frente al campo de Quidditch.
El único lugar de todo Hogwarts, debía admitir, donde sentía que podía ser ella misma. Allí donde su padre, Ronald Weasley, se sentía más orgulloso de ella, su pequeña Rose, por ser guardiana al igual que él lo fue una vez.
Y todo iba a acabarse. Todo. Sólo por esa inesperada persona que ahora crecía en su vientre. Todos sus sueños iban a disolverse.
La oportunidad de ser guardiana en el equipo de los Chudley Cannons.
Incluso podría perder su plaza en Hogwarts, sólo por él.
Iba a perderlo todo y gracias a dos simples palabras.
Estás embarazada.
Aún podía escuchar la voz de Madame Pomfrey en su mente. Atormentándola con esa cruel realidad que truncaba todo lo que había pensado para su futuro.
Se dirigió hacia los vestidores y tomó una escoba. Entonces no pensó en su futuro deshecho, sino en la necesidad de olvidar a todo el mundo que la rodeaba. Dio una fuerte patada en el suelo y se impulsó hacia adelante, elevándose por los aires, sintiéndose libre de responsabilidades.
-RS.-
Pensó que Susan debía estar loca. ¿Qué demonios había pretendido al intentar embarazarse? ¿Acaso había pretendido que se casara con ella por ese, esperaba que Merlín se apiadara de él, inconcluso hijo?
Necesitaba despejar su mente. No quería pensar que su semen había volado, accidentalmente, hasta la torre de gryffindor, no quería imaginarse las consecuencias de la estupidez que su novia había cometido.
Había llegado al campo de Quidditch sin ni siquiera percatarse de esto. Su siguiente clase era dentro de unos minutos, pero le importaba un soberano cacahuate. Necesitaba pensar cómo demonios iba a salirse de ese, jodido, lio en que la Slytherin le había metido.
Debía averiguar quién había sido el afectado o afectada de aquel, esperaba, fallido hechizo y, quizás, destruir cualquier evidencia que lo involucrara con eso.
Encontró su costosa escoba entre los vestidores que solían utilizar el equipo de Slytherin y, sin pensarlo dos veces, la tomó para lanzarse al campo, y así tratar de despejar su mente.
Pero entonces vio una figura que volaba alrededor del campo sin ningún rumbo en concreto. Sólo daba vueltas como si hubiera sido castigado o algo por el estilo. Intrigado se montó en su escoba y dio una patada al suelo para elevarse, entonces reconoció a la persona que estaba sobre la escoba.
Rose Weasley, hija de dos héroes mágicos, premio anual, guardiana del equipo de gryffindor y su némesis personal.
Su padre le había contado una vez de sus constantes peleas con el trio de oro. Y, antes de conocer a los descendientes de estos, había pensado que no tendría que repetir las acciones de su padre, pero luego de la primera broma pesada de James Potter no tuvo otro remedio que tomar represalias, después de todo no iba a dejarse. Por algo era un Malfoy.
Al menos Potter se había largado hacia dos años atrás, pero su prima, Weasley, aprendiendo del susodicho solía dejarle en ridículo gracias al pasado de su padre.
El único hijo de héroes mágicos con el que se llevaba bien era Albus, quizás porque ambos pertenecían a la misma casa o tal vez porque el joven Potter poseía una madurez superior a su edad.
Soltó un suspiro, mientras decidía que descender era lo mejor que podía hacer, después de todo no tenía ganas de comenzar una discusión con la gryffindor.
— ¿Malfoy? ¿Qué demonios haces aquí?—la voz de la chica hizo que detuviera su escape. Había creído que ella no notaría su presencia, al parecer, se había equivocado.
Ascendió hasta estar a la misma altura de la gryffindor y la miró desafiante.
— Podría preguntarte lo mismo, Weasley. —contratacó.— Después de todo aquí la que debería dar el ejemplo es otra persona.—acotó.
Ella bufó.
— No es asunto tuyo, serpiente.—le dijo enojada.
Volvió a suspirar, pero esta vez estaba cansado. En realidad no tenía ánimos para ese comportamiento, que bien sabia que era, infantil.
— Cierto. Y lo mismo va para ti, leona.—argumentó.— Por cierto, Weasley, preferiría no comenzar una discusión sin sentido, no estoy de ánimos.— puntualizó.
La gryffindor suspiró, al parecer, ella tampoco tenía ánimos de comenzar una discusión.
— Me parece bien.—concordó con él.
Ella ascendió un poco más y se mantuvo allí, sobre su escoba y, al parecer, disfrutando del paisaje, mientras unos metros debajo de ella el joven Malfoy la observaba algo extrañado por su actitud.
Cap. V: Confesiones
Él, Hugo Weasley, estaba seguro de que algo le ocurría a su hermana, Rose, algo que la estaba carcomiendo y que la había convertido en eso que era ahora. Casi no la reconocía.
Solía parecerse a su madre y, siempre, caminaba orgullosa de quien era, pero últimamente no sonreía, parecía estar triste todo el tiempo y una vez la encontró llorando cerca de la biblioteca.
Había pensado, inocentemente, que estaba en esos días, pero luego de una semana con esa actitud no pudo evitar explotar y encararla, a la primera oportunidad, en la casi desierta Sala Común.
— Muy bien, Rose. Lo he dejado pasar una semana, pero no más.— dijo a modo de introducción.— Me vas a decir en este instante… ¿Qué demonios te sucede?— inquirió.
Ella le observó y, de pronto, comenzó a llorar.
-RS.-
Observó a su hermano menor y de repente comenzó a llorar. No pudo evitarlo, últimamente estaba demasiado sensible y, si era sincera, no quería decirle la verdad a nadie. Ni siquiera a él.
Pero Hugo le conocía perfectamente, quizás más que ella misma. Y aunque lo intentara no podría mentirle. Tendría que confesar su secreto a su hermano y también a sus padres.
Decirles qué, no sabía cómo, estaba embarazada y, además de eso, era virgen.
Él, quizás sorprendido por su reacción, la estrechó entre sus brazos, tratando de reconfortarla.
— Rose, sea lo que sea, puedes decírmelo.— le alentó para que le confesara eso que le ponía en aquel estado.
Notó que los pocos gryffindors que estaban presentes, hacía pocos minutos, en la Sala Común se habían retirado, al parecer, dominados por el cansancio y, quizás, en gran parte para dejarlos solos a Hugo y a ella.
Alzó su vista hacia su hermano.
— Hugo, yo…yo…— comenzó a decir con voz temblorosa.—… estoy embarazada.—pudo decir y luego escondió su rostro en el pecho de su hermano.
A él le costó algunos minutos procesar lo que había salido de la boca de su hermana mayor.
— No es posible.—le dijo incrédulo.— Pero sí… ¡tu ni siquiera tienes novio!—exclamó.— ¿Cómo es que tú…? ¡Demonios, Rose! Eres inteligente si ibas a hacer algo como eso podrías haberte cuidado…—argumentó.
Volvió a alzar su vista hacia él, sorprendida por las palabras que había dicho.
— ¿Tu crees que yo…?—intentó cuestionar, pero lo pensó mejor. Eso es lo que todos pensarían cuando le contara sobre su embarazo.
Nadie iba a creerle que estaba embarazada y qué, además, era virgen. No. Era una locura, nadie creería en sus palabras.
— ¿Quién es el padre? Juro que si ese imbécil no responde yo lograré que lo haga. Te lo juro.—comentó su hermano menor.
¿Cómo iba a decirle que no tenía idea de quién era el padre, porque simplemente nunca había tenido intimidad con nadie? ¡A un demonio lo que pensara la gente! Diría la verdad. Diría su verdad y esperaba que su hermano le creyera, sino todo estaría perdido.
— No lo sé, Hugo.—confesó. Él la observó sorprendido.— Y antes de qué pienses cosas que no son. No sé quién es el padre simplemente porque… soy virgen.
Él abrió la boca, mientras se sentaba pesadamente en un sillón cercano.
Cap. VI: Embarazada
La rapidez con que la pareja Weasley había llegado a Hogwarts era digna de poner en el raking mundial.
La joven Weasley, incitada por su hermano menor, les había escrito una carta explicándoles la situación y aclarando, más de una vez, que ella era virgen. Pero cuando la mayor de los hermanos observó el rostro de sus padres se dio cuenta de que estos no creían en sus palabras.
Inmediatamente sintió unas irrefrenables ganas de salir corriendo, sin embargo sabía bien que debía enfrentarlos, aunque estos no creyeran en sus palabras.
— Sólo quiero saber una cosa, Rose… ¿por qué?—cuestionó una serena Hermione o al menos eso intentaba aparentar.— ¿Por qué la falta de confianza, hija? Podrías habérmelo dicho, te habría aconsejado.—agregó.— Pensé que te había dejado en claro que éramos amigas y qué podías contar conmigo para lo que necesitaras.—culminó la señora Weasley.
Rose posó la vista en su padre, éste se veía realmente afectado por la noticia, pero ni siquiera la había saludado.
— ¿Tú no dirás nada, papá?—cuestionó la joven Weasley.
El patriarca posó los ojos en su primogénita. Y algo dentro de sí le impedía pensar que era culpa de ella, tenía ganas de matar al miserable que le había hecho eso a su hija. Juraba que si no respondía por ese bebe le lanzaba un avada y le importaba un cacahuate terminar en azkaban.
— Preferiría no hacerlo.—confesó.
Rose soltó un sonoro suspiro. No podía creer que precisamente ellos fueran quienes no le creyeran, pensaba que si su hermano lo había hecho, otros también podrían hacerlo. Y sus padres la conocían perfectamente.
— Se los dije en la carta… no sé cómo ocurrió esto, porque…—comenzó a decir con un mal sabor de boca. No era algo que fuera fácil de recalcar y mucho menos a sus padres.—…, demonios, soy virgen. Virgen y el último maldito novio que tuve ni siquiera sabía besar… ¿por qué no me creen?
La castaña se cruzó de brazos.
— Rose, los hijos no se hacen por obra y gracia del espíritu mágico*.—desafió la castaña.— Cómo tus padres te apoyaremos, pero te exigimos saber quién es el padre de la criatura para obligarle a responderte.—acotó con autoridad.
La pelirroja observó atónita a su madre… ¿cómo era posible que precisamente ella no le creyera?
— De nada vale que les aclare que no he estado con nadie.—acotó dolida la gryffindor.— Pensé que de todas las personas ustedes serían las únicas en creerme, junto con Hugo, veo que me equivoqué…—soltó antes de salir corriendo lejos de sus padres.
Escuchó la voz de su madre, llamándola, pero no quería verlos, no quería ver a las personas que nunca creyó que dudarían de ella. Si sus mismos padres no le habían creído... ¿qué demonios podía hacer para que los demás le creyeran?
¿Por qué su verdad era tan estúpidamente poco creíble?
Cap. VII: Situación inverosímil
Estaba decepcionada. Una parte de sí no podía creer que sus padres fueran los primeros en juzgarla, pero si, incluso, le había comentado el extraño estado de su embarazo. El cual ni siquiera ella misma sabia cómo se había dado.
Porque de lo que más estaba segura en la vida era que su cinturón de castidad no había sido traspasado por ningún listillo. Y no, precisamente, por falta de peticiones.
Bufó. Sus pasos se aceleraron y, por primera vez, supo a donde la guiarían sus pies. Al único lugar en donde se sentía segura y en el cual, al parecer, podía olvidarse de todos sus problemas, y realizar una de las cosas que más adoraba: volar.
Su cerebro le recordaba que en su estado no debería estar jugando con su escoba a varios metros lejos del suelo, pero su miedo a crecer, a darse cuenta de que tendría una gran responsabilidad sobre su espalda y que sus padres la creían la peor escoria del mundo mágico era mucho más fuerte que lo que le dijera su lógica.
Tomó, como tantas otras veces, una escoba y simplemente alzó el vuelo. Volvió a sentirse libre de responsabilidades y de cualquier maldito problema que pudiese tener. Había olvidado todo aquello que la afectaba.
Ahí, a unos cuantos metros lejos del suelo, su vida parecía plena y maravillosa. En pocas palabras: perfecta.
Y sintió nauseas. Por primera vez en toda su vida sobre una escoba estaba sintiendo nauseas y gracias a esto su vida perfecta se desmoronó por completo.
Descendió hasta las gradas y se sentó, intentando calmar las irrefrenables ganas de vomitar todo su desayuno.
Entonces volvió a observar su inminente realidad: estaba embarazada, sus padres no habían creído en sus palabras y, para colmo, todo aquello que había pensado para su futuro se había desmoronado. Toda su vida sufriría un cambio radical y todo sería gracias a ese extraño embarazo.
Todo cambiaría. Todo.
Ella misma había rechazado la idea de interrumpir el embarazo cuando Hugo se lo había sugerido. Porque, al final de cuentas, ese pequeño ser que crecía dentro de si no tenía la culpa de nada, aunque su sola existencia hubiese modificado todo su mundo.
Rompió a llorar sin saber con exactitud por cual de sus problemas lo hacía. Estaba demasiado sensible últimamente y aunque era fuerte, algo que había heredado de sus antepasados, existían veces en que las ganas de llorar simplemente la sobrepasaban. Y no podía evitarlo.
— ¿Weasley?— no necesitó alzar su vista para saber de quien se trataba.
Saberse descubierta y, precisamente, en aquel estado sólo logró que se encogiera más en sí misma e intentara, vagamente, ocultar su rostro para que el Slytherin metiche no viese sus lágrimas.
— ¿Estás bien?—cuestionó el muchacho.
Ella bufó. ¿Acaso se veía bien? ¡Por supuesto que no lo estaba! Dentro de unos pocos meses se convertiría en madre sin ni siquiera haberlo planeado con anticipación. Sin la madurez suficiente para alimentar a otra personilla además de sí misma. No obstante sus frustraciones, deseos y dramas no era algo de lo que tuviese que enterarse aquel maldito slytherin cotilla.
Se incorporó dándole la espalda al chico y tratando, con desastrosos resultados, de limpiar el rastro de sus lágrimas.
— Mi estado no es algo que deba importarte, Malfoy.—acotó con voz dura.
Inhaló aire con fuerza y encaró al descendiente de Draco Malfoy.
El muchacho la observó con fijeza, como si quisiera leer sus pensamientos o, quizás, saber sus más oscuros secretos. Y eso exasperó a la chica.
— ¡Deja de mirarme así! ¡Joder! Suficiente tengo con mis problemas para que vengas tú y quieras saber…—se cayó. ¿Qué rayos es lo que le estaba pasando? ¿Qué exactamente era lo que le estaba reclamando al rubio? ¿Una mirada? ¿En serio…? ¿Acaso estaba enloqueciendo?
El joven la miró sin llegar a entender del todo su actitud.
— No parece que estés bien, Weasley.— opinó el chico.
En definitiva, el chico no se parecía en nada a su padre, exceptuando su apariencia física, quién, seguramente, en aquella misma posición se estaría burlando de lo patética que se veía la descendiente de dos héroes mágicos.
Pero él no era así, nunca lo sería y, en gran parte, era gracias a su padre. Porque Draco Malfoy, pese a lo que pensara todo el mundo mágico, había cambiado.
Una vez, cuando el pequeño Scorpius tenía unos seis años, le había contado a su hijo de sus patéticas acciones para con las personas de menor categoría que él. Sobre todo los mestizos y los impuros. Y también de lo mucho que se arrepentía por esto.
Era cierto que ella, Rose Weasley, era su némesis personal, pero al final de cuentas era alguien que la estaba pasando, al parecer, realmente mal. No era tiempo de peleas, ni de comentarios mordaces, de esos que solían decirse en cada encuentro. O de duelos con hechizos especialmente creados para la diversión del mago en cuestión.
Una parte de sí le instaba a marcharse de allí y dejar a la gryffindor con sus penas, pero la parte restante, y la más molesta, le exigía que se quedara en ese lugar y tratara de hacer algo, no tenía ni la más mínima idea de qué podría hacer, pero una parte de su conciencia le exigía que lo hiciera.
Estaba confundido y no tenía idea de qué hacer.
— ¡Es porque no lo estoy, Malfoy! ¡No estoy bien! Ya estarás contento.— confesó airada la chica.
El joven Malfoy suspiró.
— En realidad no lo estoy.— admitió. Y le sorprendió darse cuenta de que era la verdad.
La chica observó al chico fijamente. ¿Qué diablos era lo que pretendía?
Cualquier cosa que fuera no quería saberlo, no tenía ganas de saberlo.
— ¿Sabes algo, Malfoy? Mejor vete.— le corrió algo asqueada de aquella situación.— Sólo vete y déjame en paz.
Él negó.
— No sería algo responsable de mi parte, Weasley.—soltó el chico cruzándose de brazos. — Quién sabe que locuras podrías hacer en semejante estado.
— ¿Qué?— cuestionó la chica comenzando a enojarse.
El blondo se alzó de hombros.
— Podrás ser Premio Anual, pero yo soy prefecto y ante todo tengo que cumplir con mi deber.—argumentó el Malfoy.
La Weasley lo miró desafiante.
— ¿Y ese es…?
— Cuidar que ningún alumno rompa las reglas. Y, por supuesto, evitar a toda costa que se cometa cualquier acción perjudicial tanto para el colegio, cómo para el alumnado.—explicó el Slytherin.
La pelirroja bufó.
— Eso último lo has inventado.—aseguró.
Scorpius suspiró y se encogió de hombros.
— Lo lamento, está en mi naturaleza.—admitió con parsimonia.— No obstante creo que logré lo que quería.
Rose alzó una ceja.
— Sí, claro.—comentó, mordaz. — ¿Y eso qué querías era…?
— Evitar que mi némesis personal tuviera ideas suicidas.—comentó con simpleza.— No sería para nada divertido.
La pelirroja se quedó sin palabras. ¿Acaso había sido tan obvia? ¿De verdad se veía como alguien que quisiera acabar con su vida? ¿Y por qué demonios él…?
Y entonces no pudo evitarlo, comenzó a reír a carcajadas. Eso era algo inverosímil, su enemigo personal cuidando de que ella no tuviese ideas suicidas y ella que pensaba que había escuchado suficientes locuras en su vida.
— Deberías considerar hacerte artista cómico, eres bueno contando chistes, Malfoy.— dijo, mientras continuaba carcajeándose.
El rubio negó.
— Veo que estás mejor, Weasley.—comentó, mientras se limpiaba las arrugas invisibles en su túnica.— Con tu permiso o sin él. Adiós. — soltó antes de dar media vuelta y alejarse de la pelirroja.
Rose dejó de reír y observó como el Slytherin se marchaba. Entonces se sintió extraña, como si hubiese hecho algo mal o como si alguien no estuviese de acuerdo con lo que había hecho.
Cap. VIII: Pruebas y El Profeta
Sonrió cuando, por fin, logró tener la prueba de su verdad en sus manos. Afortunadamente al tener diecisiete años, desde hacia poco más de un mes, le facilitaba las cosas.
En el mundo mágico era una persona adulta, no obstante, en el mundo muggle seguía siendo una menor de edad.
Había conseguido el permiso para poder ir a San Mungo gracias a Madame Pomfrey, quien, afortunadamente, era la segunda persona que verdaderamente creía en sus palabras.
Cuando llegó a Hogwarts, se dirigió hacia la lechucería, le enviaría a sus padres la prueba de que todo lo que le había dicho era verdad. Ya sabía cómo había quedado embarazada, en la carta se lo explicaba a sus padres, resultaba que había sido victima de un hechizo de fecundación.
Pero… ¿quién podría estar tan loco como para lanzarle aquel hechizo? ¿Qué es lo que habían pretendido? ¿Qué habían ganado al lograr que quedara embarazada?
Soltó un sonoro suspiro. Era algo demasiado retorcido. No podía pensar en alguna persona beneficiándose porque otra estuviera embarazada. Salió de la lechucería. Tenía que enfrascarse en culminar sus estudios y pensar en su nuevo futuro. Y, también, en qué hacer cuando todos se enteraran de su misterioso embarazo.
— ¡Rose! ¡Detente, Rose!—gritó alguien detrás de sí.
Era su hermano, Hugo.
— ¿Qué sucede?— cuestionó extrañada por la actitud del benjamín.
Él llegó hasta ella respirando con dificultad. No solía ser muy atlético, pero había heredado la habilidad de su padre para comer, y la contextura delgada de su tío, Harry.
— No entres al Gran Comedor. Es más, ni siquiera te acerques a la Sala Común.— le advirtió.
— ¿Por qué?— inquirió.
Su joven y gryffindor hermano le proporcionó El Profeta, imaginó que era el de ese día. Y abrió los ojos desmesuradamente al ver lo que ponían en primera plana.
— Esa maldita.—soltó enojada.—"Rose, la virgen embarazada"—citó.— ¿Cómo demonios se ha enterado, Hugo? ¿Cómo?—cuestionó arrugando el periódico, en el cual había una foto suya en primera plana.
Hugo sólo se alzó de hombros.
— Ni idea. Sabes que tiene contactos en todos lados, Rose.—argumentó.
Tiró el periódico al suelo y comenzó a pisarlo, cómo si de esa forma pudiese desaparecer aquella noticia de la cual era protagonista.
— Maldita Skeeter. Ahora entiendo porque mi madre odiaba tanto a su abuela.—escupió.
Su hermano suspiró.
— Bueno, Rose, lo único que puedo decirte que la Sala Común y el Gran Comedor son un hervidero, en el cual, tu nombre está siendo constantemente nombrado.—acotó.— Mejor ni te aparezca por ahí.
Asintió ante las palabras de su hermano.
— Gracias a Merlín que mi permiso aun está vigente.—sonrió.— Cualquier cosa no me has visto, ¿entendido?
Él la observó extrañado.
— ¿A quién he visto?—le cuestionó con una sonrisa cómplice.
Ella también sonrió y cambió el rumbo de sus pasos, tenia que hallar algún lugar donde nadie le perturbara con preguntas, seguramente, estúpidas.
Cap. IX: Enemigos
Otra vez estaba en el campo de Quidditch. Era el único lugar de Hogwarts en el que se sentía segura y allí podría hallar la soledad que estaba buscando. Maldita Skeeter. No tenía idea de cómo se había enterado de su embarazo, mucho menos el hecho de que era virgen.
El informante de aquella periodista había contado todos los pormenores de la situación, no había necesitado leer el artículo completo para darse cuenta de que el mundo mágico estaba enterado de su extraño embarazo.
Bueno, quizás gracias a esa noticia y a la prueba que le había mandado sus padres éstos, por fin, creyeran en sus palabras.
Necesitaba relajarse. Distraerse. Hacer algo que no le hiciera pensar en su embarazo, en las preguntas estúpidas y en el odio que le tenía a la maldita de Leonore Skeeter. Porque de lo contrario estaba segura de que podría cometer una locura.
Fue entonces que lo vio y lo reconoció al instante. Su némesis personal, ese al que su padre le había incentivado a superar en todo y al cual, debía admitir, adoraba denigrar gracias al pasado de su padre.
Quizás la culpa de su comportamiento con el joven Malfoy era de su padre que, constantemente, le incitaba con sus prejuicios para con dicha familia. Y, por eso, había caído en el cliché de la enemistad gryffindor-slytherin.
Era inteligente sí, pero, para su lamento, continuaba siendo una Weasley. Y las palabras de su padre solían tener mucho efecto en su conducta. Podría admitir que solía hacerle mucho más caso a él, que a su mismísima madre y no por esto la quería menos.
Fue por eso que le pidió que le dijera algo luego de aquella importante carta y el que no le dijera su opinión le había dolido, porque le hizo pensar que estaba de acuerdo con lo que su madre le había dicho. En pocas palabras; que ninguno de los dos habían creído en ella.
Llegó hasta el unigénito descendiente del, cómo le decía su padre, hurón botador. Y con un movimiento de varita logró dejarlo empapado de pies a cabeza. Cuando el giró y le observó desafiante fue justo en el momento en que comenzó a reír a carcajadas.
— Golpe bajo, Weasley.—acotó el chico. Levantó su varita y la apuntó con la susodicha.
Sintió una extraña sustancia caer sobre su cabeza y, de pronto, todo se volvió azul. Era pintura, el miserable le había echado un balde de pintura encima. Lo apuntó con su varita y le lanzó un par de hechizos más.
-RS.-
Luego de algunas horas ya estaba, terriblemente, cansada y al parecer él también.
— Pido tregua.—soltó, débil.
Él asintió y, por primera vez, no pareció elegante al dejarse caer bruscamente sobre la hierba del campo. Imitó su acción y, para hacer algo, comenzó a arrancar pequeños pedazos de hierba.
Observó el estado del blondo y no pudo evitar la carcajada que soltó. Él le observó extrañado.
— Demonios, Malfoy, tu aspecto es realmente divertido.—acotó, mientras continuaba carcajeándose.
Lo escuchó soltar un bufido. Era cierto que ella también estaba llena de pintura, y de otras sustancias que prefería no especificar. No obstante, el aspecto del slytherin era realmente fatal y, a su parecer, divertido.
Sin darse cuenta había olvidado todos sus problemas por unas cuantas horas. Y, por si fuera poco, había reído más de lo que últimamente lo había hecho.
— Siendo sincero, Weasley, no tengo las energías suficientes para burlarme de tu aspecto.— acotó el chico.
Y todo gracias a él.
Logró olvidar sus problemas, divertirse y, por si fuera poco, sentirse libre de responsabilidades gracias a ese estúpido slytherin. Eso, sin duda, era algo que nunca iba a admitir.
De sus labios jamás habría de salir que gracias a Scorpius Malfoy su día había mejorado.
Cap. X: Es ella
Cuando se enteró del supuesto y extraño embarazo de Rose Weasley no pudo evitar asociarlo con el hechizo fallido de Susan. Y es que reunía todos los requisitos. Pensó que lo mejor era averiguar más a fondo, pero el miedo de que su sospecha fuera cierta lo invadió.
Al final decidió que lo mejor era no quedarse con la duda.
Utilizó las influencias de su padre para averiguar los detalles del embarazo de la descendiente de Hermione y Ronald Weasley. Luego de muchos trámites, amenazas y algunos galeones los consiguió.
El historial médico en sus manos no podía ser más específico: hechizo de fecundación. Todo había sido culpa de un hechizo, seguramente, mal manejado. Sólo necesitó ver la fecha en la cual la pelirroja había quedado embarazada y no necesitó enterarse de nada más.
Su peor pesadilla se había vuelto realidad. El hechizo de Susan había funcionado, no de la forma en que esta esperaba, pero en la torre de gryffindor existía una chica, Premio Anual y Guardiana del equipo de Quidditch, con un hijo suyo en sus entrañas.
Alguien que lo despreciaba con todo su ser y que él mismo prefería evitar a todo costa. Una joven que desde que había cumplido la edad suficiente se había convertido en su némesis personal.
Y su hijo, sangre de su sangre, se estaba gestando en aquel cuerpo que días atrás había llenado de pintura azul y otras sustancias.
Ése hijo que pensaba tener muchas décadas después de graduarse, había llegado antes del tiempo estipulado y de una forma inesperada. En el vientre de una gryffindor que solía hacerle pasar el ridículo gracias al pasado de su padre y qué, además, era una Weasley. También Granger.
Porque era ella, Rose Jean Weasley Granger, quién tenía a su primogénito gestándose en sus entrañas.
End Parte I
¿De verdad han llegado hasta aquí? ¡Vaya! Eso me alegra. Ahora bien sé que hay muchas cosillas que quedán sueltas por ahí, pero ya veré como me las apaño para tejerlas en la segunda parte, prometo intentarlo, sino ustedes preguntan y yo, solicita, respondo.
¿Creen que merezco un review? Si lo hacen les mandaré a Scorpius (?.
* Alusivo al dicho "Los hijos no se hacen por obra y gracia del espíritu santo". Quería hacerlo algo potterico xD.
Sin más locuras que decir. Nos vemos en la segunda parte (?.
Saludos mágicos
