Pasaron varios meses desde ese último viaje en aerodeslizador; varios meses desde que una de las trampas ideadas por Gale y perfeccionada por Beetee en el 13, destrozó mi vida por completo y me dejó tan vacía que ya no hay nada que pueda hacerme sentir viva. Soy como un fantasma y veo muchos fantasmas… Prim, Finnick, Rue, Cinna me visitan todos los días. Cuando estoy despierta las imágenes que genera mi cabeza me torturan, pero las pesadillas son mucho más aterradoras. Los veo tan vívidos, tan reales… Me hacen tanto daño que prefiero estar muerta, pero no tengo ni la energía, ni el valor de hacerlo yo misma. Peeta debió dejarme morir. Debió dejarme tomar la pequeña pastilla violeta que hubiese terminado con esta agonía. Peeta, ¿Qué será de él? Haymitch me advirtió que no volvería, pero a pesar de que pasan los días me niego a creer que nos olvidó. Ojalá me haya olvidado. Ojalá me haya podido dejar ir de su vida, así no podría lastimarlo nunca más.

Desde que llegamos al Districto 12, Haymitch está tan ausente como yo. Hasta en eso nos parecemos. La vida nos destrozó y ya no tenemos arreglo. Él tiene días soportables y pasa semanas enteras debatiéndose entre la conciencia y la inconsciencia que le provoca el alcohol. Era el encargado de cuidarme, pero creo que a pasar de sus intentos por estar lo más sobrio posible para no dejarme sola ni quedarse solo, no puede ni con su alma. Los juegos y nuestro pasado reciente lo atormentan tanto como a mí.

Sae la Grasienta y su nieta, se ocupan de cuidarnos a los dos. Sae cocina y trata de mantener nuestras casas limpias. Claramente la limpieza de mi casa es más sencilla que la de Haymitch… ¿Será porque yo solo uso la sala, la cocina y el baño de la planta baja? La mecedora que está frente al fuego de la chimenea es mi todo desde que regresé… ¿a mi hogar? Lo dudo. De mi hogar ya no queda nada. Esta casa no es mi casa, la mía se destruyó junto al lugar donde crecí. De la familia, solo queda mi madre, que está tan sumida en su dolor que decidió trabajar sin descanso en un hospital del Districto 4. Creo que me escribe cartas, porque hay sobres acumulados en la mesita de la entrada desde hace tiempo, pero yo no tengo ganas de abrirlos. No quiero conocer sus excusas por haberme abandonado a mi suerte otra vez.

A veces suena el teléfono una y otra vez, pero así como no abro las cartas, tampoco tomo el auricular para contestar. Estoy demasiado inmersa en mi desgracia, en mi miseria y en mi dolor como para compartirlo con alguien, como para tener cualquier charla banal o haciendo de cuenta que todo se va encaminando, porque mi vida no tiene rumbo y es una mera consecuencia de mi cobardía.

Finalmente el invierno está empezando a despedirse. El sol es más brillante y los días más cálidos, pero el frio de mi alma congela todo lo que me rodea. Una de esas mañanas casi primaverales escucho la sugerencia de Sae desde la cocina.

-Hoy huele a primavera, deberías salir –Dice-. A Cazar.

-No tengo arco.

-Mira en el estudio-Dice antes de irse-.

Al final, al cabo de varias horas, lo hago, me acerco sin hacer ruido para no despertar a los fantasmas. Allí estaban dentro de una caja, los efectos personales que tenía en mi compartimiento del 13, y, los dos arcos y el carcaj de flechas que Gale rescató la noche de destrucción del Districto 12. Me pongo el abrigo de cazador de mi padre y sin querer me sumerjo en un mar de pesadillas interminables. Me despierto angustiada y necesito tomar aire. Sin salir del todo de la pesadilla, salgo corriendo por la puerta principal y es cuando lo veo. Me freno en seco, debatiéndome si es mi mente la que sigue jugándome malas pasadas, pero no. Esta aquí. De repente, esos ojos azules que tanto me conocen, me miran, haciendo que me encuentre a mi misma.