Nueva historia. Resumen competo: Regina es una chica que en el último verano ha cambiado tanto física como mentalmente y que esocnde un gran secreto, que sueña con ser artista, que a pesar de ser considerada una perdedora, sigue adelante. Emma es la capitana de las animadoras, que mantiene una rivalidad con Regina, se siente perdida en la vida. Ambas tienen sentimientos la una por la otra, y desde el principio comienzan una relación, pero el pasado puede destruir esa relación, así como los celos, la ambición o los miedos de cada una. Swanqueen con momentos cuquis y cursis y también momentos sexys, pero sobre todo, con muchos altibajo. ¿Tendrá esta historia un final feliz?
La joven entró al aula con su carpeta abrazada contra ella, preparada para otro monótono viernes. La vida de Regina Gold solía ser siempre igual. Apenas salía, porque no tenía amigas, ni novio… o novia. Estudiaba duro para poder alcanzar su sueño. Pasaba horas encerrada en el enorme ático de la mansión en la que vivía, tocando o cantando, o componiendo y escribiendo. También pasaba la mayoría del tiempo estudiando o ensayando en casa de Mary Margaret para la siguiente obra. Muchos decían que no tenía vida más allá de los libros y las series, que era igual que su madre, y no se equivocaban. A veces deseaba ser como el fiestero de su hermano, o al menos, como su hermana; ser más abierta y extrovertida, más confiada.
Pobre zagala… aunque no todo era malo en su vida. Sí, quizás estuviera entre clase y clase leyendo el libreto de la siguiente obra, pero, cuando se subía a un escenario y echaba un vistazo al público, cuando veía sus reacciones, cuando el telón estaba abajo y las luces apagadas, cuando oía los vítores y aplausos, no podía sentirse más orgullosa de sí misma. Eran esos momentos en los que dejaba de ser ella y era otra persona, cada vez diferente, los que más felices la hacían. Regina era tímida y reservada, callada; pero cuando se ponía los tacones y se maquillaba y daba la réplica perfectamente ensayada, y los focos la deslumbraban, entonces no cabía duda de que había nacido para estar allí. Era una estrella, pero a veces, cuando la niebla lo cubre todo, las estrellas no pueden brillar como es debido.
La muchacha salió de su ensoñación cuando el profesor de literatura anunció que querían representar la famosísima escena del balcón de Rome y Julieta. El profesor pidió voluntarios y dos manos se alzaron, solitarias. Una era la suya, y la otra pertenecía a la flamante Emma Swan, con sus pompones y su uniforme blanco y negro. Ahí estaba ella, viendo como Emma se camelaba a todos los chicos de la clase. La elegirían a ella, porque, seamos realistas, ¿quién querría estar junto a ella en vez de estar junto a la rubia?
― No Emma, no te empeñes, no será por votación ―dijo el profesor, interrumpiendo el silencio que la animadora utilizó para conquistar a toda la población masculina de aquella habitación. ― Veremos quien interpreta mejor ― dijo sacando a Emma a la pizarra y dándole un par de folios. ― Yo seré Romeo, tú Julieta. ¡Acción!
J: S-sólo tu nombre es mi… ene- enemigo, eso es, pero no tú. ¿Qué es un Montesco? No es… espera que no veo, no-no es ninguna parte tuya. ¿Qué e-e-es un nonbre- ¡perdón, nombre! ―se excusó Emma, que temblaba más que los flanes de la cafetería de su madre.
― Regina, sal a la pizarra.
La morena salió completamente decidida, y vio a Emma sentarse, con más humos que una cafetera. ¿Pero a esta desde cuándo le gusta el teatro?, pensó Regina. Se aclaró la garganta y agarró los papeles, dispuesta a dejar claro que ese verano la había cambiado.
― De todas maneras, ¿qué es un nombre? Es sólo una palabra. Una rosa sigue oliendo dulce sin importar como se llame, así como yo sigo deseando estar junto a Romeo a pesar de su nombre. Si Romeo abandonara su nombre, lo tendría todo de mí.
Tras aquella emotiva interpretación, aplausos invadieron la estancia, y la joven no pudo sorprenderse más. Aquellos garrulos con los que siempre había coincidido la estaban aplaudiendo. De repente todos quisieron ser Romeo. Regina no pudo retener la sonrisa, aunque se sintió un poco culpable por Emma. ¿Y si ella quería el papel? The Winner Takes It All, canturreó una vocecita en su cabeza.
Tras aquello, el resto de clases transcurrieron con normalidad hasta que llegó la hora de almorzar. Se metió al baño para arreglarse un poco el pelo y observó el cambio que su físico había experimentado: Sus aparatos dentales habían desaparecido dejando paso a una preciosa dentadura, sus rebeldes rizos habían sido domados y ahora eran lisos, suaves y cortos. Su cuerpo tenía ahora un poco más de músculo, ya no era un enclenque. Pero, sin embargo, no se veía bonita del todo.
La puerta se abrió para dar paso a la capitana del exitoso equipo de las animadoras: la señorita Swan.
― Gold ―pronunció con un tono sensual y depredador, acercándose con paso firme a su siguiente víctima. Vio un ápice de miedo en aquellos ojos del mismo marrón que el otoño, pero no paró. Emma Swan estaba decidida a alcanzar su sueño, y nadie se interpondría en su camino. Quizás Regina sería la nueva Julieta, pero ella… ella obtendría su dulce venganza. Avanzó hasta estar a escasos centímetros de la morena, y sin preámbulos, atacó despiadadamente su cuello. Regina quiso apartarse, pero había una fuerza fuera de su comprensión que la obligaba a estar ahí parada, como si las suelas de sus zapatos se hubieran fusionado con el sucio suelo del baño del instituto. Sentía perfectamente los labios, la lengua y los dientes de su acompañante sobre su cuello, y quería salir corriendo de allí, de verdad que quería, pero por mucho que su cabeza dijera que escapara, algo dentro de ella gritaba que no había escapatoria. Todo rastro de deseo y excitación quedó tapado por asco, odio, rencor y miedo.
Al ver la mirada criminal que desprendían esos dos ojos verdes, sintió un cosquilleo colosal recorrerla cuan larga era, mas los recuerdos no dejaban de inundar su mente. Sintió sus delgadas piernas flaquear, y unas enormes masas de agua que se asemejaba al ácido más corrosivo, a punto de romper la presa y deslizarse por sus mejillas sin compasión alguna. Cunado Emma finalmente se separó y se marchó, con una sonrisa triunfante, sin mediar palabra, Regina llamó a su madre y le suplicó que fuera a por ella a clase, porque no se encontraba bien.
Nada más llegar a casa, subió corriendo a su habitación y se metió a la cama a llorar como hacía años que no lloraba. Pasaron las horas, y sola, en la penumbra de su habitación, la morena reflexionó.
Sentía suciedad, pero no tenía caso llenar la bañera y frotarse hasta que pareciera que su propósito era arrancarse la piel. Sentía vergüenza, pero nadie podía saberlo, era su secreto. Sentía un infinito dolor, de esos que te taladran el alma hasta que la convierten en un polvo fino y escurridizo que no da opción a ningún tipo de reparación.
Se levantó de la cama y se miró al espejo. Se desnudó y se volvió a mirar. Cicatrices, marcas… Comenzó a llorar desconsoladamente. En un arrebato tiro el espejo de cuerpo entero al suelo. El objeto se estrelló junto a un escandaloso ruido, y lo siguiente que Regina pudo ver fue el reflejo de sus demacrados ojos; reflejo que miles de pequeños cristales le devolvían. Podía oír los pasos que anunciaban la llegada de refuerzos, pero sólo podía escuchar los llantos de su hermana y los gritos, y todas aquellas palabras y sus súplicas. Y lo único que deseaba era cerrar los ojos, pero temía que al cerrarlos, ya no pudiera abrirlos. Sintió los brazos de su madre rodearla protectoramente, pero no podía sentir nada excepto un desesperanzador frío.
― Veamos… ¿por qué crees que estás aquí? ―cuestionó el hombre. Llevaban meses sin verse, y sinceramente, pensaba que estaba recuperada. Quizás se equivocaba. Regina se encogió de hombros. Lo sabía perfectamente, pero no quería decirlo. Admitirlo en voz alta sería aún peor. Pero habló.
― Ella me ha tocado ―sentenció con una voz aterradoramente neutral. Esta estudiante carente de emociones no era Regina María Gold French. No. Era una autómata o algo, pero no ella. Ella lo decía todo con un mínimo de sentimiento, hasta la hora.
― ¿Quién?
― Emma ―el mismo tono neutral.
― ¿Por qué?
El silencio se instaló en el cómodo salón, volviéndolo incómodo a más no poder. Fueron quince minutos que Archibald Hooper utilizó para descifrar la expresión de su paciente. Quince minutos, novecientos segundos. Quince silencios diferentes. Novecientas palabras distintas. La morena apartó la mirada de la puerta, y con un brillo cristalino, debido a las lágrimas, preguntó sin mirar realmente a ningún sitio, y sin un destinatario fijo para esa pregunta: ― ¿Por qué?
La siguiente hora estuvo llena de llantos que, sin embargo, no la liberaron tanto como ella esperaba. Cuando, años atrás, Regina llegó a la consulta escondida tras el cuerpo de su padre, con su esquelético cuerpo temblando, y sus ojerosos ojos mirando asustado todo lo que podía, escaneándolo, Archie supo aquella niña era diferente, que necesitaba ayuda. No supo hasta unos meses más tarde la verdad, pero para él fue suficiente.
Tras años, el psicólogo creyó que estaba recuperada, pero fue un error. Ahora Regina se encontraba a punto de dormirse, tras una grave crisis, apoyada en el hombro de su padre, con un cansancio físico y mental demasiado duro de asimilar.
Padre e hija llegaron a la casa. Rupert Gold sabía que presionar a su hija no iba a ayudarla, y que sólo había una persona capaz de comprenderla. Le permitió saltarse la cena e ir a buscar a su hermana, y una vez estuvo en la habitación de Zelena, se tiró a la cama, haciendo que su hermana colgara inmediatamente y se centrara en la pequeña de la casa. La pelirroja abrazó a su hermana de la manera más sobreprotectora que sabía. No hubo palabras, sólo aquel simple abrazo que tanto significaba para ambas. El pasado que compartían hacía que su vínculo fuera más especial de lo común. Ningún novio, o mejor amiga sería capaz de entender la situación, ni siquiera sus padres. No, sólo ellas. Sólo ellas habían estado en esa situación, sólo ellas podían apoyarse.
A las tantas de la noche, y de una vez por todas, ambas hermanas pudieron conciliar el sueño.
Por su parte, Emma estaba más que satisfecha. Oh, sí, la había besado. Bueno, en realidad, no la había besado, pero, ¿qué más daba? La había probado de igual manera. Y se sentía de maravilla. El miedo… el miedo en sus ojos marrones era casi adictivo. Emma Swan no era el tipo de chica que quería hacer daño a otras. Ya era animadora, y encima la capitana, ¿para qué iba a querer ella humillar o despreciar a nadie? Pero con Regina parecía ser diferente. La manera en la que la había mirado aquella mañana, con una perfecta mezcla de deseo y terror, había sido suficiente para liberar a la bestia.
Emma terminó sus clases echando de menos a la morena; ella era la rival perfecta en clase, siempre tan lista, tan rápida. Saber que se había marchado había sido un poco decepcionante, porque, seamos sinceros, Emma estaba enamorada de esa rutina. Desde que comenzó el instituto, compartía las mismas clases con su vecina de enfrente, Regina Gold. No fue hasta los catorce años que la aspirante a actriz no comenzó a demostrar todo su potencial en clase, cosa que solía dejar a Swan como la segunda más inteligente de clase. Era una especie de tira y afloja que, no sabía cómo sería para su contrincante, pero para ella era divertido, y la mantenía además espabilada, sin bajar las defensas.
Pero volviendo al tema inicial, ella no era así. Simplemente, su vecina la trastornaba hasta el punto de desear someterla a su voluntad de una vez. Ella despertaba es parte de sí misma más oscura. Era culpa de las hormonas, tanto de las suyas como de las de Regina.
Cuando Emma llegó a casa, se fue directa a la cocina a preparar la comida, pues su madre se había tenido que marchar de nuevo unto a su hermana pequeña. Emma pensó en llamar a su hermana mayor, pero no quería preocuparla. Bastante ocupada estaba Elsa con el final de la carrera como para que ella hiciera saltar las alarmas. No, no podía, porque de todas maneras, seguro que no era nada. Nunca había nada. Era como si el mundo no quisiera ayudar a su pequeña Anna. Y oh, odiaba aquella situación.
Se preparó la comida y decidió marcharse un rato a dormir hasta que recordó que debía ir a la cafetería. Si su madre no estaba, sería ella quien se hiciera cargo del lugar.
Había momentos, como los de esa mañana, en los que la chica se proponía perseguir sus sueños, pero al final del día, Emma se daba cuenta de que una chica como ella jamás lo conseguiría. A veces, cuando se miraba al espejo y no se veía tan perfecta como todos decían que era, deseaba ser como Regina. Deseaba ser tan fuerte y valiente, una luchadora. Sabía que era cuestión de tiempo que la chica por la que estaba colada se convirtiera en una estrella, mientras que su destino era ocuparse de una cafetería de pueblo, y no Hollywood. Era de esperar en ella.
Llegó al local, abrió sus puertas al público, y se pasó la tarde declinando invitaciones de fiestas de esa misma noche a la vez que servía cafés. Pasó toda la tarde, hasta que cerró por la noche, pensando en los hechos acaecidos esa mañana. Pensándolo en frío, quizás se había pasado con la pobre Regina, ella no tenía culpa de que Emma fuera una hormonada frustrada.
Tras eso, se marchó de vuelta a casa, y vio salir a Regina junto a su padre de la consulta del doctor Hopper, porque, si no fuera por eso, ¿por qué saldría de allí si en aquel edificio sólo había un apartamento, la consulta, ocupado? Esto sólo hizo que su preocupación por la morena creciera. Era sabido por todos que Zelena y Regina estaban rodeadas de misterio. Todos sabían que eran hijas de Cora Mills, que habían llegado cuando tenían doce y once años, respectivamente, pero nadie sabía nada más. Eso era una de las muchas cosas que atraían a la rubia de Regina. Era misteriosa, y con un trasfondo tenebroso a pesar de que parecía tener una sonrisa perpetua. ¿Quién era realmente esa chica?
Emma siguió su camino decidida a buscar algo en internet sobre la vecina de enfrente, pero cuando llegó a casa sintió sus tripas rugir estrepitosamente. Tenía un hambre canina, así que pilló lo primero que vio y se hizo una cena rápida. Buscó por la red pero no encontró nada, excepto que su madre y su padrastro estaban en la cárcel, pero justo cuando iba a abrir la página que contenía toda la información, su madre llamó.
― Hola, mamá ―dijo Emma, tras abalanzarse sobre el teléfono como si fuera la última gota de agua que había en el desierto.
― Hola, cariño. Verás, me tengo que quedar en el hospital con Anna, creo que cada vez estamos más cerca del trasplante y… espera, luego te llamo, que ya viene el médico. Adiós, cuídate, estudia y aliméntate bien.
Con eso, Ingrid colgó y Emma sintió un enorme faro iluminando el mar. Había esperanza para su hermana. Claro, eso habían dicho tres veces antes, y al final se había quedado en agua de borrajas, pero no estaba mal alegrarse un poco. Quizás ahora Anna tuviera la oportunidad de ser una niña normal y corriente, que juega en el barro y llega a casa riendo y manchándolo todo. Esa simple imagen hizo que el corazón de la animadora se hinchara alegre.
Olvidó por completo el secreto de Regina cuando vio a la aludida por la ventana, cambiándose de ropa. Cogió los prismáticos de su hermanita y observó por la ventana. Cuanto más pasaba el tiempo, más se enamoraba. Era preciosa lo miraras por donde lo miraras. Su figura esbelta, su cabello negro, sus movimientos gráciles. Todo, absolutamente todo. Le gustaba todo de ella. En ocasiones no podía esconder la sonrisa cuando Regina hacía algo maravilloso, como cantar o actuar, o presentar sus poemas y sus textos en clase. Estaba orgullosa de tener esos sentimientos por aquella muchacha. No entendía como nadie podía valorarla. Su talento se reconocía a millas, era fabulosa. Emma tenía clarísimo que no le importaba cuántos secretos escondiera, ni cuantos defectos tuviera, ella seguiría a su lado. Quería pasar el resto de su vida junto a ella.
Pero el recuerdo el ordenador encendido volvió a su mente cuando desapareció de su campo de visión. Tenía que saber qué le ocurría.
Bajo al salón corriendo y se metió a la página, y leyó a una velocidad vertiginosa. Lo tuvo que leer varias veces por culpa de su problema, pero se quedó con el mensaje importante. De repente, la idea de dominarla ya no le parecía nada excepto repulsiva. ¿Era por eso que la había visto saliendo del loquero? Emma se marchó pálida a la cama, pensando que a lo mejor ella tenía algo que ver con eso, sintiendo una ola de dolor y remordimiento ahogarla. Sólo deseaba ir a consolarla.
Regina se marchó a su propia cama a las tantas de la madrugada, y unos minutos después de encender la luz para poder ver y abrir la ventana para que corriera el aire, sintió las sábanas moverse. Una delgada mano tapó su boca, y una voz más ronca de lo habitual le susurró en el oído que no hiciera ruido, que era Emma, que no iba a herirla, que sabía su secreto, que sólo quería ayudar.
Su cuerpo se tensó, pero conocía lo suficientemente bien a su compañera de clase como para saber que no se marcharía, que se quedaría la noche entera con sus brazos alrededor de su cuerpo. Y Regina no rechazó esa invitación; de hecho, se acurrucó contra el cálido cuerpo de su amada y se durmió rápidamente. Puede que tuviera miedo, pero no le importaba. Sabía que, aunque aquello acabara en llamas, su lugar estaba en los brazos de Emma Swan.
¿Continuación o no?
