Dipper P.D.V.
Miércoles, 6:30 a.m.
El irritante sonido de mi reloj de mesa fue quien me despertó. 6:30 a.m. Admito que gustaría poder despertarme con el suave brillo del sol acariciando mi piel, como lo relatan la mayoría de libros; sin embargo, mantengo mis persianas cerradas, porque más que ser suave, me molesta aún más.
Con molestia lo callé lanzándole la almohada en la que anteriormente reposaba mi cabeza, me levanté somnoliento y me coloqué mis lentes, pensando en la tentadora idea de continuar durmiendo. Como siempre, renuncié a ese deseo al recordar la rutina de miércoles que debía cumplir y me dirigí al baño para asearme.
Luego de hacer mis necesidades más una ducha caliente que me ayudó a despertar, salí con la toalla atada a la cintura para luego vestirme colocándome un bóxer, una camisa azul manga larga, medias, pantalón y zapatillas negras. Mi miré en el espejo con un semblante serio, orgulloso.
Sí, orgulloso.
¿Por qué no estarlo?
El triunfo empresarial de mi madre en el ámbito textil no es para menos, me siento orgulloso de ella al igual que ella de mí, no deseo decepcionarla y considero que, hasta ahora, no lo he hecho. Mi vida no está mal, no creo que alguna vez lo llegue a estar, pero mantengo los pies en la tierra.
Tengo un lugar ante cada determinada persona. Hay un estatus que debo mantener. Causo temor debido a mi leve poder la gente.
Soy un Pines, y debo saber lidiar con lo que eso implica.
Hoy sólo me ocuparé de hacer revisión de la mercancía y ayudar con la clasificación de ésta en los depósitos, sólo trabajo entre semana durante la mañana y tengo el resto de la tarde y fin de semana para pasarla haciendo cualquier cosa.
Bajé al primer piso donde se encontraba la cocina, el aroma del desayuno que mi progenitora dejó antes de ir a la empresa me llamaba con desesperación; comí sin prisa para degustar cada bocado de esos waffles bañados en miel junto a una tasa de café, mientras reviso las notificaciones y mensajes en mis redes sociales desde mi iPhone.
Me alegraba que no estuviera mi hermano en estos momentos para iniciar la mañana con tranquilidad.
Lavé los platos al terminar, salí de la mansión y observé el cielo. Está nublado. Espero que sólo sea la neblina mañanera y no llueva, no soy fanático de mojarme para caer en un resfriado.
Pasé por el jardín delantero hasta llegar a la rejilla, salí de la propiedad y me dispuse a encaminarme al trabajo.
No había mucha gente por la calle; realmente, no suele haberla, no suelen ser muy mañaneros por aquí. No los culpo.
A dos cuadras de mi vivienda, me encontré con una chica sentada en el suelo de la acera en posición fetal cubriendo su rostro, con una mano extendida sostenía una taza de lata, en un cartón a su costado tenía escrito de manera desprolija Para comer. Siempre he pensado que estas personas están así por culpa propia, la simple suerte e infortunio no son fuerzas que realmente afecten, sino una simple expresión, por lo que es su carga por no haber contribuido de forma positiva al progreso. Mi madre en el pasado me llegó a comparar con esta gente para mostrarme en lo que puedo acabar de no seguir adelante, de no ser ambicioso con respecto a mis propias metas; sin embargo, no me considero el estereotipo de niño rico -al menos en algunos aspectos- y la generosidad es un valor que conozco perfectamente.
¿Por qué no? La buena acción del día.
Saqué de mi billetera diez dólares y, al pasar frente a ella, los eché en la lata y continué mi camino sin decir palabra alguna.
Mabel P.D.V.
Miércoles, 7:42 a.m.
—Gracias —pronuncié con voz ronca al ver de reojo al chico de camisa azul alejarse luego de haberme echado algo en la taza, no escuché el típico tintineo de las monedas al caer por lo que supuse que sería un billete o una mala broma. Busqué en el recipiente para encontrarme con el hermoso trozo de papel. Lo tomé y estiré, inspeccionando que no fuera falso.
Recogí el cartón y corrí por varias calles, a once cuadras de donde estaba anteriormente para ser exactos, paré en un pequeño puesto de comida y me senté en una de las banquetas frente al mostrador, siendo recibida por una gran sonrisa que devolví al hombre que allí trabajaba.
—Larry, mira lo que tengo —musité al mismo tiempo en que le mostraba el dinero que recibí hace un rato.
— ¡Vaya!, ¡Una buena mañana, eh! —Decía mientras limpiaba un plato—. ¿Has conseguido trabajo?
—No, con estas pintas sabes lo que cuesta —pronuncié con humor y resignación.
He buscado trabajo desde pequeña, cuando era menor se me hacía más fácil conseguir trabajos simples como barrer las casas o lavar la ropa, pero eran pasajeros, no tardaban muchas semanas en despedirme, ¡Y no porque hiciera mal las cosas! Sino porque simplemente mis servicios dejaban de ser requeridos; conforme fui creciendo me costó más, supongo que me contrataban por sentir lástima de una niña pequeña, lo cual ya no soy y, por consiguiente, esa lástima ya no existe.
Y no, no he intentado sólo con los trabajos sencillos, pero en los que son más aceptables y comunes no he tenido suerte, ya sea por mi simple apariencia o mi falta de educación a niveles escolares.
La suerte no ha estado de mi lado por algunos años, y temo que continúe así.
El mayor colocó su mano sobre mi cabeza y me despeinó—. Tranquila, ya lo lograrás.
Reí y volví a acomodar mi pelo—. Cómo sea, ¿Para qué me alcanza esto? —Coloqué los 10 dólares sobre el mostrador.
—Ya niña, guárdatelos, he tenido una buena mañana. Te invito esta.
—P-pero…
— ¡Eh! Sin peros. ¿Quieres una tortilla?
Al menos, me alivia tener algo de apoyo. Larry siempre ha sido un gran hombre conmigo, cuando puede, me brinda algo de comida y ropa de su hija. Tampoco soy muy exigente, él también ha pasado por situaciones difíciles, y eso hace que aprecie aún más su ayuda.
¿Por qué desaprovechar un desayuno gratis?
—Ya que insistes… ¡Venga!
Guardé el billete en un bolsillo de mi suéter, el mayor encendió la cocina y preparó los ingredientes para prepararme una sencilla tortilla de huevo, jamón y queso.
Se me hacía agua la boca mientras lo veía cocinar. El aroma es exquisito, para ser una simple tortilla.
Debería tener más clientes, hasta debería ser un cocinero famoso.
—Entonces, ¿Conseguiste ese dinero..? —No terminó la frase para que yo la completara con la respuesta.
—Pidiendo limosna. Un chico que iba pasando me los dio, no había ido antes a ese barrio, a ver si mañana tengo suerte también.
—Ofrécete para trabajar allí entonces.
—No sé… Es la parte de los más ricos de la ciudad, sabes cómo son todos esos de engreídos y caprichosos —Bufé.
El cocinero terminó mi comida y me la sirvió en un plato, al acercarse para entregármela, habló—. Bueno… Un chico te dio diez dólares. Tienes algo de oportunidad —Afirmó guiñándome un ojo, a lo que sonreí y comencé a devorar esa tortilla.
Lo pensé mientras comía… Nunca fui a ese sector porque ya he tenido mis malas experiencias con ricachones, prefiero evitar esas situaciones. Pero, teniendo en cuenta el buen inicio de día que me he cargado hoy, ¿Por qué no probar?
Él tenía razón. Además, intentarlo no hacía daño.
¿Quién sabe? Mi vida podría mejorar.
