Prefacio

Eleanor se congeló por completo. Quiso gritar, pero el aire se había escapado de sus pulmones. Sintió el latir de su corazón entre sus oídos.

A lo lejos, se escuchó un grito. Entonces, Eleanor cerró los ojos con fuerza.

Porque ambos lo sabían. Era demasiado tarde.

Nuevamente, ese despreciable ser humano había logrado su cometido. Eleanor vio, petrificada por una mezcla de miedo y sorpresa, como un rayo de luz blanca se acercaba hacia ella con una lentitud que parecía burlona. En cuestión de nada, el rayo le había dado de lleno en el pecho. Esta maldición, combinada con un aturdidor de cualquier otro mortífago cercano, la mandó volando hacia atrás a toda velocidad.

Ella volvió a escuchar su nombre. Ahora eran más voces las que gritaban.

Pero ya no importaba. Ya era tarde.

Eleanor soltó un débil quejido de dolor al chocar contra la pared. Su cuerpo cayó al duro suelo con un golpe sordo.

No hubo dolor. Después de todo lo que había vivido, la idea de sentir dolor parecía estar ligada solo a maldiciones Cruciatus, maleficios oscuros, dagas mágicas, etcétera. Tristemente, ser lanzada por los aires parecía una cosa de todos los días. Eleanor no vio el caso en quejarse de un dolor tan pequeño, habiendo conocido tan a fondo lo que es realmente sufrir dolor.

Ella se mantuvo quieta, con los ojos cerrados y su cuerpo cara a cara con el frío suelo.

Sintió la adrenalina desparecer lentamente de su sistema. Aquellas maldiciones comenzaban a surtir efecto. Eleanor hizo un mueca de dolor, pero se rehusó a producir sonido alguno. El aterrizaje contra la pared seguramente le había roto algo. Pero era difícil saberlo con certeza. Lo único de lo que Eleanor estaba segura era de cuanto le dolía seguir consciente.

Sin poder evitarlo, soltó un pequeño gemido cuando sintió unas manos sobre sus hombros.

"Hey. ¿Estás bien?" La voz se le hizo extrañamente conocida.

Eleanor reprimió una sonrisa irónica. ¿Acaso parece que estoy bien?

Todo rastro de gracia se esfumó en cuanto se dio la vuelta.

El muchacho se había arrodillado al lado de ella. Seguramente habría estado dando sus rondas, pues Eleanor asumió que se trataba de un prefecto. Sin embargo, no se molestó en buscar una placa. Se paralizó, había sido tomada por sorpresa. El muchacho tenía el cabello negro y usaba una bufanda de la casa de los leones. Sus lindos ojos estaban detrás de unos lentes redondos. Era increíblemente guapo, incluso con sus cejas fruncidas con preocupación.

Al verlo, Eleanor sintió como si hubiera sido abofeteada.

Se alejó de él tanto como pudo, y soltó un grito antes de perder finalmente la conciencia.