Hola chicas. Este es un pequeño regalo de Navidad. Sedgie, la gran autora de Touch, Confidente's diary, Las flores del mal, nos ha regalado a sus lectoras esta joyita. Se trata de una versión swanqueen del clásico de Dickens, Cuento de Navidad. Son cuatro capítulos. ¿Os imagináis a Regina como el Señor Scrooge? ¡Qué disfrutéis! Ah, se me olvidaba. Va dedicado a todas las chicas del grupo Swanqueen de WhatsApp, especialmente a Lucia, que sé que le encanta este relato.

Introducción

La vida es a veces un cuento de hadas.

Solo a veces.

Para Regina Mills, la vida no es sino una sucesión de días, uno igual al otro: insípidos, lúgubres, sin color ni vida. Sola, sin familia ni amigos, Regina no vivía sino para su trabajo, al que dedicaba casi todas sus fuerzas y su tiempo.

Pero todo ha valido la pena, sus esfuerzos fueron recompensados muchas veces: mejor empresa del año, mejores beneficios, personaje ejemplar del año…Regina acumulaba premios y recompensas.

Sí, Regina era una mujer llena profesionalmente hablando. Pero en su vida personal nada era seguro. Soltera, solitaria y feliz de serlo, consideraba que compartir su vida con alguien era una pérdida de tiempo y de energía…Una energía que podía meter en su empresa.

Y eso se sentía en su vida todos los días: algunos de sus empleados pensaban, y no iban desencaminados, que vivía incluso dentro de su empresa. Locos rumores circulaban sobre ella: mujer amargada y gruñona, se habría convertido en lo que era después de haber sido engañada dos veces por sus anteriores amantes. Al no tener nada ni a nadie en su vida, se habría recluido en su despacho, llevando a sus empleados con mano de hierro.

Y si estos se quedaban a su lado solo era porque, aunque no era amigable, era bastante justa con los que trabajaban honestamente y duro, eran pagados en consecuencia, y de forma suficientemente generosa.

Pero el buen salario tenía una contrapartida bastante amarga: Regina Milla casi no hacía ningún descanso para las fiestas, daba igual qué fiesta, pero sobre todo la Navidad, cosa que no agradaba a sus empleados.

Desde hacía diez años, Regina no daba ningún día a sus empleados para festejar la Navidad. Eran obligados a ir a trabajar hasta el 24 por la tarde y volver el 25 por la mañana. ¿La principal razón de Regina? Su empresa hacía su agosto durante esos días.

Pero sus empleados, desde hacía tres años habían removido cielo y tierra para tener al menos el día de Navidad. Y después de artículos asesinos en la prensa y reportajes pocos gloriosos sobre la "Tío Gillito de la Navidad", habían obtenido lo que querían. Y para la insatisfacción de Regina, tenían el derecho de abandonar sus despachos durante ese día festivo.

De esa manera, Regina se encontraba sistemáticamente sola el 24 de diciembre. En fin…casi. Mientras que todos sus empleados se iban generalmente alrededor de las 14:00, solo una empleada se quedaba, fiel, en su puesto hasta las 17:00.

Esa empleada cerraba las puertas junto con Regina y le deseaba, como todos los años, una Feliz Navidad, a lo que Regina simplemente respondía con una mueca y un gruñido.

Y ese año no marcaba una excepción. Era la víspera de Navidad, eran las 16:50, y como todos los años, desde hacía tres, Emma Swan, empleada de Regina ya desde hacía cinco años, se disponía a dejar el local, ya vacío, de su jefa.

Ella sabía dónde encontrarla, ella estaba ahí a todos los días, a todas horas. La imaginaba tecleando frenéticamente en su ordenador, sin separar los ojos de la pantalla, prestando poca atención a las sucesivas salidas de sus empleados. También esa tarde, ella pasaría la mayor parte del tiempo en su despacho antes de volver a su casa cuando la fatiga se hiciera ya presente. Después, volvería a la mañana siguiente a unas oficinas desiertas, para seguir trabajando mientras sus empleados festejaban felizmente con sus familias.

«¿Miss Mills?»

«Hm…»

«Yo…yo me voy»

Regina desvió la mirada de su pantalla para posarla en el reloj de su izquierda. Cuando constató qué hora era, arqueó una ceja y suspiró dulcemente

«Bien…»

Emma se preguntaba si Regina ya había olvidado su presencia. Nunca se había manifestado ni positiva ni negativamente sobre el hecho de que ella se quedara más tarde que los demás para terminar su trabajo. Nunca se había sentido mal, ya que sabía muy bien que su jefa no era en absoluto persona que tuviera grandes demostraciones afectivas.

Pero como todos los años, Emma intentaría una enésima aproximación a su jefa

«¿Usted…usted se queda?» Ninguna respuesta llegó, pero Emma insistió «¿Miss Mills? Se anuncia una buena nevada esta noche, no debería tardar en marcharse»

Por primera vez desde el comienzo del día, Regina clavó su mirada en la suya, lo que desestabilizó a la joven mujer.

«Gracias por su consideración,….»

«Emma. Emma Swan. Trabajo para usted desde hace cinco años»

«Lo sé» respondió casi ofuscada su jefa. Después volvió a lanzar una ojeada al reloj «Debería entonces marcharse»

«¿Nadie la espera para las fiestas?»

Regina detestaba las preguntas, mucho más las que eran sobre ella, y mucho más las que concernían a su vida privada. Hizo una mueca y Emma supo que había ido demasiado lejos. Cogió su bolso y esbozó una tímida sonrisa.

«Feliz Navidad, Miss Mills» Regina hizo un ruido como si se burlara, lo que llamó la atención de Emma que se giró de nuevo «¿Algún problema?»

«Oh, no, nada…Esa noción creada sobre la Navidad. ¿Y puede decirme qué hay de feliz en ella? Todo no es más que puro comercio y engaños de tres al cuarto. Todo ese dinero gastado en cosas tan fútiles y perecederas. Es estúpido»

«Es muy triste pensar así» suspiró Emma sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

«¿Perdón?»

«No…no, no, nada»

«Perder el tiempo en festejar esa cosa inútil mientras que otros sacan adelante los negocios. Necesitamos gente que tenga un pie en la tierra para ver las cosas»

«A veces no está mal ver las cosas de otra manera»

«No cuando es un engaño»

«Navidad permite a muchos ver la vida de una manera más bonita, al menos durante unos días, cosa que no es un lujo con los tiempos que corren»

Como toda respuesta, Regina reviró los ojos, lo que no gustó a Emma que intentaba, desde hacía cinco años, discernir el misterio que era su jefa. Se arriesgó a dar un paso al interior del despacho, lo que sorprendió a Regina que desorbitó los ojos como si Emma acabara de agredirla tanto verbal como físicamente.

«Es una verdadera pena que no le guste la Navidad. Sin embargo, solo es alegría, esperanza, cantos y bailes. Los abetos, la decoración, los regalos, las risas de los niños y la alegría de los padres…Todo eso forma parte de la magia de la Navidad»

«¡Pamplinas!» refunfuñó Regina volviendo a hundir su nariz en la pantalla, señal de que la conversación para ella había acabado. Emma lo comprendió y suspiró débilmente antes de retroceder. Y apenas mirando a su jefa le volvió a desear una Feliz Navidad, sabiendo muy bien que no obtendría lo mismo como contrapartida.


Ya eran más de las 21:00 cuando Regina decidió que era suficiente por ese día. Apagó su ordenador, hizo su ronda habitual por las oficinas para asegurarse de que todos los ordenadores estuviesen apagados, cada puerta trancada, cada ventana cerrada. Después cogió su bolso, se puso su abrigo, se cubrió con su gruesa bufanda y se enfundó un tupido gorro en su cabeza.

Y como siempre, cuando ponía un pie fuera, hizo una mueca, molesta por esa nieve pegajosa y fría acumulándose en su abrigo, en sus cabellos, mojando su rostro.

Odiaba la Navidad, detestaba el frío, detestaba el invierno. No, nada le gustaba en esas fechas: se hacía noche pronto, de día tarde, hacía frío constantemente, llovía sin cesar, cuando no nevaba, y el súmmum para ella eran las festividades ligadas a la Navidad que se diseminaban por esos días de fin de año.

Se hundió en su bufanda, solo dejando ver sus ojos. Pero parece que aun así no pasaba lo suficientemente discreta o de incognito porque, apenas hubo pasado el umbral del edificio, dos hombres de cierta edad, sonrientes, llamaron su atención

«¡Oh, Miss Mills! ¿Cómo está?»

Bueno, Regina esperaba que si no les contestaba, comprenderían que no eran bienvenidos en su espacio personal. A pesar de la evidente ausencia de ganas de charlar, los dos hombres se colocaron delante de ella para cortarle el camino, cosa que fatalmente pasó

«Miss Mills. ¡Le deseamos felices fiestas de Navidad!»

«Tonterías…» gruñó ella

«Sabemos que en este periodo festivo algunas personas no tienen nada para vivir y nos comprometemos mucho para sacarles una sonrisa»

«¿Y?» dijo la mujer visiblemente molesta

«Usted es una mujer influyente con facilidades financieras y…»

«Dejen de hablar ahora mismo. He trabajado toda mi vida para tener lo que tengo hoy, y sigo luchando para mantenerlo. No voy a dar lo que he ganado con el sudor de mi frente a gente a la que le sería suficiente con moverse para tener lo mismo»

«Pero, Miss Mills…»

«No. Si ustedes desean ayudar a una sociedad decadente y arribista, es problema suyo. No pienso contribuir a ello»

«Pero es Navidad»

«Navidad, el Cuatro de julio o Acción de Gracias, me da igual…No daré un penique a ese tipo de personas. Arriesguen ustedes su propio dinero»

Tras eso, empujó a los dos hombres para hacerse camino entre los dos y aceleró el paso, quitando las ganas a sus asaltantes de seguirla. Los dos hombres se quedaron con la boca abierta antes de girarse el uno hacia el otro

«De todas maneras, ¿qué íbamos a esperar de una mujer como esa?»

«¡Qué desgraciada! Sobre todo en esas fechas navideñas…Acabará por recibir de su propia medicina…»

«¡Qué dios te oiga, amigo, qué Dios te oiga!»


Regina aceleró el paso, la nieve metiéndose por el cuello de su abrigo, como si jugara con su paciencia y sus nervios. Maldiciendo y gruñendo, casi se cae dos veces sobre el helado suelo.

El alivio llegó cuando su casa estuvo a la vista. Atravesó las pesadas puertas de hierro, que produjeron un lúgubre chirrido que hizo eco hasta el fondo de sus entrañas. Caminó por el sendero cubierto de nieve y maldijo una vez más cuando se dio cuenta de que todavía tenía que retirar la nieve de delante de su casa ese fin de semana. Podría contratar a alguien, pero ¿por qué pagar a un tercero cuando podía hacerlo ella misma?

Gruñó una vez más al subir los pocos escalones hasta su umbral. La oscura noche no facilitaba la búsqueda de las llaves en su bolso y cuando finalmente las encontró, estas se le deslizaron entre los dedos y cayeron en la nieve.

«¡Por Dios!»

Se inclinó entonces y hurgó en un montículo blanco y helado antes de, al final, encontrar su llavero. Y cuando se enderezó, se dio de cara con un rostro fantasmal, que parecía atravesar su puerta.

En un primer momento sorprendida, tardó algunos segundos en darse cuenta de lo que tenía delante de los ojos. Y cuando el rostro se contorsionó, repentinamente, de dolor soltando un grito de ultratumba, Regina cayó hacia atrás, su bolso y sus llaves desperdigándose en la nieve. Sacudió la cabeza, intentando recobrar la calma, después se enderezó y miró de nuevo la puerta de la entrada: nada.

Sin duda, la fatiga, la contrariedad de ese periodo festivo seguramente, al menos es lo que pensaba la joven, que suspiró pesadamente antes de levantarse, sacudir su abrigo, coger su bolso y sus llaves.

Cuando entró en su casa, repentinamente fue envuelta en una burbuja que ella consideraba protectora. Nadie había venido a visitarla desde hacía años, prefería con mucho su soledad a invitados que no deseaba. Era una pena porque su casa era grande y tiempo atrás había acogido a su familia, su madre, su hermana con sus grandes fiestas, con sus cotillones y cantos. Pero los tiempos habían cambiado y hoy, volvía a una casa caliente, en la que el silencio planeaba como una mórbida sombra en el que solo sus pasos se escuchaban. Ella se hundía en las pocas estancias que le bastaba para vivir: la cocina, su habitación y el cuarto de baño, abandonando otras diez, convertidas en inútiles y superfluas.

Y como era su costumbre, subió sus interminables escaleras que llevaban al primer piso. Sin una real atención, soltó sus cosas, que cayeron sin cuidado en un sillón, antes de deshacerse de sus zapatos y de colocarse cerca de la chimenea, apenas iluminada. Removió algunos troncos e hizo crepitar de nuevo el fuego que iluminó la estancia con un tono anaranjado.

Se sentó entonces en su ancho y blando sillón, su mirada fija en la chimenea cuyo fuego iba tomando forma y calentando la estancia.

Era tarde, casi las 22:00 en esa víspera de Navidad y el sueño comenzaba, poco a poco, a apoderarse de ella, sus ojos cerrándose lentamente…cuando de repente un ruido metálico se escuchó. Regina entonces se enderezó: ¿sería otra jugada de su imaginación? ¿La fatiga que esa noche era pesada de cargar? Escuchó un nuevo ruido, más fuerte esta vez, después otro, y otro, cada vez más cerca.

Un ruido como un carraspeo, algo que se arrastra, algo pesado, muy pesado…Y de repente, el ruido se detuvo, de forma tan seca como había aparecido.

Regina se quedó mirando, incrédula y con una punzada de miedo, la puerta cerrada de su habitación. Después, de golpe, esta tembló, como si alguien o algo, tocara desde el otro lado. Regina plegó sus rodillas, pasando un brazo alrededor. La empuñadura se movió, pero la puerta no se abrió. Y repentinamente, de nuevo la calma.

Durante largos minutos, nada más…Regina entonces pensó que la fatiga le estaba jugando una muy mala pasada, pero, apenas se estaba relajando, una larga cadena atravesó la puerta y rodeó su sillón, después otra, rozando la chimenea, y otra deslizándose bajo su cama.

Después, repentinamente, una silueta atravesó a su vez la puerta de la habitación, una silueta fantasmagórica, parecida a la que había divisado en la puerta de la entrada. La silueta se acercó y Regina comprendió que las cadenas que se habían deslizado en su habitación provenían de esa cosa, de ese…fantasma. Largos cabellos ondulados como tentáculos, una diadema en forma de maléficos cuernos sobre la cabeza, tez pálida, mejillas hundidas…

Pasó un breve instante antes de que Regina se atreviera a pronunciar una palabra

«¿Qu…quién es usted? ¿Estoy soñando? ¿Estoy muerta?»

«¿Muerta? No…Tú no»

«Pero entonces…»

«¿No me reconoces? ¿Ya soy un pasado acabado y olvidado para ti?»

«¿Q…qué? ¿Nos conocemos?»

La silueta, entonces, voló hasta ella, acercándose mucho más y Regina entrecerró los ojos para distinguirla, ya que su aspecto espectral se fundía con el decorado de alrededor.

«Usted…Tú…No…Es imposible…»

«Sí, soy yo, querida amiga…»

«Mal'…pero…tú…estás muerta, ¿no?»

«¡Exactamente, más muerta que yo…imposible!» soltó con una risa casi diabólica que hizo estremecerse a Regina

«Pero, ¿qué me pasa? ¿Por qué…por qué estás aquí?»

«Era tu socia, hace mucho tiempo, antes de que ese maldito cáncer me atrapara. Teníamos un próspero negocio, ¿verdad?»

«Aún lo es. Tu marcha no me impidió mantener las riendas»

«Oh, lo sé, Regina, siempre has sido así: inquebrantable, inflexible…Pero también dura y severa»

«Tú nunca te quejaste, éramos socias porque compartías mi forma de hacer y ver las cosas»

«Estaba ciega en esa época, ciega y con una sed de poder que me ocultaba todo lo demás»

«Pero, ¿qué estás contando?»

«¿Sabes qué son todas estas cadenas, Regina? ¿Todas estas cadenas que arrastro tras de mí, que me rodean?»

«No, yo…¿tiene que ver con el más allá?»

«No todos tienen la desagradable suerte de verse con ellas. Todas estas cadenas son mis años a tu lado, Regina, años de duro trabajo, de una vida amargada, de estar encerrada entre las cuatro paredes de mi despacho y de mi casa. Abandoné a mi hija, ella me dejó porque mi vida solo estaba jalonada de poder y de ganas de más…Estuve sola, abandonada, como cuando Danielle te aband…»

«¡Stop! No…no tienes el derecho»

«¡No tengo derecho…no tengo derecho!» gritó el fantasma al oído de Regina que volvió a estremecerse «Mira dónde estoy ahora: muerta y enterrada, cubierta de cadenas que representan cada alma que engañé, que traicioné personal o profesionalmente. Y porque me queda una onza de amistad hacia ti es por lo que estoy aquí»

«¿Por qué?»

«Un día, te unirás a mí, y espero no unir mis cadenas a las tuyas. Para mí, es demasiado tarde, pero para ti…te queda una oportunidad»

«¿Una oportunidad?»

«De cambiar, de ver las cosas, las verdaderas. De evitar estas cadenas que me pesan cada vez más y que hacen de mi eternidad un calvario»

«¿Por qué tendría yo esas cadenas? Lo que hago es justo»

«Es lo que crees. Lo que yo también creía. Pero, mira a donde me han llevado tantos años de maldad, de egoísmo, de cólera, de odio hacia los otros…Cierto, es agradable vivir de forma acomodada, pero ¿qué es una vida de 70 años de bienestar al lado de una eternidad arrastrando estas cadenas?»

Regina entonces se tensó y su fantasmal socia se acercó un poco más.

«Estoy aquí para advertirte, Regina, y para ayudarte»

«¿Cómo?»

«Esta noche tendrás la visita de tres espíritus»

«¿Es…espíritus?»

«Serán los encargados de mostrarte lo que es verdaderamente importante. En tus manos queda abrir tu mente y tomar conciencia de la realidad. El primero llegará a las 22:00, después los otros llegarán a cada hora, de forma sucesiva»

«Yo…¿qué debo hacer?»

«Déjalos que te guíen, Regina, tienes todas las cartas en las manos. Y acuérdate…Tres espíritus»

De repente, la visión fantasmagórica, con los rasgos de su socia, desapareció tan rápido como había aparecido, tanto que Regina se preguntó si, al final, no habría soñado toda esa escena.

Se quedó petrificada y perpleja durante algunos minutos, creyendo que los fantasmas iban de nuevo a surgir de las paredes. Cuando estuvo segura de que nada vendría a turbar su noche, se levantó, se puso un pijama de tela abrigada, y se deslizó entre las sábanas. Aunque en su mente, no estaba serena, la fatiga le fue llegando poco a poco. El sueño la atrapó cuando el reloj marcaba las 22:00.