Relatos de un llanto amargo: La perdida de la inocencia, la madurez muy temprana, los golpes violentos de la vida causándote hemorragias irremediables en el corazón. La muerte, la desgracia, la vergüenza. El racismo, la inseguridad, el amor no correspondido. Estos son los relatos de cuatro adolescentes, con vidas muy diferentes, viviendo en carne propia los problemas y la desesperanza. Esta es su historia. Estos son los relatos de un llanto amargo.

Scorpius.

Llueve. Es un día nublado. Un día para quedarte mirando la ventana con un libro, acurrucado en medio de sabanas calientes, observando un roció que se convertirá en lluvia, que pronto será tormenta. Observando. Tomando café. Es un día de esos.

Pero no puedo tener un día de esos en un día como estos. Es por eso que salgo a la calle, llevando mi abrigo cazadora. El viento me revuelve el pelo, me hace derramar unas lágrimas saladas. Con todo lo que he llorado estas últimas semanas… ni si quiera me molesto en sacármelas de las mejillas.

Y camino, sabiendo que no voy a poder quitarme esto de la mente. Y camino, sabiendo que mi vida va a ser un infierno para siempre. Camino, llorando un poco más, llorando un poco menos. Camino pensando en que nunca le dije te quiero. Camino, camino llorando penas y llorando recuerdos, camino conteniendo las ganas de gritarle al mundo lo que siento.

Y sé que debí ponerme medias, y que tal vez la cazadora y una mediocre remera no va a poder protegerme del helado frio de este invierno. Pero tal vez quiera sentir dolor. Tal vez el frio que siento en los pies no es nada comparado con el de mi corazón.

Ya sé dónde voy. Es obvio, mis pies pican y caminan hasta ahí solos sin que yo se los diga. Ahora si me saco las lagrimas de las sonrosadas mejillas. Entro al cementerio, tratando de aparentar calma. El guardia ya me reconoce, y asiente secamente con la cabeza. Trato de hacer lo mismo.

Recorro las tumbas con el corazón acongojado. Todas esas personas muertas, todos esos cuerpos sin alma. Miles de familiares y amigos llorando su muerte. Pero nadie más que nosotros lloramos a mi padre. Porque no fue un hombre de buena ley. Porque no fue un alma digna de recordar.

Cuando veo su tumba, con su precaria foto y su precaria lapida, sonrió al pensar que no fue un hombre de buena ley, pero fue un hombre de un gran corazón. Mi padre, Draco Malfoy, que marcho demasiado temprano para descansar como merecía. Mi padre.

—Te quiero. —Susurró, pero sé que es demasiado tarde para arrepentirme de mis errores. Observo el pasto reseco que crece por encima de su tumba. Tal vez hubiera hecho bien en traerle unas flores. Unas bonitas, rosas rojas. Rosas. Las que le gustaban a él.

Dejo escapar una lágrima, dándome cuenta que estoy solo. No hay nadie más que el viejo guardia y yo, los dos muriéndonos de frio. Muchas personas dicen por aquí que el viejo guardia se queda en este cementerio día y noche porque su esposa murió en este cementerio. Porque la extraña y quiere acompañar hasta a su cuerpo sin vida. Tal vez solo trabaja aquí para pagarse un plato de comida. Quién sabe.

Estoy por irme, cuando me paró en seco. Cuando me doy cuenta de algo fascinante. Creciendo al lado de la lapida de Draco Malfoy, mi padre, hay un ramo de rosas rojas. ¡Cómo no me había dado cuenta! ¡Como había sido tan estúpido!

Me arrodillo en la nieve, y sé que me he mojado todas las rodillas. Pero no me importa, porque solo tengo ojos para esas rosas rojas en medio de la blanca nieve. Las favoritas de mi padre, porque eran las que siempre le regalaba a mi madre. Cada navidad, todos los años, viéndolo colocar una tarjeta en un ramo de rosas especiales para ella. Y ahí están. Y sé que no ha sido mi madre la que las coloco. Pero… ¿Quién?

Estas rosas, de pétalos suaves, que por un momento me han devuelto la alegría. Estas rosas de color rojo, estas rosas rojas que son una bandera indicando un poco de esperanza. Estas rosas que me han devuelto la sonrisa al rostro.

Me levanto, con la cazadora desprendida y los ojos llameantes, Tengo que saber quien ha dejado esto para mi padre. Tengo que saberlo. Quizá, no estoy tan solo en el mundo.

Arranco una rosa antes de despedirme de mi padre con un asentimiento rápido. Volveré a verlo pronto. Y volveré a verlo con respuestas a mis interrogantes.

Cuando llego a casa, recuerdo porque me había ido.

El cálido sentimiento al ver la rosa roja se ha ido al ver la parca figura de mi madre. Sentada en esa mecedora, con los labios cuarteados, con sus ojos sin vida. Suspiró, acercándome a ella con profunda desesperación.

— ¡Mamá! ¿Todavía sigues ahí? —Voy hasta ella, aparentando una sonrisa tranquila. Me mira, pero en realidad no lo está haciendo. —Vamos mamá. Vamos. —Estoy decidido a no dejarla ahí sentada. No más. No va a volver su vida una pesadilla. No va a dejar de vivir por la pérdida de mi padre. La agarro de la cintura, tratando de quitarla de ahí. — ¡Vamos, mamá! ¡Vamos! —Mi madre empieza a llorar, plantándose en la silla con más fuerza. No puedo dejar de gritarle. — ¡Por favor, mamá! ¡Por favor, levántate! ¡Basta!

Pero ella me saca las manos de un empujón, encogiéndose en su silla, echándose a llorar como una niña pequeña. Le miro el rostro que tanto intenta ocultar en medio de sus dos pálidas manos, encogiéndose cada vez más y más en esa silla pequeña. Vuelvo a suspirar. Mi madre no va a volver a ser la de antes. Por lo menos, no hoy.

Hago lo de siempre. Abro las cortinas, agarro la escoba, trato de que ella coopere conmigo. Dejo la rosa en la mesita del rincón y trato de hablarle. De hablarle de lo que sea. De la luz, de la limpieza, de lo que comeremos hoy. No recibo respuesta, pero tampoco esperaba una. Hace mucho tiempo que no lo hago.

El comedor casi siempre tiene el mismo aspecto abandonado. El mismo aspecto desdichado de todos los días. Lo he limpiado siempre, pero no consigo que luzca hermoso. Solo pulcro, sin vida. Como las manos de mi madre.

—Mamá. —Agarró una silla, que cruje contra el piso. La acerco hasta ella, y agarro la florcilla de la mesita. —Mira mamá.

Puedo ver como su cara se ilumina al ver la rosa roja. Se ilumina como una chispa de luz, por que muy pronto desaparece. Y su rostro se congestiona, haciéndome creer que he cometido un grave error. Comienza a llorar cada vez más fuerte, agarrando la rosa con una fuerza que no ha mostrado en semanas, lastimándose con las espinas. Se la saco de un tirón, con dos lágrimas luchando por salir de mis ojos.

— ¡No, mamá! ¡No era para eso! ¡La he encontrado, en el cementerio! —Por un momento puedo ver que su rostro muestra un poco de cordura. — ¿Mamá? Encontré esto en el cementerio. En la tumba de papá. Y no fuiste ni tu ni yo. ¿Crees que alguien haya ido a visitarlo?

Se queda unos segundos mirando la rosa, como si no pudiera creer que estuviera ahí. La mira cada vez con más fuerza, casi como si le doliera que estuviera en nuestro salón. Luego vuelve a encogerse, poco a poco, en su silla, tapándose con sus manos, protegiéndose de la realidad. Suspiro. No va a cooperar con mi búsqueda. No va a cooperar para salir adelante. Como siempre.

Esa noche hago nuestra cena. Hace mucho que intento cocinar lo mejor posible. Hoy hice unos fideos comunes de sémola. Creo que estaban ricos. Los condimente y le puse mucha sal, como le gustaban a mi madre. Pero cuando intento hacerla comer, solo se encierra en sí misma, como siempre hace. Sé que otra vez comeré solo, y que mañana por la mañana comerá un poco de pan duro para calmar sus ansias. Y volverá a sentarse en su endemoniada silla, esperando algo que nunca sucederá. Mi padre nunca aparecerá de nuevo por la puerta. Nunca volverá.

Cuando mi padre murió, mi abuelo me ayudo un poco con nuestro mantenimiento. Luego, poco a poco, desapareció. Dejo de darnos dinero, y de contestar cartas. Como si no le importara su nieto. Como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Es entonces cuando decidí que iba a tener que salir a trabajar. Porque mi madre estaba demasiado devastada como para hacerlo. Conseguí unos trabajos bastantes deprimentes en muchos lugares, pero nunca uno con el que pudiera tener un buen sueldo y sea permanente.

El dinero empezaba a faltarnos cada vez más. Mi abuelo había desaparecido como si del viento estuviéramos hablando, dejándonos solos cuando más importaba su apoyo. Empezaba a creer que íbamos a tener que vender muebles o pertenencias personales para alcanzarnos con los gastos. Cada vez se me hacía más difícil poder mantener todo en orden, porque soy menor de edad y no puedo hacer magia fuera del colegio. En cuanto a mi madre… ella decidió quedarse esperando en esa silla a mi padre, hasta que venga a por ella. A veces pienso que ella se irá con él antes de que yo o cualquiera pueda hacer algo. Todos los días empeora un poco. Todos los días en una maldita lucha para que salga de esa silla.

Fue una tarde de estas terribles vacaciones cuando había salido a visitar a mi padre y me quede un rato en la ciudad. El día estaba tan bonito… intentaba no pensar en lo que haría cuando tuviera que volver a Hogwarts. No podía dejar a mi madre sola, pero dejar la escuela era en lo que menos quería pensar…

La plata muggle que conservaba se me había caído de las manos y el viento se la había llevado. Estaba solo, tenia frio. Había perdido a mi padre y a mi madre al mismo tiempo, sin contar a mi abuelo. Entonces me senté en el borde de la calle, largándome a llorar de a poco y sin prisa. Casi disfrutando el llanto que no había podido darme por intentar ser fuerte. Por mi madre. Por mí.

En eso un hombre salió de una librería. Me invito a pasar, diciéndome que no me haría daño si no yo se lo hacía. Esto me hizo sonreír. Al poco rato vino con café y unas galletitas. Cuando le dije que no me gustaba el café, me dijo que era lo único que tenia. Me sentó e hizo que le contara todo lo que me pasaba. Nunca entenderé por que hizo eso. Por qué sintió pena por mí, porque se compadeció al darme trabajo en esa librería pequeña. Porque, decidió darme un poco de esperanza.

Charles fue el mejor apoyo que tuve en estos meses. Como me había retirado temprano de Hogwarts, dos meses antes por la muerte de mi padre, ni si quiera tenía un amigo con quién charlar de mi desgracia. Él casi fue como un padre para mí. Nunca me pidió una explicación, nunca quiso nada a cambio más que trabajo. Y siempre me pago muy bien. Cuando lloraba por cualquier cosa, cuando se me caían los libros y cuando algunas personas huían asustadas de mí en la tienda, el solo me dedicaba una mirada seria y me decía que descansara un momento. Sin Charles, mi madre y yo hubieran perdido todo. Y lo más importante, nos hubiéramos perdido a nosotros mismos.

Hoy fue Domingo. Fue, por que pronto será de madrugada. No he dormido nada y sé que mañana tendré que trabajar todo el día. Pero no puedo resistirme a quedarme viendo como amanece, como el sol trae luz luego de la oscuridad de la noche. Sonrió y recuerdo como mi padre de vez en cuando también lo hacía. Como de vez en cuando también era muy feliz.

Observo el primer rayo de luz con una sonrisa en el rostro.

Voy al trabajo todos los días en la gastaba bicicleta de mi padre. En parte porque me recuerda a él, en parte porque es un transporte muy cómodo. Solo me cuido de que mi madre no la vea. Ella llora siempre que ve algo que le recuerde a mi padre. Y aunque esa bicicleta solo sea suya de nombre, me niego a darle un motivo por el cual llorar.

Salgó andando lo más rápido que puedo, con mi cazadora y unos jeans presentables. He aprendido a planchar con esa cosa muggle, como también aprendí a lavar la ropa. Soy, para mi vergüenza, un gran amo de la casa. Yo solo cuido de mi madre y de mi mismo. Con dieciséis años soy muy independiente.

Faltan cinco días para la navidad. Cinco. Y luego de ella, una semana para volver a Hogwarts. Me apena pensar que yo no voy a volver. Nunca podre volver a Hogwarts, a mi verdadero hogar. Trato de no caerme de la bici cuando pienso en esto.

Llegó más rápido de lo normal, por lo que me tomo mi tiempo para atar la bicicleta a las rejas. Adentro puedo ver como Charles toma su café con una mirada sería muy intimidatoria. Entro con una sonrisa.

— ¡Hola! —Se que le molesta que grite, más cuando está enfrascado en sus pensamientos. Me mira de mal talante.

—Buenos días, irritante, irritante Scorpius. —Frunzo un poco el seño, pero el casi sonríe. Sé que ha sido con humor. — ¿Qué tal todo?

—Creo que bien. —Me encojo de hombros, sacándome la cazadora. Paso por detrás del mostrador y me sirvo una taza de café. Charles me ha pegado el gusto por esta bebida. — Aunque no sé si llegare a pagar todos los gastos.

— ¿Es demasiado?

—Pues, todos los precios suben. Por suerte, mi madre no es un gran gasto en cuanto a comida. —Trato de bromear con esto, pero me sale en un tono amargo, casi escupido de mi boca. Charles frunce un poco el entrecejo.

— ¿No come nada? —Se que en realidad está preocupado. Siempre lo está por mí.

—Hace lo que puede. Pero cada día empeora más.

Charles está al tanto de toda mi vida. Es con la única persona que pueda hablar de esto, por lo que me viene genial que se la pase escuchándome. Siempre lo hace en ese tono comprensivo, con los parpados medios caídos, como si no me estuviera prestando atención. Pero sé que en realidad si lo hace. Me pone una mano en el hombro, en un gesto protector.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras.

—Gracias, Charles. Pero ya haces mucho por mí.

Le molesta que diga esto, pero lo hemos discutido tantas veces que ni si quiera se fastidia en regañarme. Charles me ha dejado hasta en días de demasiada nieve quedarme con él en su casa. Sé que mi madre estará bien porque siempre le dejo su cama bien preparada y comida de sobra. Aunque en realidad no la necesita, por supuesto.

Pronto llegan los clientes, de los cuales me encargo yo. Este local ha hecho que sienta una gran pasión por todo lo que es un libro. Me he leído en este mes diecisiete, pero es demasiado poco comparado con lo que he leído en total en todo lo que llevo aquí. Hace dos meses que trabajo en la librería, y puedo decir que aprovecho cada día al máximo. Es el único lugar en el que casi me olvido de mis problemas.

Casi.

De un momento a otro, la librería está llena. Y de repente, mientras intento alcanzar un libro que está en un estante demasiado alto, Charles me llama a los gritos. Casi me caigo de la escalera en la que estaba subido.

—Ya voy. —Masculló, y sé que todo el mundo se ha quedado viendo mi casi caída. Bajo con sumo cuidado y la cabeza gacha. Odio llamar la atención.

— ¿Qué tienes? —Le pregunto de mal talante cuando llego hasta donde esta con su cara de sueño, acariciándome el brazo. Me he golpeado en mi resbalón. —Casi me matas del susto.

—Lo sé. —No parece sentirse muy culpable. —Pero necesito que me hagas un favor. ¿Ves esa chica de allá?

En medio de las dos estanterías de la categoría "ROMANCE", una chica de cabello voluminoso de espaldas tiene una pilita de libros entre los brazos.

—Creo que sí.

—Pues quiero que vayas a ayudarla. —Asiento, y casi me dirijo directo a ella cuando me paró en seco. Lo miro con los ojos entrecerrados.

— ¿Por qué no quieres hacerlo tú?

—Oh. —Se mete una mano en el bolsillo, y con la otra sostiene su taza de café. —Es que… es que he pensado que no te vendría mal conocer a personas de tu edad.

— ¿De mi edad? ¿Qué te hace pensar que no tengo amigos?

— ¡Yo no dije eso! —Dice, negando con la cabeza rápidamente ante mi tono enfadado. Me molesta que la gente descubra mi pequeño secreto. Porque… en realidad no tengo ni un amigo con quién conversar más que él. —Solo quiero que vayas a hablar con ella. Un poco. Ayudarla. Nada más.

— ¿Cómo una clienta cualquiera? —Sigo desconfiando de él. Lo único que me falta es que quiera conseguirme una novia. Charles asiente, muy convencido.

—Como una clienta más.

Cuando se aleja con su aire somnoliento, me entra un poco de nerviosismo. No puedo dejar de repetirme que soy un completo estúpido. Pero tiene razón en algo: hace dos meses que no hablo con nadie que no pase los veintiuno. Suspiro, acomodándome la camisa. Solo es una clienta más.

Solo es una clienta más….

—Hola, bienvenida a la tienda. ¿Puedo ayudarte en algo?

Cuando se da vuelta, casi me da un vuelco el corazón.

—Si, por supuesto… —Me queda mirando unos instantes, con sus ojos azules profundamente sorprendidos. — ¿Tu eres…?

—Hola. —No es la mejor forma de presentarme, pero qué más da. —Sí, soy Scorpius Malfoy. ¿Cómo estás… Weasley?

El frio me congela el alma, pero las mejillas se me colorean un poco. Trato de bajar el calor que me ha subido al pecho, trato de sentir la misma frivolidad que he mantenido todos estos años (o aparentado) contra ella. Pero cuando me sonríe amablemente, todo lo que pude haberme esforzado se ha desvanecido.

— ¡Hola, Scorpius! —Su tono nervioso no concuerda con su cara alegre. ¿Scorpius? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? Rose Weasley nunca había sido amable conmigo. Y más de una vez me lo hizo saber. Carraspeo.

—Si, em… ¿Qué necesitas? —No soy bueno hablando, y mucho menos desde que deje Hogwarts dos meses antes de que empiecen las vacaciones de navidad por la muerte de mi padre. Pero con ella… el desprecio me brota de los poros, el desprecio y el continuo sentimiento de hipocresía. Su sonrisa me demuestra su falsedad vacía.

—Oh, creo que ya tengo lo que necesito. —Se pone un mechón de cabello pelirrojo detrás de la oreja. Cabello pelirrojo. Debí haberlo sabido. Pero, ¿Qué me iba a imaginar yo que de todas las personas, esa se iba a aparecer en mi trabajo? — Pero gracias por…

—Genial. —Me pongo las manos en los bolsillos, cortándola de un golpe. Detrás de Weasley, Charles me mira con el ceño fruncido. Anda a saber qué cara debo de estar teniendo en estos momentos. Pero no me importa. Solo quiero alejarme de ella. De ella y de mis recuerdos. —Nos vemos luego.

— ¡Espera, Scorpius! — ¿Hace falta que utilice mi nombre todo el tiempo? Contengo el impulso de decirle que me diga Malfoy. — Tú… —Pestañea, con esos ojos azul cielo que parecen hechos de una parte del cielo. Vuelve a sonreír, y ya no puedo ocultar ningún sentimiento. — ¿Cómo estás?

Apoya una mano pequeña en mi brazo, como una suave caricia a mi ropa. La miro. A ella, a la mano, a mi brazo, a sus malditos hermosos ojos. Y no puedo contenerme más.

— ¿Qué como estoy? —Le escupo, frunciendo el ceño, la nariz, alejándome como un perro herido. — ¿Cómo estoy por la muerte de mi padre? ¿O como estoy pasando estos primeros meses siendo un maldito bastardo?

—Scorpius. —Susurra, poniéndose una mano en el corazón. —Nunca quise decirte nada malo. Solo trate de ser amable contigo…

— ¿Por qué? —Se me congestiona el rostro, negando con la cabeza violentamente. —No necesito tu pena.

—No es pena, —Exclama, frunciendo los labios. Su tono de desesperación es tan creíble… que casi me compra con su escena. —es preocupación, es respeto, es amabilidad. Son buenos modales.

—Oh, ¿Quieres que te aplauda? ¿Qué te felicite por tus buenos modales? Nunca los tuviste conmigo, Rose Weasley. —Digo una palabra tras otra con una frivolidad que no es nada propia en mí. — ¿De repente eres amable, o te has dado cuenta de la mierda que has sido siempre y la culpa te carcome viva de tal manera que intentas remendar las cosas?

Sé que me he pasado, sé que he clavado un puñal tras otro y que por fin su corazón como roca se ha dejado romper. Dos lágrimas me indican que la he lastimado. Pero en ese momento solo la miro fijamente, impertérrito a sus lágrimas. No es nada que ya no haya visto. Hay cosas peores que malas palabras de un extraño. Lo sé muy bien.

—Lamento haberte robado tu tiempo. —Su voz rota hace que un hilito de mi corazón sienta algo de pena por ella. Pero los recuerdos acaban con ese sentimiento. —Iré a apagar las cosas. Gracias por la ayuda.

Derrama las dos cristalinas lágrimas, haciendo un puchero con sus labios carnosos. Si. Rose Weasley siempre ha sido muy hermosa. Ojala pudiera tragar maquillaje y hacerse bella por dentro.

—Me he esforzado en no ayudarte en nada. No me agradezcas algo que no hice.

El último comentario ha sido rayando lo cruel, por lo que me voy de su lado lo más rápido que puedo. La choco en mi intento de huida, haciéndola desparramar los libros que tiene en las manos. Estoy por irme, cuando me doy cuenta que no puedo hacerlo. No puedo convertirme en lo mismo que ella. Yo no soy así. Mi padre no me crio de esa manera.

Me doy la vuelta y levanto todos los libros en una pila ordenada. Se los doy en las manos, cuidado de ni si quiera rozarla. Con las dos lagrimas todavía cayéndole por el rostro, me pregunto si no se las ha sacado para que le tenga lastima. Dejo de pensar en ese detalle cuando se las enjuaga de un manotón y agarra los libros con más fuerza.

—Gracias, Scorpius.

—No me debes nada… Weasley.

Ahora si me voy lentamente de su lado, alejándome de la sección de ROMANCE. Noto la mirada contrariada de Charles del otro lado, observándome fijamente, prestándome una atención innecesaria para que vaya a su lado. Pero por ahora, lo único que quiero es trabajar.

Rose Weasley, como siempre metiéndose en mi vida, embarrando la mierda y convirtiéndola en una gran porquería. Suspiro, agarrando un par de revistas del mostrador con una fuerza exagerada. Rose Weasley ya no me importa en absoluto. No me importa y ya. No es nadie. Solo una mala persona, una mala persona que siempre será una espina más clavada en mi estúpido corazón.

Asiento con la cabeza, decidido. Lo único que me importa en estos momentos, es cómo voy a hacer para pagar el gas.

Lo único que me importa.