Autor: Framba

Título: Destino

Resumen: Camus y Milo coinciden. Ése es el gran reto del destino, unirlos, lo demás entre ellos se da por naturalidad.

Clasificación: A/U, romance.

Pareja: Camus x Milo.

Dedicatoria: a mis "lectores", a la gente que me ha leído desde el pasado y lo sigue haciendo en el presente.

Comentarios adicionales: Digamos que a lo largo del tiempo, por cambio de casa, de computadora, de memorias, etc., he perdido la mayoría de mis primeras historias. Hace poco me topé con ésta en internet y tengo que confesar que Destino es la única historia de mi cursi pasado que no me avergüenza tanto, jaja. Me trajo muchas satisfacciones en su momento y me hizo conocer a personas que siguen siendo vigentes para mí hasta el día de hoy (un crush que he tenido enterrado en el corazón desde siempre nació de esta historia, de hecho).

Así que la compuse un poquitín, ortográficamente hablando, para poderla tener aquí de archivo y recordar aquellas épocas cuando empezaba como ficker. Traté de manosearla lo menos posible para respetar a mi antiguo yo. Esta historia fue publicada bajo mi antiguo nickname: Hakuchou. Espero les guste.

Destino

El largo y sinuoso camino que lleva a tu puerta nunca desaparecerá

He visto ese camino antes

Siempre me trae aquí, me trae a tu puerta

"The Long and Winding Road" – The Beatles

Capítulo I

Camus tomó un pequeño trago a su agua. En su boca el líquido se calentó a pesar de que había dos cristalinos trozos de hielo sobre su vaso, siempre pasaba lo mismo: nunca era lo suficientemente fría para su gusto. Dejó el vaso de nuevo en la mesa y observó por un instante la gente a su alrededor: todos los presentes estaban entretenidos en amenas conversaciones que seguramente eran sobre problemas del trabajo o problemas de casa. Eran las ocho de la noche, la noche que aún era demasiado joven y que apenas salía de su escondite.

Camus observó por algunos segundos el cuaderno que descansaba sobre su mesa. Las hojas estaban en perfecto orden, claro, todas sujetas a un espiral que no les daba mucha libertad y que, desafortunadamente, no estaban muy bien alumbradas porque Camus se había sentado en uno de los rincones de la cálida cafetería y a ese lugar no llegaba mucha luz. Por supuesto que había una lámpara sobre su cabeza, pero no era de mucha ayuda. El cuaderno estaba abierto, sin embargo, en una hoja en la que se podían observar algunas líneas escritas.

La puerta de la cafetería se abrió con el típico sonido tímido de una campanilla. Un nuevo cliente había llegado. Camus tenía la costumbre de voltear a ver a cada persona que llegaba, pero esta vez no volteó, su mirada estaba fija en la hoja casi gris. Sus ojos estaban leyendo las líneas de palabras.

–Disculpa, ¿puedo sentarme?

Camus alzó su cabeza para ver a la persona que había dicho las palabras. Sí, le estaban hablando a él. Observó alrededor de la pequeña pero acogedora cafetería antes de regresar sus ojos al sujeto que le había dirigido la palabra. Era un hombre de cabellos azules y ojos del mismo color, que cargaba un semblante de preocupación.

–Adelante –dijo Camus finalmente, después de una larga pausa.

El sujeto se sentó frente a él y colocó un fólder que cargaba en su mano izquierda sobre la mesa. Después sacó unas hojas del fólder y su mirada aterrizó sobre el cuaderno de Camus.

–¿Puedo…? –preguntó el sujeto y miró la pluma que estaba a lado del cuaderno de Camus. Sin embargo, no esperó una respuesta y tomó la pluma. Después escribió algo sobre las hojas que estaban en el fólder, las cuales contenían dibujos, al menos eso parecían desde donde Camus estaba sentado–. Soy Milo –agregó de repente, no miró a Camus al decirlo.

Camus miró la mano del sujeto mientras escribía algo en cada esquina de las hojas y contestó:

–Camus. – Dudó que lo escuchara, pero sintió que era una falta de educación no contestarle.

El sujeto escribió algo en la última hoja y en movimientos rápidos las acomodó de nuevo dentro del fólder y le devolvió la pluma a Camus.

–Gracias. –Se levantó y en menos de un minuto, la campanilla de la puerta volvió a sonar.

Camus observó el asiento vacío frente a él y después a la gente alrededor. Todos seguían entretenidos en su plática, pensó que era difícil que alguien hubiera notado lo que acababa de pasar o que se hubieran dado cuenta que alguien acababa de salir.

Tomó la pluma que el sujeto había dejado sobre su cuaderno y la observó con detenimiento. Al instante, una idea llegó a su cabeza. Empezó a escribir:

Eran pocas las ocasiones en que algo extraño sucedía en mi vida. Podría decirse que mi vida es tan monótona como el transcurso de la tierra alrededor del sol. No obstante, hoy sucedió algo diferente: no extraordinario, no magnífico, sólo diferente. Alguien entró a mi vida en el más extraño de los escenarios y en el tiempo menos esperado.

Camus siguió escribiendo por algunos minutos. Había estado pensando seriamente en el siguiente capítulo de su novela los pasados días y el párrafo que acababa de escribir era exactamente lo que había estado buscando.

Escribió una hoja completa. Hubiera seguido escribiendo si no hubiera sido por el sonido de la campañilla que le hizo voltear hacia la puerta, y por supuesto, una sonrisa se formó en sus labios al reconocer la figura que se acercaba a él.

Las primeras palabras que Camus escuchó fueron:

–Te marqué dos veces. ¿Para qué te regalé el estúpido teléfono si no vas a usarlo?

–Hola, Afrodita. Buenas noches. ¿Cómo has estado? Y sí, yo también te quiero –contestó Camus divertido.

Afrodita se sentó frente a él.

–En el mundo real a veces las personas quieren comunicarse contigo, Camus, para avisarte cosas como que cambiaron la hora de la exposición a las ocho de la noche, y no a las nueve como estaba planeado. –Afrodita entonces tomó el cuaderno de Camus y lo cerró ferozmente–. Así que nos tenemos que ir –concluyó y colocó el cuaderno de Camus debajo de su brazo.

–¿La exposición era hoy? –preguntó Camus en confusión y algo sorprendido.

–A veces me gustaría que no fueras escritor para que te conectaras con el mundo real más seguido. ¡Claro que es hoy! –Afrodita sacó un billete de su bolsillo y lo dejó en la mesa–. Vámonos. –Tomó la muñeca de Camus y lo hizo levantarse.

o-x-o

Habían llegado a la galería de arte en menos de diez minutos. Estaban en la entrada.

–No sabía que tu amigo fuera tan famoso –comentó Camus mirando alrededor. Había muchísima gente adentro del lugar–. ¿Cuál es su nombre otra vez?

Afrodita tomó del codo a Camus y los dos se escabulleron a través de las personas.

–Aldebarán. Debe de estar por aquí. Además, no es sólo su exposición... son muchos los pintores que están mostrando sus trabajos. –Caminaron hacia una de las esquinas del moderno lugar, donde había una escalera, Afrodita subió tres escalones de dicha escalera para poder localizar a Aldebarán de entre la casi centena de gente.

Camus escuchó la conversación de dos chicas a lado de él.

–Es increíble. Siempre me ha encantado todo lo que pinta, éste es sin duda uno de sus mejores trabajos.

La otra chica le respondió:

–¡Ya viste que firmó con una pluma? Siempre trata de ponerle su sello personal a las obras.

–¿Crees que esté aquí? –preguntó emocionada la primera chica.

–No lo sé. De verdad me gustaría conocerlo, dicen que es guapísimo. –Las dos muchachas se rieron pícaramente.

Camus puso los ojos en blanco con un suspiro.

–¡Camus! –llamó Afrodita desde las escaleras.

Camus volteó y miró a Afrodita caminando ya hacia la otra esquina del lugar. Tardó unos segundos en alcanzarlo.

–¿Encontraste a tu amigo Aldebarán? –preguntó Camus.

–Sí, está ahí –señaló Afrodita con el dedo a la esquina opuesta donde se encontraban.

Caminaron entre más personas y llegaron a otra zona con más gente. De nuevo tuvieron que escabullirse para llegar a una pared donde había cuatro grandes pinturas colgadas.

–¡Aldebarán! –llamó Afrodita en voz alta a un sujeto que estaba a un metro de distancia y que estaba dándoles la espalda.

El sujeto volteó y dijo con alegría:

–¡Afrodita! –El mismo sujeto caminó dos pasos, que fue la distancia necesaria para que Afrodita alcanzara a estrecharle la mano y después le dio un ligero abrazo.

Camus se sorprendió de la estatura del sujeto, de lejos no se veía… tan grande, pero ahora que lo tenía frente a él, se sintió intimidado de repente.

–Hola, monstruo –dijo Afrodita con cariño y Camus trató de no reír al vocativo tan singular y más que nada verdadero.

–Hola, niña –respondió Aldebarán con el mismo tono juguetón y esta vez Camus no pudo evitar sonreír, él sabía lo mucho que a Afrodita le molestaba que lo compararan con cualquier cosa femenina, pero bueno, las facciones de Afrodita no eran exactamente las más masculinas del planeta Tierra–. Me da tanto gusto que estés aquí. Tenía tanto tiempo de no ver tu cara delicada y risueña.

Camus entendió en ese momento que los dos eran muy buenos amigos.

–No me iba a perder la exposición de tus garabatos que te gusta creer que son arte –respondió Afrodita y tenía una gran sonrisa en su rostro. Era evidente que estaba orgulloso de su amigo aunque dijera lo contrario–. Es más, traje a un amigo mío a que apreciara tu pseudo arte. –Fue entonces cuando Afrodita volteó a ver a Camus, quien había estado observando la conversación entre ambos amigos a un paso de distancia–. Él es mi gran amigo Camus. –Afrodita llevó su mano al codo de Camus de nuevo–. Es un gran escritor también.

Camus sonrió levemente y extendió su mano.

–Mucho gusto –saludó Camus.

Aldebarán tomó su mano y jaló el cuerpo de Camus para darle un gran abrazo de oso.

–Al fin conozco al famoso amigo de Afrodita que es escritor. –Aldebarán se separó de Camus con una sonrisa también–. No sabes todo lo que esta niña me ha contado de ti.

–Espero que cosas buenas porque sé lo chismosa que puede llegar a ser –contestó Camus.

–Punto número uno, sólo he hablado cosas buenas de ti –Afrodita intervino en la conversación–: y punto número dos, si alguno de ustedes vuelve a referirse a mi persona con algo relacionado al sexo femenino, temo informarles que aquí va a correr mucha sangre, y la verdad es que no quiero salpicar de rojo las pinturas que ya están terminadas.

–Me encanta cuando te enojas, nena. –Aldebarán frotó el cabello de Afrodita–. Nadie quiere más a la niña con lunar sexy que yo.

–Hay gente decente en este lugar, sólo por eso no te doy lo que mereces. –Afrodita le advirtió y cruzó sus brazos en señal de enojo.

–Está bien, está bien. No diré nada más. Sabes que te quiero. –Aldebarán tomó los brazos de Afrodita y los descruzó–. Es más, como muestra de mi cariño voy a llevarte en este momento con él.

Las facciones de Afrodita cambiaron inmediatamente.

–¿En serio está aquí? –preguntó Afrodita con sorpresa, su supuesto enojo se evaporó a la velocidad de la luz–. No me digas que voy a conocerlo.

Así que ya estaba aquí. Camus suspiró de nuevo porque Afrodita llevaba semanas contándole sobre este artista que iba a asistir a la exposición y que era extremadamente bueno y que pintaba como los dioses y que tenía todo el talento del mundo y que… en fin, en pocas palabras era el ídolo de Afrodita, quien estaba estudiando arte y que por supuesto estaba emocionado porque conocería al fin al tan dichoso pintor que por obra del destino era amigo de Aldebarán.

Hoy habían venido para ver el trabajo de Aldebarán, por supuesto, pero también para conocer al talentoso pintor.

–Está por acá. Vamos –Aldebarán le aseguró y empezó a caminar.

Afrodita le sonrió a Camus y caminó detrás de Aldebarán. Camus no podía negar que en el fondo estaba feliz de que Afrodita estuviera tan… entusiasmado, como niña chiquita –niño– Camus quiso decir, por este encuentro.

–Ni siquiera he visto sus pinturas –comentó Afrodita de repente.

Aldebarán se detuvo.

–¿No? Pues, mira, son justamente ésas. – Aldebarán señaló la pared que tenían a la izquierda.

Se acercaron a las pinturas, que Camus reconoció como las pinturas que las chicas de hace unos momentos habían estado discutiendo.

–Mira, puso su firma con pluma –dijo Afrodita atónito. Las chicas también habían hecho el mismo comentario con la misma intriga.

Se quedaron unos momentos más observando las pinturas. Camus miró alrededor, perdió interés en las pinturas rápidamente. Nunca supo por qué la gente se quedaba viendo una pintura tanto tiempo, no era como si de repente los colores o las formas de las obras cambiaran…

–Ven, es hora de que lo conozcas –dijo Aldebarán y de nuevo reanudaron la caminata.

o-x-o

–Vengan por acá –dijo Aldebarán después de unos minutos de recorrer el lugar.

Camus miró más allá de Aldebarán, buscando a un señor mayor y de lentes con una gran copa de vino en la mano, porque así era como Camus se imaginaba al pintor del que Afrodita tanto le había hablado.

Dos hombres se atravesaron entre Afrodita y Camus, y éste último se quedó unos pasos más atrás. Cuando alcanzó a Afrodita y a Aldebarán, este último estaba saludando de mano a otro joven que les estaba dando la espalda, quizá también era su amigo.

Camus, al no ver por ningún lado al viejo con la copa de vino, comentó:

–¿Tu amigo el pintor es tan magnífico que no puede estar entre nosotros los mortales? –comentó Camus fastidiado al colocarse a un lado de Afrodita, estaba cansado de estar dando vueltas por toda la galería–. De seguro va a mandar a alguno de sus sirvientes a que nos atienda.

Afrodita miró a Camus con llamas en los ojos y Aldebarán limpió su garganta, después retomó:

–Él es Afrodita, mi buen amigo que te dije que estaba estudiando arte.

–Hola –dijo Afrodita con voz temblorosa, una vez que despegó la mirada asesina de Camus.

–Hola, un placer conocerte. Soy…"

–Milo – interrumpió Camus, sus ojos habían por fin enfocado al amigo y sus oídos de inmediato reconocieron esa voz. El tipo de la cafetería era el que tenían enfrente. Camus abrió los ojos en sorpresa, así que este Milo era el mismo Milo que Afrodita había mencionado tanto las pasadas dos semanas y que también… le había pedido a Camus su pluma para firmar… las obras que estaban exhibiéndose en la esquina de la escalera.

–Sí. Soy Milo. –Milo terminó de estrechar la mano de Afrodita con una sonrisa y después estiró su mano hacia Camus–. Y si no mal recuerdo tú eres… ¿Camus, cierto?

Aldebarán y Afrodita se miraron con confusión.

Camus estiró su mano y estrechó la del pintor.

…sintió escalofríos.