¡Hola!
Aquí está el primer capítulo de esta locura. Estas cosas salen por aceptar retos imposibles jejejeje¿en qué hora acepté el reto de mi amiga Carly en los Story Weavers? Antes de nada, me excuso, no soy una pervertida jejeje, aunque últimamente escriba cosas raras (son los retos en los que me meto, tengo miedo de lo que me tocará en el reto por parejas ¡dios!) Como me iba a quedar muy largo, lo dividiré en tres capítulos (uno por cada personaje que se una a la fiesta jejejeje)
Por eso, antes de seguir leyendo advierto:
Este ff es fuerte, contiene incesto, slash y femslash (no se hasta que punto pero lo tendrá), así que si crees que vas a salir traumatizado, no lo leas, no quiero ser responsable.
Si por el contrario, lo lees y te gusta, los reviews son siempre bienvenidos. Es divertido escribir algo que nunca habrías escrito si no te lo hubieran propuesto
Por lo demás, el cuarteto del reto era Lucius/Snape/Bellatrix/Narcisa así que…¡agarraos que vienen curvas! Además, acepté la sugerencia de Joanne de hacerlo desde el POV de Bellatrix (o sea, en primera persona) y es realmente divertido XDDDDD. Y el título… no digo nada… es la traducción de su título real en español (si sois un poco avispados lo pillaréis al vuelo ;-D si no, lo aclaro en el siguiente capítulo jejeje)
Disclaimer: los personajes son todos de JK y WB así que, desgraciadamente, no gano nada con esto (ojalá lo ganara jejeje)
Y bueno, a los que me leen habitualmente: no, no me estoy convirtiendo en escritora de relatos eróticos ¬¬ (XDDDDDDDD)
NARCISA
Me gusta matar. Y no solo me gusta, me excita en todos los sentidos. La primera vez creí que se debía a la tensión acumulada en mi cuerpo, a la adrenalina desatada por ver como era capaz de matar con sólo pronunciar dos simples palabras, de ver los ojos de mi víctima suplicando y saber que tenía su vida en mis manos. No hay ninguna sensación comparable con eso, ese momento de supremacía y poder es como un orgasmo psicológico. Y eso es algo que he conseguido confirmar a lo largo de muchos asesinatos. La primera vez, como la primera vez en todo, fue la más intensa, por eso de la curiosidad de lo desconocido, pero como en todo, la práctica hace al experto, y yo soy una experta torturando y matando y se manejar ese momento para mi propio disfrute.
Ahora, después de muchos años, me divierte recordar como fue aquella primera vez. A veces me río de mi misma pensando en que debería haber hecho esto o haber dicho lo otro, con el tiempo he aprendido que es mucho mejor dejarse llevar por los impulsos, lo hacen todo menos monótono. Aunque en aquella primera vez ya demostré con creces a lo que aspiraba y quizás también me dejé llevar por demasiados impulsos…
Yo tenía entonces veinte años y era la noche de mi prueba de lealtad como ingreso en los mortífagos. No fui la única, aquel día también era la iniciación de dos antiguos compañeros de colegio; Severus Snape y Rabastan Lestrange. Me habría gustado no tener que compartir protagonismo con ellos en aquel día tan especial, pero de todas formas, destaqué por méritos propios así que, supongo que eso es lo único que contaba para mí.
No íbamos acompañados por nadie más, sólo nosotros, los aspirantes. Formaba parte de la demostración de valor y lealtad, además de una medida de seguridad, en el caso de que la misión saliera mal, ningún mortífago oficial se vería implicado, asumiendo nosotros mismos las consecuencias. Pero nada iba a salir mal, no al menos por mi parte, de eso estaba segura.
Llegamos a la casa de nuestras víctimas. A la vez nos colocamos las máscaras y entramos por la puerta trasera que daba al jardín. Todo estaba oscuro. Seguramente dormirían, lo cual me resultó ligeramente molesto. No sería divertido si no oponían resistencia. Esta vez, los elegidos eran una familia de sangres sucia; un auror, su esposa y el hijo de ambos.
– Dejadme a mí al padre.- dije notando la impaciencia en mi interior. Quería llevarme el mayor de los méritos, la víctima más difícil.
Subimos las escaleras y llegamos a los dormitorios. Fuimos abriendo las puertas para averiguar donde se encontraban. Rabastan encontró la habitación del hijo, y nos hizo una señal de que continuáramos nosotros. Para mi gran decepción, en el dormitorio principal sólo estaba la mujer. Dejé allí a Snape y busqué desesperadamente al hombre. Sentía tal cúmulo de sensaciones agolpadas que si no encontraba a nadie a quien matar, explotaría. Era lógico, llevaba años esperando ese momento.
Recorrí la casa entera hasta llegar al sótano, una débil luz se escurría por las rendijas de la puerta. Sonreí. Pero ya estaba demasiado impaciente como para pensar lo que hacer, así que abrí la puerta de golpe y el hombre, sentado en un sillón, se giró bruscamente al oír la risa que salió involuntariamente de mi interior. Un cosquilleo me recorría el cuerpo, notaba como me palpitaba todo y sentía cada vez más y más calor. La varita temblaba en mi mano, pero no por miedo o indecisión, sino de ganas contenidas.
El hombre trató de levantarse, pero no le dejé. Con un movimiento de varita hice que cayera al suelo sin que consiguiera coger su propia varita. Avancé rápidamente y coloqué un pie sobre su mano, descargando todo mi peso sobre él. La otra mano palpaba inútilmente el suelo. Volví a reír y paré aquel patético gesto con un Cruciatus.
Era la primera vez que usaba esa maldición. Con el tiempo llegué a preferirla al Avada Kedavra, es más reconfortante porque si la dominas bien, puedes hacer morir de dolor. Mientras el hombre sufría el dolor de mi maldición, aún tuvo tiempo de darse cuenta que era un pie de mujer el que le hacía añicos la mano.
– ¿Una mujer!- consiguió decir el hombre.
– Sí, vas a tener el privilegio de morir a manos de la primera mujer mortífaga. ¿No es excitante? A mí, al menos, me lo parece.- dije siendo totalmente sincera.
Estaba diciendo la verdad. Al ver al hombre sufrir por el dolor que yo le estaba provocando, su piel sudando por el vano intento de luchar y sus ojos suplicantes identifiqué la sensación que tuve al entrar a la habitación. Estaba excitadísima, y me pareció muy gracioso. Entonces oí pasos a mis espaldas. Sin dejar de apuntar con la varita, miré por encima de mi hombro. No lo podía reconocer con la máscara y la túnica, pero supe que ya habían terminado su trabajo y que no debía demorarme más. ¡Qué rabia! Lo estaba disfrutando tanto…
Así que encadené la maldición asesina al Cruciatus, sin darle un segundo de respiro a mi víctima. Qué fácil era. Me giré hacia mi compañero, que esperaba en el umbral de la puerta, acercándome lentamente. En ese momento me daba igual si se trataba de Snape o Rabastan, lo único que importaba era que era un hombre y que la escenita me había puesto muy caliente. Me rocé un poco contra él, como una gatita cariñosa y luego llevé mi mano a su entrepierna sin que le diera tiempo a reaccionar. La sola imagen de mi compañero con la túnica y la máscara de mortífago y el saber que él también acababa de matar a un hombre, aunque seguramente de forma más apresurada que yo, sólo aceleraba mis ansias. Lo tomé del pecho y lo empujé hasta el sillón que ocupaba mi víctima cuando llegué. Me senté a horcajadas sobre él, subiéndome la túnica hasta la mitad del muslo. Arranqué mi máscara y la tiré al suelo, inclinándome sobre su cuello, besándolo. Ambos llevábamos impregnado el imperceptible olor de la muerte, pero para mí era como una especie de hormona que te incita sexualmente. Sin mirarle, me deshice de su máscara, tampoco miré al besarle en los labios para introducir mi lengua en su boca de forma violenta. Me correspondió de igual manera. Tal vez no fuera yo la única que estaba excitada aquella noche.
La voz de Rabastan nos interrumpió. Por eliminación, el que estaba sentado en el sillón era Snape.
– ¿Qué estáis haciendo? No es momento para tonterías. ¡Tenemos que irnos ya!-dijo Rabastan.
Comprendí a qué se refería. A través de una de las ventanas altas del sótano se podía ver un resplandor verdoso. Seguramente Rabastan habría conjurado la Marca Tenebrosa y no tardarían en acudir los aurores. Por un momento pensé en desobedecer, no podía esperar a que llegara la próxima misión, pero no eran las órdenes de Rabastan las que desobedecería si me quedaba, sino las órdenes de mi Señor, y yo quería que se llevara una buena impresión de mí en mi iniciación.
Minutos después estábamos de vuelta en el lugar habitual de reunión de los mortífagos, una enorme mansión hechizada para ser ilocalizable. Fuimos recibidos con una ovación, y entonces, comenzó la fiesta.
Puede parecer raro, pero sí, los mortífagos hacemos fiestas. Como todo el mundo, celebramos las cosas cuando salen bien, y en aquel caso concreto, había una razón mayor; la misión había salido bien y además significaba la confirmación de tres nuevos mortífagos. En seguida comenzó a correr el alcohol y algunas pociones prohibidas. Era inevitable que te acosaran con preguntas, o que te comenzaran a contar historias de misiones pasadas. Yo atendía a todo el que se acercaba a mí, no quería ser una homenajeada descortés, pero era inevitable que buscara a Rodolphus con la mirada. Poco después de llegar, mi prometido se acercó a darme la enhorabuena, pero en seguida se alejó a conversar con Rabastan. Me fastidió mucho, aún seguía muy excitada y esperaba que me acompañara a alguno de los dormitorios de la mansión. Estaba enfadada. Ni siquiera me importó que Rabastan pudiera contarle que nos había visto a Snape y a mí enrollándonos, si Rodolphus no estaba disponible cuando lo necesitaba, no tendría problemas en buscarme otro. De todas formas, ya no me hacía falta Rodolphus para nada, ya era mortífaga oficial y eso era lo único que yo buscaba de él.
Una voz femenina hizo que apartara mi malhumorada vista de Rodolphus. Era Narcisa. Me quedé sorprendida un instante. ¿Qué hacía allí Narcisa? Ella pareció entender mi confusión y me lo aclaró.
– No podía perderme la fiesta de tu iniciación. Lucius me lo comentó y le insistí en que me trajera. No le hacía mucha gracia, pero tuvo que aceptarlo, eres mi hermana.- dijo Narcisa, luego añadió en voz baja y con voz picarona.- No quería que viniera porque dice que causaría una revolución entre tantos hombres pervertidos faltos de mujeres.
Tuve que reírme por aquello. ¿Hombres pervertidos faltos de mujeres¿dónde están cuando los necesito?
– Yo creo que tiene razón. ¿No has visto los ojos lujuriosos con los que te miran los de allí?- dije yo, bromeando, sin ni siquiera darme cuenta de si donde había señalado había algún grupo y menos aún si miraban lujuriosamente.
– Ay, Bella, no me digas eso, que me pongo colorada. Pero tienes razón… ¡Por Merlín! Nunca imaginé que Snape me mirara con ojos lujuriosos.- dijo Narcisa con tono escandalizado.
En seguida giré la vista hacia donde Narcisa miraba. Era cierto. Pero podía asegurar que Snape no miraba a Narcisa sino a mi, claro que, ella no tenía ni idea de lo ocurrido un rato antes.
– Apuesto a que somos la fantasía sexual de muchos hombres, dos Blacks, juntas… Ni en sus mejores sueños…- dije yo.
– ¡Bella! No me digas esas cosas.
– ¡Es la verdad! Ya verás.- dije acercándome a ella, casi rozando sus labios, enredando una mano en su pelo para atraerla hacia mi.
No tenía intención de besarla ni mucho menos, sólo quería provocar a Snape ya que parecía haberse quedado con ganas de continuar, pero el aliento cálido de Narcisa sobre mis labios casi me hace perder el control. Me separé bruscamente de ella, antes de hacer algo equivocado. Mi hermana me miraba desconcertada. Traté de tranquilizarle con una sonrisa y un débil "shhh". Mirando de reojo hacia Snape, hice un guiño a Narcisa, en señal de que me siguiera el juego. La tomé de la mano, y nos dirigimos hacia las escaleras que conducían a los dormitorios, descaradamente lancé una mirada incitadora por encima de mi hombro.
– ¡Bella¿a qué juegas? Lucius y Rodolphus están aquí, van a pensar cosas raras.-dijo Narcisa con voz asustada.
– Cállate. ¿No ves que es solo una broma?- dije apretándole aún más la mano.
Con gesto resignado, Narcisa se limitó a seguirme hasta la zona de los dormitorios, lanzando de vez en cuando miradas temerosas por encima de su hombro, mientras yo hacía lo mismo, salvo que en mi rostro había una calculada sonrisa traviesa.
Sin dudarlo, la conduje dentro de uno de los dormitorios de invitados de la planta superior, dejando la puerta ligeramente entornada a propósito. Nadie, excepto el interesado, iba a seguirnos hasta allí. Desde la parte superior de la escalera, yo había comprobado que Rodolphus seguía hablando con Rabastan, y Lucius… pues no me había dado tiempo a buscarlo con la mirada, pero seguramente estuviese entretenido también. Todos parecían estar pasándoselo bien, y el murmullo y las risas que se oían en el primer piso así lo confirmaban.
Entonces giré mi vista hacia Narcisa. Estaba en medio de la habitación mirándome con incomprensión. En sus ojos había ese halo de inocencia que aún conservaba. Era algo que me chocó en ese momento y nunca me había parado a analizar.
Ser inocente no era un rasgo Black. Yo nunca lo fui. Regulus, tampoco, ni siquiera Sirius y Andrómeda con sus estúpidos ideales lo eran. No podía achacarlo a su juventud, a pesar de que Narcisa apenas hubiera cumplido los dieciocho años, yo a su edad no era ni mucho menos inocente. Quizás se debiera a su condición de hermana menor consentida y su infancia sobreprotegida.
Me acerqué a ella, que seguía mirándome fijamente. En mi mirada, un claro gesto de compasión. Para otros, la inocencia puede ser una virtud, pero para mi es un defecto.
– ¿Por qué me miras así?- dijo Narcisa con voz asustada, cuando llegué a estar frente a ella. Una caricia lastimosa sobre su suave mejilla.
– Te queda mucho por aprender de la vida y me da lástima de ti al pensar que lo que encuentres sea demasiado duro.- dije rozando mi mano de nuevo en su mejilla.
– Vaya, habló la gran experimentada que es dos años mayor que yo.- dijo Narcisa, apartando mi mano de su cara, con claro tono sarcástico.
– Por favor, no te compares conmigo. Estás muy lejos de ser como yo.
Me acerqué un poco más hacia ella. Sus delicados cabellos rubios, su aroma, su piel blanca y sus ojos de niña… Me hacía sentir unas ganas urgentes de despertarla y llevarla al mundo real. No por maldad, sino como un favor hacia ella.
– ¿Se puede saber para qué me has traído aquí?- dijo Narcisa, incomodada por mi proximidad.
– Para jugar.- dije yo, enredando mis dedos de forma cuidadosa con un mechón de pelo que le caía delante de la oreja. Sonreí mientras miraba de reojo la puerta entreabierta. Sólo era cuestión de tiempo…
Narcisa estaba paralizada por mis palabras, cosa que agradecí, porque de lo contrario habría tenido que retenerla a la fuerza para que no huyera de la habitación.
– Creía que habías dicho que era una broma.- dijo Narcisa con los ojos muy abiertos por la sorpresa, pero sin reaccionar a mis caricias sobre su pelo.
– Lo es.
– ¡No te entiendo! No se qué es lo que te propones ni qué tengo yo que ver en todo esto.- dijo Narcisa, su piel más pálida de lo normal, sus labios apetitosos abiertos en una mueca de disgusto. Verla en tal estado de confusión era casi irresistible.
– Eres demasiado inocente… pero afortunadamente, es algo que tiene solución.- dije yo, deslizando mi mano desde su pelo hasta su nuca, asiéndola firmemente.
Era extraño que segundos antes, en pleno salón de fiestas, cuando estuve a punto de besarla, pensara que era algo equivocado. Sólo había sido una provocación hacia Snape para satisfacer mis deseos sexuales, en ningún momento había pensado en involucrar a Narcisa en eso, pero los acontecimientos se habían sucedido de esta forma y, a decir verdad, no aparentaba ser una mala opción. Mi mente iba a mil revoluciones en un pervertido plan imaginario. Narcisa solo había sido un cebo para atraer a Snape, pero de repente se había convertido en parte del juego. Y esa idea perversa… sólo había conseguido aumentar mi excitación.
La atraje hacia mí y la besé en los labios. Su boca estaba apretada de tal forma que mi lengua chocaba contra sus dientes, impidiéndome el paso. En un gesto brusco, tomé su mano y la llevé a mi entrepierna bajo el vestido para que notara la humedad que me estaba consumiendo. Apartó su mano rápidamente, alejándome de ella con un empujón.
– ¡Bella, estás enferma!- dijo limpiándose con asco los labios mojados por mi saliva.
Yo sólo podía reír.
– No sabes lo excitante que es matar a alguien.- dije saboreando mis labios con la lengua.
Con un gesto airado, Narcisa se alejó unos pasos hacia la puerta, pero tuve tiempo de retenerla antes de que se fuera. Me miró con las pupilas dilatadas por el miedo y la indignación. Supe que con aquello, había caído una primera capa de ingenuidad, y me felicité por ello.
– Si estás caliente ve a por Rodolphus, seguro que estará complacido de ayudarte en eso.- escupió Narcisa.
– Rodolphus no entra en mis planes hoy.- dije yo con gesto travieso, mirando mis uñas.
Narcisa me miraba ahora con cara de extrema sorpresa. Deduje que mi afirmación le había chocado demasiado. Pobre Narcisa… tan inocente que aún cree en el amor y la fidelidad.
– Pero ¡es tu prometido! No me estarás insinuando que tu…
– Por lo que veo, intuyo que nunca le has sido infiel a Lucius.- dije yo con una risa casi histérica.
– ¡No! Es mi prometido, jamás haría eso, ni tú tampoco deberías hacerlo.- dijo Narcisa claramente escandalizada.
– ¡Despierta¿crees que Lucius te es fiel? No me hagas reír, por favor, Rodolphus me ha contado sus peripecias, no sólo con mujeres, con hombres también, las fiestas mortífagas… Creía que sabías a qué se refería Lucius cuando te dijo que había muchos hombres pervertidos faltos de mujeres aquí.
Narcisa se llevó una mano al pecho. Su labio inferior temblaba y sus ojos se empañaban de lágrimas. Yo sabía que con cada palabra había ido rompiendo en trozos su inocencia. Lo hacía por su bien.
– Estás mintiendo, lo se.- dijo Narcisa entre sollozos, incapaz de aceptar la cruda realidad.
– No te mentiría para hacerte llorar. Es la verdad.- dije yo, abrazándola de forma cariñosa, intentando reconfortarla con ese acto por la dureza de mis palabras.
Narcisa estaba demasiado traumatizada como para rechazarme, y se puso a llorar sobre mi hombro.
– ¿Y no te importa que Rodolphus también… en esas fiestas…?- dijo Narcisa, como si con esa frase intentara devolverme el dolor que yo le había causado.
– Me da igual lo que haga Rodolphus mientras me satisfaga cuando lo necesito. Sólo es sexo y no hay que ser egoísta con el placer.
– ¡El sexo es amor!- dijo Narcisa.
– ¡El amor no existe, Narcisa!- dije yo, apartándola de mi hombro y colocándola frente a mi, como si mi mirada hiciera que comprendiese de una vez esas palabras.
Hubo un instante en que se quedó callada. Las lágrimas resbalando sobre sus mejillas. Tal vez estuviera analizando si amaba a Lucius. Deseé que no fuera así ya que la decepción sería aún mayor si llegaba a esa conclusión.
Entonces, sin esperarlo, fue ella quien me besó a mí. Sus labios, salados por las lágrimas, tomaron a los míos con pasión. Su lengua entró en mi boca sin resistencia y le dejé que se desquitara conmigo, la dejé que por una vez en su vida tuviera el control de algo. Sus dedos se entrelazaban con mi largo cabello y yo, la dejé que me utilizara como quisiera, no quería asustarla tomando ninguna iniciativa.
Probablemente, esos segundos de reflexión la habían llevado a la realidad de que Lucius no la amaba. Notaba en sus besos el sabor de la venganza, pero me daba igual, yo no estaba en condiciones de exigir sentimientos en ese momento. Yo estaba excitadísima y Narcisa, resentida, no había ningún problema en aceptarlo.
Me sentí complacida de haber sido yo la que retirara de Narcisa el tupido velo de la ingenuidad, e intuía que una nueva Narcisa había nacido. Una Narcisa que trataría de recuperar el tiempo perdido. Y yo lo veía bien. ¿Cómo no iba a verlo bien si eran sus manos las que se deshacían de mi vestido y acariciaban mis pechos? No era justo que Lucius, casi diez años mayor que ella, arrastrara a sus espaldas años de experiencia y numerosas conquistas mientras que ella, hermosa como nadie, echaba a perder su gran potencial con un papel de inocente y virginal prometida.
Sus besos cada vez eran más fogosos, recorrían mi cuello para luego volver a mis labios, hinchados por sus mordiscos y sus besos desenfrenados. Acaricié la piel de su escote, suave y ligeramente húmeda y cálida, tal vez por la excitación o por la rabia, me daba igual. Deshice los primeros botones de su elegante vestido, facilitándome el acceso hacia su pecho. Ya me había cansado de permanecer pasiva, no era algo a lo que estuviera acostumbrada. Recorrí con la lengua su escote hasta llegar a su pecho, liberándolo del sujetador y besándolo, notándolo endurecerse bajo mis labios. Sus manos enredadas en mi pelo, me atraían más hacia ellos. Un débil gemido escapó de sus labios cuando tracé delicados círculos con mi lengua alrededor de su pezón sonrosado y duro. Una de sus manos, recorriendo mi contorno, elevó la tela del vestido y acarició mis muslos.
No sabía en quien pensaba Narcisa mientras todo aquello ocurría. Tal vez estuviera pensando en Lucius, imaginando que la amaba sólo a ella, o quizás estuviera pensando en otra persona, alguien a quien siempre deseó y nunca, hasta ese momento, habría pensado que era posible tener. Ahora era libre y podía tener a quien quisiera. Pero a mi, no me importaba en quien pensara, tal vez incluso fuera en mi, lo que me importaba era que fuese quien fuese quien ocupaba las fantasías de Narcisa, yo era la que lo estaba disfrutando.
Mi vestido había desaparecido, y su mano se deslizaba entre mis muslos, para notar de nuevo la humedad de mi ropa interior. Un mordisco en su pezón y un gemido de su boca.
Unos irónicos aplausos desde el umbral de la puerta.
– Nunca creí que llegaría a ver esto algún día.
La puerta fue cerrada a conciencia, lentamente. Narcisa y yo nos separamos de repente al oír al intruso. En el rostro de mi hermana, una mirada confusa y culpable, pero en el mío, una sonrisa maliciosa mientras me mordía el labio inferior en un gesto insinuante.
Ohhhhh XDDDDDDD ya estoy esperando los howlers jijiji.
Espero no haberos traumatizado mucho (seguro que si ¬¬) y una vez más "¡yo no soy responsable de mis actos! Bella me obligó a aceptar el reto"
Besitos y please, dejadme reviews que me hacen ilu
