Disclaimer:
Severus no nos pertenece (si nos perteneciera no le hubiéramos hecho sufrir tanto, pobrecillo…) y el resto de personajes, tampoco. Son de una señora inglesa que se ha hecho rica maltratándoles…
Nota de historia:
Este fic es un regalo de cumpleaños para Amia Snape, que cierto murcielaguillo nos dijo que era hoy. Esperamos que tenga todos los ingredientes necesarios para que te resulte un plato satisfactoriamente sabroso ;)
¡Muchas felicidades, guapa!
Nota de autoras:
Esta es nuestra primera nota de autoras de esta historia, ¡y encima conjunta! XD
Antes que nada debemos agradecer a Amia la inspiración para este, nuestro segundo fic.
Parecía que ninguna idea llegaba a cuajar desde que acabamos de repasar y publicar Desmontando... (Esto lo digo yo, Snape's Snake, ya que si habéis seguido conectados este tiempo os habréis podido dar cuenta de que ItrustSeverus está prolífica, jeje !), pero, por suerte, Amia nos dio una idea que esperamos sea de vuestro agrado.
Nuestra intención, como siempre, era hacer un one-shot, pero empezamos a darle vueltas a nuestras febriles mentes y al final la cosa se ha alargado unos cuantos capítulillos más, esperamos que los disfrutéis enormemente, uno tras otro ;)
La historia es sencilla, más que nada es la excusa para poder escribir unos cuantos lemons, aunque probablemente esto no sea mucho problema, ¿verdad? XD
Sin más, os dejamos para que leáis el primer capítulo, que ya tiene un principio que promete…
Advertencias: Tríos, ligerísimo bondage, bastante PWP, slash, het.
Capítulo 1
Una gota de sudor resbaló por su frente y cayó con impunidad sobre la cómoda. Echó un rápido vistazo por la superficie suave y brillante de la madera pulida y vio las fotografías en movimiento de los amigos y la familia de su amante. De un manotazo las volcó todas. Levantó la mirada y la posó sobre el espejo de la pared. Allí estaba, tras él, el propietario de las fotos, y en ese mismo instante, también de su cuerpo.
—Harry —le llamó, y acto seguido, la cabeza que se apoyaba en su espalda se alzó para mirarle a través del espejo.
El joven también estaba sudoroso, sus ojos lucían enrojecidos, con la mirada extasiada y una sonrisa de satisfacción en el rostro. Olvidó qué quería decirle.
—¿Sí? —Le preguntó el otro al oído.
Y entonces pasaron dos cosas al mismo tiempo: las manos de Harry se posaron en la cómoda, sobre las suyas, y detuvo el movimiento constante, hasta aquel entonces, de su cadera.
—¿Quién te ha dicho que pares? —Le recriminó, provocando que el chico riera por lo bajo.
—Ni siquiera cuando recibes puedes dejar de dar órdenes, ¿eh?
Intentando no darle tiempo suficiente para una de sus ácidas réplicas, el chico mordió su nuca de esa manera que sabía que le volvía loco, y deslizó con agilidad sus manos a lo largo de los brazos de su ex-profesor hasta llegar a los hombros, pero no se detuvo más que un segundo para gozar de la suavidad de los cortos cabellos de la nuca. Resiguió su espalda, dolorosamente salpicada de cicatrices, y se agarró a sus caderas.
—No sé si me conviene que te envíen a ese tipo de misiones. Detener a los malos te pone cachondo y cuando vuelves no hay quien te soporte.
Si creías que se iba a conformar sin contestar, eres un iluso, Harry, pensó para sí, Severus Snape siempre tiene una respuesta a punto.
—No es pillar a los malos lo que me pone cachondo, Severus —dijo dirigiendo de nuevo su polla, aún insatisfecha, al siempre complaciente agujero del Slytherin, entrando lento en la cavidad, hasta llegar al fondo. Sus pelotas chocaron contra las nalgas abiertas de su amante produciendo un sonido de carne trémula. Todo esto acompañado del suave jadeo del hombre al notar como le penetraba—. Eres tú… cuando me recibes con esa sonrisa de suficiencia asomando desde detrás de un libro y… me gustaría…
—¿Te gustaría borrármela a polvos?
—Síiii…
Harry bombeaba rítmicamente contra el culo de Snape. Con ello esperaba haber conseguido silenciarle de una vez. Imposible. No lograría jamás hacerle callar.
—Mala suerte, Gryffindor. Aún sonrío.
El chico, provocado, alzó la cabeza y comprobó que era cierto: la sonrisa socarrona que adornaba sus labios se burlaba de él a través del espejo. Empujó al hombre más contra el mueble, con brusquedad, casi empotrándole contra la madera. Si no hubiera tirado antes las fotografías, habrían caído por el impacto. Le aprisionó contra la frialdad del espejo, obligando a que no sólo su rostro, sino también sus manos, se apoyaran en él. Sólo entonces volvió a embestirle, con fuerza, con rudeza, con deseo desenfrenado.
—¿Sigues sonriendo, cariño?
Como toda respuesta, Snape apoyó sus poderosas manos de largos dedos en el trasero de Harry, ayudándole a empujar. Ya no sonreía, al menos, no con socarronería. Su expresión se había transformado en una mueca de incontenible placer; sentía su hinchada polla friccionar contra la suave madera de la cómoda y por un momento le pareció que mientras el chico le follaba, él se follaba al mueble. El Gryffindor y sus manías de no hacerlo en la cama. A veces sus ideas eran jodidamente buenas.
Los cuerpos de ambos se movían en una perfecta armonía ensayada hasta la saciedad, pero aún así, placentera como la primera vez.
—¿No sabes hacerlo mejor que eso, Harry? —Preguntó, clavando sus uñas en la suave y firme carne de sus tensas nalgas—. Vamos, dame más fuerte.
El chico ni siquiera podía contestarle, pero obedeció como siempre hacía. Si quería más, le daría más, se lo daría todo. Así que redobló sus esfuerzos, se agarró a sus caderas con manos como garras, y continuó entrando y embistiendo, moviéndose como en un sueño febril. Su pene estaba a punto de estallar pero el Slytherin no gemía, y en esos momentos él necesitaba un jadeo, un grito, cualquier sonido procedente de la aterciopelada, suave y envolvente voz del hombre para poder correrse.
—Jodido Snape, gime para mí… ¡gime! –Exigió, empujándole más contra el mueble.
Al pocionista le encantaba cuando Harry se sentía tan desesperado que volvía a llamarle Snape, como al principio. La punta de su polla rozaba contra la cómoda una y otra y otra vez a un ritmo frenético, y cuando estalló, sintió un orgasmo como hacía mucho tiempo que no sentía. El placer fue tan grande que por un momento perdió el resto de sus sentidos, sólo notaba como la polla de Harry se tensaba en su interior, y entonces, sólo entonces, soltó un ronco gemido que fue la señal para que el calor, la esencia, el dulce esperma del chico le inundara.
Se apretó contra la espalda del Slytherin, desfallecido, agotado y feliz. Sonrió mientras le besaba el omóplato derecho, lamiendo su sudor. Las manos de Snape resbalaron por sus caderas, soltándole al fin, pero Harry no quería dejarle ir tan pronto, así que salió de su interior con cuidado y se separó un poco para permitir que el hombre se incorporara. Le rodeó, dejando que sus dedos resbalaran por la cintura del hombre y se situó frente a él, pasándole los brazos por el cuello, en un abrazo que les mantuvo muy juntos y le permitió sumergirse en los pozos infinitos que eran los ojos negros de su amante.
—Han sido los tres días más largos de mi vida, Severus. Te he echado tantísimo de menos —le besó con suavidad en la comisura de los labios, cálidos y acogedores—. ¿Y tú? ¿Me has echado de menos también? —Se apoyó en la cómoda y notó como algo se escurría entre sus piernas. Se giró extrañado y vio la mancha que había provocado Snape contra el mueble—. ¿Qué es esto?
—Vamos, demuéstrame que eres un chico listo —el pelo negro se pegaba a la frente del hombre—. ¿Tú qué crees que es?
—Podrías haber aguantado un poco más, pensaba encargarme yo de eso —bajó sus manos, esta vez abrazándole por la cintura, complaciéndose en las caricias sobre la piel blanca y fina, pegando su sudoroso torso al del hombre y mordiéndole el mentón—. Ya sabes cómo me gusta… aliviarte.
—Pues tendrías que haberlo pensado antes. Ahora, si quieres aliviarme, dúchate. Hueles a tigre —le recriminó—. Ni siquiera has tenido la decencia de lavarte antes de lanzarte sobre mí.
—No he podido contenerme —Harry se sentó en la cómoda, olvidando las fotos caídas, y atrajo al hombre hacia él con sus piernas—. Por lo que veo tú tampoco, y has tenido que tirarte a nuestra querida amiga —dio dos golpecitos en el mueble con la mano izquierda—. ¿Qué tal se ha portado?
—Hmmm… bastante bien. No habla tanto como tú.
No pudo por más que reírse. Justamente él, que era capaz de recitar media biblioteca mientras le daba placer, se quejaba de su verborrea. Volvió a atraerle con las piernas y su pene, fláccido, chocó contra el cuerpo del ex-mortífago.
—Entonces no hablemos más.
Juntó su boca con la de Snape y le obligó a abrir los labios para dejar entrar a su lengua, que se deslizó por encima de la del hombre, en un húmedo lametón. El Slytherin le dejó hacer, sin propiciar ningún roce, sin hacer ningún movimiento, y él se demoró tanto como pudo en cada rincón, explorándole como a ambos les gustaba.
Finalmente se separó, abrió los ojos y le encontró mirándole. En todo ese tiempo, no había sido capaz de descubrir si Snape cerraba los suyos al besarse. Siempre se hacía la promesa silenciosa de que dejaría sus ojos abiertos y siempre se dejaba arrastrar por la sensación irrefrenable de aislarse de todo lo que no fuera sentir esa lengua contra la suya.
—¿Te duchas ya?
—Qué mandón eres. Está bien, ya voy…
Snape se separó del joven y este dio un pequeño salto para bajar de la cómoda. Cuando se alejaba hacia el baño, el hombre le dio una sonora palmada en el culo. Se giró divertido y se encontró la sonrisa satisfecha del Slytherin.
—¿Te preparo algo de comer?
—Claro, un bocadillito de Snape, por favor… —entró en el baño y cerró la puerta.
El pocionista se dirigió a la mesita de noche y recuperó la varita que había dejado allí mientras Harry le desnudaba a toda prisa, para después arrastrarle hacia la cómoda donde le había follado como si le fuera la vida en ello. Una sonrisa afloró a sus finos labios al pensar que en realidad y, aunque no le había contestado, sí le había echado en falta; siempre sentía que la casa se quedaba vacía y triste cuando el joven Gryffindor no estaba. Y no se trataba sólo del sexo; añoraba cosas tan sencillas como que Harry no estuviera allí por las mañanas para apoyar la cabeza en su regazo mientras él leía el periódico, momento que aprovechaba para, subrepticiamente, deslizar sus dedos por el siempre desordenado cabello del chico y regodearse en el placer que le producía acariciárselo.
Miró a su alrededor y negó con la cabeza, con un punto de diversión reflejado en sus negros y brillantes ojos. Debía reconocer que había otras cosas que no echaba tanto en falta como, por ejemplo, la imperiosa necesidad que tenía el joven de desordenar todo aquello que él se esforzaba en mantener en orden. Un buen ejemplo de ello era la mochila que había dejado tirada de cualquier manera junto a la puerta, los zapatos, uno en cada punta de la habitación, y toda su ropa, que formaba un camino desde la puerta hasta la cama y de allí hacia la cómoda. Se había ido quitando prenda por prenda a medida que avanzaban, abrazándole, tocándole y besándole con el ansia con el que siempre regresaba tras días sin verse. Y él se sentía sorprendido y halagado por el deseo que despertaba en el joven. Por eso, y porque le quería con locura, no le importó tener que recogerlo todo, como acababa haciendo siempre.
Con un movimiento de varita ordenó la habitación, deshizo el equipaje del joven, recompuso las fotografías mágicas que él mismo había volcado, limpió la mancha del mueble y se limpió a sí mismo. Sonrió con suficiencia por el trabajo bien hecho y decidió que se ducharía más tarde, cuando acabara Harry, lo cierto era que ya empezaba a tener hambre.
Ya hacía rato que se oía correr el agua de la ducha cuando se puso su batín de seda negra; salió del cuarto bajando tranquilamente las escaleras para dirigirse a la cocina, y se disponía a entrar en ella cuando llamaron a la puerta.
Se preguntó quién podría ser, apenas quedaba nadie en el vecindario y normalmente no recibían visitas, por eso le sorprendió ver que se trataba de la mejor amiga de Harry, Hermione.
—Señorita Granger —pronunció con extrañeza al abrir la puerta y ver a la joven plantada en el umbral, con aspecto lastimero.
—Profesor Snape.
El hombre puso los ojos en blanco.
—Señorita Granger, hace años que no soy su profesor. Le he dicho en múltiples ocasiones que puede llamarme simplemente señor Snape. ¿Qué hace aquí?
—He venido… he venido a ver a Harry. ¿Está en casa?
Él seguía con su mano derecha en el pomo de la puerta, manteniéndose tercamente en el hueco de ésta, sin la menor intención de dejarla pasar. Aunque a decir verdad ella tampoco hacía ningún gesto por entrar, era una chica demasiado bien educada. A veces, y ésta era una de esas veces, lamentaba que Hermione fuera una mujer.
—Está en casa, sí. Pero acaba de llegar y está agotado, no creo que sea un buen momento para…
—Por favor. Necesito hablar con él, es importante.
Los ojos castaños le miraban con ansiedad y Snape sopesó sus opciones. Podría cerrarle la puerta en las narices, claro está, pero si Harry se enteraba de que su amiga había acudido, llorosa y pidiendo consuelo, y él no la había dejado entrar, pondría el grito en el cielo, así que, con un suspiro, se apartó levemente de la puerta e hizo un gesto con su mano libre.
—Está bien, señorita Granger. Pase.
—Gracias… señor Snape.
Volvió a cerrar mientras la chica se quitaba la capa. Bajo ella llevaba una túnica de tweed en tonos azules. Una túnica preciosa, Snape podía apreciar eso. Hizo un gesto, la muchacha le entregó la capa con presteza, y el hombre la dejó en el colgador que se hallaba a su lado.
—Harry está en la ducha, no creo que tarde. Iba a preparar algo para comer. Venga.
Ambos pasaron a la cocina, Snape abría camino y la joven le seguía de cerca.
—Siéntese —dijo, señalando una silla que hacía compañía a otras tres, todas pulcramente colocadas alrededor de una mesa de cristal. Hermione se sentó en ella y dejó su pequeño bolso sobre la transparente superficie—. Pensaba hacer huevos y salchichas, ¿le apetece?
La joven le miró con sus ojos castaños abiertos de par en par por la sorpresa, no podía creer que se estuviera mostrando tan cortés con ella.
—Eh… vaya… pues… —acertó a murmurar al fin— qué amable.
—Debe aprender a contestar cuando le preguntan, señorita Granger —replicó él con impaciencia—. Asumiré que la respuesta es sí, pero debo decirle que, para ser una reputada conferenciante, su vocabulario ha bajado mucho de nivel desde que dejó el colegio. No debería permanecer tanto tiempo expuesta al señor Weasley, resulta nocivo para el cerebro.
Sin esperar ninguna reacción por parte de la chica, se puso manos a la obra, dejando a Hermione estupefacta tras él, con las manos en el regazo, algo cohibida.
Al instante, la cocina se llenó del sonido de la sartén y de olores sumamente estimulantes para el estómago de la joven, que ronroneó de hambre y sintió que la boca se le hacía agua. Y aún más, cuando el hombre plantó dos suculentos platos de huevos revueltos y salchichas sobre el cristal. Uno frente a ella y otro, evidentemente, para sí mismo.
—Gracias, profesor —alzó la mirada y se encontró con la negra de él, que pareció traspasarla por un momento, como acompañándola, para abandonarla al siguiente, cuando volvió a alejarse en dirección a los fogones al oír el pitido persistente de la tetera.
Tres minutos después estaban sentados juntos en absoluto silencio, ella saboreando su inesperada cena, y él sorbiendo su humeante y cargado té negro. De pronto, el silencio fue roto por una voz no demasiado desconocida para ninguno de los dos.
—Seveeeerusss…
Lo que ambos vieron al girar sus cabezas hacia la puerta abierta de la cocina, lugar del que provenía la voz, hizo que Hermione dejara de masticar, aún con la boca llena a rebosar de huevos revueltos, y que Snape detuviera el ascenso de su taza a sus finos labios.
Por el marco izquierdo de la puerta vieron aparecer únicamente un pene, grande, sonrosado, bonito, tal como lo veía siempre Snape, tal como no lo había visto nunca Hermione. Una mano lo sujetaba haciéndolo oscilar al ritmo de las palabras que una boca invisible pronunciaba en una especie de cantinela:
—Seveeeruss… no te escondaaassss… estoy preparado para que me des la revanchaaaa…
Snape dirigió una rápida mirada de reojo a la joven que estaba sentada a su derecha y temió que llegara a ahogarse, ya que una masa amarilla e informe le rezumaba de la boca, llenándole la barbilla de restos de huevos revueltos, así que dejó su taza sobre el platito que había a tal efecto encima de la mesa, se levantó y se dirigió hacia la puerta con paso tranquilo. Se desabrochó el batín y se plantó frente a la persona que hablaba y de la que sólo una parte de su anatomía era visible.
—Harry, tenemos visita…
—¡¿Qué?
Para decepción de Hermione, la estupenda visión del miembro viril de su mejor amigo desapareció. Pudo apreciar cómo su ex-profesor de Pociones deslizaba su batín por su espalda justo antes de desaparecer tras la pared, impidiendo de ese modo que llegase a ver un solo centímetro de su piel que, por un momento, imaginó suave y delicada. Ahora ya no podía ver nada, tan sólo escuchar su voz, que seguía sonando a un nivel normal.
—Toma, necesitas esto más que yo –Hermione interpretó que le estaba entregando el batín, aunque no podía verlo–. Tienes tu cena en la sartén y a Granger esperándote. Voy a ducharme.
Cuando la chica vio aparecer a Harry cubierto con el batín que hasta hacía un instante había utilizado Snape y el rostro enrojecido por la vergüenza, estalló en una tremenda carcajada que llenó de huevos revueltos toda la mesa y parte del suelo. El chico acabó uniéndose a ella también.
Snape sonrió mientras se dirigía, desnudo, a tomar una muy merecida ducha fría. Se sorprendía de lo mucho que Harry le excitaba, aún cuando a menudo se comportase como un niño. Su niño travieso.
Cuando volvió a bajar, recién duchado, con el pelo negrísimo sedoso y brillante, y vestido con una de sus túnicas enteramente negras, se encontró con una extraña escena. Harry y Hermione habían abandonado la frialdad de la cocina para aposentarse cerca del fuego de la chimenea, en el pequeño salón abarrotado de libros. Se les veía muy serios, hablaban en voz baja y con las cabezas muy juntas. La muchacha levantó la vista hacia él con ojos acuosos, y el chico empezó a acariciar la espesa maraña de pelo castaño y rebelde, intentando consolarla.
Sin decir nada, el pocionista volvió a salir del cuarto, sólo para regresar al instante siguiente con dos cervezas de mantequilla en las manos.
—Nada puede ser tan terrible, señorita Granger. Además, casualmente, yo conozco un remedio que suele funcionar para todo tipo de males —dijo, alargándole una de las jarras de cerveza a la chica.
Hermione miró al hombre, pero no cogió la bebida.
—Vamos, tómatela —dijo Harry—. Seguro que te ayuda a calmarte, ¿verdad, Severus?
—Nunca me ha fallado con un Gryffindor —repuso—, aunque he de reconocer que los Slytherins preferimos algo más fuerte.
La joven tomó al fin lo que le ofrecían, y Snape le tendió la otra cerveza de mantequilla a Harry, que la aceptó con una sonrisa encantadora. El hombre se agachó para hundir sus labios en el pelo negro del chico y depositar allí un beso, cerca de la coronilla, mientras le acariciaba ligeramente la nuca, alzándose al instante.
Después se acercó con ligereza al mueble bar y se sirvió un buen vaso de whisky de fuego. Su marca favorita, dos cubitos de hielo y el líquido ambarino derramando reflejos en sus ojos negros. No podía haber nada mejor. Bueno, en realidad, sí, si la maldita Granger se largase de una vez y él y Harry pudiesen volver a hacer el amor contra la cómoda, sobre la mesa del comedor, o dondequiera que se le antojase ahora a su imprevisible e incorformista león.
Como no parecía demasiado dispuesta a ello, dio un sorbo del fresco licor, cerró los ojos saboreando el ardor de su garganta, y se giró para poder estudiar a los dos Gryffindors de la estancia, que permanecían en silencio, como si su presencia en la sala hubiera aniquilado la conversación.
—Si molesto, me marcho —dijo en un tono que desmentía sus palabras, mirando fijamente a su amante.
—No es eso, Severus, es sólo que Hermione está un poco angustiada…
El hombre clavó sus pupilas en la joven, escrutador.
—Vamos, seguro que no es para tanto, señorita Granger. Además, supongo que su presencia aquí es indicativa de que piensa que podemos ayudarla en algo, por tanto, ¿qué tal si me contáis lo que pasa?
La muchacha se agarró con fuerza al cuello de Harry y se apretó contra su hombro, para soltar una serie de sollozos ahogados que dejaron a Snape con cara de pocos amigos. El chico se vio obligado a abrazarla con más fuerza y miró por encima de su desmañada cabellera al pocionista que, impaciente, esperaba una respuesta.
—Yo te lo explico, Severus. Resulta que Hermione… bueno, Hermione quiere… en fin… ya sabes… lo que quieren las mujeres a su edad… y…
—¿Un marido?
Los sollozos se apagaron de golpe, y la chica levantó la cabeza hacia él con mirada furiosa. Cuando habló, lo hizo mascando las palabras:
—Por si le interesa saberlo, señor Snape, yo no necesito ningún marido. Soy una mujer independiente y liberada, que…
—Que no es tan liberada ni independiente cuando necesita acudir a pedirle ayuda a su amigo al menor inconveniente —la cortó con frialdad, ignorando la furia de su rostro y la mirada de reprobación de Harry—. Dígame, ¿de qué se trata entonces, señorita Granger?
—Pues, ¿qué va a ser, hombre insensible? Un hijo. Quiero tener un hijo… —y acto seguido volvió a caer sollozante entre los brazos de su amigo, que la acogió amorosamente.
—¡Ah! Ya. Bueno, estoy seguro de que conoce el procedimiento a la perfección —repuso, mordaz—, creo recordar que para eso se precisa la intervención de un hombre…
—¿Y por qué crees que está aquí, Severus? —Le reprochó Harry.
—¿Disculpa? —Preguntó el pocionista, francamente asombrado— Por lo que yo sé, hay millones de hombres heterosexuales ahí fuera, así que ¿puedes explicarme el incomprensible hecho de que haya ido a buscar uno precisamente a la casa de una pareja de gays?
El joven enarcó las cejas como si tuviera que decirle algo demasiado evidente.
—Necesita consejo, Severus, consejo…
—Mmhhh… —murmuró el exprofesor, pensativo— hombre, no es que sea ningún experto en el tema, por supuesto, pero dejando de lado su carácter de insufrible sabelotodo y sus dientes un poco demasiado grandes, he conocido decenas de ejemplos de féminas mucho más desagradables de ver que usted, señorita Granger, con lo cual, encontrar un hombre que satisfaga sus necesidades no debería suponerle un gran problema.
Hermione volvió a mirarle, boqueando anonadada.
—¡Severus! —Se escandalizó Harry, pero el hombre simplemente se encogió de hombros.
—De todos modos —prosiguió impasible—, ¿quién en su sano juicio querría tener un pequeño monstruo correteando por su casa? Tocándolo todo, berreando para pedir comida, berreando porque se ha cagado encima, berreando porque se le ha caído el chupete, berreando porque…
—Ya está bien, nos hacemos una idea —le interrumpió Harry, mirándole ceñudo—. Pero no todo el mundo es como tú, ¿sabes? ¿No ves que Hermione está deseando ser madre? Lo ha intentado todo.
—¿Qué es lo que ha intentado, exactamente? Porque no me parece que el proceso sea tan complicado…
—Se lo pidió a Ron y él se negó, porque como ya no están juntos no quiere la responsabilidad de… y, bueno, entonces pensó en una clínica de fertilidad, y… cuéntaselo Hermione —la animó su amigo, con una cariñosa sonrisa.
El pocionista se apoyó contra el mueble bar, cruzó una pierna sobre la otra y alzó una ceja de ese modo que a Harry le resultaba tan irresistible e irritante a la vez.
—¿De verdad le pidió al señor Weasley que le hiciera un hijo antes de ir a una clínica? Su coeficiente intelectual no le sirve demasiado cuando se trata de tener sentido común, señorita Granger.
—¡Severus! —Volvió a recriminarle por segunda vez el chico, mirándole con sus ojos verdes irradiando destellos de furia.
—Oh, vamos, Harry. No me negarás que tengo razón. Usted es una mujer inteligente, con éxito… independiente, según sus propias palabras… ¿qué pinta un alcornoque como Weasley en su vida?
La chica se apartó de Harry definitivamente y le contempló de nuevo con ojos desorbitados. Un escalofrío la recorrió al fijar sus pupilas en los pozos infinitos que eran los ojos de Snape y volvió a apartar la mirada. Lentamente, con mano algo temblorosa, depositó su jarra casi llena en la mesita auxiliar situada a su lado del sillón.
—Ron es una bellísima persona —argumentó secamente, alisándose la túnica sobre las rodillas—, aunque es probable que alguien como usted no pueda apreciar eso.
—Hablamos de genética y de practicidad, señorita Granger. Usted querrá un hijo, pero no querrá un zoquete, ¿verdad?
La chica meneó la cabeza, negando con rotundidad, sus cabellos alborotados ondeando al ritmo de su negación.
—Pero eso es una tontería, Hermione —le dijo en ese instante Harry, con un tono de voz dulce como la miel—. No tienes que pensar que porque Ron sea algo… paradito, tendrás un hijo sin inteligencia. Debes pensar en las múltiples cualidades que tiene como persona: es amable, noble, cariñoso, se puede confiar en él…
—Sí, tienes razón, no estaba negando por eso, sino porque creo que no ha sido buena idea que haya venido aquí…
—Por fin se ha dado cuenta… —rezongó Snape.
—Pero, Hermione —intervino Harry, ignorando el comentario de su pareja—, no hables así. Ya sabes que para eso estamos los amigos.
Snape resopló desde el mueble bar.
—Lo sé, Harry, lo sé… —la joven suspiró y miró al hombre que les observaba en silencio— en fin, la cuestión es que da igual como sea Ron, porque ha dicho que no. Y entre eso y lo que he visto esta mañana en la clínica me siento bastante descorazonada.
Un pequeño silencio siguió a esta afirmación. Snape puso los ojos en blanco y preguntó:
—¿Y qué es lo que ha visto, Granger? ¿O tendré que jugar a las adivinanzas?
Ella volvió a girarse hacia su antiguo profesor. Sorbió un poco por la nariz y se pasó una mano por la mejilla derecha para quitarse de encima la sensación de humedad que habían dejado las lágrimas.
—He visto a Draco Malfoy.
—¿A…? ¿A Draco…? —La expresión de sorpresa sólo duró un segundo en el rostro del hombre, que apuró su copa y se sirvió otra— Bueno… ¿y qué tiene eso que ver con…?
—Pues que no quiero que mi hijo pueda llegar a ser un Malfoy… no puedo permitir que se convierta en un rubio estúpido, intolerante y engreído como Draco. Eso es lo que tiene que ver.
—Pero Draco es así porque su padre es… como es, Hermione —intentó animarla Harry—. Un niño no es sólo la genética, también lo es su entorno, el carácter de sus padres… explícaselo tú, Severus —miró al hombre como solicitando su ayuda, pero vio que el Slytherin no pensaba posicionarse, o al menos no aparentaba querer entrar en esa discusión, ya que se limitó a tomar un sorbo de su bebida—. Además, que saliera de la clínica no tiene por qué significar necesariamente que sea un donante. Quizás está en tratamiento, quizás… bueno, ¿cuántas posibilidades hay de que el donante para tu fertilización sea justamente él, de todos modos?
—Sólo con que haya una entre un millón, para mí es suficiente para no volver a pisar ese lugar.
—Pero, Hermione…
—No te esfuerces, Harry. Entiendo perfectamente a la señorita Granger. Yo, por ejemplo, no querría ni por todo el oro de Gringotts que mi hijo se pareciera en lo más mínimo a un Weasley. Cada uno tiene sus fobias. Los Malfoy tienen una buena genética, pero no son lo que a ella le conviene. Y ya que estamos, acudir a una clínica de fertilización es como dejar al azar el futuro de su hijo, ¿no le parece, Granger?
Snape taladró a la joven con una mirada intensa y abrumadora, y Hermione volvió a apartar la vista apresuradamente.
—S-supongo…
—Definitivamente, lo que la señorita Granger necesita para engendrar a su hijo es a alguien inteligente…
—Sí —admitió ella.
—Y atractivo…
—Eso no es tan importante, pero estaría bien, la verdad.
—Educado…
—Exacto.
—Buen mago.
—Preferible, sí.
—Sin enfermedades congénitas conocidas en la familia…
—Por supuesto.
—Alguien como yo —a Hermione le sobrevino un ataque de tos que Harry se apresuró a calmar dándole unos golpecitos en la espalda, y Snape compuso una sonrisa maliciosa—. No se emocione, Granger, no me estaba ofreciendo, no tengo interés en dejar mi huella genética para futuras generaciones. Sólo detallaba las características ideales del posible padre. Después ya se encargará de escoger el físico según lo que usted prefiera, quizá unos ojos azules…
—O verdes —apuntó en ese momento Hermione, más animada.
—O verdes —concedió Snape, y continuó—. Con el pelo castaño.
—O negro.
—O negro, sí. Quizás un tipo alto.
—O de estatura media —Hermione miró de reojo a Harry, como sopesándole, mientras éste tomaba ausente un trago de su cerveza de mantequilla.
—Sí, o de estatura…
—Alguien exactamente como Harry —sentenció ella, repentinamente decidida y con un brillo de emoción en los ojos.
Nota final:
Hasta aquí el primer capítulo, esperamos que os haya parecido interesante ;)
¿Qué creéis que pasará ahora?
Procuraremos ser puntuales con las actualizaciones, como lleva siendo nuestra buena costumbre.
Vuestros comentarios siempre serán bienvenidos, nos interesa mucho saber qué opináis :)
Muchas gracias por concedernos vuestro inestimable tiempo y atención XD
Besos.
