¡Hola a todo el mundo! He vuelto, después de varios meses sin escribir nada (lo siento mucho -.-U) Esta vez os traigo un VanVen en toda regla, con capítulos más largos que en mi último fic, Pour some sugar on me (Biee~n!) No sé cuando podré iros dejando capítulos pero os prometo que lo haré.
Espero que os guste!
Capítulo 1: Ojos ámbar.
El calor habitual de la primavera golpeaba con fuerza aquel día. Ventus, Aqua y Terra acababan de
salir del instituto y caminaban despacio, hablando sobre los planes que tenían aquella misma tarde.
El moreno sostenía la mano de la peliazul. Hacía poco que ambos habían empezado a salir, por lo que cada vez contaban menos con Ven. A pesar de todo, pocas eran las cosas que habían cambiado entre los tres.
Estaban volviendo a casa y llegaron hasta el cruce donde los tres se separaban. Era lo que solían hacer todos los días después de una interminable jornada de estudio.
- Supongo que no querrás... Venir con nosotros al cine esta tarde, ¿verdad Ven? -Preguntó Terra adivinando la respuesta de su amigo.-
- No te preocupes, tengo que terminar los ejercicios de hoy. Ir vosotros y pasarlo bien.
- Ten cuidado, ¿vale Ven? -Le sonrió la peliazul, acariciándole la cabeza.-
- Lo tendré. -Devolvió la sonrisa a su amiga.-
Los dos ojiazules se miraron fijamente mientras que se acercaban. Ventus sabía que iban a hacer. No le molestaba que estuvieran juntos, es más, se alegraba por ellos pero... Se estaba quedando solo y la idea de estar en esa situación le aterraba. Se limitó a mirar al suelo mientras que sus compañeros se fundían en un cálido beso de despedida.
Finalmente, los tres se separaron, cada uno tomando un camino.
El rubio decidió andar sin rumbo. No tenía hambre alguna y nadie le esperaba en casa.
Callejeó durante un par de horas por la ciudad hasta llegar a un antiguo y oculto parque completamente vacío. Era muy grande y espacioso pero los años habían podido con él y los niños ya ni lo pisaban. Los columpios que quedaban, estaban comidos por el óxido, al igual que los bancos y las mesas. A pesar de todo, el rubio pensó que era perfecto para él en aquel momento.
Lanzó su mochila y se sentó sobre la alta y mal cuidada hierba, apoyándose sobre el tronco de un árbol.
Se sentía tan solo que tenía ganas de llorar. Llorar hasta consumirse.
Seguro que nadie preguntaría por mi si despareciera...
Mientras, un joven de pelo oscuro paseaba por la misma zona que Ven y con el mismo destino. Llevaba una sudadera color carbón, del mismo tono que su pelo despeinado y unos pantalones granates. Sus ojos ámbar examinaban el lugar hasta que encontraron al rubio, que tenía cerrados los ojos. Una sonrisa traviesa se dibujó en el pelinegro, que se apoyó con una mano en el tronco del árbol en el que se encontraba Ventus y le miró desde arriba.
Cuando las lágrimas del rubio asomaron por sus ojos cerrados, decidió abrirlos para poder limpiarlos. Entonces, vio al desconocido, con aquella sonrisa misteriosa.
El pulso de Ven se aceleró rápidamente. Le temblaba todo el cuerpo, y no era por culpa del llanto, que frenó de golpe. Detrás de aquellos ojos amarillentos se ocultaba algo que podía ser el antídoto para el ojiazul.
- ¿Q-quién eres? -Se atrevió a balbucear el rubio.-
- ¿Y tú? ¿Cómo te atreves a ocupar mi sitio? -Formuló serio pero manteniendo la sombra de su sonrisa.-
Su voz era tan grave como atrayente. Ese tono era un reflejo de una persona dura, quizás demasiado superior. Orgullo puro.
Ven no era capaz de articular palabra. Su corazón bombeaba tanta sangre que creía que le iba a estallar el pecho mientras que por su mente, cruzaban todo tipo de opuestos pensamientos.
Al no recibir respuesta por parte del rubio, el desconocido se agachó para mirarle a los ojos fijamente y así poder intimidarle.
- ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua un gato?
El rubio negó tímidamente con la cabeza mientras que apartaba la vista de él. El de pelo negro cogió su cara con las manos para mantener un mínimo de contacto visual.
- ¿Qué narices es lo que te pasa? ¿No me has oído o qué? -Le preguntó borde para incordiar al rubio.-
- ¡C-Claro que si! -Se atrevió a contestar molesto.-
El de ojos ambar sonrió de nuevo. Siempre conseguía salirse con la suya.
- Dime tu nombre. -Lo formuló como una orden para intimidar al chico.-
- Me llamo Ventus. ¿Cómo te lla-
La pregunta del rubio se interrumpió por culpa del pelinegro, el cual había atrapado al ojiazul contra el tronco de aquel árbol sin escapatoria alguna, apresándolo contra su cuerpo.
La piel de Ven ardía por completo mientras que el desconocido continuaba mirándole, cada vez desde más cerca y se acercaba a punto de besarle.¿Acaso iba a robarle su primer beso?
Entonces, el ojiamarillo se deslizó por su piel, lamiéndola con cuidado mientras que mordía su cuello y dejaba una marca que al menos duraría allí tres días. Continuó mordiéndolo sin pudor alguno mientras que lo miraba de reojo.
Ventus se aferraba a la alta hierba que había a su alrededor mientras que débiles susurros se escapaban de sus labios.
Sin previo aviso, el chico paró, levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente al indefenso Ven, que tenía los ojos cerrados y las mejillas de un rojo muy intenso.
- Ya veo... Tan inocente como me imaginaba. -Sonrió de manera pícara.-
El pelinegro se levantó y volvió a mirarle una última vez antes de irse.
- Vanitas, es así como me llamo.
Después, desapareció entre los árboles del pequeño parque.
Ventus se quedó mudo. Al menos, le había dicho su nombre... Entonces, se acarició el cuello y notó el fuerte dolor que sentía en el cuello. Era cierto que el chico le había marcado, incluso notaba sus dientes alrededor de la herida.
¿Qué confianzas eran esas? Espera... ¿Por qué no le he impedido hacerlo?El rubio agitó la cabeza con fuerza y se levantó desorientado del suelo. Se colocó las manos sobre las mejillas y notó el calor que desprendían. Era incluso mayor que la primera vez que vio a Aqua y a Terra dándose un beso.
¿Cómo lo habrá hecho?Caminó de vuelta hacia su casa y miró el reloj de su teléfono móvil. Eran las cinco de la tarde y aún no había comido nada. Se colocó frente a la puerta y, al abrirla, se dio cuenta de lo solo que volvía a estar. ¿Había sido capaz Vanitas de lograr algo que nunca había conseguido? ¿Había sido capaz de olvidar su soledad?
Suspiró fuertemente mientras que lanzaba su mochila contra el sofá y iba hacia la cocina para comer algo. No tenía mucha hambre pero debía hacerlo si quería sobrevivir. Se hizo un bocadillo muy pequeño de manteca de cacahuete y cogió un helado salado del congelador. Así, aprovecharía a ver si su temperatura bajaba algo.
Después de recoger todo, se fue al salón y se sentó sobre el sofá para hacer los pocos deberes que tenía. A pesar de eso, no era capaz. Cada vez que pensaba, los ojos ámbar volvían a él, persiguiéndole, siendo el blanco en sus pensamientos. Suspiró fuertemente mientras que volvía a guardar sus cosas y decidió ir al baño para darse una ducha fría. Bien fría.
Se quitó la ropa mirándose en el espejo y, cada vez que veía el chupetón que marcaba su piel blanca, se estremecía. Tendría que ocultar aquello cuanto antes si no quería sospechas por parte de sus compañeros.
Después de la ducha, pasó la tarde haciendo los pocos ejercicios que tenía pendientes. Cenó y subió a su cuarto después de preparar sus cosas para el instituto. Se tiró sobre su cama, mirando al techo.
¿Volveré a verle mañana?Aquella era la principal pregunta que surcaba su mente una y otra vez durante horas. Debería darle igual pero quería al menos alguna explicación de aquello. Quizás solo había sido un pasatiempo para él. Un juego. Algo que nunca se volvería a repetir.Entonces, el sueño se lo llevó con él al país de los sueños, donde Vanitas le esperaba con aquella malévola sonrisa. Esta vez, no se encontraban allí. Estaban en el cuarto del rubio, tumbados en la cama, completamente desnudos bajo las sábanas. El de ojos dorados devoraba con ansia de nuevo el cuello del inocente Ven mientras que se guiaba por sus instintos más ocultos, dejando que Vanitas invadiera cada rincón de su ser sin que opusiera una mínima resistencia.
Cuando se despertó, lo hizo sudando. Comenzó a respirar con fuerza y a controlar los latidos de su corazón cuando se dio cuenta de que había sido un sueño. Un sueño con un buen resultado. Notó el bulto que marcaba sus pantalones y suspiró avergonzado.
Vanitas le había perturbado mucho más de lo que se podía imaginar. Aquello solo acababa de empezar.
