Título original: Carousel

Autor: MozartsRequiem-Prince

Sinopsis: En el que el carrusel está destinado a girar con la misma melodía una, otra y otra vez...

Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! pertenece a Akira Amano, la historia a MozartsRequiem-Prince.

Advertencias: Se ha modificado un poco del original. Esto se ha dado a conocer al autor.


Capítulo 1

Pan

En algunas ocasiones, Hibari sueña…

…y otras no.

Sus sueños consistían en él mismo, en diferentes situaciones, todas con una persona. No puede describir a la persona en sus sueños, tampoco intentará escribirlos. Las palabras no existen y, aún si lo hicieran, Hibari tendría que destruirles. Pero lo que puede describir es la atmósfera, el sentimiento, la emoción que recibe de sus sueños. Eran innovadores y eso no le gustaba del todo.

Desde que era un pequeño niño, hasta su edad adulta, estos sueños se repetirían y algunas veces continuarían, como si los sueños no fuesen realmente sueños, como si fuesen recuerdos. Nostalgia.

No recuerda cuándo dejó de soñar (normalmente), ¿tal vez cuando inició la escuela primaria? ¿O fue en la secundaria? (No recuerda porque esos pequeños, tediosos sentimientos sólo se interponen en su camino.) Si eso fue lo que sucedió, fue absolutamente terrible dejar de soñar a esa edad. Pero, de nuevo, él es Hibari Kyouya, un joven severo con el ansia de la carnicería entre sus dientes y en el borde de su rostro. Él es la sensación de los clavos dentro de tu boca, es alma de plata, piedra en bruto. Siente algún tipo de extraña libertad, porque aún con su libre voluntad tiene orgullo. Hace malabares entre ellos con sumo cuidado.

Es una persona terriblemente organizada hasta el punto de limpiar sus manos tan rudamente hasta que sangren (pero cree que es para lavar la sangre de sus manos). Usa hilo dental tres veces al día, algunas veces cortándose (porque nunca es gentil). Su vestimenta nunca es casual, siempre es elegante. Le disgusta la falta de disciplina y la sensación de camisetas aleatorias y pantalones de mezclilla en su piel. Es un traje, un chaleco, una camisa de cuello o nada.

Con una corbata está listo para la batalla.

No es sorpresa cuando hay notas colocadas en todos sus fólders; todos sus lapiceros se encuentran en una taza, organizados por color. Su casa es más como una oficina, hay un pisapapeles dorado en su escritorio que recibió de sus subordinado Kusakabe hace dos años. Tiene su nombre grabado en Kanji, los caracteres llamativos, remarcados, un ave decorándole y desplegando sus alas en una esquina lejana.

Vivió solo, gastando sus días leyendo, adquiriendo conocimiento y manteniendo su área pacífica. Sólo en contadas ocasiones visitaría Namimori (alguien tiene que proteger su lugar natal, ¿quién era más capaz que él?) Pero hoy ha tenido suficiente. Ha desperdiciado mucho de su tiempo libre pensando en los sueños que invaden su mente, y esto hizo que se irritara fácilmente al gastar tanto tiempo en cosas tan banales. Se sentía atado, así que decidió había tenido suficiente.

Pero, ¿tener un diario sobre sus sueños?

¡Qué absurdo! Se morderá a sí mismo hasta la muerte por pensar en eso.

Pero, aun así, camina hacia la papelería y demanda una libreta. Cualquiera funcionará con tal de que esté en sus manos en cinco minutos. El hombre se dirige rápidamente hacia un pasillo al azar, sosteniendo la negra libreta para el sombrío cliente.

Fueron 500 yenes.

Decidió que llegaría al fondo de esto, exhaustiva y eficientemente. Ahora tenía que grabar esos tediosos sueños y, con ello, guardó la libreta pulcramente en su maleta.


A la hora del almuerzo, en la oficina, ordena desde un restaurante japonés muy caro, siempre eligiendo los platillos más tradicionales (porque le recuerdan a su hogar, dulce, bella Namimori). Su orden es entregada en su oficina, diariamente, en el piso dieciocho. Su secretaria colocó su almuerzo en el escritorio a las doce en punto sin hacer nada más que una leve reverencia y una caminata.

Se aseguró de que ella se retirase, mirando por encima de las persianas que estaban junto a su silla y, una vez que todos se han ido para el almuerzo, comenzó a preparar su banquete. "Banquete" parece ser la palabra correcta. Hay tres cajas de comida y para el final de su descanso de cuarenta minutos, la comida se habrá ido. Tenía un gran apetito, sin embargo, tal vez ese era el por qué era tan fuerte, alto. Y, ahora que recuerda, él no come enfrente de otros. En la escuela elemental, cuando estaba trabajando para ser el representante de la clase (eso fue cuando tenía alrededor de seis), era el mismo. Era la misma mirada pequeña y los mismos ojos oscuros. Su yo joven se sentaría en una esquina, cubriendo su boca mientras comía, esperando no ser visto por nadie. Era un poco patético, pensó (era de herbívoros); su cuerpo pequeño encorvado mientras comía pan junto al librero. Sacudió su cabeza cuando recordó aquéllos días en los que fue un niño.

Últimamente ha estado haciendo eso, demasiado.

Después de que terminó su comida, limpió su boca con su pañuelo, colocándolo en el pequeño bolsillo en su pecho. Doblándolo pulcramente, cuidando no ensuciar su escritorio. Parecía que tenía diez minutos extra antes de volver a trabajar, pero antes de ello, decidió escribir en su libreta negra.

Sueño 1. En un sábado.

Desperté y me encontré sentado en una cocina. Nunca la había visto antes pero me es familiar. Una persona me habla, colocando comida enfrente de mí mientras lava los platos. Se escucha el grifo y suena como una cascada por lo que no pude escuchar lo que estaba diciendo. No entendí.

Pero había cierta animosidad en el aire, estaba molesto y sentí como si golpeara en la tabla con mis dedos. Así lo hice. Tan pronto como lo hice una persona apareció. Un hombre alto y de cabello negro con fedora, sonríe y me dice algo que no me agrada. No puedo recordar lo que dijo, pero mis dientes están cerrados, mis manos están a mis costados alcanzando mis tonfas, listas para atacar…

y entonces despertó.

La Compañía Nube que Kyouya estaba liderando es una de las firmas de abogados más respetadas en el mundo, siendo los dueños la familia de su padre. Eran de la realeza, incluso había registros públicos que volvían al período Heian, diciendo cómo sirvieron a los consejeros personales del Shogun.

Pero a Kyouya no le importaban todas esas cosas triviales, tampoco le interesaba nada sobre su educación para heredar la compañía desde que tenía seis años. Escogió mantener la compañía porque quería, no porque alguien se lo hubiera dicho. Él sólo quería que ellos supieran eso. Quería que todos lo supieran.


Hibari decidió tomar el tren a su costoso apartamento cada jueves. En su mente, cree que la razón por la que no ve las estrellas en la ciudad es por toda la contaminación de los automóviles y las fábricas. Namimori no era así. En Namimori podías ver la luna durante el día. Así de limpio es. Las estrellas eran un millón y las observaba frecuentemente, sorbiendo su té en el balcón de su casa tradicional.

Después de todo él es considerado, está ayudando a esta miserable ciudad a rejuvenecerse a sí misma, en algo digno. En los trenes del subterráneo hay muchos herbívoros que necesitan disciplina. Severa disciplina.

A partir de este día, habló en su mente, traeré mis tonfas cuando aborde el tren. Hay muchos herbívoros amontonándose alrededor, demasiados para Hibari. Se aferran el uno al otro con cálida dependencia. Eso le enferma.

Por supuesto, conforme Hibari se convirtió en un pasajero frecuente, los otros supieron darle al hombre un poco de espacio. Tonfas o no, mordería a cualquiera hasta la muerte por crear una multitud a su alrededor. Se sentó derecho, sus manos colocadas en ambas piernas. El tren se movió rudamente en los rieles, dejando y recogiendo pasajeros. Hibari no se interesa por las personas que le rodean, mientas no le molesten está bien.

Recientemente, un torpe pasajero siempre se las arregla para tropezar con sus caros y negros zapatos. Ocurre tan frecuentemente que ha memorizado la hora (7:45) y encoge sus pies para que el torpe pasajero no le ensucie los zapatos. Sólo hasta el día de hoy se ha molestado en mirarle, era un adolescente con cabello castaño, excepto, que no era realmente un adolescente. Tenía una tarjeta de identificación en la que rezaba su nombre en negritas "Sawada Tsunayoushi", complementándolo con una insignia escolar. Es un profesor, no un estudiante. Este herbívoro le resulta familiar, pero a Hibari no le importa. No debería importarle y, tan rápido como le observa, voltea a su portafolio sólo para sacar una libreta negra.

Sueño 2. En un lunes.

Este parece una continuación del último sueño. Es lo mismo, excepto que no estoy sentado junto a la mesa. Estoy de pie mirando hacia abajo, hacia esa persona. Él expresa sentimientos herbívoros y lo muerdo hasta la muerte. (Excepto que lo hago más gentil y suave de usual.) No se siente como yo. En mis sueños actúo por impulso, lo que lleva a herbívoras situaciones. Quiero saber lo que significan. Quiero saber por qué sueño esto. ¿Tal vez el resto de herbívoros y carnívoros en el mundo sueñan igual que yo? Esconden su confusión con una cara serena… y si es eso, entonces todos son deshonestos.

Eso es todo lo que Hibari puede recordar antes de despertar.

—Ah, disculpe… —una voz suave se escucha a su derecha, es el herbívoro torpe.— Me pareces familiar, ¿nos hemos conocido antes?

Pero Hibari dijo nada y le miró con los ojos sesgados. Estos parecen decir mucho pero mayormente expresan un "No me hables".

El hombre tímido hizo una reverencia como disculpa y colocó sus manos en su regazo como si no hubiese dicho nada. (A Hibari le pareció que era una costumbre del joven. Y entonces le agravó, un intenso dolor en su frente.)

Esa era la primera vez que se habían conocido en esta vida.


Hibari comenzó a caminar hacia las escaleras de la estación de tren (odiaba los elevadores porque le hacían la vida más fácil a muchos herbívoros que necesitaban ejercicio), sus zapatos lustrados golpeando mientras lo hace. En la cima de las escaleras está un extranjero con un extraño corte de cabello, su oscura cabellera parece un poco azul a la luz de las farolas. Está hablando por teléfono en voz muy alta, y emitiendo continuamente una risa singular.

—Entonces, Chrome —habló con un ligero acento—, por favor, ten los archivos listos cuando llegue—. Caminó por las mismas escaleras en las que Hibari estaba y sus caminos se cruzaron, Hibari subiendo, el extranjero descendiendo. Le desagradaba la gente como esa. Personas que querían destacar en una multitud mientras todo lo que hacían era causar problemas a la comunidad y provocar algún cambio en otros. Y, por su apariencia, este herbívoro piña (porque el cabello le recordaba a dicha fruta) era el peor que ha visto. Su ropa era muy excéntrica, por no mencionar extraña. Hibari quería decirle "¡Fuera de mi país!" pero recordó que ya no estaba en Namimori. Nada aquí le pertenecía.


Una semana pasó y era jueves otra vez.

Alcanzó el portafolio de cuero con la libreta negra aún en sus manos. Tenía treinta y cinco páginas llenas, en el anverso y reverso. Con eso, Hibari decidió que la libreta debería ser abandonada en el momento que las páginas estuviesen llenas. (O quemarlas, pensó.) Si no podía dejar de pensar en esos sueños entonces los tiraría. Todos ellos eran, para él, una carga. No los necesitaba.

Eran ya las 7:45 y justo cuando iba a levantar sus botas (el día de hoy había optado por un estilo sepia) se dio cuenta de que no era necesario. El herbívoro que usualmente corría en el tren caminaba lentamente con la cabeza gacha. Andando lenta y miserablemente.

Estaba llorando.

Y qué patético espectáculo era. Los ojos del joven profesor estaban rojos e hinchados, hipando tanto que el moco se deslizaba por su nariz. Repugnante, patético, un dolor para sus ojos. ¿Acaso no sabía que mostrar debilidad le haría perder la batalla?

El herbívoro tomó su teléfono (que estaba vibrando en su bolsillo) e inhaló.

—¿Hola? ¿Reborn? Me despidieron… ¡Lo siento! Yo… no sé cómo sucedió. Sólo me llamaron de la dirección y dijeron que hoy sería mi último día en el preescolar. ¡No! No estoy triste por mi situación económica…

Los ojos de Sawada se volvieron firmes y amables.

—Me siento tan mal dejando a los niños así, sus corazones se romperán.

El tren se detuvo, las puertas abriéndose a pasajeros que iban y venían; y, en ese momento, las piernas de Hibari estaban casi fuera de la puerta. Y, si él fuese otra persona y no Kyouya, habría buscado en el bolsillo de su pecho, dado al chico su pañuelo y, tal vez, algunas palabras afectuosas para confortarlo.

Pero él no era otra persona. Sin embargo, volteó, inclinó ligeramente su cabeza y se dirigió al herbívoro, quien parpadeó sorprendido y avergonzado hacia el hombre.

Eres patético.

Y las puertas se cerraron.


Hibari Kyouya es obstinado; tanto que es un eufemismo decir que es inconcebible cuán terco puede ser. Odiaba el cambio y peleaba con uñas y dientes para que todo permaneciera igual, a la manera de Hibari Kyouya.

Pero hoy iniciaría un cambio, cuando aparece un hombre con fedora, su traje impone respeto y obediencia. No tenía una cita, tampoco llamó a la oficina, mucho menos recibió un pase de visitante. Entró porque podía y caminó dentro porque así quería. Wao, otro carnívoro.

Hibari sonrió, pero lentamente se tornó en un gesto ligero tan pronto como un hombre más pequeño aparece detrás de él, luciendo un poco nervioso e inquieto. Era ese herbívoro, Sawada Tsunayoushi.

El hombre con el fedora alcanzó lentamente su sombrero, revelando su cabello oscuro y ojos aún más oscuros.

—Mi nombre es Reborn —comenzó—. Soy un representante de la multi corporación Vongola. Y este… —colocó una mano en el hombro del herbívoro— es Sawada Tsunayoushi, nuestro recién nombrado presidente. Nos gustaría fusionar su compañía con la nuestra. Ya hemos hecho esto con las corporaciones Niebla, Rayo, Sol, Tormenta y Lluvia, velamos por sus intereses, y los nuestros, para comenzar una colaboración.

Los Vongola tenían fuertes conexiones con los gobiernos de distintas partes del mundo, tenía muchas divisiones, como ser un conglomerado de los medios (cortesía de Niebla y Rayo), una franquicia de gimnasio (Sol), una tienda de deportes (Lluvia) y el único patrocinador de muchas universidades prestigiosas (Tormenta). El no aceptar haría de Hibari un tonto, pero se preguntó cómo un torpe y desempleado idiota ganó tanto poder en una sola noche.

Después de que el papeleo estuvo hecho, Reborn se disculpó para usar el baño dejando a Tsunayoushi y a Kyouya en la sala de reuniones. Era extraño decir menos.

—Tú… tú eres el hombre del tren… —el herbívoro habló— Sólo… —Tsunayoushi ha querido decir algo pero se tragó sus palabras y decidió tener una conversación más ligera. El por qué pensó que el hombre reaccionaría diferente en el trabajo sería un misterio.— Es realmente sorprendente cómo nos conocimos en esa manera extraña… ¡Supongo que debe ser el destino!

—Odio esa palabra.

El castaño miró lentamente al otro, quien sabe que tenía un firme agarre en el respaldo de su silla. Hibari se estaba levantando.

—No hay tal cosa como el destino. Destino o casualidad, esas son palabras simples y ficticias hechas por herbívoros quienes las utilizan como excusa cuando las cosas no siguen su curso. Son fallas porque eligieron serlo. Están debajo de los triunfadores y carnívoros porque así lo decidieron. Tomo mis decisiones finales y seré condenado si alguien más elige por mí, yo escojo mi propio camino. Si gano o pierdo depende de mí.

Hibari no supo por qué parecía tan desesperado (eso no puede ser porque él no es así, no del todo) como para hacer que el otro hombre creyera en sus palabras. Cómo Hibari pensó que, sólo por decir esas palabras, serían verdaderas para él. Él sólo quería que ellos lo supieran. Quería que todos supieran eso. Y el herbívoro sonrió tristemente, una sonrisa conocedora que le hizo parecer menos como un herbívoro, más como un omnívoro y dijo:

Sería bueno si eso fuese verdad.


Hicimos una promesa.

Esas palabras resonaron en los oídos de Hibari el día que conoció al hombre temeroso en su traje blanco. No importa de cuánto papeleo se ocupara, eso no le dejaría solo. Y lo extraño era que no recordaba a quién le había hecho una promesa.


Hibari despierta al día siguiente, corriendo para alcanzar el tren. Pero es raro porque Hibari no corre. Está muy nublado el día de hoy y no hay personas en las calles. Puede ver su aliento en el aire, semejándose al humo del cigarrillo que tanto odia.

Llegó a la plataforma de entrada al tren, buscando un asiento. Finalmente se decidió por uno cercano a la ventana. El tren estaba desierto, pero no pensó mucho en ello y sólo tarareó satisfactoriamente para sí (no había herbívoros apiñándose a su alrededor). Pero algo rompe su buen humor y es cuando ve a un hombre torpe aparecer ante él, haciendo una reverencia, diciendo un "buenos días". Era ese Sawada Tsunayoushi.

—Estimados pasajeros, parece que el tren está experimentando dificultades técnicas, por favor esperen pacientemente hasta nuevo aviso.

Hibari gruñó. Era puntual y odiaba esperar por cualquier cosa o persona, se giró hacia la ventana a su lado para ver que ya era de noche. Pero, ¿no era de día hace un segundo? Debía haberse equivocado.

Levantó su manga para observar su reloj. Eran las 7:30 de la noche. Iba a casa alrededor de esta hora, ¿pero no estaba llegando a su trabajo? El pelinegro miró al piso debajo de él pero no le veía realmente. Estaba recordando lo que había hecho hasta ese momento, asegurándose de que esto no fuese alguna equivocación.

Entonces, Tsunayoushi está sonriendo, ese tipo de sonrisa como si estuviese protegiendo al otro.

—¿Estás perdido?

Ninguna palabra fue dicha, pero el castaño comienzó a hablar.

—Es realmente extraño que el tren se haya detenido repentinamente. Los trenes son tan avanzados en estos días. ¿Sabías que el tren Halcón opera a 300 millas por hora? Eso es muy rápido, ¿no lo es?

Hibari estaba irritado.

—Pero las cosas más rápidas siempre acaban chocando y quemándose —dijo repentinamente—. Los trenes bala que al gobierno les toma tanto orgullo y dinero son destructibles. No importa cuán perfecto sea algo, siempre se desvanece.

Hubo silencio, Hibari permanecía inmóvil, había algo oprimiendo su pecho.

—Tal vez deberíamos cambiar a algo más amigable con la ecología. Pero las personas siempre están apresuradas. Siempre corren a algún lugar, sin embargo, siempre lo hacen en la dirección equivocada.

Ese humilde herbívoro dice a sabiendas "…nunca hubiera funcionado."

—Aléjate de mi vista —Hibari le gruñe cuando se levanta, su portafolio en mano llegando a la puerta.

Una vez afuera, comienza a caminar rápido hacia un lugar, nunca mirando hacia atrás. Las nubes en el cielo comienzan a evaporarse y dejan a un brillante sol. No le importa si es de mañana cuando sólo hace unos segundos era de noche, no tiene sentido. Pero, nuevamente, no se supone que tenga sentido. No tiene sentido que viva en una ciudad que odia, no lo tiene el que siga soñando sobre cosas que no quiere saber, cosas que no quiere escuchar, no tiene sentido el por qué es asocial y, mucho menos, que aun siendo un abogado con la mejor educación posible no tenga libertad. Esta libertad es falsa. La verdadera libertad es donde nadie sabe quién eres, yendo a algún lugar donde nadie más esté. Como un bosque, o alguna isla desolada donde habría incontables cocos.

Hibari escuchó pasos. Estaban acercándose más y más. Era ese herbívoro. Llevaba el pañuelo de Hibari. ¿Cómo llegó ahí? Pero cuando mira, no le interesa, tampoco lo hace que el dueño de esos ojos sea esa persona. La persona con la que sueña frecuentemente. Quiere irse porque la indiferencia al mundo, el muro que está tratando de mantener está a punto de derrumbarse. Se mostró molesto, mostró algo más que un rostro indiferente.

—Señor, dejó…

Pero antes de que Tsunayoushi pueda terminar la oración un automóvil le golpea. Sus ojos cerrados y Hibari permaneció ahí, observando. Sin expresión alguna, ni siquiera estaba pensando. En ese momento él era una cámara, grabando fríamente. Ahí está Sawada Tsunayoushi dejando un camino efusivo de sangre saliendo de su cabeza. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? Pero Hibari no muestra su confusión, mantiene sus pies sobre la tierra, donde se supone deben estar. Pero no puede evitarlo y comienza a moverse hacia adelante, como si trotara, entonces corre como si estuviese en llamas. Los gritos se escucharon, sirenas llenaron la noche y desea llamar "estúpido" y "herbívoro" a aquél hombre, desea decirle "Wao, tú eres el chico de mis sueños", pero no puede porque él está…


…y entonces despertó.


Hibari suspiró, era viernes.