Abrió los ojos ante la sensación de que alguien la observaba, no sabía cómo, pero a pesar de estar dormida, sentía esa extraña sensación. Cuando al fin abrió los ojos, comprobó que el origen de todo ello, no era otra persona, sino su propio compañero que la miraba, parado bajo el umbral de la puerta que separaba sus habitaciones baratas de motel.
Se incorporó, quedando apoyada en los codos.
- ¿Pasa algo?
- No – fue la monosilábica respuesta de su compañero.
- Entonces ¿podrías explicarme qué haces ahí parado?
- Te observo dormir.
Extrañada por la respuesta de él, terminó por sentarse en la cama, sin preocuparse por la sábana que se resbalaba y dejaba expuesta su ropa interior. Había olvidado empacar el pijama gracias al insistente compañero que la urgía a que se apresurara o perderían el avión.
La exposición de piel extra y la ausencia de ropa para dormir, no pasaron desapercibidas por el hombre, que sin quererlo la recorrió con la mirada.
- Y ¿se puede saber qué es tan interesante de observarme dormir?
- Verás – agregó el hombre mientras se acercaba a la cama de ella para tener una mejor vista de compañera casi desnuda – Desde que llegamos, todas las noches, sin falta; cuando he estado a punto de conciliar el sueño, no lo he logrado… gracias a mi ruidosa vecina de habitación.
Ella frunció el ceño, sabía que las paredes eran finas, y que los ocupantes de las habitaciones vecinas no eran tímidos al expresar lo bien que lo pasaban con sus compañeros sexuales.
- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
- ¿Acaso no lo sabes?
- ¿Saber qué?
- Que eres tú la que haces todos esos ruidos…
- ¿Estás bromeando? ¡Si ni siquiera ronco!
- ¿Y quién dijo que roncaras?
Ella levantó su ceja derecha, signo inequívoco de incredulidad.
- Verás – comenzó a explicar él, cada vez más cerca de ella, que seguía exponiendo su torso semidesnudo – desde que llegamos a este lugar, todas y cada una de las noches, he sido interrumpido por los sonidos que emites al dormir.
- ¿Y qué sonidos son esos? – agregó la mujer algo molesta ante la insinuación de que roncara.
- Al principio creí que llorabas, que era una pesadilla, y lo dejé pasar. La segunda noche creía que la pesadilla era demasiado vívida por los sonidos que hacías, así que me atreví a entrar en tu habitación.
- No recuerdo haber tenido pesadillas. ¡Ni siquiera recuerdo haber soñado!
- No creo que sea así. Cuando entré a tu habitación, vi como te retorcías y revolcabas en la cama, me acerqué y comprobé que no llorabas, gemías, pero no de dolor, sino… - y no se atrevió a continuar.
- ¿Qué quieres decir con eso? – ella sintió como su corazón comenzaba a ir a mil por hora, y el calor se le subía al rostro.
- Gemías… pero era porque estabas teniendo un sueño… cómo decirlo… al parecer muy, muy placentero…
- ¿¡Y te quedaste observando!? – le espetó con una mezcla de rabia y vergüenza.
- ¿Cómo no hacerlo?... ha sido la visión más hermosa que he tenido el placer de observar…
- ¿Y lo has hecho desde que llegamos?... ¡Pero si ya llevamos casi una semana!
- Confieso que lo he hecho, pero no por voyerismo enfermizo, sino porque me gustaría saber quién es el bastardo con suerte que te acompaña en tus sueños y te hace gemir de placer – diciendo esto último con rabia. ¿Serían celos? – para poder partirle la cara apenas lo vea.
Al escuchar lo último, entendió todo, y armándose de valor, se levantó de la cama sin importarle la ausencia de ropa; se acercó a él, le acarició el rostro y casi en un susurro le habló.
- No creo que quieras verte la cara magullada, ni tu hermosa nariz rota.
Le tomó de la mano, conduciéndolo hasta la cama. Invitación que él, no dudó en aceptar.
