Prólogo
Introspección
Apreté con fuerza mi puño derecho, y seguí mirándome la muñeca durante un largo rato. De vez en cuando movía el brazo, ya que estaba tapando al sol con lo justo, y si hay algo que me gusta es sentir en la cara los rayos solares cuando estoy tirado en el pasto, para luego taparlos con la mano, y luego destaparlos… y así. Nunca me puse a pensar por qué será.
Como sea, me pegara la luz en los ojos o no, traté de no quitarle la vista de encima a mi brazo. No pasó mucho tiempo hasta que ese recuerdo habitual volvió a mi cabeza.
Aquella vez, cuando estaba en esa misma posición, no había sol que tapar. Por el contrario, llovía como si el cielo estuviera viniéndose abajo. Y de mi brazo, además de gotas, caía sangre. Sangre que iba directo a mi rostro, entrándome a los ojos… Mezclándose con el agua.
Por momentos, sentía que había perdido la noción del espacio y el tiempo. Todo había sucedido en pocos minutos, pero para mí habían sido horas. Incluso hoy me sigue pareciendo confuso. Siento que había mucha gente observándonos, pero no puedo recordarlos. Quién sabe; tal vez lo borré de mi mente porque me parecía muy humillante… La mente tiene sus trucos para tratar de hacerte sentir mejor. Lástima que generalmente no lo logra.
El dolor, eso sí, lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Nunca me había sentido tan mal en mi vida. Hasta ese momento, claro. Pero incluso si me pusiera a comparar ese día con días posteriores, por más que mi resistencia física creciera, ninguna experiencia podría llegar a compararse con lo que pasé esa vez.
Entre golpe y golpe, trataba de recuperar el sentido y de darme cuenta de que debía hacer algo para ponerle fin a la situación. Estaba demasiado aturdido, pero unos minutos antes podría haber tratado de huir. Sin embargo, no podía hacer eso; no hasta estar seguro de que ella ya estaba a salvo. Así que me mordía los labios y recibía mi castigo, mientras él me preguntaba, una y otra vez… "¿En dónde está?".
En un momento, cuando pude limpiarme la sangre de los ojos, traté de mirarlo a la cara. Estaba parado al lado mío, empapado, y con los puños manchados de rojo. En sus ojos vi un desprecio tan enorme, que me costó mantenerle la mirada. Traté de hablar, pero me costaba respirar.
"B—Ben….", lo llamé por su nombre, antes de atragantarme con sangre. El ni se inmutó. Luego de unos segundos, traté de volver a hablar. "Ella… Ella no lo hi—"
No me dio tiempo a terminar la oración. Antes de darme cuenta de qué era lo que le estaba diciendo, me había vuelto a dar una patada en la cara, y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos, me había clavado su espada en mi brazo derecho. Nuevamente.
Mientras gritaba, siguió haciéndome una y otra vez las mismas preguntas… pero yo no podía escucharlo. En mis oídos sólo resonaba mi voz, y una mezcla de murmullos. Ambas cosas me aturdían. Le dio un empujón a la espada con la pierna, haciendo que se enterrara aún más en mi muñeca, y en el pasto.
Fue en ese momento cuando sentí una voz lejana que le decía que se detuviera, que ya era suficiente. Todos los demás sonidos eran confusos, pero esa voz se escuchaba perfectamente. Era inconfundible. Pocos segundos después, Ben arrancó bruscamente su espada de mi brazo, y se apartó para darle paso, mientras yo me revolcaba en la tierra mojada.
A él no pude verle el rostro, pero no fue necesario. Su voz indicaba las mismas expresiones que tenía absolutamente todos los días. Se quedó parado a mi lado, observándome. Aunque no lo veía, sabía que me estaba mirando fijamente.
Entonces, habló. Y dijo las palabras que resonarían una y otra vez, todos y cada uno de los siguientes días:
"Que nunca te encontremos, ni a ti ni a ella. Desaparece, y no vuelvas. Acabas de morir".
Tras eso, me dio la espalda, y regresó por donde vino. Como pude, miré a mí alrededor, y los que nos habían estado mirando, ya no estaban. Al único que vi fue a Ben, de perfil, mirándome a lo lejos, y guardando su espada. Se quedó algunos segundos así, observándome por sobre uno de sus hombros. Traté de hacer contacto visual con él, pero por algún motivo, no me miraba a los ojos. Poco después, partió, al igual que los demás.
Me quedé sólo, bajo la lluvia, sujetándome el brazo derecho, que no paraba de sangrar. Cuando pude tomar fuerzas, aunque sin saber de dónde, comencé a arrastrarme en dirección hacia el bosque.
He perdido la cuenta de cuántos días han pasado desde entonces. Es uno de los pocos casos en los que mi memoria me juega una mala pasada. Es lo que digo; tiene sus trucos.
Probablemente ella lo sepa. No, estoy seguro de que lo sabe. Lo que yo viví no tiene comparación con lo que ella tuvo que pasar.
Pero aunque aquel día parezca tan lejano, y aunque haya tantas cosas que parecieran haberse borrado de mi mente, hay sensaciones que jamás podré olvidar. Es lo que me pasa siempre que me tiró en el césped, como hoy, y que me pongo a mirar mi brazo derecho, ahora sano, y sin una sola herida.
