Mientras miraba al horizonte, pensé, "¿Por qué existo en este mundo de calamidades sin sentido?", suspire, esto era algo que ni yo misma entendía, deseaba con todas mis fuerzas desaparecer, así todo sería más fácil, más liviano. Me levante del sofá y apague el televisor, me acerque a la puerta del salón y me apoye sobre el cerco de la puerta mirando la estancia que dejaba atrás, era una habitación decorada con pintura blanca, una moqueta de color azul aguamarina, con un roñoso sofá de cuero marrón que no tendría más de 40 años, enfrente había una destartalada televisión de los años sesenta, pequeña y gris que estaba sobre un mueble negro con puerta de un cristal casi translucido a causa del polvo que había llegado a acumular, en el otro extremo de la habitación, había una ventana y justo al lado del borde de la ventana, había una alta estantería llena de libros y enciclopedias viejas de cuando mis padres eran jóvenes, lo único de color que había allí era un ficus que no superaría el medio metro de alto. Me aparte del cerco y me acerque al perchero que había en la entrada, cogí una chaqueta gris y mi paraguas negro con flores fucsias, quite el cerrojo y fui a girar el picaporte.

-¿A dónde crees que vas?

-A la calle –le conteste con toda la normalidad del mundo.

-Reiko, mírame cuando te hablo.

Me voltee, y pude ver a una mujer, a mi madre, cerca de las escaleras de altos escalones, las cuales, tenían alguna que otra tabla de madera rota, ella era una mujer de estatura media, con el pelo hasta los hombros y de un color negro grisáceo a causa de alguna que otra cana, los ojos eran verde esmeralda, sus labios eran finos y rosáceos, muy similares al chicle, su piel era blanca como la nieve en pleno invierno, ahora mismo, llevaba una bata marrón a juego con una zapatillas de andar por casa de pelo, en una mano llevaba una bolsa y en la otra un cigarrillo encendido que se llevaba a la boca cada poco tiempo.

-Si vas a salir llévate esto

Me tiro la bolsa y yo la cogí al vuelo, pero mis dedos eran muy pequeños y se cayó, haciendo un sordo golpe, recogí la bolsa y me la colgué.

-¿Vas a verle verdad?

-¿Y que pasa si es así?

-Nada… haz lo que quieras, ya eres lo suficientemente madura como para hacerlo, ¿no crees? Pero todos tus fallos nos repercuten a todos, ya lo sabes.

-Lo sé –dije con la cabeza baja y mientras miraba la pata de una mesilla- ¿Algo más?

Ella negó con la cabeza, yo me di la vuelta y volví a girar el picaporte, pude oír a mi madre suspirar con cierta resignación, oí como se iba y antes de girar la esquina que daba a la cocina se detuvo.

-Ten cuidado

-Siempre lo tengo

Sabía que estaba sonriendo, ella era así. Apoye la mano sobre la puerta y luego coloque mi cabeza de modo que mis ojos acabasen enfocando el suelo, suspire, cerré los ojos un breve instante y poco a poco sentía una especie de descarga eléctrica, un hormigueo que recorría cada centimetro de todo mi cuerpo, tenía ganas de salir y yo iba a permitir arrancarle sus cadenas una vez más, sonreí malévolamente abrí mis ojos y tire con fuerza del picaporte, pude contemplar un ferviente paisaje lleno de coloridos colores que denotaban tragedia, me mire al espejo de la entrada y pude ver mis ojos, estaban inyectados sangre, lujuriosos de poder volver a salir de esta prisión llena de cadenas, que eran estas cuatro paredes.