Heeeeee, adivinen quien volvió de ultratumba!

Pues yo!

xD

Haber, tranquilizate mujer, que si que he vuelto. Y sí, sigo con el SwanQueen foreva LaAsesinadelAmor.

Eso me lleva a plantearme una pregunta, ¿Que creen que pase con esta gran familia SwanQueen ahora que Emma se fue, y que supuestamente Regina(Roni) es lesbina?

Espero que nada malo :(

Jkto, también espero te encante que lo he hecho con to' mi love. Y Guest espero que este te guste más ;)

Haber, ahora voy a explicar mis decisiones para clasificar a cada uno de los personajes que hacen aparición en este OS.

Aunque pensándolo bien, mejor lo hago al final, para no darles ningún spoiler.

:P

Sin más, delante capítulo :)


¿Imbécil?

Nah…

Emma "Swan" Cupid no era imbécil. Por supuesto que no.

Es más.

Siendo objetivos y verdaderamente prácticos en toda la extensión de la palabra, era una completa y absoluta…

Retrasada.

Idiota. Estúpida. Alcornoque. Babosa. Cabeza hueca. Capullo. Inútil. Soquete. Tarada y todo lo que quisieras y se te ocurriera.

Pero nunca. Nunca sería una imbécil…

O a menos eso pensaba.

Hasta ahora.

Hoy día, era claro que podía añadir imbécil a su vocabulario, currículo y vida.

— Hola, es un gusto conocerte. Soy Emma Cupid, alias Swan, ¡ah!, se me olvidaba, soy una imbécil, ¿qué tal?

Indiscutiblemente esa se convertiría en su nueva forma de presentarse.

Sentada al borde de un lindo riachuelo, bellas praderas verde al rededor y rayos oro provenientes del ocaso solar bañando su decaído rostro, golpeaba sus rasgos contra la palma de su mano, maldiciéndose a sí misma por lo bajo.

Era su oportunidad. Aquella que llevaba anhelando desde que descubrió el mágico mundo de su padre.

Había planeado cada mínimo detalle toda su existencia. Ese 14 de febrero sería especial. Sería SU catorce de febrero.

Con el que conseguiría enorgullecer a su padre, ganarse el derecho de ser digna de título, en fin... tantas cosas, pero como casi siempre, su incapacidad de plantarse en un sólo lugar, y controlar sus sentimientos le había propinado problemas.

¿Cómo era posible que la hija del todopoderoso, perfectivo y as en lo absolutamente relacionado con el romance, dios del amor Eros —Todos los Cupid sabían que el nombre de su padre no era Eros, sino David, pero bueno, humanos. — pudiese fallar en una tarea tan fácil?

Entregar una carta.

¿Qué de complicado pudiese tener entregar una puñetera carta de los cojones?

Nada. N.A.D.A. Nada. Terminantemente nada.

Una tarea básica para cualquier honorable y ecuánime miembro de la casa Cupid.

Tan esencial como que aquel galante y joven enamorado, se acercara con intención de solicitar ayuda a la gran "experta" en cuestiones románticas, descendiente de una fuente completamente llena de sabiduría en materia amorosa.

En un fecha tan común para hacerlo, como el día de los enamorados. Todo era tan sencillo. Buscar a la "afortunada". — Entrecomillado, pues la verdad, dejando de lado su sentir, ser pretendida por alguien como el vampirillo de Robin "Valentine" de Locksley (apodado así por supuestamente ser un "rompecorazones"), no tiene nada de suerte. Pero bueno, dejémosle así. — Hablar bien del chico, inmiscuir algo de suspense, entregar la misiva, y flechar un par de corazones más.

Los últimos del día. Con ese par se hubiera dado por servida. Definitivamente, en Storybrooke Monster High School se respiraba un total ambiente lleno de amor. Lo había logrado a la perfección.

Hasta que el momento de la carta llegó.


— ¡Eh! ¡Swan! ¡Espera! — Le escucho y ruedo los ojos, intuyendo quien habla. Detengo mi andar, y giro para dar de bruces con él.

— ¿Qué sucede Locksley? — Compongo una ligera sonrisa cortés, y observo cuán avergonzado parece estar.

— Yo… yo quería. Quería saber si tu… me puedes… ayudar. — Me mira, con ojos de borrego a medio morir. Mientras sonrío divertida.

— ¿En?

— Pues… Se trata de una chica. La más hermosa que mis ojos hayan encontrado. Y en fin, solo me preguntaba si podrías entregar esta carta por mi.

— Seguro. — Tomo la carta que me tiende, analizándola minuciosamente, percatándome de un importante pormenor.

— Gracias. — Dice tratando alejarse.

— Locksley. Aguarda. — Le sostengo de la muñeca, impidiendo su huida.

— Esta misiva no tiene destinatario. Y tampoco me has dicho quién es la joven.

— Lo sé. Verás Swan, me apena admitirlo pero le he citado, anónimamente claro, dejé un post-it en su casillero. En resumen. Deberá estar en las catacumbas.

— ¿Las catacumbas? ¿De verdad Locksley? ¿No se te ocurrió nada más romántico?

— ¿Lo harás o no? — Me mira impaciente, y aunque muera por negarme, se que no sería lo correcto.

— Sí, lo haré.

— ¿Gracias?

— De nada.

~SQ~

¡JODER!

Hasta parece que llevo medio día intentando bajar las jodidas escaleras.

Al fin palpo con mi pie el último escalón, agradeciendo a todos los dioses por haber llegado.

Paso sutilmente el dorso de mi palma por mi frente, inhalo. Con esto, San Valentín ha acabado. Y no podría estar más orgullosa de ello.

Miro alrededor, buscando a la misteriosa chica.

Ese instante, es cuando mi mandíbula azota contra el suelo.

No lo creo.

Esa sedosa melena azabache. Esbelta y estupenda silueta, entallada en un precioso vestido carmín. Torneadas piernas montadas en un par de zapatos altos. Con aquellas joyas egipcias adornando su cuerpo.

No es ella…

Me niego a creerlo.

No. No. Y mil veces. No.

— ¿Qué carajos Locksley? — Farfullo bajo, provocando aquella angelical descendiente egipcia note mi presencia y me regale una tierna sonrisa.

— ¿Emma? — Camina lentamente hacia mí. Resonando sus tacones contra el viejo suelo de piedra. Haciendo temblar mis cimientos.

Me odio. Un millón de veces y aun más.

Sólo existía una regla. Sólo una, maldita sea.

~SQ~

— Un Cupid no se enamora Emma. — Contó su padre, tomándole la pequeña manita fraternalmente, y andando por aquellos celestiales campos.

— El amor no está hecho para nosotros, cariño. ¿Sabes por qué? — Preguntaba un alto y rubio hombre, observando enternecido a una pequeña mata de blondos caireles.

— No papi.

— Emma, ¿has observado cómo actúan las personas que papá flecha? — Cuestionó tomando entre sus brazos a la pequeña niña.

— Por supuesto. Parecen bobos. Su mundo solo se centra en aquella persona. Y hacen muchas tonterías.

— Es verdad, ¿divertido, no? — Mostró una gigantesca sonrisa, animando a su joven hija contestar.

— La mayoría de las veces si. — Rio bajito, apretando su pequeño oso de felpa contra su pecho, y escondiendo su cabecita entre el cuello del hombre.

— Bueno. — Prosiguió el joven, acariciando devotamente los cabellos oro de la pequeña.

— Esa es la razón por la que la familia Cupid, no puede enamorarse. Afectaría nuestra labor Emma, inhibiría nuestro razonamiento y capacidad de ayudar a los demás. No nos permitiría flechar corazones, porque el nuestro estaría demasiado ocupado por esa persona.

— ¿Papi? — Su vocecita asemejaba temerosa.

— ¿Si cariño? — Sabía lo que venía, y cerró los ojos esperando el golpe, le dolía hacer esto. Pero la experiencia le dictaba era lo correcto.

— No soy una buena Cupid. — Sus grandes esmeraldas comenzaron a empaparse, mientras se apretaba más contra su padre.

— ¿Por qué lo dices princesa? — Intentó que el nudo de su garganta no se notase. Tal vez él había sufrido por amor. Pero no su princesita. Ella no.

— Te amo papi. Rompí la regla. — El corazón del rubio varón, se contrajo de dulzura, sintiéndose culpable por el pesar de su hija.

Pero era necesario, las reglas existen por una razón. Y él lo sabía. Lo había vivido en carne propia. Su pequeña no podría experimentar lo mismo que él.

«Es para protegerla, la debes cuidar. Se lo prometiste a ella. A Mary.»

— Calma Emma, es verdad que un Cupid no se puede enamorar. Pero eso no quiere decir que no pueda amar. — Sorbió discretamente su nariz, abrazando fuertemente contra su pecho a su hijita, le recordaba tanto a ella.

— Verás cielo, el amor se puede presentar de muchas maneras, y el fraternal es una de ellas. Y esta bien. No debes sentirte mal por amar a papi.

— ¿Papito ama a Emma?

— Con todo mi ser, princesa.

— Yo también papito. — Sonrió orgullosa, alzando su joven rostro, provocando su progenitor pasara sus fuertes palmas sobre su tez porcelana, limpiando de sus mejillas unas cuantas lágrimas. Mostró su reluciente dentadura y besó el pómulo de su padre, robando de él su angustiada expresión, y colocándole una modesta sonrisa.

— Ya verás papi, seré una gran Cupid. No me dejaré enamorar.

—Ya lo creo hija. Ya lo creo. — Musitó con voz conocedora, desconfiado de lo que el futuro podría proveer.

~SQ~

—Re… Regina. ¡Hey! — Paso la palma de mi mano por mi nuca, saliendo de mi encierro momentáneo y mirando idiotizada sus singulares ojos almendra.

— Hola. — Se ruboriza ligeramente, y no evito pensar que se ve más magnífica de lo que ya es.

— ¿Qué haces aquí? — Bravo Swan, bravo. Eres estupendamente idiota.

— Lo mismo que tú, supongo. — Susurra sensualmente, cerrando la distancia entre nosotras. Colocando su calidad palma sobre mi hombro.

Y en ese instante, estoy más que segura que mis piernas no funcionan. Mi cerebro deja de lado la razón. Y mi corazón ha explotado. Ella piensa que soy yo. Acaso, ¿desea que sea yo su cita?

— Yo… — Degluto, hurtando de su angelical tez una sonrisa.

— Yo tengo esto para ti. — Extiendo mi brazo entre nosotras, obligándola alejarse, y entregándole la misiva.

Ella sólo me observa confusa, tomando lo que le tiendo.

— ¿Robin? —

—Si… yo. Adiós —


¡Ah!, es verdad.

Se nos olvidaba un pequeñísimo detallito. Pequeñajo, nada del otro mundo.

La susodicha no era otra más que Regina Mills de Nile.

Sip.

Regina, la niña más linda y perfecta del mundo. — Y, mira que Emma había visitado vastos y diversos universos, sin encontrar belleza capaz de compararse con la de la morena.—

Y ahí estaba. Rompiendo la única regla que le había impuesto su viejo. Arruinando su primer San Valentín. Pareciendo una imbécil ante la niña más maravillosa. Y culpandose por haber huido cuál cobarde.

Tal vez si se hubiese quedado, Regina...

No. Fue lo mejor. Cupido no se enamora, solo admira el amor. Pero no lo cultiva para sí. Era mejor comenzar a entrar al mundo real. El amor no es para ella.

Su rostro se mantenía oculto entre sus tersas palmas, cuando un suave tacto posó sobre su hombro. Causando aquella lágrima que se esforzó en controlar, escapara.

— Padre... lo he arruinado. Todo. Lo siento. — Su respuesta fue automática, no sentía el valor de mirarle aquellos profundos ojos mar. Por lo que mantuvo su cabeza gacha.

— ¿Te encuentras bien? — El cálido tacto se apretó con delicadez, a la par en que una cándida presencia tomaba asiento a su lado. Inmediatamente alzó su rostro, enfocando aquellas hermosas orbes, y dulce rostro. Digno de una princesa egipcia, como ella.

— ¿Regina? Hola. — Limpió veloz su mejilla, colocando una pequeña sonrisa. Ignorando la pregunta de la morena.

— Hola. ¿Esperabas a alguien?

— La verdad. No. — Se encogió de hombros, fingiéndose despreocupada y observando como el crepúsculo vespertino rociaba las trigeñas facciones, y sedosos cabellos noche.

— ¿Enserio? Tú, Cupido. Pasando San Valentín sola. No me lo creo. — Parecía asombrada, observando extraviada aquellos iris de indefinido tono.

— Pues ya ves. Supongo que Cupido solo contempla el amor de lejos. — Contestó sonriendo tristemente a la princesa, tomando un pequeño guijarro y lanzándolo al riachuelo.

— ¿Desearías compartir conmigo el porqué de eso? — El tono preocupado de su voz, le encogió el corazón, confirmando por decimotercera vez en un par de minutos, que estaba hasta las trancas con esa muer.

— Sospecho, que conoces la historia. — Respondió Emma divertida ante la curiosidad de la chica Mills.

— Podría ser. — Dijo con una gran sonrisa, y un brillo travieso —Pero me encantaría escucharla de ti.

— Pues no es nada del otro mundo "princesa". — Observó como su mote provocaba que Regina arruga la nariz levemente, sonriendo ante su reacción, y suspirando de resignación, al percibir la mirada de cachorrito que la morena le lanzaba.

—De acuerdo. Verás, cuenta la leyenda que hace miles de millones de años, llegó a existir un joven y apuesto príncipe, descendiente de la casa Cupid, rebelde por naturaleza, rubio y fornido. Aventurero fiel, que siempre seguía a su corazón. Sin importar lo que la sociedad pudiese dictar. Valiente y puro de corazón. — Comenzó a relatar, sintiendo la intensa mirada chocolate escrutándola, mientra ella observaba el horizonte, y al Sol desapareciendo poco a poco.

— Un día, para ser exactos, se dice que el día de su milésimo nonagésimo cumpleaños, el joven Cupid, conocido como "Encantador" gracias a sus dotes de conquistador, solicitó con ansias, se le permitiera aventurarse en el mundo terrenal al consejo celestial como presente de aniversario. Llegando a implorar de tal manera, y argumentando como sólo él sabía hacer, que su capricho fue claramente escuchado y aprobado. Permitiéndole navegar en la tierra, y regresar tres meses después.

Se suele mencionar, que el joven Encantador disfrutó de las maravillas terrenales, pasando de mujer en mujer, como si de respirar tratara. Hasta que un día, al ir caminando cerca de algún templo de la antigua Grecia, chocó contra una desconocida silueta, cayendo al suelo. Una vez recuperó la estabilidad, cayó en cuenta había tropezado con una angelical y extremadamente bella princesa, de nombre Mary, que le dejó prendado al instante. Así fue como Encantador, descubrió lo que era el amor, aquella maravillosa sensación que nuestra familia se encarga de repartir a cada persona del mundo. — Suspiró, percatandose de cómo a cada minuto que pasaba, Regina y ella comenzaban a acercarse cada vez más, utilizando sus manos como apoyo sobre el verde césped, recargando todo su peso, cerró sus ojos. Y forzó su memoria a concentrarse en el relato y no en sus intensas sensaciones.

— En un principio, el consejo se mostró enfurecido y totalmente en desacuerdo con las decisiones del muchacho Cupid, dando sus manos a torcer, al darse cuenta que aquel par, era lo conocido en mi mundo como "Amor Verdadero" un lazo tan sagrado, mítico y especial, que cualquier Cupid que se interponga en su camino, podría sufrir tan graves consecuencias como llegar a perder sus alas y ser desterrado. En fin, el "Amor Verdadero" es un lazo muy fuerte, sí, pero también muy inusual, solo un par de personas, durante cada milenio, es bendecido por los dioses con esta unión. La nueva familia Cupid, era muy feliz, llegando a tener juntos, una pequeña niña de rulos oro, y ojos tan bellos, que nadie era capaz de descifrar el tono de ellos. Idolatrada por ser fruto del verdadero amor. Sin embargo y como cualquier historia del mundo real, esta no tuvo su final feliz. La pobre niña quedó huérfana de madre, al caer ésta enferma. Provocando Encantador, relegara todas sus obligaciones, dejándolas en el olvido. Y afectando de tal manera el mundo del amor, que se llegó a creer no podríamos recuperarnos nunca de este estrago. Con todo el pesar de su corazón, al perder a su amada mujer, el joven Cupid se aferró con fuerza al único recuerdo de su esposa que le quedaba, su pequeña hija. Decretando de esa manera, y para evitar una nueva catástrofe, ningún Cupid podría volver a enamorarse nunca. — Exhaló, notando el reconfortante tacto de la princesa Mills sobre el dorso de su palma, sonriendo, giró su rostro topándose con unos levemente enrojecidos ojos marrón, y sin poder contenerse, llevó su mano libre al rostro olivaceo frente ella, limpiando una sublevada lágrima, y retirando un mechón oscuro de aquel espléndido rostro. Congelando el correr del reloj por lo que parecieron ser horas.

Recordando sus demonios, carraspeó con ligereza, quitando su palma de aquel lugar, echando de menos instantáneamente la calidez de aquella piel.

—Pero bueno, ese es mi destino. Supongo que para ello nací, y es lo que debo seguir. —

— Emma, yo...

—Tranquila, está bien. No obstante que yo no pueda seguirle rastro al amor no significa que tú no puedas, pues reparo en que deberías estar con Locksley, ¿qué sucedió? — Un ligero navajazo apoderó su corazón.

—Digamos que, no es mi tipo.

— ¿A sí que Regina Mills tiene un prototipo de chico ideal? ¡Dios! ¿Quién lo diría?— Exclamó con ironía, proveyendo a Regina de una carcajada. Lo cual volcó su pequeño corazón.

— Tal vez... ¿Y tú? ¿Tienes un chico ideal?

—Yo...

—¿O debería aventurarme a decir chica?— Interrogó la morena, con una inquisitiva ceja, apresando el canto de su boca sugestivamente.

—Podría ser... — Corroboró la rubia, guiñando un ojo juguetonamente.

— Pero no hablemos de mi, mejor dime. ¿Qué se siente darle tanto trabajo a Cupido? — Trató de sonar alegre encausando todos sus sentidos en la morena. Divirtiéndose al ver la confusa expresión que generaba el rostro de Regina.

— Vamos Regina, no me digas que no sabes de lo que habló. — Golpeó sutilmente el hombro de la morena contra el suyo, robando a la chica una gran sonrisa.

— Verdaderamente no, Swan.

—¡BAH! No sea modesta señorita Mills. Sabe cuántos pobres corazones rotos he tenido que sanar por culpa de los Nile, cuántos corazones han sido robados, en especial por una princesa morena y extremadamente hermosa, que se encuentra a mi lado. —Mordió su lengua floja al instante, observando unos asombrados ojos miel, con la mandíbula floja.

—Regina yo...— Empezó vacilante, girando su rostro para evitar el rechazo que estaba segura, vendría a continuación.

—¿Y el suyo? — Le interrumpió la morena, causándole asombro y que le volviera a dirigir su atención y mirar.

—¿Cómo?

— ¿Algun vez ha tenido que sanar su corazón? — Respondió ésta, recorriendo lentamente los escasos centímetros que le separaban de la joven Cupid.

— Yo...

— Dígame señorita Swan, ¿ha tendio que sanar su corazón a causa de un de Nile? —Volvió a cuestionar, entrelazando sus brazos por detrás del cuello de la ojiverde, sintiendo su acelerada respiración golpeando su labio superior.

— Regina... esto esta mal... — Trató Emma, que aunque lo quisiera más que nada, sabía estaba infringiendo una gran regla. Un amor prohibido que no debía ser. Pero Regina lo ponía tan difícil, con esos labios carmín llamándole, y aquella provocativa cicatriz con su nombre escrito.

— Cuénteme, aquella preciosa princesa morena de la que habla, ¿le ha robado acaso el corazón? — Siguió la descendiente de Nile, rozando sus carnosos labios con aquellos sonrosados a cada palabra dicha, advirtiendo como aquella mirada a veces pradera, en ocasiones cielo, intercalaba entre sus labios y ojos.

— S...sí. Completamente. — Susurró Emma, avanzando aquellos escasos y vagos milímetros, fusionando sus labios en un casto beso. Lleno de todo aquello que sentían, que deseaban decir, expresar, demostrar. Con aquello que llevaban años callando, y que hoy día, era un volcán necesitado por erupcionar. Sus manos encontraron camino a sus caderas, eliminando cualquier tipo de distancia. Mientras que la morena, enredaba sus dedos en los dorados bucles, proclamando suyo aquel cuerpo frente ella. La temperatura comenzó a elevarse. Regina pidió acceso, mientras mordía con suavidad el labio inferior de la rubia, quien con gusto cedió.

Tan pérdidas en aquellas nuevas y apasionantes sensaciones, no se percataron de aquel extraño haz luminoso que comenzaba a emanar con la altura de sus corazones, creciendo a cada minuto que pasaban con sus labios unidos en una armónica danza, terminando por explotar en un destellante fulgor multicolor. Que les dejó sin aliento, con los corazones acelerados, el tórax subiendo y bajando veloz, ojos cerrados, gigantes sonrisas y frentes unidas.

Sin duda alguna, era algo por lo que pensaban luchar. La joven Cupid esta segura, al sentir aquel fuerte fuego naciendo en su corazón.

Mientras tanto, un ya crecido joven Encantador, sonreía ligeramente, sentado en un gigantesco trono, cerrando los ojos, sintiendo un pequeño centelleo naciendo en su corazón. Lo sabía. El milenio había pasado. Los dioses hicieron su elección. Un nuevo lazo de amor verdadero acababa de nacer en sus cercanías.

Orgulloso por haber cumplido su promesa, exhaló al aire con voz menguada de melancolía.

— Lo logramos Mary. —Musitó, sintiendo como un cálido fluido comenzaba a emanar de sus ojos mar. Y una templada brisna le removía los antes rubios cabellos, teñidos ahora de una tenue nevada.

Y así, un aura levemente dorada, comenzó a envolverle con delicadeza, desvaneciéndose pausadamente, dejando a su paso un camino de preciosas rosas, acompañado de un exquisito aroma, mientras un sonriente dios Eros, volvía a ser aquel joven valiente y soñador.

— David.— Dijeron con suavidad a su espalda, aquella amorosa voz que tanto tiempo extrañó.


Bueno, haber ahora sí. Porque cada personaje es cada '' monstruo''

Para empezar debo decir que no he visto Monster High, más que un par de capítulos.

Si, soy joven. Y si, son de mi época. Pero la verdad nunca las vi más que un par de veces.

Por ello, si aquí hay algún experto en Monster High, y me he equivocado, perdonarme, pero lo hice con lo que sabia y con lo poco que investigué.

Dicho esto, los personajes.

Emma Swan como Cupido

Bueno, esta es muy obvia, no? Osea, ambas son huérfanas, y además Emma es fruto del Amor Verdadero, entonces... Pues ya esta. Esa fue mi razón para que fuera Cupido.

Regina Mills como una Nile

Esta me costó un poquito, pero después recordé que había una momia en la caricatura, muy fashion y eso. Y dije, pues mi morena, daaa. xD, además es de la realeza, y una princesa tarde o temprano se convierte en reina, no?

Robin Hood como Valentine

Debo admitir que esta me la soplaron mis hermanitas menores, que ellas si ven y vieron la caricatura. Y después de investigarlo un poco, pues... Se quedó. Según mis hermanillas era un vampiro egocéntrico que quería conquistar a una de las protagonistas. Y le gustaba coleccionar corazones, o algo así. Y la verdad, Robin no es santo de mi devoción. Upsss :o xD

David Nolan como Eros.

Este no tiene misterio, era el papá de Emma, y Eros el papá adoptivo de Cupid, ya está.

Y sí alguien no entendió, Eros y Encantador eran la misma persona, y si. Al final murió xD.

Dato Curioso.

Por si a alguien le interesa, mi cumpleaños es el 14 de febrero... :3

Chao,hasta la próxima :)