Los personajes de este fic, excepto algunos de invención mía, no me pertenecen. Son propiedad de Stephenie Meyer.

Mis más sinceros agradecimientos a mi querida amiga y beta Lilith de Lioncourt.


El nacimiento

25 de agosto de 1813 d.C.

La familia Amirov no se encontraba muy bien económicamente. Nunca habían poseído muchas riquezas, pero el dinero que ganaba el cabeza de familia, el señor Amirov, les bastaba para subsistir.

Desafortunadamente el señor contrajo una extraña enfermedad desconocida por los médicos. Los síntomas de dicha enfermedad hicieron que la piel del pobre señor se pudriese, dejándole las piernas inservibles. Ese suceso hizo que tuviese que abandonar su trabajo, y su pobre familia se vio privada de casi todo lo que poseían.

Además, la enfermedad siguió extendiéndose por el cuerpo del pobre hombre, hasta que terminó postrado en una cama.

Aunque su familia aún era poseedora de algunas tierras que dedicaban al cultivo y que les valían para sobrevivir, el señor temía por su esposa y su hija. Era bien sabido que por esa época, unas pobres mujeres no serian capaces de mantenerse solas. Y estaba muy claro que cuando él dejase este mundo, ellas no tardarían en seguirle.

La ultima esperanza que les quedaba, estaba puesta en su pequeña hija.

Era costumbre que por aquellos tiempos los hijos de las familias se desposasen a una edad muy temprana, ya que la gente no solía sobrepasar la treintena. Y esta costumbre se hacía más notoria en el caso de que las descendientes fuesen mujeres.

Estaba muy mal visto por la sociedad que una mujer viviese sola, puesto que se las consideraban seres inferiores que no podían valerse por sí mismas.

El señor tenía claro que, si hubiesen nacido en otra época, su esposa y su hija no habrían tenido problema alguno cuando él las dejara. Ellas eran las que se habían hecho cargo de todo cuando el enfermo, y habían conseguido que los tres saliesen a delante.

Pero lamentablemente les había tocado vivir en un tiempo en el que no se las tenía en cuenta. Y en el que si querían sobrevivir, necesitaban de un hombre.

De modo que posaron todas sus esperanzas sobre los hombros de la pequeña Iris. A la edad de quince años, una joven ya debería estar desposada y con uno o dos hijos. Pero por desgracia los problemas que había sufrido su familia en los últimos años habían hecho que se alejase de los círculos sociales, impidiéndole así encontrar algún pretendiente.

Pero no todo iban a ser desgracias para esta familia. La suerte quiso que un extranjero que paseaba cerca de sus tierras, posara sus ojos en la joven y quedara completamente fascinado con lo que veía.

Iris tenía un largo cabello rubio ceniza y unos preciosos ojos de un intenso azul cobalto que hechizaron al hombre. Lysander Thanos, se llamaba.

Se trataba, nada más ni nada menos, que de un duque. El hombre, que ya contaba con veinticuatro inviernos, había heredado unas tierras recientemente a causa del fallecimiento de su padre.

Lysander estuvo frecuentando la casa de los Amirov durante varias semanas. El señor estaba encantado, no podría haber pedido mejor pretendiente para su hija. El joven duque en ningún momento pretendió forzarla a nada. Se le veía realmente enamorado, y lo que era aún más maravilloso era que su amor era correspondido.

Iris no quedo prendada de él por su apariencia ni por su fortuna. Era cierto que el duque poseía un atractivo muy exótico que no era nada común por aquellos lares. Su pelo oscuro y sus ojos grises desentonaban con los del resto. Y que también poseía grandes riquezas y numerosas tierras.

Todas esas cosas, aunque Iris las tenía muy en cuenta, no fueron las que hicieron que se enamorara de él. Fue su forma de ser, tan abierta y generosa, la que termino por encandilarla. Además, Lysander era un hombre muy culto, puede que demasiado devoto. Pero tener fe no era para nada algo que estuviese mal visto, al contrario, a Iris le encantaba la admiración y la pasión que mostraba el duque cuando hablaban sobre Dios o sobre cualquier tema religioso.

Fue un viernes cuando el duque, en una de sus visitas, le pidió al señor Amirov la mano de su hija. La alegría que sintió la familia ante tal hecho fue tal, que no sería posible explicarla con palabras.

El señor sentía feliz, porque su mujer y su hija estarían al amparo de un buen hombre cuando él faltase. Pues Lysander no solo estaba más que encantado por casarse con Iris, sino que el mismo les propuso encargarse de toda la familia. De modo que los tres se trasladaron a unas nuevas tierras, propiedad del duque, donde esperarían hasta el día de la boda.

Lamentablemente, el señor Amirov no fue capaz de esperar hasta esa fecha y falleció a los pocos días de anunciarse el compromiso.

La señora y su hija estaban tan devastadas por el dolor que suplicaron al duque posponer el compromiso como señal de duelo.

Él no se opuso, les concedió un par de semanas a cambio de que se instalaran en su casa, ya que no era seguro para dos mujeres el vivir solas.

Y aunque el dolor por la perdida era muy grande, madre e hija estaban felices por su nueva situación. No podrían haber encontrado a un hombre más bueno.

Finalmente, el día del compromiso llego, nunca se habían visto a unos novios más enamorados. La ceremonia fue sencillamente preciosa. La consagración se realizó en una pequeña capilla a las afueras de la ciudad. La luz entraba por unas grades cristaleras de colores, envolviendo a los novios y dándoles un aspecto casi místico. Como queriendo que nunca jamás se separasen.

- Tu, Lysander Thanos, aceptas a esta mujer como esposa, y prometes serle fiel en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, por todos los días de tu vida, hasta que la muerte os separe - dijo el sacerdote mientras estrechaba las manos de los novios entre las suyas

- Acepto - contestó Lysander con voz firme y clara.

- Y tú, Iris Amirov, aceptas a este hombre como esposo, y prometes serle fiel en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, por todos los días de tu vida, hasta que la muerte os separe.

- Acepto.

- Con el poder que la santa iglesia me ha otorgado - dijo el Padre a la vez que alzaba las manos unidas de la recién pareja - Yo os declaro, marido y mujer. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

La celebración de la boda duró todo el día. La señora Cecile, la madre de Iris, no fue capaz de aguantar las lágrimas, y lloró durante toda la ceremonia. Y aunque sentía el vacío que había dejado su querido marido, no podía evitar sentirse feliz por su hija.

Los invitados se marcharon mucho antes de que el sol hubiese abandonado el cielo. La señora Cecile se despidió de los novios, no sin antes haberles dado la bendición por su unión.

- Os deseo una vida llena de felicidad, queridos míos - dijo abrazando a su hija, para después besarla en la frente y en las dos mejillas - Mi adorada niña, rezaré todos los días para que tu matrimonio sea pleno y os llene de dicha.

- Muchas gracias madre - le respondió Iris abrazándola de vuelta.

- Lysander - la señora Cecile se volvió hacia su yerno y le tomo la mano derecha - Te llevas lo que más amo en esta vida. Por lo que más quieras, cuídala le suplico apretándole la mano.

- Eso se lo juro, señora mía - Lysander le sonrió para transmitirle confianza, y la señora le devolvió la sonrisa.

- Benditos seáis los dos - y se marchó de la estancia dejando a recién pareja a solas.

Cuando la señora cerro la puerta tras de sí, Lysander se volvió para mirar a su esposa que se encontraba a su derecha

Ésta, parecía estar en otro mundo. Miraba fijamente la puerta que se acababa de cerrar. Incluso podría jurar que estaba temblando. Ante todo eso, Lysander, no pudo más que sonreír.

Se acercó a ella con cautela, y le acarició los brazos desde atrás. Un delicioso escalofrió cruzo por la espalda de Iris ante el contacto de su marido, y su corazón comenzó a latir más deprisa a causa de su nerviosismo.

- Iris - le susurro al oído mientras la abrazaba desde atrás - No tienes porque temerme.

- No…, no te tengo miedo - se apresuró a contestar ella, aunque la voz apenas le salió.

- ¿Entonces, porque pareces tan alterada? - pregunto suavemente a la vez apoyaba la barbilla en el hombro de su esposa.

- Yo no…

- Iris - dijo Lysander en un suspiro mientras frotaba su mejilla contra la de ella en un intento por tranquilizarla - Sabes que yo nunca te obligaría a hacer nada que tu no quisieses, ¿verdad?

- Lo sé.

- Entonces, dime que es lo que te pasa.

- Es que… - Iris se ruborizó y agacho su mirada - Es que no sé cómo se supone que debería actuar a partir de ahora. Sé lo que tiene que pasar, no soy estúpida. Pero yo…, no sé… - a medida que hablaba iba perdiendo el valor para continuar y con él la voz. Pero a Lysander eso no pareció importarle, se rió dulcemente y la estrecho un poco más entre sus brazos.

- Iris, mi amor. ¿Eso es lo que te preocupa? No tienes porque inquietarte, para eso me tienes a mí. Entonces, ¿tú lo deseas?

- Si - se apresuró a contestar ella ruborizándose más de lo que ya estaba, si es que eso era posible.

- Eso me hace muy feliz. Me alegra que no me temas - Lysander beso el hombro de su esposa. Ella dio un respingón, pero no se quejó ni hizo ademán de pararle. Viendo su consentimiento, Lysander trazo un sendero de besos desde la base del cuello hasta la sien de la joven Deja que sea yo el que te guíe se separó un poco de ella para poder darle la vuelta y que pudiesen estar cara a cara.

Después de mirarse durante un instante, se acercó lentamente para besarla. Se controló en todo momento, siempre intentando no asustarla. Pero conforme pasaban los minutos, más confianza adquiría ella, y más apasionado se tornaba el beso.

Lo que paso a continuación, no hace falta mencionarlo.

El tiempo transcurrió rápido para la feliz familia. Pero la noticia más extraordinaria llegó en el cumpleaños número dieciséis de Iris.

Hacía ya un tiempo que la señora no se encontraba del todo bien. Había perdido por completo el apetito y unos terribles mareos la invadían a todas horas.

Lysander entro en pánico, temiendo que su joven esposa padeciese alguna enfermedad grave. Por eso, hizo llamar al médico más cercano para que examinase a Iris y la tratase.

Cuando llego, el médico estuvo una mañana entera con la joven y si bien no pudo curarla, si le dio una noticia maravillosa. Estaba encinta.

El embarazo fue muy duro, tanto para Iris como para los que la rodeaban. Debido a su estado tan delicado, se vio obligada a guardar cama. Además, sufría unos cambios de humor muy bruscos, que no eran para nada comunes. Una mañana se levantaba extremadamente débil, y sin apenas voluntad. Y al instante siguiente se tronaba de lo más agresiva.

Esto solo hizo que su familia ansiara aún más el día de la concepción. El séptimo mes de embarazo fue especialmente insoportable. Iris comía solo lo necesario y apenas mostraba ya signos de vida.

Y fue al finalizar el séptimo mes, cuando Iris se puso de parto.


14 de junio de 1815 d.C.

Lysander estaba en el pasillo, terriblemente angustiado por los gritos que emitía su esposa. Ella se encontraba en su habitación, junto con su madre y la comadrona. Llevaban ahí dentro más de seis horas, y aún no tenía noticias ni de su esposa ni de su hijo. La incertidumbre lo estaba matando.

Fue entonces cuando la puerta de la habitación se abrió, y Cecile salió por ella llorando. Cuando Lysander la vio en ese estado, se le vino el mundo encima al pensar en lo peor.

- Es un niño - dijo Cecile acercándose a su yerno mientras sonreía, aun sin dejar de llorar - Es un niño muy sano y muy hermoso.

- ¿Y Iris?, ¿Cómo se encuentra ella? - se apresuró a preguntarle él.

- Oh, no te preocupes, ella esta perfec…

- ¡Señora! - grito la comadrona desde dentro - ¡Venga, dese prisa!, ¡Hay otro, aún queda otro!

La señora Cecile corrió hacia la habitación y cerro la puerta tras de sí. Y era cierto, su hija estaba dando a luz a otro niño.

Esta vez le costo mucho más, ya que se encontraba agotada por el esfuerzo que realizo con su primogénito. Pero aún así no desistió, y una hora después tenía en sus brazos a su segundo hijo. Se trataba de una niña, una preciosa niña idéntica a su hermano.

Cuando el señor pudo entrar al fin para ver a su nueva familia, se quedó extasiado. Su esposa y sus dos hijos se hallaban en la cama, todos dormidos. Dormidos y sanos. Parecían ángeles. De modo que se quedó por un instante en el umbral de la puerta, contemplando maravillado a su nueva familia.

Iris debió percibirle, porque se despertó y le sonrió.

- Ven Lysander, ven a ver a tus hijos.

Él no se hizo de rogar y se acercó hasta la cama. Iris tenía a un bebé en cada brazo. Eran idénticos, y a simple vista no fue capaz de decir cual era su hijo y cual su hija.

- He pensado en unos nombres para ellos, si no te importa - dijo Iris tímidamente a su marido.

- Cualquier nombre escogido por ti, será más que perfecto querida.

Ella no pudo más que sonreír ante tal declaración. Se incorporó un poco y le mostró al bebé que tenia en su brazo derecho.

- Este es tu hijo, tu primogénito. Me gustaría llamarle Alec - después hizo lo mismo con el bebé de su brazo izquierdo - Y esta es tu hija, querría que Jane fuera su nombre.

- Son unos nombres preciosos mi amor - Lysander beso la frente de su esposa, y contemplando a los pequeños dijo - Alec, Jane. Bienvenidos al mundo hijos míos.