Hermandad

Linda estaba reclutando gente para jugar a la casita, cosa que realmente disgustaba a más de un muchacho. Atrapó a Mello de casualidad, argumentando algo acerca de unos poemas de amor que había encontrado tallados en cierto roble viejo. Consiguió a Matt con facilidad, abrazando a Mello, que se encargó de observarlo con suma fiereza, dándole a entender que sufriría las gravísimas consecuencias del abandono. El juego pudo haber comenzado tranquilamente (tenía dos hermanas: Carrie y Sara, que le acompañaron gustosas de dejar las mejillas de sobrino y cuñado, llenas de labiales rosados, rojizos, saborizados con lima azucarada) con un marido pelirrojo y desvergonzado (Cuando Linda le dijo a Matt que sería el padre, la idea pareció gustarle un poco, a pesar de las quejas) que cuidaría a su joven hijo de rubios cabellos y mal carácter. (Mello no se olvidó de decirle que como mínimo, tendría que darle algo de pecho, si quería hacer algo más realista la historia. Y que lamentable era que no hubiese gran lugar en el cual guarecerse, comentó despectivamente).

Pero entonces, Linda vio a Near jugando solo, con sus infaltables rompecabezas blancos. No pudo resistirlo: corrió hacia él, lo abrazó y le pidió animadamente que se rindiera. Mello apretó los dientes y se colocó un gorrito de bebé con brusquedad, visiblemente enfadado por tener que soportarle de compañero, en un juego que de por sí, consideraba soso.

Matt nunca prestaba demasiada atención a Near. Sin embargo, lo que le costaba trabajo ignorar era que en torno a este parecía girar el Universo de Mello (y en torno a ellos dos, el de mucha otra gente, cuyas miradas pasaban a través suyo, como si ni existiera siquiera).

A Linda le traían sin cuidado sus quejas y trajo al otro muchacho de la mano. Probablemente, esa imagen de los cuatro, simulando beber té imaginario frente a la mesita de plástico, permanecería indeleble en la memoria de todos los presentes, incluso Roger (observador lejano pero presente siempre, pues era su trabajo) por no decir los otros huérfanos.

Near le ofreció comida invisible a Mello, que tras hacer contacto con sus ojos, dio una patada a la bandeja y se puso en pie, declarando aireadamente que detestaba las idioteces de los niños traumatizados.

Matt se encogió de hombros, le sonrió a Linda (que parecía sufrir entre enojo, indignación, depresión y shock en concreto, con las manos tapándole sus dientes torcidos) y se despidió, saludando a ambos con la mano, para seguir a su compañero, que "tiene la regla, eso es todo". A la hora de dormir, Mello se cambió de habitación y murmuró una fila de quejas (Noventa y nueve por ciento tenían que ver con la expresión altanera de cierto aspirante Número Uno a Detective Estrella) contra su oído, entre el pelo rojo enredado, la almohada y saliva de ensoñado.

Near quería a Mello, a su extraño modo, distante. Los remanentes de ese juego perduraron y a menudo, pensaba en cómo sería integrar una familia a la que él perteneciera. Con frecuencia, más que añorar el desenlace del juego de Linda, terminaba por asumir que tal deseo estaba a punto de concretarse, para bien o para mal, el día en que ambos se convirtieran en L.

El único problema sería la reacción de Mello entonces. Near cree que ese primer juego es un buen ejemplo de a dónde puede llevarlo su naturaleza impulsiva. Se toma la libertad de aprender su tono de voz y de tallar un muñeco de madera con su silueta. Es una dolorosa sustitución, pero al menos así se asegura de tener a su otra mitad a salvo para los juegos privados que les sean reservados.