Hola!! Pues estoy aki con otra historia!! Jejejejeje esta si prometo atualizarla seguido (de hecho ya esta completa y divinamente pasada al pc) asi que pues ahí va!!
Por faaaaa denle al GO!! Necesito su opinión ñeeee
Los gritos inundaban la sala de estar, las voces gritaban con furia, una furia contenida por casi catorce años —que irónicamente es la edad que tengo—. Pero las cosas no eran así, por lo menos antes era mejor, creo.
Soy la única hija de este disfuncional matrimonio; a veces me he cuestionado como sería tener hermanos, tal vez sería más fácil enfrentar una situación así. Mi padre peleaba con mi madre, pero esta vez en serio; al llegar del colegio tuve que encerrarme en el baño para no resultar herida por la lluvia de objetos que lanzaba mi madre.
Mis padres, nunca se habían soportado; y a veces me cuestiono si de verdad se aman. Desde que recuerdo son peleas, regaños, ofensas y yo siempre estoy en la mitad.
Después de casi una hora encerrada el caótico ruido de su enfrentamiento, había cesado momentáneamente, pero temí salir del baño, aún estaba acurrucada en una esquina del baño, con las manos en los oídos, con los ojos bien cerrados, con las lágrimas en las mejillas; tarareando la nana que me cantaba mi abuela Helena —de ahí que mi nombre, por mi abuela paterna—.
Mi vida había sido un desastre, tal vez por culpa de mis padres o no lo se, me he pasado toda la vida culpando a alguien más, tal vez es mi culpa. Siempre estuve sola, mi madre trabajaba mucho, al igual que mi padre, y los fines de semana, los únicos días en que estábamos juntos, se la pasaban peleando, y siempre terminaba así. Mi padre se desaparecía y no lo volvía a ver hasta después de dos días y mi madre llorando y renegando que él era un idiota.
La única escapatoria de mi teatro familiar era mi abuela, pero ella falleció cuando yo tenía siete años. Ahora sólo quedaban las horas de la escuela, las cuales atesoraba. No era muy buena en el colegio, la verdad a veces me iba muy mal.
Tal vez mi vida parece no ser tan solitaria, pero si lo es, más allá de la familia, de los amigos, me siento vacía, como si fuera algún despojo de ser humano. Nadie me conoce tal cual soy, solo soy una fachada; soy lo que la gente quiere que yo sea. Una hija para mis padres, una amiga para los que me rodean. Pero, estoy totalmente segura que, si la gente supiera lo que soy en verdad, no me hablarían. Soy más profunda de lo que la gente cree, llena, tal vez, de un dolor que yo misma me impuse.
Estaba muy segura que, con el paso del tiempo, la gente se olvidaría de mí, como lo había hecho mi madre, como lo había hecho mi padre y como lo harían mis amigos.
Sentada en el frío linóleo color crema del baño, pensé en lo absurdo de mi existencia; nadie me necesitaba, era prescindible. Tal vez esta es la nausea de mi existencia, mis padres apenas recordaba quién era yo, y para ser realista, mis amigos no me tenían encuenta, sólo me usan, y yo a ellos; una suerte de relación simbiótica, ellos me proporcionan compañía y yo, les hacía los trabajos. Soñaba con encontrar algo, una razón para vivir, algo mejor entre el colegio y las peleas de la casa, algo que le diera sentido a mi vida. Buscaba, pero no sabía donde o que buscar.
—Helena— dijo una voz detrás de la puerta del baño cerrada a cal y canto— ven a comer.
Tenía que salir rápido, porque a mi madre le desagrada profundamente que uno se demore a la hora de comer. Me puse de pie, me pare frente al lavabo de porcelana. Abrí el grifo del agua, estaba fría, fresca contra mi piel febril. Me miré al espejo, las lágrimas siempre me hacían hinchar la cara, junto con un rubor rojo que cubría mis mejillas. Nunca fui agraciada físicamente, estatura promedio, cabello castaño común, ojos castaños de un color un poco más oscuro que mi pelo. Mis facciones no eran fuera de lo promedio, rasgos redondeados, cara alargada, labios que mostraban algún tipo de expresión amable; podríamos decir que yo tenía un rostro fácilmente olvidable. Siempre en la mitad, ni muy mala ni muy buena, ni muy bonita ni muy fea; era alguien más del montón, alguien más entre las millones de personas que invaden este mundo.
Cuando pude dejar de jadear —llorar siempre suponía un gran esfuerzo personal, tanto físico como mental— salí del baño.
El pasillo que llevaba a las habitaciones estada cubierto de vidrios. Identifiqué el vidrio azul de mi taza favorita, también el de los floreros, porcelana resquebrajada…
No quise mirar más, no quería llorar de nuevo.
Seguí por el pasillo y el rellano que conducía a la escalera de madera, bajé, a cada paso que daba el piso crujía.
Pasé por la sala y fui al comedor, que quedaba en la cocina. Allí estaba mi madre sentada en la mesa rectangular de madera, la comida estaba servida. Me senté en la silla al frente de ella; me impresionó que su cara estuviera surcada por una sonrisa, aunque sus ojos mostraban un profundo dolor.
—Hola— dijo ella con entonado acento.
—Hola— dije mientras miraba el plato.
— ¿Por qué has llegado tan temprano?—me limité a preguntar para parecer cortés.
Ella pareció notar el rumbo de mi conversación, o tal vez pensaba que iba a hablar de lo recientemente acaecido.
Frunció el ceño, y sonrió, era una sonrisa forzada; así mi madre se veía diez años más vieja.
—Vine a traer unos papeles que había dejado, y creo que tu padre también le pasó algo así.
Su voz tembló, no era buena disimulando el dolor, cosa que yo si hacía perfectamente. Sonreí con la sonrisa más cálida que pude hacer.
Ese fue el único intercambio de palabras que hicimos, el resto del almuerzo —o tal vez cena porque eran como las cinco de la tarde— fue silencioso, excepto por el tintineo de los cubiertos en el plato.
Mi madre intentó barrer el piso, pero se rindió; se retocó el maquillaje que las lágrimas habían corrido de su cara. Después de media hora se fue.
Me quedé en mi cuarto, sentada sobre el tapete que cubría el suelo de madera; ya estaba aburrida de lo mismo, las peleas, pretender que nada había pasado. Pronto se iban a separar, no me lo habían dicho directamente, yo los había espiado una noche y los había escuchado. ¿Y quién se quedaría conmigo? Yo prefería estar sola, que irme con cualquiera de los dos.
No dormí esa noche, me la pasé inquieta en la cama, mi mente se negaba a descansar aunque mi cuerpo lo pidiera. Sabía que tenía que dormir, porque si no lo hacía iba a estar como un zombi en el colegio.
Sentía esa extraña melancolía mientras miraba la luna por la ventana de mi habitación, me sentía extrañamente vacía, otra vez sentía esa sensación que me hacía falta algo. Sola, me sentía sola, aunque estuviera mi madre o mi padre en casa, aunque estuvieran en la habitación de al lado discutiendo quién se quedaría con la casa, o con el carro, o con la casa de veraneo.
Agudicé mis oídos, pero lo que escuché me deprimió. No discutieron sobre lo que harían conmigo, no me mencionaron para nada. Me deprimí, me puse la almohada en la cabeza para opacar sus ridículas voces. Así fue durante una hora, hasta que al fin se callaron. Estaban confirmadas mis sospechas, yo era tan importante como el tapete.
Entonces, en ese momento se me ocurrió algo; iba a huir de la casa.
Esa idea me calmó un poco, así, abrigada bajo la colcha de plumas blanca, me dormí.
