El hombre que estaba recostado sobre su mullida cama empezó a quejarse en cuanto alguien desconocido para él abrió de golpe la puerta y corrió rápidamente las cortinas, dejando que los rayos de sol entrasen dentro de la habitación para que le diesen los buenos días los cantos de los pájaros del jardín. Con la apertura de la ventana, el aroma de las flores allí plantadas entró con una brisa suave y dulce, dejando un buen aroma dentro de esas cuatro paredes.
Aquel hombre de cabellos negros frunció el ceño y empezó a abrir lentamente sus ojos grises, frotándoselos con insistencia. Apenas tardó un par de segundos en enfocar lo que tenía a su alrededor: un cuarto de blancas paredes con escaso mobiliario, donde lo más destacado era una pequeña mesa al lado de un sofá, donde descansaba sobre la misma un enorme jarrón de cristal con un frondoso ramo de rosas rojas de color intenso, ligeramente empapadas por algunas gotas de agua.
No comprendía qué estaba sucediendo. No conocía aquella habitación. No conocía aquellos muebles, ni si quiera ese olor se le hacía familiar.
¿Por qué tenía esas flores en la habitación? ¿Qué lugar era ese? ¿Por qué se sentía todo tan extraño?
-Dónde… -Empezó a murmurar, levantándose despacio de la cama para quedar sentado. Miró a aquella persona con más detenimiento para descubrir que las ropas que llevaba eran de enfermera. No cabía en sí de asombro.- ¿Quién eres? –Preguntó entonces con el ceño ligeramente fruncido, cambiándole el humor repentinamente. No sabía dónde estaba, quería volver a casa. A su casa, en Summerville. Con sus padres.
No sabía qué estaba pasando, pero no se iba a quedar para averiguarlo.
-Por favor, señor Trafalgar, espere… -Le intentó detener, poniéndose entre él y la puerta.
¿Señor Trafalgar?
-No me llames así, ¿cuántos años te crees que tengo? –Gruñó por lo bajo, yendo con toda seguridad a apartarla de su camino. No comprendía la situación, pero ya preguntaría cuando llegara a casa. ¿Acaso había estado enfermo y por eso estaba allí, en un hospital? Porque tenía que ser un hospital, si no ya le contarían qué hacía una enfermera allí.
Pero no era tampoco estúpido.
En las habitaciones de hospital, la camilla no era una cama, y no había muebles que la decoraran. No había las máquinas que debería haber alrededor de su colchón, ni un telefonillo para llamar al doctor. Ni un triste envoltorio de medicina.
Dio unos pasos más para aventurarse contra la enfermera, pero entonces algo captó la atención de sus hermosos ojos grises.
Un espejo.
Había un espejo sobre una coqueta en la habitación, donde veía su reflejo…
Pero donde no se reconocía.
Con los pulmones encogidos, caminó despacio hacia su reflejo para observarse detenidamente.
Si eso era una pesadilla quería despertar ahora.
Allí no estaba la bonita figura de un hombre de 20 años, con su piel tersa y morena y su cuerpo fuerte y delgado. Bueno, la delgadez era un factor que no había abandonado su cuerpo, pero sí otra cosa mucho más importante que todas las anteriores: la juventud.
Allí no estaba él, en su lugar había un hombre de unos 67 años, con el pelo negro pero con muchas canas ocupando su cabellera, y con varias arrugas de expresión marcadas por toda su cara.
Sus dedos tatuados se acariciaron un momento, mientras sus pupilas temblaban aterradas.
La enfermera suspiró llena de tristeza, y se acercó por detrás al señor. Pasaba lo mismo todas las mañanas, ya era un hábito. Pero eso no impedía que su corazón dejara de encogerse. A veces la gustaría dejar ese trabajo para buscar otro más alegre, pero siempre quiso ayudar a los demás y allí estaba, teniendo la paciencia de siempre con aquel hombre.
Era imprescindible para lidiar con él día a día, hasta el día de su muerte.
-Señor Trafalgar. –Dijo la mujer con cariño, poniendo una de sus suaves manos sobre su hombro.- ¿Por qué no se calma y baja conmigo a desayunar? Es la hora de su medicación.
-¿Qué está pasando? –Dijo el moreno sin llegar a entender una mierda de lo que estaba pasando en su vida en aquel preciso instante. Nada estaba en su sitio. ¿Por qué tenía esa cara de viejo? ¿Por qué no…? ¿Cuántos años….?
Por más esfuerzo que hacía por recordar, nada acudía a su mente. Y la incertidumbre le llevaba al pánico.
La mujer notó enseguida ese cambio repentino a uno más dócil, como todas las mañanas.
-Por favor, siéntese. –Le pidió, cogiéndole del brazo para sentarle, una vez más, en su cama mientras los rayos de sol de la mañana le bañaban por completo. A veces, sólo a veces, intentaba imaginarse al señor Trafalgar de joven: seguro que fue muy apuesto. Sin embargo, aún en su corazón había una espina que no podía soltar.
-¿Quién eres? –Volvió a preguntar ahora completamente asustado, mirando hacia todas partes.- ¿Dónde están mis padres?
-Sus padres murieron hace 20 años, señor Trafalgar. Usted tiene 67. No recuerda nada porque tiene Alzheimer.
Entonces su corazón dio un vuelco tan grande que se sintió desfallecer.
Eso tenía que ser una broma. Un mal sueño. Una horrible pesadilla.
Él no podía tener Alzheimer, él tenía una vida, una familia, seguramente que hijos y una hermosa mujer a la que besar día a día hasta el fin de los mismos.
Pero por más esfuerzo que hacía en imaginárselos, no venía nada a su mente. Sabía que tenía padres, sabía que era de Summerville, pero más allá de eso todo estaba en blanco. Como un libro sin escribir. Como si todo lo que fue y ha sido lo hubiese devorado la enfermedad. Aquella mujer tenía razón. Ni si quiera recordaba qué había hecho el día anterior. ¿Había hecho algo el día anterior?
La frustración llegó rápidamente de la mano para quedarse dentro de su pecho, sin saber a dónde mirar. Si a una ventana vacía de un patio vacío de personas, si a la enfermera que le miraba con lástima, si a la cama, si a la mesilla por si tenía alguna pista… o si era mejor mirar a aquellas hermosas rosas rojas que había en aquel bonito jarrón.
Al menos esas rosas parecían guardar más recuerdos que él.
Una risa irónica se escapó de los labios del mayor.
-Esto no es un hospital, ¿verdad?
La enfermera negó entonces con la cabeza.
-No, señor. Esto es una residencia para la tercera edad.
-¿Tengo familia? –Preguntó entonces, queriendo al menos saciar su curiosidad para no romper en lágrimas. ¿Qué más daba si la tenía? No la iba a recordar.
La chica, con más tristeza que antes, negó con la cabeza.
Así que estaba solo en el mundo.
Sólo y con una enfermedad degenerativa e incurable.
Ahora sí que sintió a su cuerpo pesar más de varias toneladas, la gravedad queriendo romper sus huesos uno a uno hasta matarlo.
¿Qué sentido tenía vivir si no sabía ni quién era?
Miró entonces de reojo una de sus propias muñecas: estaban llenas de marcas.
La chica pareció interceptar el mensaje, y se arrodilló frente al hombre para hablarle con todo el cariño que pudo.
-No se rinda.
Eso fue lo único que dijo. Parecía que, por las marcas de cuchillas, se había intentado rendir varias veces.
Estaba condenado a morir sí o sí.
Seguramente, algunos días de su vida, sin recordar cuáles, esa persona que veía en el espejo quiso acabar con todo de una vez y morir.
Cosa que ahora entendía sin problemas. Se dejó caer sobre la cama mientras su mirada perdida se clavaba en las flores, como esperando a que las mismas le hablaran y le contaran su pasado.
No sabía cómo habría llegado allí.
Eso es.
Alguien tuvo que meterle en la residencia, ¿no?
-¿Quién fue el que me rellenó mi ingreso?
Entonces la chica, con una dulce sonrisa, pareció reírse por lo bajo.
-Fue el señor K.
Por supuesto. Menuda pregunta estúpida. Si no iba a recordar quién era. Sin embargo, el cambio de humor de la chica que le miraba detenidamente le hizo entender que era alguien bueno. Algo dentro de él se estremeció. Quería conocer a ese hombre, fuese como fuese. Quería saber quién era y conocer su historia.
-Quiero verle.
La enfermera, con una placa en su traje donde ponía "Marta", negó con la cabeza.
-No puedes recibir visitas todavía. El señor K está trabajando, se fue hace unas horas.
¿Hace unas horas?
No podía ser.
Él estaba durmiendo.
¿Dónde había estado ese misterioso hombre hasta entonces?
Nada tenía sentido.
¿O es que quizá se había olvidado?
La presión en su pecho creció, y no tuvo tiempo de seguir haciendo preguntas cuando Marta se levantó y fue hacia la puerta.
-Cuando quiera puede bajar a tomar su desayuno. No tarde mucho.
Entonces cerró la puerta tras salir, dejándole en un mar de dolor, angustia y dudas.
Se odiaba.
Miró el reloj que descansaba en su mesilla: las 10 y media de la mañana. Joder, sí que le habían dejado dormir para estar en un sitio como ese.
En una puta residencia de ancianos.
Fuese quien fuese ese señor K, parecía que se hartó de cuidarle y le dejó tirado como a un perro en el primer sitio que encontró.
No sabía si reír o llorar.
Se levantó de la cama para poder contemplar una vez más su propio reflejo, y darse cuenta de que no estaba soñando. Eso era la vida real. Con personas reales, en un mundo donde para él todos eran desconocidos. Eso le irritaba mucho. Pero lo que más le irritaba de todo, era el saber que, cuando se fuese a dormir aquella noche, mañana por la mañana se repetiría el mismo acto de circo: la chica entraría, le despertaría, el no sabría quién es ella y tendrían que explicarle otra vez todo eso. Así, día tras día, sin poder guardar ni un puto recuerdo.
Era tan desolador que tuvo que sentarse en una silla para respirar. Frente a él, estaba esa mesa que tanto uso parecía que tenía. Había algunas manchas de café. ¿Le gustaba el café acaso? Podría ser. Luego bajaría a la cafetería para comprobarlo.
Imponente, el jarrón lleno de rosas le traía un aroma fascinante, embriagando sus sentidos. De alguna forma se sentía agradable.
Un objeto que no había visto antes entró en su campo de visión: un libro.
Curioso, acarició su tapa y sintió en su corazón algo de nostalgia. ¿Por qué?
Decidió abrirlo y buscarle el título por alguna parte. Quizás era su novela favorita. Ojeando rápidamente, descubrió con algo de decepción que no era una novela: estaba escrito a mano. ¿Era su letra? ¿Era la de otro? ¿Era una especie de…
…diario?
Sus ojos se abrieron de par en par al descubrir que, siempre que empezaba un nuevo capítulo de aquel misterioso libro, había una fecha anotada.
Sí, era un diario.
¡Un jodido diario!
Quizás allí estaba la respuesta a todas sus dudas, quizás ese diario fuese suyo y lo escribió para no olvidar. Sus ojos se humedecieron de pura felicidad y abrazó al mismo con tanta fuerza que el cuero de las tapas pareció quejarse un poco.
Tenía que leerlo, tenía que leerlo ahora.
Además, no parecía muy extenso.
Quizás iba anotando día a día de lo que se iba acordando, por eso estaba así. Miró por todas partes por si encontraba el boli con el que escribía, pero sobre la mesa no había ninguno.
Si al acabar el día se acordaba de algo más de su pasado, ¿cómo iba a anotarlo?
Decidido, se fue directamente hacia la primera página para comenzar a leer. Pero, en lugar de encontrar un título como "Mi diario" o algo parecido, había una nota del autor. Supuso que su propia nota de autor. Qué ocurrencias…
"He escrito esto porque no quiero verte llorar nunca más."
Algo no estaba bien.
Se detuvo unos instantes a estudiar la frase que acababa de leer.
Él no se escribiría a sí mismo algo así, ¿verdad?
¿Acaso no lo había escrito él?
"No quiero pelearme contigo por algo que te está comiendo por dentro, y es por eso por lo que decidí escribir esto. Sé que te duele muchísimo no recordar nada de lo que vivimos, es por eso que he aprovechado mis ratos libres para hacerlo. Quiero verte sonreír. Aunque sea a través de estas páginas."
Acarició entonces con las yemas de sus dedos tostados aquel misterioso mensaje que parecía ir dirigido hacia él. Sintió la incertidumbre crecer en su pecho hasta el punto de que los pulmones dejaban de funcionar. Algo en su corazón cambió drásticamente y empezó a latir con mucha rapidez.
"Sabes que no se me da muy bien eso de escribir, por eso no he sabido darle un título. Creí más conveniente que, cuando acabases de leerlo, pusieses tú mismo uno adecuado."
Y ya no había nada más hasta el primer capítulo de aquel extraño libro.
Bueno.
Tenía tiempo para leer al menos uno, se dijo a si mismo acomodándose en la silla.
No creía que fuese a pasar nada malo.
Bueno, aquí va mi nuevo proyecto de fic.
Este es muy especial, y os voy avisando de que el género principal es angst por algo.
Quizás a muchos os suene, dado que me he basado en una canción para ello.
Cuando llegue al final, diré en qué me he inspirado.
No creo que vaya a ser muy largo, pero como siempre acabará alargándose porque soy así xD
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