Éste poseía el don. Era de esperarse, ya que contaba con ambos padres aptos para realizar magia. El pequeño estaba dormido, tenía el tamaño de las antorchas que ella habituaba a sostener, pero que ahora reposaban flotando en el aire, alumbrando la habitación.
El niño se removió, inquieto, haciendo débiles ruidos, casi como si se percatara de ella estaba ahí. Una diosa a la que iba a deber su talento, la misma que visitó a sus padres cuando recién habían salido del cálido vientre de sus propias madres. La que dio su bendición a sus abuelos, y a los abuelos de sus abuelos, la que vio a su familia nacer y perecer por cientos de años.
No todos tenían tantos antecesores mágicos como este niño, algunos hasta la sorprendían de vez en cuando, siendo una grata sorpresa que sean merecedores del don luego de tantas generaciones de simples mortales.
Se acercó lentamente, casi flotando sobre el suelo de madera, deteniéndose a unos centímetros de la cuna. Lo observó con ternura, alzando las esquinas de los labios formando una pequeña sonrisa.
Pensaba en aquellos que habían tenido su bendición casi como si fueran sus propios hijos.
Se inclinó suavemente, acariciando la suave pelusa que tenía en la cabeza. El niño abrió los ojos, dejando de gimotear, y la miró fijamente, algo que no debería ser capaz debido a tener nada más que unos días de vida.
Sus ojos café se clavaron en los de ella, completamente negros, pero con un amor que sólo se veía en estas íntimas ocasiones.
Lo tomó, acunándolo contra su pecho, aún mirándolo fijamente. Su pálida piel contrastaba bastante con la del bebé.
Depositó suavemente su mano derecha sobre la cabecita del pequeño y murmuró su bendición en griego antiguo. Era un acto íntimo, privado, que creaba un lazo entre el mortal y la diosa.
Al acabar, besó la frente del niño y lo dejó en su cuna. Éste, como si se diera cuenta de que ya había terminado el momento, cerró sus ojos.
Hécate lo miró, aún con aquella leve sonrisa. Dentro de unos años, cuando estuviera listo, comenzaría a utilizar la magia involuntariamente, pero terminaría dominándola. No sentía pena porque no la adoraban o reparaban en su existencia, porque tomaba la simpleza del disfrutar de hacer magia para bien como un regalo, un agradecimiento.
Tomó sus antorchas, una en cada mano, lista para bendecir al próximo mago. Antes de desaparecer echó un último vistazo al pequeño que plácidamente dormía en su cuna.
Espero que les haya gustado. Hacía rato que tenía este headcanon y por fin me aventuré a escribirlo.
Tenía ganas de decir que el bebé era James Sirius, pero por razones que ni yo comprendo decidí no aclararlo en el relato.
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