CAPÍTULO 1.
Disclaimer: Ninguno de estos personajes son míos (a excepción de la familia Swan).
A/N: Bueno, esta es mi primera fanfic de Swan Queen (y aquí, cabe decir). Así que espero la disfruten porque la historia ha ido saliendo poco a poco y por fin me siento lista para compartirla. Por supuesto que las criticas buenas o malas (aunque realmente no existen las malas, pues de ellas se aprende) son más que bien recibidas.
Es un AU, así que no hay nada de magia y Emma no tuvo un pasado tan turbulento. Es un slow-burn así que esto es de paciencia, ¿de acuerdo? Aunque, conociéndome, no tardaré en tenerlas juntas porque mi corazón duele cuando no lo están.
También quiero aclarar que es una historia totalmente sobre Swan Queen, aunque tendrá menciones de Daniel y tal vez Robin esté algo involucrado. ¡Pero Swan Queen es endgame, no hay nada que temer!
Por ahora tendrá un rate de K+ pero es posible que en el futuro cambié a M con la finalidad de que nuestras amadas mujeres suban algo de tono las cosas. ¡Disfruten!
Emma
— ¡Mira esto!
La rubia levantó la mirada encontrándose con su mejor amiga, Lily Paige. La pelinegra sonreía de oreja a oreja mientras sostenía un periódico entre sus pequeñas manos. Emma frunció el entrecejo por escasos segundos y después alzó una ceja acompañada de una sonrisa socarrona.
— ¡Lily, ya sabes qué es un periódico! — se burló la rubia volviendo rápidamente a su trabajo; varias fotografías esparcidas sobre su mesón en medio de su estudio. De reojo notó como su mejor amiga sacaba la lengua y Emma sonrió aún más.
— Muy graciosa, Emma Swan — la pelinegra dejó caer el periódico sobre el mesón estorbando la vista de su mejor amiga. Los ojos verdes de su mejor amiga la miraron algo molestos, pero eso no hizo que la sonrisa de Lily dejara su rostro —. Pero sé perfectamente que es un periódico, ¿sabes? Tanto que me he tomado la molestia de leer el de hoy.
Emma hizo cara de pocos amigos, ¿para eso había venido Lily? ¿Para decirle que había leído el periódico de hoy? La rubia tomó el papel y se lo extendió a la pelinegra.
— Felicidades, también sabes leer — dijo seca —. Lil, realmente estoy ocupada.
La ojiverde regresó a su antigua tarea y Lily gruñó levemente; Emma podía ser una total idiota cuando se lo proponía, pero eso no la iba a detener, no hoy. Tiró de los hombros de la rubia e ignoró la mueca de fastidio que Emma le ofreció.
— Deberías leer esto, te va a encantar — insistió la pelinegra.
— Lil, no tengo tiempo. Mañana...
— Emma Swan, hija de Kendall y Maryse Swan, ha tomado otro rumbo que el que seguir la tradición familiar — comenzó Lily a leer, dado el hecho de que su amiga no iba hacerlo—. Si bien la rubia tiene un futuro prometedor como la heredera al imperio que con años la familia Swan ha construido, la señorita Swan ha decidido entrar en el mundo del arte visual.
» He de decir que he quedado impresionado por su última exposición el pasado sábado quince de junio del dos mil diez; sin ayuda de sus abundantes conexiones, la señorita Swan ha logrado cautivar no sólo a mí, pero a toda su audiencia con sus impresionantes imágenes. Para mi grata sorpresa, la joven Swan tiene un ojo cautivador y ha logrado plasmar más de una historia en una secuencia de fotografías. Es un hecho, ¡no puedo esperar para ver más y dejarme cautivar por lo que Emma tiene por dar! No pueden dejar de visitar su galería que se encuentra en la avenida más cara de toda la gran manzana, es una exposición que no han de perderse.
» ¡Felicidades, señorita Swan! Usted le ha dado un giro a la historia de la gran y prestigiada familia Swan y, debo decir, de una exquisita forma —la rubia miró perpleja a Lily, sus labios formando una pequeña "O" y sus ojos abiertos de par en par—. Escrito por Louis Miramar —finalizó la pelinegra, sonriendo un poco más cuando su mejor amiga comenzó a parpadear repetidas veces.
Decir que Emma se sentía abrumada era poco; la rubia había trabajado durante meses en la que sería una exposición dedicada a su abuela y ahora esas largas horas sin descanso habían dado frutos,
Sí, Emma se había revelado a la tradición familia. No quería liderar aquel monopolio de distintas cadenas que su familia – adoptiva – había formado, y claro que eso había hecho que tanto su padre como su madre habían puesto el grito en el cielo, siendo su abuela la única en apoyar la locura en la que Emma quería someterse.
La rubia arrancó el periódico de entre las manos de su mejor amiga y releyó el articulo repetidas veces, observando que también iba acompañado de selectivas imágenes de su galería y una de ella. Louis Miramar era uno de los críticos más prestigiados, y que él hubiera dicho esas cosas de Emma la tenía a un paso del paro cardiaco. Jamás pensó que se encontraría entre las páginas del New York Times.
— ¿Esto es una especie de broma? — habló por fin mirando a Lily.
La pelinegra bufó — Claro, Em, porque me iba a tomar el tiempo de hacer una réplica exacta del periódico y lo reparti en enormes cantidades para fastidiarte.
Emma lo meditó un par de minutos, entrecerrando los ojos y apretando los labios con fuerza, y después tomó aire.
Lily y ella solían jugarse bromas pesadas; Emma había falsificado años atrás la carta de la universidad en la que había aplicado su mejor amiga diciendo que no estaba aceptada, y la pelinegra había fingido regalarle la cámara que Emma quería para que después la rubia encontrara una caja con una patata. Pero esta vez Lily parecía que lo decía en serio. El periódico por sí mismo lucía demasiado real.
— Júralo por tu colección de libros de Harry Potter o te juro que los quemo —dijo después de un rato.
Las dos tenían veintiocho años, ambas eran exitosas en lo que hacían (Lily como chef y Emma como fotógrafa) pero nada en el mundo cambiaría la forma en la que se trataban – como si aún tuvieran cinco años – porque el tiempo parecía no pasar entre ellas.
La pelinegra entrecerró los ojos y después resopló. Aveces le frustraba que la rubia no pudiera creerse lo bueno que era su trabajo, para Emma nunca era lo suficientemente bueno cuando para el resto parecía ser demasiado asombroso para ser verdad.
— Te lo juro por mi colección de Harry Potter —juró Lily—. Dios te ayude si llegas a acercarte a ella, porque no vives para contarlo.
La rubia alzó las manos con rendición.— No me atrevería aunque me pagaran —Lily asintió satisfecha y Emma sacó su celular—. Creo que le llamaré a la abuela, tal vez no ha visto el articulo y sé que esto le va a encantar —dijo la ojiverde emocionada. En ese momento su celular comenzó a sonar y el número del celular de su amada abuela apareció en la pantalla; la rubia sonrió emocionada— Hey! Estaba apunto de llamarte. ¡No me digas! Ya lo viste, ¿cierto? Abuela estoy muy...
— ¿Emma?
La rubia se detuvo al no escuchar la voz de su abuela. A diferencia de la voz suave que distinguía a su adorada abuela, se encontró con la voz grave de un hombre.
— ¿August? —musitó Emma frunciendo el ceño— ¿Dónde está mi abuela?
August Booth era el cuidador de su abuela; la señora ya pasaba los ochenta años y, aunque era una mujer activa, necesitaba que alguien se mantuviera a su lado por cualquier percance, pero ella no era gran fan de eso.
Emma había aprendido a relacionarse con el castaño; August era un gran hombre y un gran amigo, solían pasar mucho tiempo juntos porque a la rubia con trabajos podías sacarla de casa de su amada abuela adoptiva.
— Ella... —la preocupación en la voz de August era notoria. Emma contuvo la respiración— Ems, vamos camino al hospital —explicó August lentamente, tomó aire y después volvió hablar—. No creo que sobreviva esta, rubia.
Emma juró que su corazón se detuvo por escasos segundos o tal vez fue que contuvo demasiado la respiración que sus sentidos se nublaron ligeramente, pero lo que August acababa de decirle era una bomba para la vida de la rubia.
Si bien Emma era adoptada, su amada abuela la había recibido con los brazos abiertos y sin pensarlo dos veces. Sus padres adoptivos la querían, sí, pero nadie lo hacía como su granny. Había sido ella la que la había alentado a perseguir su sueño como fotógrafa, incluso ella misma le había regalado su primera cámara –una polaroid que había pertenecido a su mismísima abuela– y ahora Emma estaba escuchando por teléfono que tal vez su abuela no sobreviviría cualquier accidente que le hubiera pasado.
— ¿Qué dices, August? —preguntó soltando el aire que con dolor sus pulmones habían contenido— ¿Cómo que no va a sobrevivir?
Del otro lado de la línea, August se mordía el labio mientras conducía detrás de la ambulancia que llevaba a la Sra. Swan. El castaño también le había tomado cariño a la mujer que había cuidado por años, de la que había sido confidente –más cuando el Sr. Swan había fallecido en años previos–. Y al escuchar a Emma con la voz quebrada y una imagen perfectamente creada de la rubia con los ojos rojos y cristalinos, August sintió su corazón romperse.
— Se ha caído de las escaleras, Emma —explicó—. Bajé para poder responder el teléfono y ella intentó seguirme, pero se resbaló y para cuando fui a las escaleras, ella ya estaba inconsciente —August tomó aire—. Ya sabes que ella no estaba bien de la cadera, y con esto...
— ¡Pero es sólo la cadera, August! —exclamó Emma y comenzó a moverse por la habitación. Lily la seguía con una mirada confundida pero tranquila— ¿Qué cosa puede ir mal de una fractura de cadera?
— ¿A su edad? ¡Todo, Ems!
— No le va a pasar nada —musitó la rubia tomando las llaves de su auto y su bolso. El trabajo que tanto había jurado que la tenía ocupada hasta la coronilla para que Lily se dejara de juegos, pronto había quedado en el olvido—. ¿Va a ir al hospital de siempre? ¿Papá ya sabe?
Emma y Lily pronto se encontraban saliendo del edificio; la pelinegra era poco consiente de la situación pero seguiría a Emma hasta el fin del mundo porque eso era lo que las mejores amigas hacían, ¿no?
— Sí y sí —dijo August— ¿Vendrás?
— ¡Por supuesto que iré! —casi gritó la rubia haciendo que su mejor amiga diera un respingón y se golpeara la cabeza con el techo del pequeño escarabajo amarillo que pertenecía a su amiga— Nos vemos.
La rubia cortó la llamada y en segundos sujetó el volante con fuerza. Sólo Dios sabía porqué demonios Emma había comprado esa trampa mortal a la que llamaba auto, pero la ojiverde se sintió segura cuando estuvo dentro. En segundos ya se encontraba recargando su rostro contra el volante.
Lily la miraba con curiosidad mientras unía las piezas de la conversación de Emma. Algo le había pasado a la abuela Swan, y por eso Emma se encontraba en el filo de un ataque de pánico. Nadie, absolutamente nadie, amaba tanto a su abuela como Emma lo hacía y eso se notaba a kilómetros.
— Emma —la pelinegra se estiró y sujetó la mano de Emma, pero la rubia ni siquiera se inmutó.
— Va estar bien. No le va a pasar nada —dijo la rubia a la nada, su voz estaba quebrada y las lagrimas ya eran dueñas de sus mejillas—. Va estar bien. No le va a pasar nada —repitió. Y así hizo todo el camino, como si fuera un mantra al que aferrarse. Y Lily no pudo hacer nada más que guardar silencio.
Regina
La castaña escuchó un grito y pronto se encontraba corriendo hacía la puerta del loft donde Mary Margaret, la maestra y, aveces, niñera de su pequeño hijo Henry, vivía.
Dios ayude a esa mujer si Henry tenía un solo rasguño.
Tocó dos veces la puerta y esperó, arreglando su cabello tras el pequeño y fuera de lugar ataque de pánico que sintió al escuchar el grito de su hijo.
Si bien la alcaldesa de la pequeña ciudad de Storybrooke era una mujer de porte y elegancia, alguien que pocas veces perdía la cordura y siempre lucía impecable, tenía un punto débil y ese era su amado hijo de cuatro años. Así que no era de sorprenderse si en aquel momento tenía el pulso acelerado, tanto que escuchaba a la sangre bombear directo en sus oídos.
La puerta se abrió y una pequeña pelinegra apareció con una brillante sonrisa. Regina titubeó en su devolvérsela o esperar a ver que su hijo estuviera en una pieza. Al final ganó la sonrisa, después de todo Mary Margaret y ella habían comenzado a ser amigas más íntimas.
— ¡Regina! Pensábamos que tardarías más —saludó la pelinegra y se acercó a darle un rápido pero afectuoso abrazo a Regina.
— Lo mismo pensé yo —dijo siguiendo rápido a Mary Margaret dentro del departamento; necesitaba ver a su hijo— ¿Y Henry? ¿Está bien?
— Oh sí, está jugando con David —explicó señalando las escaleras que llevaban al pequeño segundo piso del loft.
Aunque no era el estilo de Regina –extremadamente costoso pero elegante—, a la castaña le parecía un lindo hogar. Era un loft con concepto abierto, y sabía de antemano que la feliz pareja casada que habitaba el lugar había vuelto el piso de arriba un área exclusiva para su hijo, pues hasta la habitación de ellos estaba abajo.
En ese momento, un pequeño castaño bajaba con cuidadosos pasos las escaleras, arrastrando detrás de él el largo de su capa roja. David venía detrás, fingiendo que Henry iba demasiado lejos como para ser alcanzado. Regina sonrió.
Henry no tenía una figura paterna de la cual aprender; su difunto prometido, Daniel, había muerto mucho antes de que la idea de tener hijos cruzara por la mente de Regina. Pero años después, la castaña había decidido adoptar a un hermoso bebé que había llegado a su vida para sacarla de esa soledad en la que se había estancado después de la muerte de su prometido y de su amado padre. Pero al no tener pareja y haber decidido criar sola a su hijo, ningún hombre figuraba como el padre de Henry. Por eso traía a Henry a la casa de Mary Margaret, porque David al menos llenaba ligeramente ese vacío que la misma Regina había provocado al haber decidido estar sola.
— ¡Mami! —exclamó Henry al ver a su madre parada junto a Mary Margaret cerca de la barra americana que dividía el comedor y la cocina— El villano David quiere secuestrarte —dijo con tierna voz el pequeño niño y pronto sus brazos se encontraban envueltos en las piernas desnudas de su madre, pues ese día la alcaldesa había decidido usar una de esas faldas que tanto le favorecían a sus perfectas curvas al ser ajustadas.
— ¿Ah sí? ¿Y cómo está eso? —preguntó Regina pasando su mano entre el cabello de su hijo y lanzándole una mirada divertida a David, que ya se encontraba abrazando a su esposa y articulando "Hola" mientras los tres esperaban la respuesta del niño.
— Pues en las películas, siempre le hacen daño a la chica bonita —explicó Henry con un tono que daba a entender que era lo más obvio del mundo—. Así que el villano David te hará daño a ti o a Mary Margaret —hizo una pausa, quedándose pensativo—. ¡O tal vez sea a las dos! —exclamó y se separó de su madre con una mueca de sorpresa. Los brillantes ojos aceitunados de Henry se encontraron con David y Mary Margaret, la última envuelta en los brazos de su esposo—. ¡Aléjate de ella, monstruo!
Henry corrió hacia David y en un nada efectivo esfuerzo intentó separar al ojiazul de su esposa. Y aunque la fuerza de Henry era casi nula contra la fuerza que un hombre como David poseía, éste último fingió que el pequeño castaño le había hecho un daño casi irreparable, fingiendo tambalearse y pronto cayendo en el suelo.
— ¡Oh dios, he sido derrotado por el niño maravilla! —exclamó David poniendo una mano sobre su pecho a la altura de su corazón— Por favor, ten piedad de mí. No me mates.
Regina miró a Mary Margaret y ambas mujeres compartieron una mirada que expresaba su adoración por la pequeña escena. Tal vez por ahora era un juego, pero Henry era un gran niño con las mejores intenciones y eso se notaba ya.
— No lo haré, yo soy bueno —dijo Henry acercándose con cautela a David, que seguía tumbado en el suelo—. Pero debes tener un castigo.
Los tres adultos alzaron una ceja, fue algo tan sincronizado que la misma Regina se sintió asustada.
— ¿Ah sí? —David se recargó en sus codos, alzándose un poco más para poder mirar a Henry. El pequeño castaño usaba una sonrisa malévola en el rostro— ¿Y cuál será mi castigo, niño maravilla?
Henry frotó las manos como si ahora el villano fuera él, se inclinó un poco y dijo.— Deberás comprarme un helado... —titubeó un poco y se rascó la barbilla, pensativo— ¡doble! Debe ser un helado doble.
David y Mary Margaret rieron, mientras que Regina negaba con la cabeza y sonreía ligeramente mostrando el orgullo que sentía por su hijo. A sus cortos cuatro años era un niño inteligente, demasiado que a ella misma le daba miedo y preocupaba en cierto punto.
— Oh no, señor. No puedes comer helado para la cena —se apresuró a decir la castaña.
Henry la miró con ojos suplicantes y Regina tuvo que mirar a otra parte porque sabía lo débil que eso la hacía.
— ¡Pero mami!
— No, Henry. El azúcar te hace daño por la noche —se mantuvo firme volviendo a mirar a su hijo.
— No, no es verdad —se defendió el castaño cruzando los brazos.
— Claro que sí —replicó Regina—. ¿Sabes lo que es ser hiperactivo? —Henry negó con la cabeza lentamente, repitiendo en su mente la palabra que sonaba complicada y curiosa— Pues es como tú te pones cuando no dejas dormir a mami.
Henry lo meditó un momento y luego sonrió.— Prometo dejarte dormir, andaaaaa ¿sí?
— No, Henry.
— ¡Mami! Por favoooor.
El pequeño castaño volvió hacer su famoso puchero y Regina contuvo la respiración. No sabía de dónde demonios había aprendido esa mueca, pero era el arma más grande que Henry poseía contra su madre.
Mary Margaret se apresuró a decir algo antes de que Regina cediera ante los encantos de su hijo.— ¿Qué tal si mañana vamos por ese helado, Henry? Aparte dudo que vendan a esta hora, ¿sabes? Ya es tarde.
Henry miró con grandes ojos a Mary Margaret, y Regina observó la escena y vio en los ojos de la pelinegra lo que seguramente brillaba en sus propios ojos cuando su hijo hacía ese puchero: rendición.
— Henry, deja de jugar con ellas —rió David y los tres lo miraron confundidos—. Mañana prometo llevarte por el helado.
— Cuatro bolas entonces —dijo el niño sonriendo maliciosamente.
— Una —dijo Regina atrayendo la mirada del pequeño castaño.
— Cuatro —se mantuvo Henry.
— Dos.
Regina se inclinó un poco, recargando sus manos sobre sus rodillas, quedando a la altura de su pequeño hijo y mirándolo directo a los ojos.
Sólo Dios sabía lo débil que era la castaña ante los ojos de su hijo, esas enormes orbes aceitunadas demasiado claras y brillantes, le hacían querer darle todo a su pequeño hijo. Si Regina no supiera lo suficientemente, se daría por vencida y le pondría el mundo a Henry a sus pies, pero también era una buena madre y sabía que la disciplina era necesaria en la vida de Henry.
— Tres —dijo Henry.
Regina suspiró.— Bien, tres. Pero sólo una bola puede ser de chocolate —el castaño frunció el ceño frustrado—. Henry —le advirtió Regina.
— Bien, sólo una de chocolate —resopló pero pronto volvió a sonreír. Miró a David—. ¿Último round?
El rubio asintió y se llevó a Henry entre sus brazos; ambos volvieron a subir, dejando a Mary Margaret y Regina solas.
Los minutos pasaron, y ambas mujeres se encontraban en un silencio reconfortante. Si bien, había llegado un punto en la que ninguna podía estar en una sola habitación sin sentir que se les cortaba la respiración, pero pronto habían resuelto sus, ahora inexistentes, disconformidades y eran amigas.
— ¿Café? —preguntó la pequeña pelinegra extrayéndola por escasos segundos de los pensamientos que ahora inundaban su mente.
— Por favor —dijo con suavidad y se acercó a la barra americana, sentándose en una de las sillas.
La castaña no puedo evitar pensar en el pequeño momento de maldad que la había consumido antes de cruzar la puerta del loft, y no pudo más que reírse en su interior pensando en lo mucho que había cambiado.
Un tiempo atrás, Regina era la alcaldesa que todos temían. Con un corazón duro como la piedra, e incluso algunos rumoreaban que era inexistente.
La castaña siempre ha sido estricta, pero no se podía esperar menos de alguien con una madre como la que ella tenía. Así que tiempo atrás los ojos de Regina se habían nublado de ira y ambición por el poder, porque eso era todo lo que su madre, Cora, le había enseñado. Ser alguien con poder y egoísta era todo lo que la alcaldesa de Storybrooke conocía y quería saber. Claro, su trabajo nunca se vio comprometido pues hasta la fecha lo hacía de forma impecable; no fue hasta que Henry llegó a su vida, llenándola de luz y esperanza, que Regina realizó que las cosas no debían ser como su madre siempre dijo que fueran.
Regina había aprendido a ver las cosas de dos colores: blanco y negro, pero sólo había dos ocasiones en las que vio todo de colores; la primera vez había sido cuando se enamoró de joven, Daniel era su primer amor y ella había sentido que estarían juntos el resto de sus vidas. Esa promesa casi se cumple tras haber recibido el anillo de compromiso, pero los planes fueron desechados cuando Daniel murió en un desafortunado accidente a caballo provocando que las cosas para la, ahora querida, alcaldesa se tornaran más secas y frías.
Y la segunda ocasión era ahora; Henry había llegado a su vida hace cuatro años y tras su llegada las cosas, no sólo en la vida de Regina pero de la pequeña ciudad, comenzaron a cambiar. La castaña sabía que sólo debía aferrarse a la felicidad que su hijo le brindaba, pero en el fondo – demasiado en el fondo, tanto que ella misma era inconsciente del sentir – ella necesitaba a alguien. No para ser dependiente, pero para poder empezar a escribir su final feliz con total plenitud.
Pero en aquel momento, con Mary Margaret sirviéndole una taza de café y su hijo jugando con el esposo de su, ahora, amiga, Regina no pudo evitar sentirse feliz.
Y ella sabía que en algún momento, su felicidad estaría más que completa.
