Título: Bebés.
Personajes: Dinamarca, Noruega.
Advertencias: Un poquitín Fluff, dentro de lo que Noruega permite. Y bueno… ¿los personajes cuentan como advertencias?
…
– ¡Noru! ¡Mira ese bebé! –exclama Dinamarca, por enésima vez.
Noruega rueda los ojos. No es raro ver bebés. Están en un parque, y la mayoría de las familias salen a pasear con sus hijos. Muchos de ellos con recién nacidos.
El más bajo mira al danés de reojo. Es tan propio de él emocionarse por algo tan cotidiano como los bebés. El frío noruego no se da cuenta de lo especial de esas criaturas. Sólo lloran, comen, desechan cosas, lloran, se roban la atención, generan estúpidas reacciones a los adultos, lloran, y… ¿mencionó que lloraban?
El único bebé al cuál soportó con gusto (y que podría volver a soportar, encantadísimo), había sido su hermano Islandia.
Y ahí está el rubio de cabellos desordenados, con los ojos brillantes, mientras ve la sonrisa llena de hoyuelos y se deleita con las carcajadas del infante, con una cara de que en cualquier momento soltaría también él una carcajada.
Noruega parpadea, sólo una vez, demostrando confusión por una milésima de segundo. Porque no logra comprender cómo algo tan común como un bebé le transmite tanta felicidad. ¿Acaso él estuvo así por Is? No, nunca, él se sentía muy feliz, pero tampoco para tanto.
Por un segundo, su nariz se arruga. Dinamarca ya lleva cinco minutos sin molestarlo.
Y eso, es alarmante.
– ¿No crees que es precioso? –inquiere el danés, sacando al noruego de sus pensamientos. Éste último no emite palabra alguna. Sigue mirando fijamente al más alto, tratando de descifrar de dónde sale tanta felicidad.
Risitas, llantos, gritos, berreos, balbuceos.
Noruega aprieta los dientes. Y se da cuenta de que Islandia había sido un bebé un poco raro, demasiado tranquilo, comparado con éstos.
Los ojos del danés apartan un poco la vista de los pequeños, y se fijan en la gélida mirada del escandinavo. Los ojos azules, aparentemente inexpresivos, pero que en realidad intentan transmitir todo lo que su dueño no dice. Sería algo así como:
"¿Por qué mierda me estás mirando?".
Y Dinamarca sonríe. No es una sonrisa con hoyuelos o adorablemente infantil. Para el noruego, es estúpida, arrogante, de suficiencia y superioridad, pero sobretodo, molesta.
A la vez, esa sonrisa es hermosa, perfecta, brillante, atrayente.
Y la adora. Maldice, porque adora la sonrisa del autoproclamado Rey del Norte.
– ¿Sabes qué, Noru? Ya sé que somos naciones, y no se puede. Pero me encantaría tener un bebé.
Bueno, eso aclaraba muchas cosas.
–Pero sobretodo–continúa explicando el nórdico más alto–Si tuviera un bebé, sería contigo.
Durante una milésima de segundo, inmediatamente después de que comprende el significado de esas palabras, las comisuras de la boca de Noruega se alzan hacia arriba.
Sonríe. Una tierna sonrisa.
Y luego vuelve a su típica expresión.
Pero Dinamarca alcanza a ver todo. Y la sonrisa del danés no desaparece, sino que se ensancha. Orgulloso de sí mismo, por lograr tocar una fibra sensible del noruego.
Lo besa.
Aunque segundos después, el escandinavo ya lo está apartando a golpes.
Son pequeños gestos. Duran, con suerte, unos pocos segundos. Pero Dinamarca, con el tiempo, ha sabido aprender a apreciarlos. Y atesora cada uno de ellos. Porque los golpes y patadas valen la pena.
Le dan tanta o más felicidad que ver bebés.
Y se promete a sí mismo batir su propio récord en la duración de las muestras de afecto que es capaz de recibir, en un lapso de tiempo sin interrupciones violentas. Está trabajando en eso.
…
No es que Dinamarca sea pedobear o algo así, pero yo siempre lo vi como un hombre al que le gustan los niños. En fin, espero sus opiniones :3.
