Disclaimer— Kagerou Project y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Jin (Shizen no Teki-P).

Música del capítulo— Starline, cantada por Mizushima Takahiro.

Palabras— 524.

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Este fic participa en el mini-reto: "Un recuerdo lejano" del foro "Bienvenidos al interior del vientre de Kuroha".


Donde acaba el firmamento

Runo Cartwright


Lo que más le gustaba a Haruka Kokonose era observar el firmamento.

Todos los días, a veces inundado por la monotonía de su habitación en el hospital, otras por la cómoda familiaridad de su cuarto, contemplaba el cosmos, el eterno firmamento que danzaba frente a él.

Le traía memorias de pasados ajenos a su realidad.

Un niño sano, alegre, sonriente, optimista; que no estaba muriendo en primer lugar. Se pasaba día y noche, corriendo y saltando en el jardín trasero de su hogar. Su madre le cocinaba galletas, su padre le enseñaba, al finalizar el día, cuál era la Osa Mayor, la Osa Menor.

Todo pudo haber continuado así, impasible, de no ser por él. De él y su estúpido cuerpo.

Los niños son seres inocentes, sinceros, ciertamente tanto que puede ser cruel, pero inocentes al fin y al cabo.

El pequeño niño postrado nunca imaginó que esta vez no era sólo un simple resfriado.

Dios, ojalá lo hubiera sido.

«—Señora, su hijo está muriendo lentamente. No puedo asegurarle que llegue a la pubertad. Lo siento mucho. »

Nunca había visto a su madre llorar. ¿Por qué lloraba? Todo estaba bien. Tomaría su medicina y volverían a ir a casa. Saltaría la cuerda y jugarían a los astronautas. Aprendería cómo se llamaba la nebulosa que su padre le había indicado el día anterior.

Pero no, no fue así. Ni ese día, ni el siguiente, ni el que le seguía.

Haruka lloraba, pero ya nadie podía acallar sus lamentos. Quería vivir, pero sabía que no podría. Su cuerpo iba decayendo frente a sus jóvenes ojos sin reparo. La vida era cruel, sí, sobre todo cuando sabes que vas a morir. Dolía. Sus doce años le pesaban…

La edad es sólo un tonto número, y la enfermedad una tonta excusa, dijo una vez.

La misma vez que caminó, sin silla de ruedas o bastón, hasta el jardín trasero de su casa. Su padre estaba ahí. Su madre ya no estaba. Hacía tiempo que no la veía. Le había prohibido estrictamente que se levantara de su cama, y él le obedeció. Después de eso, jamás volvió a verla.

No le dio tiempo a pronunciar palabra. Antes de que se sentara torpemente frente al dañado césped, él ya estaba aludiéndolo.

—El universo es extenso, hermoso e impredecible. Al igual que tú.

La tristeza de su padre era visible en cada arruga de su rostro. Continuó:

—Algún día, a ti y a mí nos acunarán las estrellas —su voz queda pero dolorosa no era más que un susurro—, pero mientras tanto, nosotros formaremos nuestro propio cosmos, ¿sí?

Le entregó un lápiz y papel.

—Sí.

OoO

Diecinueve años. La luz del sol era casi imperceptible. Su cabello moreno era mecido por el viento. Su fiel silla de ruedas le seguía el paso de cerca. Él caminaba solo.

Miró la luna, las estrellas, las galaxias.

Tomó lápiz y papel. Trece de noviembre.

Sonrió.

Dibujó a su padre, dormido, acunado por miles de estrellas.

Le prometió al cielo que se volverían a encontrar, donde terminara el infinito universo.

Ahhh…Lo que más le gustaba a Haruka Kokonose era observar el firmamento.