Prólogo.
El día y la noche
Aquel no era un día como muchos otros.
Los rayos del sol brillaban tanto que eran casi encegecedores, parecía que la temporada de lluvias había sido sustituida por miles de hermosas y blancas nubes que decoraban delicadamente el cielo.
Todo se estaba cumpliendo, todo lo que decían aquellas profecías se estaba realizando al pie de la letra.
Un arcoriris inexplicable en lo alto del cielo le daba la bienvenida, marcando el principio y el final de su destino.
Así fue como la hermosa Midoriko recibió a su primer y único hijo, un niño perfecto con enormes ojos azules, tan profundos que al reflejar la luz se veían casi como si fueran violetas. Al igual que los de su padre, aquel tipo millonario que la humillo corriéndola de su casa cuando se entero que esperaba un hijo de el.
Pequeño y delicado, pero al mismo tiempo lo suficientemente fuerte como para luchar por su vida y por la de muchos otros, esa era la forma en la que su madre lo describió en el diario que comenzó a escribir involuntariamente tras cientos de noches en el hospital a lado de el.
Sin embargo eran felices, solo el y ella, viviendo en forma pacifica y humilde llenaban todas su carencias con amor y comprensión. El pequeño siempre fue muy inteligente y su mejor amigo, todo hasta que la gente comenzó a murmurar" El niño que cura " después de que un conductor ebrio atropellara a un cachorro en una tarde lluviosa. Miroku caminaba a lado de su madre por la calle en ese momento, tenia tan solo cuatro años pero su insistencia para ayudar a animal fue tanta que su madre no tuvo más remedio que aceptar ir a ver el estado del animal para llevarlo a un veterinario.
Miroku no parecía tener miedo de ver sangre esparcida por el concreto, su madre se sorprendió cuando vio que las pequeñas y tibias manos de su hijo se acercaban al cuerpo mal herido del animal. La respiración del cachorro que era agitada se normalizo con el toque el niño, una luz casi invisible comenzó a salir de las palmas de las manos de Miroku casi junto con sus lagrimas mientras decía, " no te mueras".
Midoriko no podía creer lo que veía, pero más increíble fue que el animal se levanto moviendo la cola para después lamer el rostro del niño. Un par de personas vieron lo que ocurrió ese día y nada pudo evitar que el rumor se esparciera como pólvora. Midoriko trato de mantener todo lo mas confidencial que se podía pero simplemente era inevitable. Gente comenzó a llegar a su casa rogando por ayuda, rogando por que Miroku hiciera el "milagro" por el cual comenzó a ser celebre.
Miroku se mudo de ciudad en ciudad doce veces entre los cuatro y los siete años, acompañado solamente por su madre y su perrita Kirara. Pasaba mucho tiempo en el hospital , su don también era una tortura, pues cada vez que curaba a alguien era como si su cuerpo absorbiera en parte la enfermedad y el dolor de las personas. Es por eso que su madre trataba de evitar que el pequeño usara su don , pero en algunas ocasiones ni el ni su madre se podían negar a las suplicas de quienes los visitaban para salvar a un ser amado. " tan solo le pedimos que no diga nada de lo que paso" pero invariablemente alguien hablaba y la pequeña familia tenia que mudarse nuevamente.
Un día unos sujetos vestidos de negro llegaron al hogar de Midoriko, y literalmente arrancaron a Miroku de sus brazos. Ninguno de los gritos de suplica hicieron la diferencia aquel día lluvioso. Nunca más se volvieron a ver, ninguno sabia si el otro estaba vivo, pero tal vez eso fue lo mejor para ambos.
Miroku vivió y creció siendo educado por un montón de personas que comenzaron siendo extraños para el pero terminaron siendo como su propia familia. Desde ese momento su salud mejoro, ya que casi nunca se le pedía usar su poder. Tiempo después le fue explicado que el era uno de los siete mensajeros de Dios, un apóstol bendito que había llegado a la tierra para salvarla. Se convirtió en un experto en teología y nunca más hablo sobre su madre, pero todas las noches soñaba con ella. Al menos por un momento ya que las pesadillas se hacían cada vez mas frecuentes a la hora de dormir.
Una silueta negra con ojos brillantes, una sola imagen era la que veía todas las noches, sin embargo esa sola imagen provocaba en el un miedo que solo se podía comparar con la repulsión que al mismo tiempo le causaba.
Su vida era bastante normal, como la de cualquier joven de veinte años, pero había una diferencia. El había sido entrenado para buscar y destruir a la reencarnación del mismísimo demonio, que según la profecía, nació un par de años después que el.
Aquella no era una noche como muchas otras.
La lluvia no había parado de caer en todo el día, el sol nunca mostró su luz. Las nubes eran más obscuras de lo normal.
Todo se estaba cumpliendo, todo lo que decían aquellas profecías se estaban llevando al pie de la letra.
Ahora una luna roja en lo alto del cielo le daba la bienvenida, marcando el principio y el final de su destino.
Todo ya estaba contemplado. Todo se encontraba escrito en las estrellas y sellado en la tierra.
Un fuerte quejido acompañado de unos llantos, anuncio su nacimiento. "Es una niña!" avisó la partera de aquel pueblo . Inmediatamente la madre de aquella pequeña la tomo entre sus brazos y pegando cuidadosamente su mejilla con la cabeza de la pequeña susurró.
"Sango... tú serás mi pequeña Sango"
Todo fue felicidad a pesar de la marca que la señalaba. Pero algo que no vieran los ojos, no dañaría a nadie o al menos eso pensó su madre al ver el sello en la vida de Sango, aquella señal tan repudiada.
Seis años fue lo que duro la felicidad, todo el amor que su madre sentía hacia ella, o eso pensaba. Aquella mañana donde su felicidad llegó a su fin, se encontraba jugando en el lodo con otras niñas, como es de esperarse un buen baño fue la recompensa por dicha travesura
"Sango tiene una araña en la espalda!" exclamó una de sus compañeras de juego.
"Donde, donde?" pregunto Sango preocupada.
"Es cierto" dijo otra
"pues quítenmela"
"No seas tonta Sango como la quitaremos si la tienes en la piel"
"Que asco!"
"Que es todo este alboroto niñas!"
"Es que sango tiene una araña en la espalda"
"No puede ser!" exclamo "Aléjense de inmediato niñas!"
"pero mamá!"
"Naomi aléjate de ella o tu también estarás maldita!"
"pero mamá.."
"Nada de peros" diciendo esto se coloco enfrente de su hija, tomo una piedra y se la aventó a Sango. "Tú que esperas vete!"
"Pero si es Sango mamá!"
"Que no ves Naomi! Esa es la marca del demonio. Vístete rápido y vamonos!" siguió aventándole piedras a Sango hasta que las otras dos muchachas se encontraban completamente vestidas. "No te vuelvas a acercar a ellas nuca! Me entiendes! Nunca!" grito mientras se alejaban.
Sango no comprendía que de malo había en ella, lo único que comprendía era que a partir de eso todo su mundo se vino abajo.
Todos los días su madre se encontraba llorando y culpándola de las desgracias que les ocurrían. Después de aquella vez en todo el pueblo las trataba con la punta del pie, nadie les quería vender algo y quien lo hacia, lo hacia con temor de que la 'maldita' les fuera a hacer daño a su familia. Nadie se acercaba a jugar mas con ella, y en vez de eso le aventaban piedras hasta dañarla considerablemente.
La mayoría de los días llegaba golpeada, su madre solo se limitaba a verla y llorar. Así era la mayoría de las veces, hasta que su madre llego a un punto de desesperación que empezó a atentar contra la vida de Sango. En las noches cuando ella 'dormía' llegaba y le susurraba en el oído 'tú no tienes la culpa de esto, perdóname' derramaba una lagrima sobre su rostro y luego oprimía fuertemente el cuello de Sango.
Sango no hacia nada, solo se limitaba a no hacer ruido alguno, pero siempre unas lágrimas salían de sus ojos, haciendo notar que estaba despierta y atenta a lo que hacia, su madre veía las lagrimas y dejaba de oprimirle el cuello, se levantaba, nuevamente comenzaba a llorar y salía de la pequeña habitación que ocupaba Sango. Cuando ya no escuchaba más sollozos por parte de su madre, comenzaba a pegarse contra el suelo. ¿Por qué sus ojos nuevamente la habían delatado? Ese era el reclamo de todas las noches ¿qué acaso sus ojos no sabían que si ella moría, su madre dejaría de sufrir?
Todo aquello comenzó a hacerse rutina, Sango nunca hacia enojar a su madre o trataba de, pero al parecer todo lo que hacia la enfadaba y comenzaba a golpearla hasta que el remordimiento llegaba.
Una noche, como las anteriores su madre fue hasta su cuarto, recito su despedida a Sango, pero esta vez no sintió sus manos oprimir su cuello, alarmada por esto dio la vuelta y vio a su madre levantar un cuchillo. Sus ojos derramaban más lágrimas que de costumbre. Sango oprimió fuertemente los puños para que sus ojos no derramaran lágrima alguna y que su madre pudiera al fin terminar con su tormento; cerró sus ojos esperando que aquella luz al final de un túnel, de la que había escuchado hablar, pero en vez de eso, sintió un gran peso en sus piernas. Abrió los ojos y vio a su madre ahí llorando.
"perdóname Sango"
"No madre, perdóname tu a mi" dijo tomando el cuchillo que había soltado su madre y lo deposito en sus manos. "Gracias por todo" le dijo.
Su madre solo se quedo observándola fijamente. Después de todo lo que había hecho aun le daba las gracias. Nuevamente subió el cuchillo y Sango cerro los ojos.
"huye de aquí" le dijo, a lo que sango abrió abruptamente los ojos. "Y nunca regreses" se levanto y camino hacia la puerta "Te prepararé algo para que no pases hambre en unos días, toma tu ropa y márchate" Sango afirmó con la cabeza e hizo lo que le indico.
Su madre la espero en la puerta y le dio el alimento que le prometió
"Mi pequeño coral… es hora de que mueras" dijo aventándola hacia la fría noche. Sango observó como su madre le cerraba la puerta, alzo su mirada al cielo y camino hacia la nada, para no regresar jamás.
Aproximadamente 13 años habían pasado y aun ese recuerdo seguía vivo en su memoria. Ahora el rostro de su madre era algo borroso, pero aun recordaba ese dolor que sus ojos expresaban cuando la veían. Ahora se encontraba sola, huyendo de un crimen que no cometió, cargando con la culpa de haber nacido.
Alguna vez, volvería a ser feliz. Todas las noches se lo preguntaba.
Algún día alguien se alegraría de verla con vida o esperaría su regreso. Era la ilusión que la mantenía de pie. Ese algún día
