Hola a todos!

Estoy aquí de nuevo, esta vez con mi primer multi-chapter y multi-pairing. -nervios-

Sé que me he pasado un día de publicar "Amor y Odio...", aquí en ff, y por eso me disculpo con todos los que siguen mi historia. Por motivos académicos y de tiempo, estoy posteando el capítulo que correspondía en tres partes en mis otras cuentas, pero aquí lo haré todo junto este viernes, junto con un extra.

Por favor, les pido su comprensión!!

Así que decidí darles a este otro "hijo" mío en compensación (lo publico aquí antes que en las otras webs).

En cuanto a este fic... Me siento bastante nerviosa por que sale de lo que normalmente escribo. Es un AU y está basado en una leyenda de una antigua cultura de la costa de mi país, que me dejó encantada desde la primera vez que la escuché, cuando aún estaba en el colegio. Tengan en cuenta que por ser AU presenta realidades que no se dan en Naruto (están ambientadas en un lugar X, dentro de un universo X) y también tiene relaciones familiares entre los personajes que pueden resultar bastante inusuales, por decir lo menos. En especial con la mamá principal, pero créanme, necesitaba que fuera ella.

Gracias a Nezal por la betaeada. Sin ella, no lograría nada.

Los dejo con el primer capítulo. Espero les agrade.


-- Disclaimer --

Naruto y todos sus personajes le pertenecen a Masashi Kishimoto.

La historia original es la leyenda moche de Kuyac y Quechcan, según la adaptación de Lili Celeste Flores Vega.

La canción para este primer capítulo le pertenece a Damaris y se titula "En mi soledad". El título del fic está basado en una canción del mismo nombre, también interpretada por Damaris. XD


- Huellas en mi piel -

(Prólogo)

Escogido por la Luna

Yo no sé, no sé

No sé nada sino amar.

Por amor yo vivo,

por amor es que yo escribo.

Una tierra bella. Un pueblo en paz. Una Luna, diosa que bendice a todos, que ilumina el camino de los viajeros, a su gente, hombres y mujeres por igual, a la vida.

Murmullos en las calles. Una frontera. Unas paredes altas, sólidas como la roca y detrás de ellas, plena oscuridad.

Pasos agitados. Movimiento. Un llanto de vida nueva. Un cántico suave cargado de triste esperanza.

El hombre que ingresa tiene el andar pesado. Su rostro parece cargado de enojo y el más puro rencor, pero intenta disimularlo. Las sombras parecen seguirle, servirle, su voz tiene el tono grave y arrastrado de la malicia y todo el sarcasmo de la fingida preocupación. Cuando habla, la noche parece hacerse aún más negra.

- En verdad, eres una inútil, querida hermanita – dice aproximándose al centro de la pequeña habitación.

- Orochimaru – responde la mujer sentada entre las sábanas, un pequeño bulto envuelto en mantas entre sus brazos.

- Padre debió haber estado ciego o loco al elegir a tu madre, al tenerte a ti… Mira la deshonra que traes a nuestra casa. Mírate. Siempre tu actitud rebelde, tus ganas de salir de lo común. ¿A dónde te han llevado?

- Gracias por recordarme la dicha de ser sólo media-hermana tuya. No lo soportaría de otra manera.

- Pobre mi semi-hermanita. Pobre, mi linda Tsunade. Pobre su bastardo recién nacido.

- ¡No te atrevas a llamarlo así! – grita de pronto la mujer, sus ojos miel amenazando, su cuerpo protegiendo al pequeño de manera casi inconciente - No tienes derecho, maldita serpiente. ¡Asesino!

- Tsk, Tsk. Hermanita, qué falta de respeto es ésa, ¡y a mí! ¡A mí, que te quiero tanto! Tanto, que te permití vivir aún después de tus revolcones con el soldaducho ése.

- No me hagas reír, Orochimaru. Si estoy viva, ¿es porque me quieres, dices? Ja. Tú lo único que quieres es verme sufrir. Gozas con mi pena. Disfrutas con el dolor de los demás…

- Vaya, hermanita. Para haber permanecido en silencio tanto tiempo, resulta que tienes una lengua bastante atrevida. Mira que ya lo había olvidado. ¿Debo mandar a cortártela? ¿Cómo hice con tu amorcito antes de tirar su cadáver a los perros?

- Me das asco…

- me das pena. Tú eres la sucia. Retaste a todos por un tonto capricho, y cómo acabaste. Llorando por tu querido muerto y llorando por un hijo que también morirá. Tu atrevimiento casi me cuesta el cargo, Tsunade. No permitiré que sigas amenazando el nombre de nuestra familia, y a mí, con tu ofensa.

- Familia, dices, como si eso significara algo para ti. Yo sé bien lo que planeas, no finjas que te importan el honor, la dignidad, tu puesto. Que te importo yo. Estás sediento de poder, como siempre… porque no tienes nada más en la vida, hermano. Nada más que tu riqueza y tu ambición…

- Deja tus lecciones de moral para quienes estén interesados en ellas, a mí poco me importa lo que pienses. Y será mejor que te vístas. Hokage te ha citado esta misma noche, antes de que tome una decisión.

Las palabras cortan a la mujer, el terror se dibuja en su pálido rostro. Sabe lo que podría suceder con ella, con su pequeño, en caso se decidiera lo que la serpiente tanto ansía… No, no puede ser.

Orochimaru se adelanta, sonriendo, ya sin ocultar el placer que le causan los eventos.

- Y trae al bastardo contigo, recuerda que él es la estrella… - llama desde la puerta - Al menos lo mucho que le dure la vida.

El corazón de una madre se acongoja pero su espíritu no hace sino tomar más fuerzas, aferrándose al bebé. Se viste con paciencia, como calculándolo todo, prepara también a su hijo y recoge sus cabellos en un par de coletas. Antes de salir, sus largos dedos esconden un pequeño objeto entre las capas de tela que cubren al niño. No estará indefensa.

Ojalá la Luna los proteja.

Y en mi soledad, soy el aire que golpea.

Soy arena ciega galopando en tus praderas.

Tsunade camina hacia el salón principal. Su joven compañía, una niña de cabellos negros, sostiene su mano con deditos temblorosos. La rubia le sonríe, para darle ánimos, ánimos que le hacen falta a ella misma. Trata de mantenerse firme pero, por dentro, su alma está afligida.

El bebé, acunado en su pecho, dormita, ignorante de lo que sucede a su alrededor y de todo el odio que su presencia suscita en su llamada familia.

La mujer de cabellos dorados camina, ruega, recuerda

Un día como hoy. En una noche de luna llena. Sucedió. Maldita serpiente, mil veces maldita. Estúpida, además. Si cree que se ha rendido, si piensa que se rendirá a su destino… Si por un solo instante imaginó que se había entregado a la pena, que daría a su pequeño sin luchar… Jamás.

Esa noche, ella corría. Él sostenía su mano, guiándola. Huían juntos, locos de amor, locos de ganas de libertad. Para poder seguir juntos, por sus ilusiones, por algo que iba más allá de los sueños, era mucho más que eso… Era su derecho a ser felices, a que nadie les diga que quererse era tabú, a encontrar un lugar en donde la gente no los mirara como si fueran la peor desgracia del mundo... Pero todo salió mal, la lluvia, el camino pesado, el miedo, el dolor, el frío, los mareos y las náuseas que hicieron a la mujer detenerse y retrasar la huida de ambos una y otra, y otra vez.

Entonces ignoraba el porqué.

Vete, huye, déjame aquí, huye… Jamás, no te dejaré, jamás… Palabras que siempre vuelven a su mente.

La serpiente los atrapó, con sus colmillos venenosos y sus ojos amarillos. La serpiente lo asesinó frente a ella, arrancándole la piel dorada en vida y colgando su cabeza en el centro de la plaza, como advertencia: Así acaban, así merecen terminar aquellos poca cosa que se atrevían a enamorarse de la nobleza, éste es el destino de las mujeres que osaban deshonrar sus casas y sus familias y olvidar todo lo que les enseñaron sagrado en nombre del pecado más grande y terrible que ha existido desde el principio de los tiempos… El amor.

O al menos esa razón hizo creer a todos.

Él soportó firme hasta el último momento, ella mantuvo sus ojos bien abiertos, grabando cada imagen como escritura en piedra, para recordarlo por siempre… Un rostro sin arrepentimientos en él. En ella, un corazón hecho pedazos, la mirada roja y un grito agudo que desgarraba su garganta y se ahogaba en la frontera de sus labios.

Ese día.

Ese día fue condenada al Templo de la Luna, a la soledad. Ese día arañó la tierra de impotencia, maldiciendo su destino. Ese día pensó en no volver a hablar, en no comer, no dormir, no respirar, no ser nada ni nadie… nunca más. Pensó que todo había terminado para ella, la muerte en vida, pensó.

Hasta que lo supo.

Y su cuerpo se llenó de un amor más puro, más nuevo, hacia un ser que ni siquiera había visto alguna vez, pero sentía. La esperanza de salvarlo marcó el renacer de su alma y de lo más profundo de su ser brotó la voz de la ilusión y un canto a la Luna, al amor perdido y a la vida. A esa bendición que en su interior se formaba. Su voz se elevó a los cielos con bellas y maravillosas canciones, y entonces ya no fueron necesarias otras palabras. Toda la luz se concentró en su mirada.

Mi hijo, nuestro hijo. Por él.

Ahora.

El murmullo de voces la saca de sus pensamientos. Detrás de un portón de nogal, la esperan. Cariñosamente, se despide de la niña, pues debe entrar sola y lo sabe. Acaricia su melena corta y le transmite un mensaje silencioso con un beso cálido en la frente. La joven sostiene la respiración, sus negros ojitos húmedos, y se retira dando las buenas noches, elevando una plegaria en su favor.

Parada frente al portal que marca su destino, Tsunade suspira antes de atravesar el último obstáculo. Los nervios, el temor, la indecisión, quedan atrás. Ingresa a la sala mirando al frente, con la cabeza levantada.

No ha llegado tan lejos para rendirse. No ante la ambición, no ante las miradas de desaprobación, las habladurías de la gente… Porque ese pequeño bulto de carne y piel morena, de ojos chocolate, es su mayor tesoro, lo que más le importa y por quien daría la vida una y mil veces hasta la eternidad. Nadie podrá hacerle daño, jamás.

El murmullo de la gente se detiene de pronto, cuando divisan su figura en el umbral.

Y es que no aprendí lo que es vivir sin ti.

Tus besos que fueron mis besos, ya no son.

Sannin Serpiente, Sannin Águila, Sannin Puma… La gran habitación está repleta de guerreros, doncellas, curiosos… Todos esperando. Tsunade, de pronto, es más que conciente de ser observada, señalada, de que la vida de su hijo pende de un delgado hilo que hasta el más delicado viento podría cortar.

La voz grave del Hokage, El Cuarto, resuena en la habitación. Fija sus ojos en ella, en el recién nacido y la llama a acercarse. Orochimaru, desde una esquina, empieza su acto.

- ¿Qué es lo que deseas, Sannin Serpiente?

- Mi Señor Minato, vengo a pedirle justicia, a reclamar por el nombre y el honor de mi familia… - recita.

- El soldado que tomó a tu hermana – interrumpe el Hokage - fue ejecutado según nuestras leyes hace muchas lunas, como pediste, ¿no has tenido con eso suficiente?

- No, Señor. La deshonra de mi familia persiste… Continúa en el bastardo que ha nacido de mi hermana – dice señalando a Tsunade y al niño, tratando en vano disimular la ansiedad en sus palabras.

Toda la sala calla.

- Y tú pides…

- Lo que es de justicia, Señor, nada más. Su muerte. Que su sangre derramada limpie la ofensa, como está escrito.

- Su muerte, dices – concluye El Cuarto -. Es tu derecho, por ley no te lo puedo negar.

A la señal, un joven guerrero, portando una máscara adornada con feroces colmillos, sale de las sombras. Lleva una espada a sus espaldas, plata como sus cabellos. Avanza hacia Tsunade lentamente. La mujer abraza con más fuerza a su hijo, su cuerpo tiembla de anticipación, muerde sus labios hasta que ya no siente ni el dolor, ni la sangre.

Lobo se para frente a ella, toma su brazo con delicadeza, pensativo. Tsunade parece ceder, la sádica felicidad de Orochimaru parece llenar toda la sala, los demás están hipnotizados con la escena… Todo ha llegado a su final.

De pronto, la mujer se deshace del agarre del guerrero y cae al piso, sosteniendo un objeto brillante, inconfundible, en su propio cuello.

El llanto del niño se deja escuchar.

- ¡No lo permitiré!… Si alguien merece pagar por esta ofensa, si alguien ha deshonrado a su familia, ésa soy yo. No mi hijo, ¡él no tiene la culpa de nada! ¡La que merece morir soy yo! - grita alto y claro -. Mi vida a cambio de la suya, Hokage. Eso le ofrezco.

El Cuarto parece pensativo.

- ¿Estás segura?

- Con todo mi corazón – termina arrodillándose, frente pegada al suelo, ofreciendo su cabeza como mayor tesoro, ofreciendo todo su ser.

Su voz no tiembla y su postura es firme. Ella no se detendrá.

- ¡Te mataré yo mismo, si ése es tu deseo! ¡A ti y a tu hijo, con mis propias manos! – anuncia la serpiente, acercándose hacia su hermana, espada en mano. Tsunade alza la cabeza, lo mira. Su hijo a un lado, acomodado sobre el piso, y el puñal con el que amenazaba su propia vida ahora a la altura de sus ojos, dispuesta a defenderse.

- Sólo si puedes acercarte… – pronuncia despacio, saboreando cada palabra, lanzándose al ataque.

Puñal y espada chocan en medio de la sala, mujer y hombre miden su resistencia. Ella es tan fuerte como sagaz, tan obstinada como decidida, y ahora tiene más de un motivo para no darse por vencida. Amor. Venganza.

- He estado esperando por este día, desde hace mucho tiempo, Orochimaru... Quería tenerte al alcance de mis manos…

- ¿Es así, querida hermana? Yo también moría de ganas por que naciera tu pequeñito, para poder armarle una gran fiesta de bienvenida, tú sabes…

- Yo sé tu verdad… Todos estos meses lo he estado pensado… No quieres matar a mi hijo por la ofensa, sino porque…

- ¡Mentira! Los dos morirán porque son una vergüenza… No intentes confundir al Hokage con tus delirios.

- ¿Ah, sí? – responde la rubia, venciendo finalmente la fuerza de la serpiente, la punta del puñal presionando el cuello pálido y delgado – ¿Cómo planeas hacer eso, una vez muerto? Nunca has podido derrotarme en batalla, Orochimaru, hoy no será diferente. Si voy a morir, ¡te llevaré conmigo!

El momento de confusión en los ojos del Sannin pasa rápido, siendo reemplazado por un brillo de satisfacción.

- Que hayas dado a luz no ha debilitado tanto tu cuerpo, hermanita, como ha hecho débil tu corazón. Y yo tengo más recursos de los que imaginas… - concluye señalando con la mirada hacia donde se encuentra el niño, acurrucado sobre mantas.

Un hombre armado sale del fondo del salón, sirviente de Orochimaru, y se aproxima veloz al pequeño.

Tsunade no tiene tiempo de reaccionar. Logra voltear, el puñal cae olvidado al suelo, intenta correr. El arma del hombre se levanta, cortando el viento, acercándose a su víctima…

Guerrero Lobo cruza la espada del sirviente con la suya justo a tiempo, interrumpiendo sus intenciones, obstaculizando su camino, obligándolo a retroceder. No le permite acercarse más. La madre llega finalmente al lado de su pequeño y lo abraza con cuidado. Orochimaru, sus otros sirvientes, se acercan a ellos con fijas intenciones. Lobo se planta firme en posición de defensa, Tsunade se levanta otra vez, su cuerpo como último escudo. Una batalla, desde hace tiempo inevitable, finalmente va a empezar.

- ¡Es suficiente! – resuena la voz de El Cuarto. Las espadas son guardadas y todo vuelve a la calma con un simple gesto suyo. El joven líder piensa, mira al cielo. La luna llena se refleja en sus pupilas azules con intensidad.

La Luna llena.

Ha tomado una decisión.

El Cuarto se levanta, coge el pequeño puñal de plata, olvidado en el suelo, lo sostiene al fuego por un momento y atraviesa medio salón para sentarse al lado de la mujer. Ella no se resiste, aún cuando la inseguridad inunda su mente. Con cuidado, el Hokage destapa al niño y traza una línea horizontal con el arma, suavemente, desde una mejilla hasta la otra. Sangre y lágrimas se mezclan en el rostro del recién nacido. No es muy profunda, pero una cicatriz quedará allí indudablemente, efecto del metal caliente.

La madre no sabe qué hacer, qué decir.

- La Luna ha escogido a tu hijo. Ella ha decidido su suerte. Hoy, morirán los dos – dice -. Morirán para todos. No tendrán familia, ni historia, ni apellido en nuestra tierra. No existen, ni existieron. Están muertos. Para siempre.

- Pero, Señor… – interrumpe la serpiente.

- Silencio, Orochimaru. Ellos están muertos para ti, el nombre de tu familia vengado. La sangre que nuestra ley te concede, la sangre que tanto pides se derrame, en este puñal – dice lanzando el objeto a los pies del Sannin -. ¿No te basta eso? ¿O acaso tienes otras razones para desear su muerte? Cuidado, podría empezar a creer que es cierto lo que se comenta sobre ti...

- No… No, Señor. Está bien - Orochimaru acepta. Aún no es el tiempo de darse a conocer. Rebelarse ante su líder sólo marcaría un mal antecedente que pone en peligro sus ambiciones, pero este desplante quedará guardado en un lugar profundo de su memoria.

Tsunade sonríe, acunando al pequeño en sus brazos, limpiando la herida con las puntas de sus dedos y las mangas bordadas de su ropa.

- ¿Cómo lo llamarás? – le dice El Cuarto, agachándose a su lado para poder mirarla a los ojos y observar más de cerca al niño.

- Será… Umino, como su padre – responde la rubia -. Y, porque él venía de tierras cercanas al mar, Iruka… Umino Iruka, Señor.

- Bien, pues Iruka nació un día de Luna llena, es un escogido. Vivirá en el Templo de la Luna, contigo, con los otros jóvenes elegidos. Aprenderá y se criará con ellos, tendrá todos sus derechos y tareas. Ni tú ni él tienen mayores obligaciones con Serpiente o alguien más. El pasado queda en el pasado. Tienes una nueva vida, Tsunade.

- Gracias, yo…

- No me lo agradezcas a mí – responde mirando al cielo otra vez, acompañando el brillo noble de sus ojos con palabras que guardan ternura y sabiduría -. La Luna habló. Vete… Y cuídalo mucho – finaliza acariciando al niño con una enorme sonrisa en el rostro.

Empieza una nueva vida.

Y es que no aprendí, lo que es vivir sin ti.

Tus besos que fueron mis besos, ya no son.

Soy tierra sin luz, si no estás aquí no podré vivir.

Eres mi poema, mi poesía, mi libertad.

- ¿Es esa una canción de cuna? – pregunta el soldado-guardián cuando la voz de la rubia hace una pausa.

- No, pero ahora lo es – responde suavemente.

El pequeño una vez más ha cerrado los ojos, dormita.

- Tienes una bella voz. Y es una bella canción, triste, pero aún así… Suena bien.

- Gracias. Por el cumplido, y por ayudarnos. A mí y a Iruka.

- De nada… Verás, yo también tengo un hijo, mi único hijo, mi única familia en realidad. Él tiene cuatro años pero ya sabe manejar la espada muy bien, todos dicen que debería enviarlo al servicio de una vez, que nació con talento, un genio lo llaman. Yo no quiero forzarlo a… Perdón, hablo demasiado. Mi punto es que yo entiendo lo que sientes, tu necesidad de protegerlo. Yo te entiendo.

- Gracias. De verdad.

- Y, además… Yo lo conocí. Fuimos compañeros en batalla. Fuimos amigos. Él era un buen guerrero, un buen ser humano, no merecía lo que le sucedió.

- Lo sé, Lobo. Lo sé. No lo olvidaré. Pero el pasado queda en el pasado, ¿verdad? Y ahora tengo alguien a quien cuidar… y proteger.

- Así es.

Su pequeño viaje, una necesaria escolta a medianoche, termina frente a las paredes del Templo. Los portones de madera se abren de par en par, para recibir a sus nuevos inquilinos La pequeña niña, la compañía de Tsunade, corre a abrazarla, toma su mano.

- Adiós, Lobo.

- Adiós, Tsunade, pequeño Iruka – dice acariciando la cabeza del niño dormido, antes de ofrecer una última venia para la sacerdotisa.

- Espera - lo detiene la rubia a unos metros - ¿cómo te llamas, Guerrero Lobo?

- Sakumo, del clan Hatake.

- Sakumo Hatake… Ya veo. Estoy segura de que fuiste un gran amigo para... Para él. Noble y fuerte, serás un buen Sannin algún día, lo puedo asegurar.

- Que esté bien, Señora. Que la Luna la guíe.

La pequeña jala a Tsunade hacia sí, ella sonríe. El guerrero voltea nuevamente, dirigiéndose a su hogar, donde su propio hijo espera. Donde la vida continúa, ignorante, muy lejos de todo lo que aconteció aquella noche.

Madre e hijo ingresan al Templo. Las puertas se cierran con un feroz ruido tras ellos, haciendo las paredes retumbar. Ya no hay marcha atrás.

Ojos miel se fijan en la ventana, donde un rayo de luz blanca ingresa a duras penas. La mujer de cabellos dorados besa tiernamente la herida sobre la nariz de su niño. Éste es el inicio de una nueva vida. Una marcada por el aislamiento, la tradición, la soledad… las constantes amenazas. Tsunade no cree que Orochimaru quedará en paz con la decisión del Hokage. Ella misma no puede quedar en paz. Las ganas de venganza, tan fuertes, aferrándose a su corazón, sólo superadas por su necesidad de proteger al pequeño. Silenciosamente, hace una promesa. Detrás de esas paredes, nada podrá llegar a Iruka. Nadie.

O, tal vez, tendrá la Luna otros planes.

Hablará el destino.


Ésta fue la presentación de la historia. En sí, sólo el primer capítulo tiene este estilo (ya sé que todavía no tenemos nada de nuestros chicos favoritos, no me maten!!).

Reviews? Comentarios? Deseos asesinos?

Son bien recibidos y me animan a continuar.

Gracias por llegar hasta aquí! Kisses!

Hina