Se encontraba en el muelle, con la vista fija en un punto; aquel punto en el que hace ya casi dos años la había visto… después de tanto tiempo.

Un pequeño suspiro escapó desde lo más profundo de su pecho. Aquel hombre pensativo, el cual era alto, fornido y de aspecto reacio traía una gabardina negra a juego con su sombrero. El frío característico de diciembre los obligaba a protegerse.

"Arrow" gritó un hombre a lo lejos, obligándolo a volver a la realidad "¿Qué tal si nos echas una mano?"

"Claro, voy para aya" dijo sacándose las manos de las bolsas y caminando hacia el tipo, quien sacaba algunas cajas del barco que al parecer los había llevado hasta ahí.

"Muy bien amigos" gritó el capitán" es todo. Hay que descansar y recuerden, Zarpamos pasado mañana. Buen trabajo" y el pequeño grupo que se encontraba frente a él comenzó a dispersarse.

Efrán Arrow dio un último vistazo a aquella banca frente a la cual, hace dos años, viejos recuerdos lo empezaron a ahogarlo.

Se dirigió a una posada que sus compañeros le habían recomendado: Benbow. Decían que el servicio era excelente, la comida deliciosa y que la propietaria era una dama muy agradable.

Llegó al lugar justo cuando caía la noche. En el interior se encontraban unas pocas personas despidiéndose. Su entrada fue completamente ignorada, a excepción de la señora que se encontraba detrás de una barra cubierta de elegantes mosaicos azules.

"Buenas noches" saludó una mujer alta, delgada y de ojos azules. Traía un vestido beige y su cabello se encontraba cubierto, detalla que se veía recompensado por su cautivadora sonrisa. Inmediatamente supuso que ella era la propietaria "¿en que puedo ayudarlo?"

"Buenas noches" contesto él cortésmente mientras se quitaba el sombrero "necesito una habitación".

"¡Desde luego!" Arrow se percató de que la mujer se colocaba un mandil blanco a la vez que gritaba hacia la cocina "BEN¿puedes venir un momento?"

Tan veloz como un rayo salió el robot de la cocina y se paró frente a la dueña del lugar.

"¿Me llamo jefa?" dijo llevando su mano derecha a su ceja (haciendo un saludo militar). Arrow esbozó una pequeña sonrisa ante la aparente locura de este personaje.

"Si BEN, por favor dale una mesa al caballero y toma su pedido".

"A la orden señora Hawkins" contestó efusivamente el androide

"¡Oh no señora!" se apresuró a decir cuando el robot se dirigía a una mesa junto a la ventana "Le agradezco mucho, pero el cansancio me vence. Temo quedarme dormido sobre el plato" agregó con una pequeña sonrisa.

"No se preocupe, entiendo. Acompáñeme, por favor" dijo a la vez que tomaba una llave del estante detrás de ella.

Conforme subían las escaleras, la luz iba extinguiéndose. La dama se detuvo en la puerta con el número 23 para a continuación abrirla.

"Esta será su habitación" se hizo a un lado para dejar pasar al hombre, el cual entró para darle un vistazo al lugar

"Muchas gracias, señora"

No hay de que. Por cierto, soy Sara Hawkins. Que pase muy buenas noches" dijo y salió de la habitación

"Hawkins" pensó Arrow "ese apellido me es familiar".

Se encontraba recostado en la cama, con las manos detrás de la almohada y la vista fija en el techo.

Una sonrisa se dibujo en su rostro al recordar a aquella mujer. Era algunos años menor que él, pero eso no le quitaba lo especial. Sintió "algo" por ella desde el momento en que la conoció y se sintió tremendamente complacido cuando le dijeron que sería su compañero en los viajes.

Esa mujer alta, delgada y con un porte tan majestuoso. Su cabello marrón y esa voz inconfundible lo derretían, y que decir de ese lunar y esos hermosos ojos esmeraldas. No sabía como fue o en que momento comenzó a crecer ese sentimiento.

"Amelia" se repetía una y otra vez. No podía sacarla de su cabeza.

Se levanto, fue hacía el pequeño armario de la habitación y de un bolsillo de la gabardina sacó un papel doblado por la mitad. Lo extendió con cuidado y lo miró: era un retrato en el que se encontraban una mujer un poco joven de ojos azules y a su lado una pequeña niña de cinco años, ambas rubias y felinitos, solo que la pequeña tenía unos alegres ojos castaños.

Eran su esposa Ángela y la hija de ambos, Feliscia. Esa pequeña lo era todo para él¡la quería más que a nada en el mundo! Pero en cuanto a su esposa… no estaba seguro. Ella lo amaba con locura y la forma en que lo miraba era la prueba. Él adjudicaba su matrimonio a ese miedo tonto de verte viejo y sin pareja que hace escoger con la cabeza lo que le corresponde al corazón. Lo pero del caso es que ella lo sabía y aún así seguía ahí, apoyándolo en todo momento.

Se molestó por la situación en la que tenía a esa maravillosa mujer y decidió que al día siguiente buscaría a Amelia.

Guardo la fotografía y regresó a la cama. Cerró sus ojos y en cuestión de segundos se quedó dormido.