DIES IRAE
Demon AU/ Rey se traslada de ciudad por trabajo, y no un trabajo cualquiera. Incluso se compra una casa nueva, para ella sola, grande, antigua y para ella sola. Dejando atrás los demonios del pasado. Sin concebir que, al quitar el papel pintado, descubriría uno especialmente temible… e interesante. A riesgo de perder el trabajo.
1. Elige una carta
En el silencio que reinaba, podía escuchar el zumbido de las luces frías de los fluorescentes mientras recorrían los pasillos cubiertos de placas de metal y hormigón. Eran exactamente iguales que los que había recorrido durante años, desde las prácticas de laboratorio, pero Rey sabía que estaba muy lejos de casa. Lo notaba en la forma en la que sentía su piel tirante. Lo notaba incluso en el olor a desinfectante. O quizás eran aquellos fluorescentes, que zumbaban diferente.
Cuando llegó a la puerta, blanca, impoluta, exactamente igual a la que había atravesado durante años pero diferente, sintió como si una mano que no podía ver se le metiera en el pecho y le oprimiera los pulmones en un puño. Sabía que no había superado lo que pasó un día. Nadie le había pedido que lo hiciera. Pero todos creyeron que ya había pasado todo. Y, de repente, un día resulta que ha vuelto. Que no son sólo pesadillas y malos recuerdos.
Una mano pesada, visible y real, se posó sobre su hombro, tratando de reconfortarla y sacarla de sus pensamientos. Se giró hacia él y ahí estaba Finn, escrutándola, buscando la señal en ella que dijera "no puedo" mientras Poe, a su lado, también la miraba expectantemente. Sabían que eso no iba a ocurrir. Rey siempre podía, con lo que fuera. Asintió hacia él, forzando una sonrisa tranquilizadora.
-No tienes que hacer esto, Rey. – Le dijo Poe. Y ella sabía que lo decía con buena intención. Eran amigos los tres desde mucho antes de entrar en criminalística, hacían un buen equipo. Eran imparables. Allí donde Poe era impulsivo y rápido, Finn se detenía a observar los detalles, y ella descubría los patrones y el rastro que se quedaba en las víctimas. Pero esta vez… Esta vez, era diferente.
-No podéis apartarme de esto, chicos. – Les dijo a ambos. Y era una afirmación, pero también un aviso. Más les valía no esconderle nada, porque se enteraría. Ella siempre lo descubría. El problema es que todo cuanto hallaba residía en cuerpos para los que ya era demasiado tarde. – Nos han llamado porque conocemos el caso y eso es todo lo que nuestro nuevo departamento debe saber. – Y con eso, empujó la puerta y el fuerte olor a desinfectante le golpeó la nariz tal y como ya sabía que haría.
Habían sido trasladados en pos de la investigación. Porque el asesino se había movido y por tanto, los archivos habían vuelto a abrirse. Y ahí estaban, ante la mesa de autopsias, con la última víctima. Ella se sentía dividida, como si le hubieran cortado con un bisturí demasiado fino, entre la exigencia personal de seguir con su vida más allá de todo lo ocurrido y la necesidad impía de saber qué había pasado y descubrir a quién le había hecho tanto daño y le había arrebatado todo cuando apenas era una niña de cuatro años.
Rey se acercó con cuidado, cogiendo aire, insuflándose el valor para enfrentarse a esto otra vez. Aquella bolsa se alzaba frente a ella como un regalo que no quería abrir, sabía lo que encontraría… Sobre todo en aquella maldita cara, sabía perfectamente qué encontraría en cuanto se atreviera a mirarle la cara al cadáver y le atoraba un miedo cruel. Como si fuera el primer día de colegio, otra vez. Todos los días, el primer día.
Miró a Finn y Poe, haciéndoles un gesto con la cabeza y cerrando la puerta tras ellos, bloqueándoles el paso, esperando que fueran listos y se dirigieran a la cafetería más cercana a tomar algo y no quedarse allí, esperando algo que ella iba a forzarse en contener. Tenía que ser profesional, extremadamente profesional.
Y llorar no era de profesionales.
Terminó de colocarse los guantes y abrió el sudario para encontrar allí a aquella pobre togruta. Desvió sus ojos a la ropa; vestía distinto a lo que se pondría una persona para salir a la calle, quizá estaba de fiesta cuando la asesinaron. Aquellas medias rasgadas, llenas de carreras y rotos por doquier hacían juego al traje totalmente rasgado y hecho polvo. Rey no dudaba en apuntarlo todo y hacer alguna que otra foto con la cámara que disponía. Habían usado incluso el collar que llevaba la víctima para intentar asfixiarla… Fue escudriñando y finalmente se atrevió a mirarle la cara para encontrar aquel horror, alzándose ante ella. Y los flashes que empezó a ver a través de su memoria no sabría distinguirlos de los flashes de la cámara.
A la pobre togruta le habían arrancado los ojos sin piedad, quizá con un cuchillo, y habían sido sustituidos por dos pedazos de cristales kyber rojizos, haciendo honor a las leyendas que corrían sobre jedis y siths, la Fuerza… El fanatismo.
Rey contuvo el aire y suspiró tras terminar de fotografiar y dejó la cámara a un lado, tomando ahora unas tijeras y procediendo a desnudar el cadáver, cortándole la ropa y eliminando todos los accesorios que llevaba encima, colocándolos en el interior de una bolsa de plástico que etiquetaría más tarde.
¿Quién podía ser tan cruel para hacer algo así? ¿Quién tenía estómago para repetir aquello?
Rey examinó su cuerpo, lacerado, desgarrado y quemado, el asesino había dibujado otro patrón, uno terriblemente familiar al que Rey había visto tanto años atrás como durante los exámenes a los distintos cadáveres en la investigación. Siempre con ligeras modificaciones. E hizo otra foto, recorriendo el cadáver con la cámara mientras fotografiaba una y otra y otra vez, intuyendo por la profundidad y la irregularidad de los cortes que aquello se había dibujado sobre la víctima mientras ésta seguía viva. Las convulsiones que debió sufrir hacían que el trazo fuera irregular. Y Rey seguía sin entender a qué se debía tanto dolor, a qué se debía todo aquello, por qué sencillamente no les mataba y luego escribía encima… Bueno, si aquello podía llamarse letra.
No tenía nada que ver con ningún abecedario que conociera, no había patrón posible, no había nada que identificara aquello. Investigadores ligados al caso intuían que eran letras de alguna lengua muerta pero Rey cada vez estaba más segura de que eran garabatos sin sentido.
Y allí estaban los patrones: uñas arrancadas de cuajo, brazos desollados, con escrituras sobre el músculo o la poca dermis que dejó el asesino, el estrangulamiento constante, la lengua arrancada al igual que los dientes. Rey palpó las encías encontrándolas inestables… De nuevo, había usado un martillo para hacerlo. No cambiaba nada, todo era igual pero con modificaciones en los dibujos… Y aquellos cristales incrustados en la cuenca de los ojos.
Dejó la cámara y se colocó tras la cabeza del cadáver, tomando su fiel bisturí y rasgando primero los lekkus, arrancándolos de la cabeza para luego hacer otro tajo de oreja a oreja y acto seguido, con unas pinzas especiales, empezó a separar el cuero del cráneo, realizando cortes con el bisturí y tirando con las pinzas hasta que se preparó la zona de trabajo, desnudando el cráneo. Dejó los utensilios para terminar de doblegar la piel, revertiéndola sobre la cara del paciente, vocalizando con los labios aquel ruido tan característico y que tanta curiosidad y fascinación le causó el primer día de clases, cuando abrió su primer cadáver. Luego, aún con el bisturí, terminó de arrancar los músculos para facilitarle el trabajo a su sierra, aquella que le había acompañado desde que empezó la carrera.
Trazó una circunferencia alrededor del cráneo, preparando la calota para poder extraerla con el escoplo y allí estaba, el cerebro. Aventuró su mano al interior de la cabeza y con su fiel bisturí empezó a cortar los nervios para desengancharlo de allí dentro, poco a poco, intentando no cortar nada más que aquellos filamentos. No tardó en empezar a salir la sangre, cayendo por suerte a la rendija del conducto de limpieza. Se había perdido, como tantas otras veces, en los dibujos de la sangre mientras descendía por el metal pero, por suerte, el peso del cerebro depositándose enteramente en su mano le puso de nuevo los pies en la tierra.
Sacó aquella masita viscosa de la cabeza y se la llevó a una mesita auxiliar de metal, donde lo depositó y fotografió antes de empezar a cortarlo para descubrir posibles daños cerebrales por el posible ahorcamiento asimétrico, hecho con la cadena, ejerciendo presión a un lado del cuello. Zarandeó la cabeza, intentando no adelantarse al examen de los nervios del cuello y procedió a lacerar el cerebro, abriéndolo y viendo que, efectivamente, había signos de asfixia pero estas no eran determinantes, no fueron las causantes de la muerte y tampoco había signos que apuntaran a un suicidio.
Así que, tras examinar el cerebro un poco más, pasó a la siguiente fase, desviando los ojos hacia la caja torácica. Se posicionó frente al cadáver y laceró con el bisturí desde la barbilla hasta el pubis, rasgando por el interior de la herida para separar la carne mientras sus ojos viajaban hasta la clavícula… Tomando aire y enfundándose fuerzas. Desarticular la clavícula era algo que no le había gustado nunca, a diferencia de sus compañeros. Cambió de bisturí y empezó a cortar los músculos y lacerando la piel hasta crear unas oblicuas al corte principal, abriéndose paso hasta que tocó las intersecciones de la clavícula, haciéndola sonreír por inercia, cada vez le costaba menos encontrarlas, y acto seguido estiró el brazo hasta llegar a la mesita auxiliar, donde dejó el bisturí y tomó unas pinzas para tirar de la clavícula y desencajarla con un sonoro "¡clack!" que se le quedaba vacío sin los comentarios de sus compañeros. Era habitual que ella sacara cierta satisfacción en emularlos, haciéndole más llevadera la tarea, pero esta vez no estaba para esos juegos y decidió continuar.
Se alejó de allí, regresando a las costillas y tomó unas tijeras que perfectamente pasaban por unas podadoras, no tardó en romper costillas a cada lado de la caja, ejerciendo fuerza. Pese a su pequeño tamaño Rey tenía una fuerza más que impresionante en manos y brazos… Como su madre.
Negó con la cabeza, dejando las tijeras y pasándose el dorso de la mano por la frente, quitándose el sudor mientras que la otra arrancaba aquella especie de parrilla, dejando al aire los órganos internos y la laringe, que no tardó en lacerar para poder tirar de ella y sacar los pulmones y el corazón hasta que dejó en alto el esófago, que ató usando una cuerda.
Sonrió, recordando aquel examen de inicio de carrera donde se le olvidó aquella parte y, bueno… Digamos que el hedor a líquido estomacal, al igual que el desparrame del mismo por todo el aula, fue algo que no se le quitó de la cabeza ni a ella ni a sus treinta compañeros en un trimestre entero.
Dejó aquel amasijo de órganos en una bandeja, que más tarde examinaría y cortaría para identificar posibles daños pero, hasta el momento, todo parecía normal.
Ahora era el turno de los riñones y Rey empezó a trabajarlos, cortando y despegándolos del cuerpo mientras rememoraba las veces que le habían propuesto un auxiliar para que hiciera todo aquello mientras ella anotaba y revisaba. "¡Un droide, aunque sea!", recordó escucharle decir una vez a su superior pero ella negaba siempre con la cabeza.
-Sólo me faltaba a alguien más aquí dándome palique…- Comentó en voz alta, comprobando que nada tuviera ningún quiste que pudiera explotar y saltarle a la cara como le pasó a aquel pobre gungan en primero de carrera durante un ejercicio, un incidente que provocó que dejara la carrera y probara suerte con otra especialización.- Con lo tranquilitas que estamos tú y yo ¿No es así...?- Se ladeó hacia la ficha, leyendo el nombre.- Ashla ¡Qué nombre tan bonito!- comentó en voz baja mientras intentaba sacar el bazo, concentrada en esa tarea que todo el mundo tildaba de complicada pero a ella apenas le costaba. Lo depositó en otra bandeja mientras ahora procedía a cortar y extraer el útero.- Vamos a ver si tienes algo aquí dentro, chiquilla…- Habló, palpando los intestinos una vez atados para que no se saliera ninguna secreción o excrementos.- Limpia.-Habló, palpando, examinando a tientas y sin encontrar nada.- Espérame aquí en lo que peso unas cositas y te lo devuelvo todo ¿vale?- Dijo, recolocándole la piel de la cara, analizándola, abriéndole la cavidad bucal, comprobando que la mandíbula y las encías estaban destrozadas al igual que la cavidad nasal… Y los ojos… Quitó aquellas piedras de allí para depositarlas en una bolsa de plástico donde había colocado las joyas y objetos externos.
Se giró, dirigiéndose a la báscula y empezando a pesar, analizar y cortar si fuera necesario cada órgano antes de regresarlo todo al interior de la caja torácica, deteniéndose a abrir el estómago, conteniendo el aire ante el tufo que aquello desprendía. Anotando su contenido y revisándolo. Nada destacable, al menos allí. Así que cosió el corte y lo metió junto al resto de órganos a excepción de unos cuantos que apartó para enviar a analizar.
Recolocó todo lo extraído y empezó a coser con una aguja gruesa y dura, enhebrada con un hilo negro también grueso. Por suerte, el cadáver no estaba demasiado duro y Rey pudo terminar el trabajo rápidamente, disponiéndose a limpiarlo bien con jabón y un estropajo, eliminando la sangre y dejando aquellas heridas limpias y todavía más visibles. Aquello era una salvajada… Y cuando lo aclaró con agua, la visión que allí se le presentaba terminaba de confirmárselo.
-Salvaje…- Vocalizó en alto mientras se quitaba los dos pares de guantes y mandaba un mensaje a la funeraria adjuntada en el parte que se le había entregado, estarían allí en menos de diez minutos y Rey llamó al equipo tanatopráctico.- ¿El cuerpo va a verlo la familia?- Preguntó, sabiendo de antemano la respuesta.- No hay familia, ya…- Dijo, suspirando.- Entonces no hace falta pegar ni coser la boca ¿No? Ajá…- Habló, virando hacia el cadáver cuando empezó a escuchar el típico sonido líquido, golpeando el metal de la bañera. Se estaba orinando tras haber removido los órganos. Rey se acercó, de nuevo con la alcachofa en la mano, pasándole agua por encima.- De acuerdo, lo dejaré listo para que se lo lleven al tanatorio.- Y colgó.
Una vez el cadáver estuvo impoluto y de nuevo en el saco, Rey se puso a redactar el parte que sentenciaba la causa de la muerte. Y apenas había terminado de plasmar su firma cuando ya estaba saliendo por la puerta, topándose de lleno con alguien.
-Disculpe. – Se apresuró a decir al instante, deteniéndose justo cuando la mujer le ofrecía la mano… Reconociéndola. – Sargento Turmond. – La mujer asintió, haciendo que un par de mechones rectos se escaparan de su gorra de rango. Sus ojos rasgados se estrecharon al mirarla y su gesto serio se volvió severo. "Menuda presentación".
-Bienvenida. – Le dijo con el tono serio. Rey le estrechó la mano que le ofrecía con un ligero asentimiento. – No soy muy dada a los formalismos así que, ¿qué le parece si empezamos? – Y se dio la vuelta sobre sus talones, esperando que ella le siguiera. Tal y como hizo. - ¿Qué me puede decir de este asesino? – Le preguntó cuando Rey se situó a su lado, atravesando los pasillos.
- Que ya ha actuado antes. – Comenzó. – La última vez fue hace cuatro años, así como la vez anterior.
-Así que sale de su cueva cada cuatro años.
-Ese es, por ahora, el patrón, sí. – Letta Turmond frenó el paso, casi haciendo que Rey volviera a chocarse con ella.
-¿Por ahora? – Exigió saber sin levantar el tono ni un ápice. Rey asintió.
-Este es su modus operandi. Y se muestra agresivo al principio. Suponemos que en la misma medida en la que la víctima se resiste y forcejea. Cuando las fuerzas empiezan a fallar o ella simplemente se rinde y se deja hacer, el trabajo es más minucioso. Eso no quiere decir que tanto antes como después, por salvaje que sean los actos, los golpes no estén dados a conciencia. – Le informó, forzándose a no despegar la mirada de su nuevo jefe, obligándose a permanecer impasible mientras escupía unos datos que ya se sabía de memoria. – Por eso, por el momento, descartamos el crimen pasional.
-¿Pero? – La instó a proseguir, adivinando que se había dejado algo por decir, mientras reanudaba su marcha.
- Pero tampoco es un asesino frío.
-Sin embargo, no deja huellas. – Rey negó con la cabeza, dándole la razón, aunque ella ni siquiera hiciera el esfuerzo de girar la cabeza para mirarla. - ¿Qué me dice de las víctimas?
-Aparentemente, elegidas al azar. Tanto hombres como mujeres. Siempre en solitario, salvo alguna excepción. – Salvo su excepción personal. – Son siempre las mismas marcas, los mismos dibujos en la piel, los mismos cristales en los ojos, la boca reventada.
-Si es siempre igual, ¿podríamos estar hablando de un ritual? ¿Estamos ante alguna clase de iluminado? – Llegaron a una estancia común y Finn y Poe se acercaron a ella al verla. – Tenemos a toda las sectas investigadas.
- Nunca descartamos las posibilidades. – Retomó Poe el hilo, dejando que Rey lo soltara y haciendo que ella se diera cuenta al instante de lo cargados que sentía los hombros, como si hubiera acumulado todo el aire para cuando le faltara. – Pero es una opción muy difusa y distante. Incluso, en el peor de los casos, el integrante o la misma secta reclamaría, de algún modo, lo que cree que le pertenece, poniéndose así en evidencia.
-La opción que barajamos – Prosiguió Finn. – Es que se trata de una persona con estudios ligados a la historia, la antropología, la medicina antigua o la religión.
-Y que responde a una especie de psicosis, ¿me equivoco? – Los tres negaron con la cabeza. – Con esa descripción, no debería ser muy difícil de encontrar.
- El problema es que, una vez hace su sacrificio en cuestión, desaparece. – Concluyó ella. – Se esfuma. – Eso captó la atención de la sargento de nuevo hacia ella. – No deja nada que rastrear, sólo un cadáver que nadie reclama. – Letta asintió.
-Vengan a mi despacho y pónganme al día. Ha matado en nuestro territorio.
…
¿Es posible que se desprenda la mano de tanto rotar la muñeca?
Porque Rey estaba verdaderamente inmersa en una investigación de campo en ese plano, dándole vueltas al líquido negro y amargo que hace alrededor de una hora había sido un té, inmersa en sus pensamientos y con los nervios de punta, sentada en la cafetería de su nueva comisaría.
Estaba casi segura de que había habido un par de compañeros que habían intentado saludarla y a los que ni siquiera había dirigido la mirada, hundida como la tenía en el centro de aquel vasito de cartón. Tan segura como estaba de los ojos indiscretos del resto de compañeros que sólo la miraban desde lejos. Genial, pensarían, la nueva forense está loca. Justo lo que necesitamos.
Pero es que ella no podía dejar de darle vueltas. Esas marcas. Esas cuencas vacías. Esa boca reventada. Ese desollamiento fiero al mismo tiempo que escribía en la piel como si fuera un pergamino recién cedido por el carnicero.
Se veía a sí misma en esa misma mesa de autopsias, como no le pasaba con nadie más, al mismo tiempo que se veía a sí misma abriéndose en canal con esa frialdad quirúrgica. Veía a sus padres de nuevo. Y a cada una de las víctimas que se habían sucedido desde entonces. Lo veía, y se quedaba sin aire, incapaz de proseguir y, sin embargo, igualmente incapaz de dejarlo correr. No podía derivarle el caso a otro, no podía salirse.
Era su caso.
Era su asesino.
-¿Estás buscando el Principio de la Entropía en ese vaso? – Le dijo Poe, sentándose con ella y sacándola de sí misma, por fin. Le dedicó una sonrisa que los tres sabían que era mentira.
-¿Estás bien? – Preguntó Finn. Rey asintió al instante. Porque si no lo estaba ahora, lo estaría. Era solo la impresión, el recuerdo, el volver a verlo todo salir a flote, otra vez. Debía estar bien. Debía continuar.
-Sí, tranquilos. – Finn le apartó el vasito de cartón de enfrente y le cogió la mano, que parecía que iba a salir volando como si fuera una hélice. Su primer impulso fue apartarla pero… Pero eran amigos. Y él trataba de reconfortarla aunque el gesto fuera más a la inversa. – Estoy bien. – Reafirmó, mirándole a los ojos, convenciéndose a sí misma. – Estoy bien. – Repitió con firmeza, sin que le temblara la voz como sentía que se le quebraba cada vez que recordaba a sus padres y su memoria desdibujaba sus caras. – Procuremos que ese cabrón no vuelva a aparecer. - Tanto Finn como Poe asintieron tras compartir miradas.
Llevaban siendo amigos desde que coincidieron por primera vez en un caso donde Rey tuvo que analizar el cuerpo de varios abednedos tras un tiroteo en Tatooine. Había sido terrible, un caso atroz que llevar a cabo y Rey, si algo sabía a parte de abrir cuerpos, era consolar a las familias y afectados. No tardó en trabar amistad en aquel dúo policíaco que parecía sacado de una película de Leslie Nihlsen aunque, a pesar de todo, eran los más eficientes, trabajadores y competentes de su sector.
Odió el día en que aquellos dos tuvieron que mudarse de la ciudad para afrontar el caso que Rey ahora llevaba como forense, por la experiencia tanto personal como profesional en él. Y, ahora, ella también se había mudado a Ciudad Nube para trabajar. Total, no perdía nada. Alguien que no tiene nada difícilmente puede perder algo.
La mano de Poe, posándose sobre su muñeca, le hizo prestar atención a los dos chicos que parecían haberle formulado una pregunta. Rey tarareó con la garganta, pidiéndoles en silencio que repitieran la cuestión en sí y Poe fue quien habló esta vez.
-Que si de verdad no quieres venir a nuestro piso a dormir.- Rey se pasó la mano por la cara, frotándose los ojos mientras negaba con la cabeza. Poe, en cambio, reforzó más el contacto con su mano.- El camión de la mudanza no llega hasta mañana y…
-No, no. Tengo que pintar toda la casa. Quiero dejarla más o menos lista para cuando lleguen los muebles y no va a hacerse por arte de la Fuerza.- Rió, intentando quitarle hierro al asunto.
-Oye, pues pedimos unas pizzas y te ayudamos.- Propuso Finn. La chica volvió a negar con la cabeza.
-No, de verdad…-Insistió.- Debo hacerlo yo sola.- Poe rió nasalmente y Rey rodó los ojos.- Si os necesito, os llamaré.
-Pero llámanos ¿Eh?- Rey asintió ante la preocupación de Poe.- Aunque sea para decirnos que te pica el culo.- Y al fin, le sacaron una sonrisa de verdad con la que Poe dio por hecho su trabajo, conduciendo su mano hasta apoyarla en el hombro de la chica, zarandeándola.- ¡Ay, Rey, qué ganas teníamos de tenerte por aquí!- Y aprovechó para atraer a Poe hasta ella y darle un buen abrazo.
-Y yo de estar con vosotros otra vez.- Dijo, apretándose contra él y abriendo los ojos para observar a Finn, quien les miraba con una sonrisa.- Voy a entregar el informe y me iré a casita.
-De acuerdo, campeona.- Asintió Poe mientras observaba a la chica levantarse de la silla.
-¿Te ha dado tiempo a pasar por la casa antes de venir?- Preguntó Finn, deteniendo los movimientos de Rey, quien se tomó un tiempo para repasar mentalmente su día.
-No. He venido directa tras devolverle las llaves del otro piso al casero.- Dijo, recolocándose el abrigo.
-¿Y cuándo vas a ir a por las llaves de la casa? ¿Ahora?- Apuntó Poe pero Rey negó con la cabeza.
-En realidad…- Y metió la mano en su bolsillo para sacar un manojo de llaves que zarandeó una vez las sacó del bolsillo.- Las tengo desde hace un par de semanas.
…
Rey salió de la autopista, entrando en aquella pequeña urbanización donde le habían indicado que encontraría la casa, todavía sin creerse la suerte que había tenido de encontrarla. ¡Había sido un chollo! Uno de esos que pasan y que tienes que atrapar al vuelo.
Estaba situada a treinta minutos en coche del laboratorio forense donde ella practicaba las autopsias, en una urbanización tranquila, con un par de casas residenciales las cuales sólo estaban ocupadas en momentos concretos del año a excepción de dos de ellas, donde la familia residía habitualmente. Cerca de la casa había una parada de metro que la llevaba directamente al centro, un supermercado y un bar, que acababa de dejar atrás con el coche.
Giró un par de calles y entonces la divisó. Era la casa más antigua de aquella urbanización, se veía a la legua. Y, aunque fuera un requisito que Rey solía rechazar para una casa, en comparación al precio de otras y las comodidades que ofrecía, decidió prescindir del estilo de la casa, total, siempre podría acondicionarla a su gusto y eso es lo que tenía pensado hacer toda la tarde.
Aparcó el coche en la plaza de garaje de la casa y bajó del mismo mientras se quedaba anonadada viendo cómo esa casa se alzaba ante ella. Firme, robusta aunque algo tétrica por la falta de vida y cariño durante un tiempo bastante largo. Puso los brazos en jarras, dándose cuenta de algo en lo que no había caído.
Había supuesto que sería una casa de techos altos, dadas las fotos. Pero aquello que se alzaba ante ella cuando elevaba la mirada tenía toda la pinta de ser una buhardilla. Y eso no estaba en la descripción que le dio la inmobiliaria.
Surcó el pequeño jardín repleto de hierbajos y malas hierbas, subiendo las escaleras del porche y desbloqueando el cierre de la puerta con la llave, abriéndola y siendo recibida por un olor fuerte a cerrado y un pasillo frente a ella, pero dispuesta a investigar cada rincón. Era su "nueva" casa y, por la Fuerza, que haría de ella su hogar.
Sonrió y empezó a examinarlo todo con los ojos, encontrando ahora un arco que la conducía al salón justo a su izquierda, unas escaleras a su derecha, que subían al piso superior, y al fondo otro arco que abría paso a la cocina. Rey viró sobre sus talones, encontrando la caja de la luz y abriéndola para dar paso a la corriente. Probó el interruptor de la luz más cercano a ella y, en efecto, ya tenía electricidad.
Entró finalmente en la casa, cerrando la puerta tras de sí, recorriendo el pasillo andando para dirigirse a la cocina, conectada por otro arco al salón. Avanzó por la habitación, abriendo las ventanas a su paso, llegando al arco del salón y asomándose por él para echar un rápido vistazo antes de seguir su escrutinio por la cocina, encontrando dos puertas; una de ellas llevaba al pequeño jardín trasero y la otra a un modesto baño que disponía de un retrete y una pila para lavarse las manos.
Era el turno del piso superior y Rey no tardó en enfilar las escaleras, llegando hasta él tras abrir las ventanas del salón pues, a diferencia del inferior, sí iba a necesitar un poco de su mano obrera. El piso de abajo, todo decorado con paredes pintadas con colores suaves, eran fáciles de adaptar a su estilo al igual que la cocina, la cual disponía de unas baldosas a lo largo y ancho de la pared que también podían adaptarse a su gusto… Pero en cambio, el piso superior iba a necesitar que se le arrancara todo aquel condenado papel de pared antiguo y desgastado que presentaba.
Rey avanzó por el parqué, haciéndolo crujir bajo sus pies mientras sus ojos viajaban de un lado a otro. El pasillo la conducía a una inmensa posibilidad de habitaciones. Tres puertas cerradas se alzaban frente a ella: dos a su izquierda y una al final del pasillo, frente a ella.
Abrió la primera habitación y dio con algo que podría ser un dormitorio de matrimonio. Espacioso, con un armario empotrado que dejaría, pero no el papel de pared. Enfiló hacia la segunda puerta y encontró un baño, esta vez un poco más grande y con una bañera que también tenía opción de ducha. Al menos no había papel de pared. Y, finalmente, tras la tercera y última habitación, descubrió algo que bien podría ser un estudio, pues una gran estantería pegada con insistencia a la pared le dio la bienvenida nada más abrir la puerta.
Rey torció el gesto.
-Joder, dije que nada de muebles…- Habló, pasando los ojos por la estancia. Más papel de pared. Pero… faltaba algo ¿No había una buhardilla? Rey recordó haberla visto desde fuera, o al menos un pequeño tercer piso asomando por detrás del tejado.
Corrió para salir al jardín trasero y, en efecto, allí estaba. La buhardilla con ventanas tapiadas. Arrugó el morro y sacó su teléfono, llamando a los dueños de aquella casa. Un toque, dos toques, tres toques… Pero nadie descolgó y entonces Rey vio la hora y se maldijo.
¡Mierda! No había tenido en cuenta que, situándose en el marco horario de los dueños, ahora mismo en Vespin ya hacía rato que la gente se había marchado a dormir. Colgó el teléfono al instante… Probaría suerte mañana. Ahora a lo que importaba, deshacerse de esa maldita estantería y empezar a arrancar el papel de pared.
Fue directa a su coche y abrió el maletero, directa a coger la caja de herramientas… Bueno, la maleta de herramientas. Porque, ¿quién sabía en qué momento podría quedarse tirada en cualquier sitio y necesitar el utensilio más dispar para conseguir lo que fuera? Había vivido toda su vida de alquiler en alquiler y, definitivamente, había tenido que arreglárselas con más de una chapuza. Pero esta vez, estaba dispuesta a hacer de aquella casa lo más parecido a un lugar seguro donde quedarse.
Al instante, su mirada recayó sobre la maleta que realmente contenía sus cosas y apenas la ropa suficiente para que al abrir un armario pequeño no pareciera tan abandonado como ella. Torció el morro y cerró el maletero sin cogerla. Ya volvería a por ella después.
Ahora debía aprovechar las horas de luz que le quedaban y oh, por la Fuerza, cuánto odiaba ya aquel papel de pared. Casi le atacaba los ojos en cuanto entraba por la puerta y subía las escaleras. La clase de estampado floral que se lleva toda tu atención. Excesivo, extravagante, de mal gusto, Rey incluso aseguraría que desprendía su propio olor o que, de algún modo, era como los llaveros de fragancias a pinar -nunca huelen a pinos- que se ponen en los espejos retrovisores.
La única manera de pasar por alto aquel ataque a la vista era arrancarse los ojos.
Y en cuanto ese pensamiento, pretendidamente inofensivo cruzó su mente, sintió que bullía en ella una rabia y una ira que hacía mucho, mucho tiempo que no dejaba fluir. Una bola enfurecida y enmarañada que siempre se tragaba de vuelta al estómago. Pero ahora estaba sola. Verdaderamente sola. No tenía que fingir ante nadie que todo iba bien. ¿Qué puta basura de autoficción era esa? No había una sola cosa que fuera bien. Nunca iba bien.
Se dirigió con el paso decidido a aquella habitación que tenía al frente, y esa jodida estantería. Había dicho que nada de muebles. Nada. Quería la casa vacía. Completamente vacía. Para poder sentir que podía llenarse a sí misma poco a poco tanto como aquel lugar, haciéndose una casa para sí misma, un lugar al que volver. Un puto folio en blanco en el que no sentir los garabatos rabiosos que habían dejado lo demás sobre ella, incluso ella misma.
Se enfrentó a aquella estantería, viendo la forma en la que estaba remachada, atornillada, pegada y anclada a la pared, sin poder evitar que su cabeza siguiera bullendo, hasta que terminó hablando sola, como siempre hacía cuando el trabajo conseguía absorberla.
-… Y te preguntan "¿Estás bien?" y claro, qué vas a decir. Pues que sí. Claro que estoy bien. Pero no estoy bien. ¿Cómo demonios voy a estar bien? – Se aferró a la estantería con todas sus fuerzas y tiró y tiró hasta que sintió que se movía apenas dos milímetros, lo suficiente para poder asomarse. - ¿Cómo demonios voy a estar bien si ni siquiera sé qué es estar bien? No tengo recuerdos de estar bien. – Puso los brazos en jarras. - ¿Y cómo demonios te saco yo a ti de ahí? Verás… Como tenga que hacerme con un hacha, nos vamos a enterar todos. – Abrió su maleta de herramientas y hurgó entre ellas hasta que dio con una palanca de extremo romo. – Esto debería servir para empezar. – Señaló a la estantería con la palanca. - ¿Sabes lo que hubiera estado bien para empezar? Que no… - Metió el extremo romo por el pequeño margen que había conseguido a base de tirar con su cuerpo. – hubieras estado aquí para cuando yo llegara. – gruñó entre dientes, haciendo fuerza hasta que pudo escuchar a la madera quejarse. – Ya sé que duele. A mí me duele más que a ti. Debería estar aquí por gusto y no porque un hijo de puta haya vuelto a la ciudad. – Soltó la palanca un momento para coger aire. – Que podría estar en este vecindario mismo. – Le hablaba a la estantería. Son esas pequeñas cosas que haces cuando estás solo. Y vives solo. Y te acostumbras a estar siempre solo. – Podría comprar el pan en el mismo sitio que lo haré yo mañana y no me enteraría. – Volvió a coger la palanca, dispuesta a hacer más fuerza. – Está por ahí, tan tranquilo, tan calmado después de arrebatar una vida y yo aquí, peleándome contigo… - Y tiró con fuerza, mucha fuerza, apoyándose en la pared para empujarse hasta que casi se resbala, se da con la palanca en la cara y se ce de culo. Casi. – Maldita seas… - Se fue al otro lado de la estantería para hacer exactamente el mismo ejercicio, hasta que sintió que la madera cedía. – Vamos… Que no me importa hacer un agujero en la pared si puedo quitarte de aquí. – Volvió a plantar el pie en la pared para hacer de fuerza opuesta y tirar, y tirar, apretando los dientes, hasta que la cabeza de la estantería cedió y… sorpresa. - ¡OH, venga ya! – Ya casi tendía la estantería fuera de no ser porque dos cables metálicos tiraban de ella. - ¿Se puede saber qué te pasa para que tuvieran que ponerte así? – Dejó la palanca en el suelo y volvió a la maleta. – Juraría que tengo justo lo que necesito… - Frunció los labios. – No sucede a menudo. De hecho, no sucede con frecuencia alguna eso pero en cuestión a material… - Sacó una cizalla y se giró de nuevo a la estantería. – Nunca creí que una estantería fuera darme tantos problemas. – Se acercó a un lateral y cortó el cable. – Pero, sinceramente, ojalá todos mis problemas fueran como tú. – Rodeó de nuevo la estantería y se dispuso a cortar el otro cable. – Así no estaría tan acojonada todo el maldito tiempo. – Zas. Y la madera volvió a crujir, en un precario equilibrio con ángulo de setenta grados contra el suelo, con la madera del fondo pegada a la pared. – Es agotador. – Y no sabía si se refería a su vida o aquella maldita estantería, aferrada a la pared, como si tuviera alma, como si algo absorbiera el vació al otro lado y estuviera haciendo de tapón. - ¿Y sabes lo más jodido de todo? – Hincó la punta roma de la palanca en la espalda de la madera, oyendo perfectamente cómo se había incrustado en el papel de la pared y a sabiendas de que se lo llevaría por delante cuando el mueble cayera, tiró con fuerza. – Lo peor es que esta es la
primera conversación que tengo en mucho tiempo que no implica a ningún muerto. – Gruñó con la fuerza que hacía, hasta que el gruñido se convirtió en un grito.
Y no paró cuando escuchó los primeros crujidos y resquebrajos. Sólo cogió aire, metió aún más la palanca y cogió impulso para hacer más fuerza. Apoyó de nuevo el pie en la pared y tiró. Tiró hasta que sintió el alivio. Tan sólo un segundo, y la estantería y ella caían al suelo. Apenas consiguió apartarse a tiempo para que ningún pedazo de madera se le clavara, para que no le diera ninguna balda en la cabeza. Si no… menuda manera de empezar el trabajo en una nueva comisaría. La sola idea de volver a enfrentarse a las preguntas típicas por cortesía, las miradas de lástima y la vergüenza podía con ella, la forzaba a buscar la mínima razón para no terminar haciendo la noche en urgencias.
Pero cuando levantó la mirada, de repente su noche pintaba algo mejor. Aun había luz, pero lo que se sucedía ante sus ojos era definitivamente mejor que un paseo para hacer hambre. La espalda de la estantería se había llevado consigo una buena parte del papel de la pared, era como un retazo arrancado de un vestido de abuela. Y debajo, los tablones veteados de la pared parecían incapaces de esconder que aquello daba a algún sitio. Sí, estaba cerrado a cal y canto, pero eso sólo descubría un doble fondo en la pared que tenía que abrir.
Y gracias a la Fuerza, no fue tan difícil como la maldita estantería, como si arrancarla de la pared le hubiera arrebatado a esta toda la entereza para esconder lo que sea que hubiera detrás. Nada más asomó la nariz, la oscuridad más envolvente y abrumadora dio con ella, cegando sus ojos si trataba de mirar al interior. Palpó la pared colindante por algún interruptor, sin encontrar nada… Elevó las manos por el aire y… Oh, ahí estaba, la pequeña cadenita que debía dar con alguna luz. Tiró de ella y... Bueno, vaya… No podían habérselo puesto fácil y que hubiera luz.
-Pensándolo bien… -Volvió a retomar su discurso. – Es incluso buena idea que no hubiera luz aquí. – Aceptó, sacando su teléfono del bolsillo del pantalón y dando con la linterna del mismo. – He visto suficientes películas de miedo como para saber que la luz tintinearía y se apagaría justo cuando diera con algo y la puerta se cerraría con una corriente de aire. – Dio con un pequeño tramo de escalera. – Moriría aquí... Que, por cierto, acabo de descubrir mi buhardilla. – Subió los peldaños, demasiado curiosa como para fijarse en la forma en la que la madera crujía. Porque era normal. – Sería romántico y vergonzoso. Morir en la buhardilla. Como si tuviera dos siglos de vida. – Dio con el último escalón y apuntó la luz de la linterna hacia la estancia que se ofrecía ante ella, barriéndola con la mirada mientras la luz daba con cada rincón. – ¿Me habrán dejado más muebles tus antiguos inquilinos? – Le preguntó al aire, como si la casa misma fuera a responderle. Y entonces, justo dio con una forma enorme. – Oh, sorpresa. – Dijo con cierta ironía. - Veamos qué se esconde aquí arriba con tanto celo.
Y se dirigió hacia la figura, notando cómo se hacía más grande a medida que se acercaba… reconociendo ante qué se encontraba. Un puto sarcófago. Envuelto en, como mínimo una decena de cadenas de las que se encuentran en las grúas para tirar de los camiones. Siguió con la mirada los eslabones que caían all suelo… Hasta que dio con la figura de una Anfitrite. Una de esas figuras enormes de diosas, ninfas marinas o sirenas que se colocaban sobre la proa de un gran barco. Era espectacular, aunque los achaques de la humedad habían dado con ella. Una belleza que debería seguir en el mar, protegiendo el barco hundido al que perteneciera.
Volvió la mirada hacia el sarcófago, recordando aquella conversación con la mujer de la inmobiliaria. Le preguntó por los anteriores inquilinos, y sólo fue capaz de decirle que eran investigadores marinos, o algo por el estilo. Y que, un día, cogieron sus cosas y se fueron, sin dar explicaciones. Bueno, pues esto no explicaba absolutamente nada pero le llenaba la mente de ideas como si hubieran soltado una bomba de confeti en su cabeza.
Volvió sobre sus pasos, bajando las escaleras a saltos, cogiendo la palanca de nuevo y volviendo al trote, sin poder evitar una emoción casi infantil. Había visto también películas de este tipo, arcones malditos, tesoros prohibidos y muchas balas.
Después del esfuerzo que acababa de hacer con la estantería, apenas le costó deshacerse de las cadenas, que cayeron sobre los tablones de madera del suelo con un estruendo horrible. Cuando vio todo el frente del sarcófago liberado ante su mirada, pasó la mano por él, con cuidado, como si fuera a quemarla. Pero sólo era hierro. Desvió la mirada hacia la escultura que lo custodiaba. Si habían estado el mismo tiempo bajo el agua del mar, el hierro debía estar retorcido por la presión. Pero todo parecía en orden.
En orden… ¿Qué demonios? ¿Desde cuándo tener un sarcófago en la buhardilla era tener las cosas en orden? ¿Desde cuándo hablarle a las paredes era siquiera cercano a tener las cosas en orden? No había nada en orden. Pero si había algo que caracterizaba a Rey era la entereza para afrontar lo que se le echara encima. Y eso implicaba desde una estantería que no debía estar ahí, hasta un sarcófago.
Pasó los dedos y vio una marca que firmaba el cierre del mismo, un dibujo en rojo y negro, un intrincado sello que no reconocería ni en mil años. Algunas figuras evocaban a alguna variante lejana del lenguaje rúnico, entremezclado con un intrincado diseño heráldico. Definitivamente, no había nada en orden. Pero pasó la palanca por la rendija, tiró y…
Vaya.
Un muerto.
No le habían dejado sólo un sarcófago. Le habían dejado un muerto. De regalo de bienvenida o algo así.
Y entonces cometió el error más garrafal de su vida, porque si ella hubiera sido una persona normal se hubiera asustado y hubiera salido corriendo de la casa. Si hubiera sido quizá una persona normal no habría entrado a aquella buhardilla por temor a que se viniera abajo… Quizá ni tan siquiera habría movido la estantería pero no, ella tenía que ser distinta. Ella tenía que ser curiosa, trabajar con muertos y no tenerle miedo ni aprensión a ese tipo de cosas.
Y allá se le iba la mano, enfocando a aquel cadáver, primero a esos pies deformados y con los tendones marcados, llenos de cortes, cicatrices y… símbolos. Fue subiendo por sus piernas hasta llegar a aquella tela negra que le cubría el cuerpo, amarrada a su cintura con una cuerda y subió, pasando por los brazos llenos de heridas mal curadas y más símbolos, letras… ¿Qué era eso? Sobre su pecho tenía ambas manos, si es que a eso se le podía llamar por ese nombre, atadas de una forma que quedaban en aspa… Se permitió observar con sorpresa aquellas garras afiladas, los nudillos prominentes, los tendones salidos y el degradado que iba del tono más oscuro hasta uno claro fundiéndose con la palidez rosada de su piel… Palidez rosada, era como si un cuerpo vivo hubiera estado demasiado tiempo en la oscuridad pero ¿Acaso estaba vivo? No movía el pecho.
Finalmente llegó a la cabeza donde un casco con cuernos cubría su rostro al completo, como una máscara de tortura antigua. Y algo se apoderó de ella. Se quedó observándole y de alguna forma sentía que le estaba llamando.
Se cambió el teléfono de mano y, con su diestra, procedió a quitar las ataduras de aquella máscara. Quizá el tipo fue enterrado vivo, acusado de ser un Hermano de la Noche, sólo aquello explicaría el casco astado…
-¿Un zabrack?- Dijo en un susurró mientras retiraba la última sujeción que se aferraba a su cuello y entonces lo sintió. Una perturbación en la Fuerza…
Un despertar.
Aquel ser tragó aire con fuerza, hinchando el pecho y largando un grito rasgado que lanzó a Rey de espaldas, asustada, dubitativa. Le vio incorporarse mientras ella le seguía alumbrando con el teléfono. Aquel cadáver se había levantado de su ataúd… Y la respiración se le atoró en el pecho cuando ese ser viró la cabeza lentamente hacia ella, con aquel casco todavía puesto. Sólo le hizo falta forzar las muñecas para romper las cuerdas.
Rey reculó un paso, y él adelantó un brazo, respirando con nerviosismo mientras rey reculaba un paso más, otro avance, otro retroceso por parte de ella y entonces le vio, se había posicionado, con ambas manos apoyadas en el borde del ataúd de piedra, mirándola a través del casco, respirando y provocando un sonido tan horripilante que a Rey le puso el vello de punta. Y cuando le vio ejercer fuerza con las manos, preparándose para abalanzarse sobre ella, Rey agarró una de las cadenas desde el suelo y se la lanzó pretendiendo golpearle.
No quiso ver qué pasaba, no quiso saber si le había dado o no, tan rápido como se la lanzó, se levantó y huyó, escaleras abajo. Sintiéndole a sus espaldas gritar, respirar, extender el brazo para atraparla. Entonces ella cerró la puerta, apoyándose en ella como si pesara tanto que impidiera a aquel monstruo de dos metros hacerle ceder un solo paso.
Tenía la respiración agitada, el corazón nervioso y un temblor horrible en las piernas. E iba a relajarse hasta que sintió el primer golpe propiciado por aquella bestia al otro lado. Rey se aferró con fuerza al marco de la puerta, haciendo de barrera y allá iba otro golpe, y uno más, otro más… Entonces le siguió uno más suave y otro, hasta que un retumbe y un sonido seco cerró aquella composición sonora. Rey aguantó el aire, la saliva, el latido y su cordura junto a la puerta, temiendo dejar de sujetarse y venirse abajo.
¿Qué… Coño había sido eso?
Escuchó sus uñas rasgando la madera, un sonido que le arrebató el aire de los pulmones sólo deseando que parara, que aquello no fuera real. Luego le sintió dar con las rodillas en el suelo, tras la puerta, como si pudiera sentirla a ella allí. Rey se tapó la boca, haciendo que su respiración fuera casi inaudible, como si pudiera anularse por completo con solo alzar la mirada al techo. Pero estaba segura de que su corazón retumbaba con tanto ímpetu que parecía que le llamara. Sin embargo, empezar a sentir la humedad por su cuello, hizo que desviara su atención.
Alzó las manos ante sus ojos, examinándolas. Pequeños rasguños cubrían sus palmas y sangraban entre el polvo, de cuando había dado con el culo en el suelo. Incluso podía ver los restos de óxido que se habían incrustado al sostener las cadenas. Lanzó un suspiro al tiempo que otro golpe se sucedía tras la puerta, como si hubiera dejado caer la cabeza contra la puerta. Y ella ni siquiera estaba segura de lo que había visto.
Se dio la vuelta sobre sí misma, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre la puerta y plantando las manos sobre la madera, ladeando la cabeza y tratando de oír algo, lo que fuera. Ese… ser… había estado muerto. Ella habría asegurado que lo estaba. Su estado decía que llevaba de hecho, mucho tiempo muerto. Ese sarcófago había estado cerrado a cal y canto. A saber cuánto tiempo llevaba privado de aire.
Además, debería haberse pulverizado ante sus ojos al contacto del aire mismo. Debería haber encontrado quizás un esqueleto cubierto de larvas y un montón de ácido pestilente a sus pies. Pero no, no había sido nada de eso. Como si las leyes naturales no tuvieran autoridad sobre ese cuerpo. Y eso ya era terrible.
Debía sentir miedo, lo sabía. Bueno, sí, estaba aterrorizada. Pero no lo suficiente como para anular la curiosidad o la necesidad de asegurarse de que estaba bien. Oh, por toda la Fuerza, claro que no estaba bien.
Apretó los puños y cerró los ojos, forzándose a escuchar algo. Y ahí estaba, su respiración ahogada. Quizás debía entrar de nuevo. O quizás podía empezar por hacer un trato con él para que no le atacara mientras le examinaba. O quizás ni siquiera hablaba su idioma. O quizás se la comía de un bocado, o la destripaba. También había visto esa clase de películas y, desde luego, ya se había coronado como la idiota que va a la buhardilla y la lía abriendo lo que no tiene que abrir.
Miró al suelo al tiempo que vio caer una gotita de sangre y casi pudo sentir cómo las agujas del reloj se ralentizaban hasta que el segundero se paró por completo y el tiempo se detenía. Una gota de sangre en la madera del suelo y un sonido siseante al otro lado. Parpadeó y lo que debía ser su lengua se arrastró por el quicio de la puerta hasta llevarse la gota consigo.
Vale. Sí. Ese era un buen momento para sentir más temor que cualquier otra cosa. Cogió la palanca y atrancó la puerta, separándose de esta por fin, escuchando un quejido lastimero al otro lado por cada paso que daba al alejarse, restregándose las manos en la camiseta. Un lamento dolorido que no tardó en convertirse en un gruñido gutural cuando ella llegó al pasillo, con el corazón martilleándole el pecho como si fuera un taladro.
Corría escaleras abajo cuando aquel ser gritó enfurecido, sacándole a ella el aliento del pecho hasta casi darse de bruces, sino fuera porque se agarró con fuerza al pasamanos, desgarrándose aún más las palmas.
Si creía que, después de lo visto en el trabajo, iba a costarle dormir, ahora sabía que no iba a ser capaz de pegar ojo.
Hola, hola, nuevo fic en marcha que viene cargado con vibraciones esotéricas de las buenas -y de las no tan buenas, también- hecho con una ternurita especial que encandila y con un brillo especial y mágico.
Le damos una vuelta a las películas de demonios, las comedias románticas y el blockbuster de Lara Croft, así que esperamos que sepáis rezar un Padre Nuestro para los capítulos que vendrán, cargaditos de malas intenciones, y que os guste tanto esta nueva historia como a nuestros personajes favoritos.
