1. Falsa identidad.
Nueva Orleans, 2009
Román Zimojic miraba con apacible y corporativo desprecio, encubierto en suaves formas, al perro rabioso que tenía al frente. El Concilio que encabezaba la todopoderosa Autoridad, ente que gobernaba a los vampiros del mundo, se ubicaba tras él, mirando como su mejor soldado entregaba su última presa.
Román Zimojic no podía parecer nervioso, pero tampoco extremadamente complacido. Solo trataba de impostar su compasión a aquella que cumplía en secreto todos sus designios. Y que, aunque blasfemara y fuera su existencia en sí misma un error de Dios o de Lilith, era el mejor instrumento de sus planes.
-Si quiere le muestro la cabeza. La traje especialmente para usted, como el estilo antiguo- dijo la elegante y dulce vocecilla, como de niña. Las comisuras de fina boca roja de dónde provenía, se alzaron levemente, para indicar que estaba satisfecha.
-Si... es importante ver a Merryl Abrahams, la peor amenaza para nuestra especie, en persona. Solo para asegurarnos, lo sabes. –trató de bromear Zimojic, que sin embargo, no dejaba de sentirse incómodo. Ante ella siempre se sentía así.
La manicurada y pequeña mano, como de gorrión, agarró por los pelos a lo que quedaba del sujeto. El gesto de horror, y lo azul de su rostro, y los labios negros, daban a entender al Concilio que el perro rabioso había hecho bien el trabajo. Pero no por ello, algunos dejaron de horrorizarse.
-Eres talentosa- dijo Dieter Braun, uno de los principales del Concilio. - Como siempre, muy buen trabajo, Yue Lie.-observó.
-Xié Xié, Señor Braun- respondió la aludida bajando su cabeza, con esa sonrisa que no dejaba de inquietar a Rosalyn Harris, una de las dos miembros femeninas del Concilio, que solo gruñó de asco.
-Pero no deja de ser horripilante. No quiero verla. – dijo. Pero solo recibió una risa ingeniosa de la mujer de cabello y ojos oscuros que se encontraba sentada a su lado.
-Yue Lie Han, !qué apología a mi propia historia!. No creí que siendo china leyeras la Biblia de los Humanos. Digo, no te da tiempo, con tu trabajo- dijo. La aludida no se inmutó.
-Señora Salomé, me agrada que le haya gustado. Realmente tengo mucho tiempo para leer - le dijo significativamente. Salomé solo sonrió. Tenía agallas para ser levemente irrespetuosa. Podía hacerlo, ella hacía todo el trabajo sucio de La Autoridad.
Román Zimojic la guardó de nuevo en su lugar. Se sentó al frente de ella, tratando de ir al punto principal, que precisamente no era la cabeza de uno de los peores caza-vampiros de Estados Unidos.
-Gracias. Tu pago ya está consignado. Él estaba matando a varios de nuestra especie, alentando a nuestros enemigos humanos a retomar la batalla contra nosotros. Supongo que ya hiciste el trabajo que te encargó el Gobierno.
-Señor, mañana saldrá en las noticias- dijo la mujercita china, que solo se miró las uñas. – No fue difícil.
No había sido difícil. Matar a un hombre que sabía demasiado de la CIA, borrar sus archivos, destruir todo rastro de que hubiese sido asesinado. Cosas de rutina, para que los Senadores y demás secretos contribuyentes de la Liga Americana de Vampiros llenaran las arcas de la Autoridad… y estas la de ella.
-Sin embargo… hay algo que no deja de inquietarnos, al Concilio en general, Yue Lie. Nos enteramos que volviste a viajar a China- inquirió Román. Ella siguió con su gesto de niña inocente, y asintió lentamente con la cabeza. Ya sabía que los de la Autoridad se ponían ceremoniosos cuando tenían que decirle algo incómodo.
-Así es. ¿Algún problema, señor Zimojic? Como sabe usted, mi lugarteniente se encarga de San Francisco cuando no estoy. Y no hubo nada que reportar.
-Fueron seis meses que desapareciste. Eso… nos preocupa un poco.
Ella sonrió un poco más. Pero Alexander Wald, el niño vampiro, y el miembro más impulsivo del Concilio, no fue capaz de contenerse:
- Dinos de una vez si estuviste con quien sabemos.
Ella no respondió.
-Yue Lie, te apreciamos mucho, eres nuestro mejor guerrero, pero…
-Pero saben que podría cortarle el cuello a Román si solo parpadeara, ¿verdad?- respondió fríamente. – Siempre me tuvieron miedo. Es tan patético.- dijo con desprecio, lo que terminó de contrariar al Concilio. Algunos, simplemente explotaron y dejaron ver todo el rencor que tenían hacia uno de los vampiros más peligrosos del mundo.
-Habla de nuevo y dejarán tu cuerpo como queso gruyere, estúpida- dijo Salomé, que ya no ocultaba su odio ante Yue Lie. Siempre la había detestado, porque ella solía provocarla a menudo. Y por una historia personal común, que incluía a alguien que Salomé amó, pero que Yue Lie ayudó a huir de esta, precisamente. Eso había incluido también un brazo arrancado de sus coyunturas.
-Ya lo intentaron antes. Puedo hacerlo otra vez, ¿no?
-Las cosas han cambiado, Yue Lie. Ten cuidado, solo queremos dialogar…- intercedió Dieter, tratándole de decir "no pases el límite". Ella no se amedrentó.
-Me dieron San Francisco en 1903 porque eliminé yo sola a todos los tontos que ustedes no se atrevieron a eliminar por años. Y por ello temen que mi poder haya crecido hasta el punto de poder destruir a La Autoridad. ¿Por qué haría semejante estupidez? No me interesa la guerra. Vivo bien. Hago lo que mejor puedo. ¿Por qué representaría una amenaza para ustedes?- preguntó mirando a los ojos al Guardián, que se sentía insultado.
-¡Porque entrenaste con ella! ¡Dinos de una maldita vez si es verdad!- le gritó Román. Ella no dijo nada.
-¿Qué? ¿Van a torturarme con los mismos métodos que yo inventé? Adelante- dijo insolentemente. Se paró, y los guardias apuntaron. Los del Concilio se pararon, mostrando los colmillos. Ella solo se rió, tapándose la boca. Luego los miró gravemente.
-No hay nada que temer.-los tranquilizó. - Román, iremos tú y yo y me interrogarás a la nueva usanza. Solo ahí obtendrán la respuesta- dijo mirándolos a todos de manera displicente. No parecía pedirlo. Se atrevía a ordenarle al Guardián. Siempre lo hacía.
-No hay necesidad de hacer esto-interrumpió Kibwe, el miembro del Concilio que le parecía a la asesina el más sensato de todos. – Si Yue Lie quisiera matarnos a todos, hacía años lo habría hecho. Además, sus actividades son claras para nosotros.
"Al menos, alguien sensato" pensó Yue Lie, y le agradeció con la mirada. Pero esto no fue suficiente para el resto del Concilio.
-Menos esta.- dijo Román, que la tomó de la mano violentamente.
Recorrieron los diversos departamentos de uno de los principales cuarteles de La Autoridad. La sentó violentamente en la silla de interrogatorio. El mismo la amarró. Yue Lie miró la solución pura de plata que inyectaron en sus venas. Otro vampiro habría temblado al sentir el veneno que corroería cada una de sus venas, y las quemaría por un eterno segundo. Pero ella solo sonrió torvamente al Concilio, que la miraba expectante.
-¿Obtuvo, señorita Yue Lie Han, algún elemento extraño en su viaje a China?
-¿Se refiere a si obtuve más poder del que ahora tengo dentro de mi cuerpo? ¿Habilidades, fuerza?- preguntó ella, como si olvidara que estaba a punto de sufrir un dolor indecible. No podía creer que por sus viajes a China ahora la temieran. No eran tan tontos. Descubrieron que se había ido a incrementar sus poderes. A entrenar. El problema era sacarle el resto de la información que ella se negaría a darles en lo que viviera en Estados Unidos.
-Las dos- preguntó Román mirándola al frente.
-Presiona el botón- dijo mirando el dispositivo que inyectaría la sustancia mortal en su cuerpo. – Es la única manera de saberlo.
Él lo hizo, y ella solo tembló, apretando los labios. Así disimulaba el dolor. Su bello y delicado rostro comenzó a agrietarse un poco, pero luego volvió a su estado normal. Respiró con fuerza, y su mirada era desafiante.
- Puedes intentarlo otras cinco veces. O puedes enviarme a la cámara de rayos ultravioleta. Me gustará-lo provocó.
Román Zimojic trataba de no explotar y quererla estacar ahí mismo. Sabía que si hacía eso, si lo intentaba o si tuviese la intención, ella lo mataría rápidamente. Por eso, procedió a preguntarle más veces, y solo veía el mismo gesto, a pesar del desgaste físico que le causaba. Decidió no interrogarla más.
La soltó, y la arrastró el mismo a los calabozos con rayos ultravioleta. Los prendió, y ella volteó el rostro, mirando con el mismo gesto desafiante que tenía en la habitación de interrogatorio, a todo el Concilio. Lo apagaron.
-Otra vez, Román- le dijo sonriendo, deleitándose en el dolor. Algo que estremeció a algunos del Concilio. Él se negó a hacerlo.
-Levántenla- le ordenó a los guardias. De nuevo en la sala, ella solo miraba las secuelas de su rostro. El mismo le ofreció de su sangre, que ella bebió sin avidez, mirándolo como siempre, desafiante. Se levantó y le hizo una reverencia, que algunos tildarían de burlona. Hizo lo mismo ante el Concilio.
- He sido creada, antes de mi muerte humana, para matar. Me he enseñado a ser fuerte durante siglos. Eso implica resistir el dolor, y todo tipo de tortura. Por eso La Autoridad ve en mí a su mejor guerrero. Sería vergonzoso mostrar otro tipo de reacción- dijo casi con voz quebrantada.
Román dio un puño contra la mesa, y asintió. Puso su mano sobre su cabeza. Sabía que jamás podría quebrarla atentando contra su persona. Por eso le pagaban lo que le pagaban, por eso le permitían hacer lo que le viniera en gana.
-Te lo compensaré, Yue Lie.
-Oh, no. Me alegra que hayas hecho eso. Eso ayudará a probarme en el futuro- dijo mirando al piso.
-Puedes irte. Te ayudaremos a llevarte a San Francisco.
Apenas volteó la espalda, ella sonrió. Así lo hizo en su avión, camino a San Francisco.
En Nueva Orleans, una furiosa mano apretó el cristal del vaso que tenía Tru-Blood dentro.
-Puta mentirosa– concluyó.
Y en parte, así era. En el avión que sobrevolaba Ohio en aquellos momentos, Yue Lie Han, sheriff de San Francisco, pensó que si podría cortarle la cabeza a Román Zimojic cuando le diera la gana, aunque no le interesaba en lo más mínimo hacerlo. Pero se entretenía imaginando que pasaría si lo matara. Lo despreciaba. Incluso Lamar, su Rey, en California, lo superaba en todo. Román Zimojic era demasiado débil, demasiado joven y demasiado impulsivo, a pesar de su exterior. Ella tenía en claro que La Autoridad siempre ganaba. Pero no siempre. El problema es que ellos temían ponerle el bozal al perro rabioso que habían patrocinado. O peor aún, envenenar a un dragón que ya lo estaba desde el día en que nació.
Bon Temps, Louisiana, 2010
Jesica Hamby simplemente se sentó, hastiada. Ese chico había sido demasiado lindo, inclusive para ella, pero a eso estaba acostumbrada: A beberlos demasiado rápido, a consumirse en sus besos inexpertos. Lo dejó tumbado sobre el asiento de su auto, no demasiado segura sobre qué hacer con el cadáver. Entonces salió afuera del auto, a pensar. No quería volver a pensar en Hoyt, o en Sam, su nuevo mejor amante, para colmo amigo de Hoyt. Ya estaba acostumbrada, y solo quería regresar a casa.
Oyó unos pasos, y notó que no eran humanos. ¡Diablos, no! No quería una maldita criatura rondándola precisamente cuando había acabado con otro humano. Y menos cuando no estaba de buen humor. Le advertiría que se fuese: No quería otro problema a punto de amanecer.
Creyó que sus sentidos la engañaban: Una jovencita asiática, vestida de viajero, con sus tenis viejos, se acercaba sonriente, mirando un mapa. Su flequillo y su gran pelo largo le daban el típico aspecto bobo de toda chica asiática que era un poco descuidada, pero que no tenía tiempo para esas cosas en medio de un gran viaje. Tenía como diadema unas ridículas orejas de conejo rosadas, que irritaron aún más a Jessica.
-Hola- dijo saludándola con su mano. – Mi auto está más abajo. Voy para Nueva York, y no sé por dónde tomar la interestatal. -¿Podrías ayudarme? No he encontrado a nadie que pueda darme indicaciones por horas.
Jessica fingió ignorarla. Podría amenazarla, o mostrarle sus dientes. Tal vez matarla. ¿Por qué no? Si se colocaba imposible, su cadáver sería alimento de los cocodrilos, tal y como el del muchacho del auto, en unos minutos. Pero la chica insistió.
-Perdón, ¿hola? Como estás. Solo una dirección. ¿Estás sola? Puedo acercarte, si me ayudas. La verdad Louisiana es un poco complicada.
-La verdad, no lo sé. No estoy segura de cómo darte indicaciones. Creo que deberías preguntarle a otra persona.- dijo ella sin mirarla.
-Oh- dijo ella sin dejar de sonreír. –La verdad no hay nadie más. Yo pensé que…
-Mira, estamos cerca de Bon Temps. Coges arriba, al norte, a la derecha y a la derecha, ¿de acuerdo? Ten un buen día, o lo que sea.
-Oh, ¡gracias! ¿Allá podrán darme indicaciones?
-Por supuesto- dijo Jessica sin mirarla.
-Tu chico parece estar dormido. No deberías andar sola por aquí, es un poco peligroso. Sabes… se cuentan muchas historias, menos mal que yo no he vivido ninguna. Oh, bueno, yo tampoco debería andar sola… tu sabes cómo es…
-Lo que sea. Adiós- le dijo Jessica ya impaciente.
-Eres Jessica, ¿verdad?
Ella la miró espantada, con la nariz fruncida. Abrió la boca.
-Lo sabía- dijo furiosa consigo misma por haberse permitido hablar con una perfecta extraña, y sobre todo en Bon Temps, donde cualquiera podría resultar cualquier cosa.
Ya iba a irse. Abrió la portezuela del auto, tirando el cadáver que había dejado. Pero no se dio cuenta de que la insignificante asiática quitó con una sola mano la puerta del auto.
-Quien mierda eres…- le preguntó Jessica ofendida. La chica solo sacó los colmillos, y Jessica sintió como una filosa uña, presionada sobre su espalda, la iba paralizando. La asiática no dejaba de sonreír.
-Debiste ser buena conmigo- le advirtió, y la arrastró colocando una cadena de plata en su cuello. Un grito se ahogó al lado de los pantanos, en la oscura carretera que conducía a Bon Temps
Cuartel general del Rey de Louisiana/Bill Compton.
-No, nadie dice nada. He interrogado a todos los demás vampiros de las demás áreas. La he buscado por todos lados. – dijo Eric a Bill. Habían pasado cuatro semanas desde que había visto a Jessica, y sabía, por informes, que la habían visto por la carretera hacia Bon Temps. Se sentó, consternado.
-Debo pedirle ayuda a Sookie. Sabes que tenemos que hacerlo. Así sabremos quién nos está mintiendo.
Eric asintió. No la habían vuelto a ver desde hace un tiempo. Se debatía entre su razón, y sus sentimientos hacia los dos. No querían molestarla, solo querían que viviera en paz. Pero últimamente había un patrón en los que aparecían muertos en las ciénagas circundantes. Sin rastro de colmillos. Nada. Rígidos totalmente. Eric sospechaba algo, pero hasta que no estuviera seguro de lo que pensaba, no podría comunicarle nada a Bill, que sin embargo, con el gesto de su cara le leyó el pensamiento.
-Sabemos que La Autoridad es voluble. Quizá…
-No, ya habrían venido por Sookie. No por Jessica, pero puede que tengas razón- replicó Bill pensativo. - ¿Crees que…?
Eric también leyó el pensamiento de Bill. Creían que La Autoridad estaba detrás de todo esto. O quizás Russell, de quien no habían sabido nada en algunos meses. Si era Russell, Jessica ya estaría muerta. Pero si era La Autoridad, habían más motivos para pensar en algo: O no querían a Bill en su nuevo puesto, o querían a Sookie y usaban a Jessica como provocación. O sencillamente, querrían a alguien más acorde con sus principios, por lo que Jessica serviría de ejemplo.
Acordaron no molestar a Sookie. Eric visitó a Sam, en busca de alguna respuesta. Pero no pasó nada. Sam se alteró, ya que últimamente odiaba a los vampiros, y Sookie nunca le había hablado bien de este. Eric supo, al encontrarlo, que perdía su tiempo. Ni siquiera pensó en Hoyt, que no le contestó las llamadas a Sam para avisarle que Jessica había desaparecido.
Últimamente, en Bon Temps pasaban cosas extrañas. Pam lo había informado de gente que nunca se veía por el pueblo. Orientales con mucho dinero. "No, no la pueden haber mandado a ella. Ella ya habría drenado a Sookie sin avisar" pensó Eric por un momento.
Encontró un auto abandonado. Tenía la placa de San Francisco. No encontró nada, sin embargo, en el área circundante. Pero si encontró un mapa. La ciudad era sospechosa. Pero podía ser de cualquiera.
Luego de dos días de búsqueda infructuosa, llamó a Nora, su hermana vampírica y agente de La Autoridad. Esta le confirmó sus peores sospechas. Sobre todo cuando le mostró un auto abandonado, plateado, con placa de San Francisco.
-No puede estar tan loca. Además, ella va al grano. – le dijo Eric. – Te diste cuenta de lo que hizo en San Francisco hace 80 años.
-Sí, si vi como la maldita cabeza de John Lomax se derritió ante nuestros ojos. Porque si está loca. Es la vampiro más peligrosa de Estados Unidos, si no del mundo. Y sabes que hace el trabajo sucio de La Autoridad. Por eso es rica.- respondió.
Eric colgó. Frente a Bill, ya solo podía tener una conclusión posible.
-Es San Francisco. – le dijo en su estudio.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Quizá sea… quizá sea Yue Lie.- concluyó preocupado. Ya tenía todo resuelto. Había mandado a investigar a los jovenzuelos, y solo los habían visto en Merlotte´s.
-¿Qué le interesaría a uno de los peores vampiros de Estados Unidos…?
Respondiéndose a sí mismo, dio un puño a la mesa.
-Sookie. Con sangre de hada ganaría más poder. ¿No estoy mal? Y seguramente, La Autoridad se la dará en prenda luego de lo que saque de ella. Pero ¿acaso no la conocías? ¿Acaso no…?- inquirió Bill a Eric, que negó con la cabeza.
- Sí. Pero ella es igual a mí. Incluso peor. Ella ama el poder, es lo único que ha buscado desde que la conocí- recordó Eric. – No es como Russell Edgington, deseando dominar al mundo. Solo le interesa matar. Luchar.
-Tenemos que traer a Sookie.- concluyó Eric. –Por su propio bien.
Merlotte´s.
-Así que Eric te dijo que una asesina china vendrá por ti y te matará solo porque desapareció Jessica. Bueno, con todo lo que ha sucedido aquí, es probable que así sea. Aunque a veces pienso que exageran un… maldita sea.
-¿Qué, Lafayette?- dijo Sookie sirviendo las mesas. – No creo que ataquen cuando trabajo en turno nocturno. Sería una locura que viniera con… ¡solo es una chica asiática!- dijo señalando a un grupo de estudiantes. –Dicen que quieren pasear antes de volver a Corea, o algo así.
-Sookie, ¿y si no hablan maldito coreano?
-¿Cuál es la diferencia? Voy a servirles. Quieren "comida típica estadounidense". Y eso les daré, por una buena propina. Dicen que pagan bien. Y yo quiero dinero.- le dijo decidida.
Los chicos hicieron reverencias y siguieron hablando sonrientes. Eran varios con apariencia excéntrica: Uno tenía el cabello teñido de rubio, y otro parecía un nerd. Las chicas parecían absolutamente normales.
-Oh, Sookie, ¿pagan bien los chicos coreanos?- preguntó Arlene. Ella alzó los hombros. Obviamente no quería creerle a Eric, ya había sido suficiente lo que había pasado en el pueblo. Hombres lobo, vampiros loco .Estaba harta.
Salió acompañada de Lafayette, que la dejó en su casa. Entonces, algo rompió el vidrio de su auto. Los dos salieron instintivamente del auto.
-¡Maldición, te lo dije!
-Carajo- dijo Sookie, viéndose rodeada por efectivamente, los chicos coreanos. Todos sacaron sus colmillos.
-¡Lánzales tus malditos rayos, Sookie!- dijo Lafayette asustado. Pero ella estaba paralizada. Entonces, vieron un bulto aparecer en medio del grupo. Ruido de cadenas, y vieron un montón de carne caer al frente. El bulto tenía un rostro agraciado, y estaba de negro. Una leve sonrisa.
-Yue Lie…- la reconoció.
-La misma. – le dijo. – Esta sería la oportunidad perfecta para obtener lo que quiero: Tu sangre. Y tengo carta blanca de La Autoridad. Pero me gustan las peleas.
-¿No es suficiente con que tengas San Francisco? ¿Viniste hasta aquí solo por eso?
-Quiero divertirme. Pero todavía no. Prefiero matarlos de miedo. Matar a algunos cuantos y ganaré bien mi dinero en este maldito pueblo. Záijián.
Todos desaparecieron rápidamente. Sookie se acercó al bulto que se retorcía, entre cadenas de plata. Era Jessica. Su hermoso rostro estaba dañado. Y no podía casi moverse. Apenas vio a Sookie se puso a llorar. Su sufrimiento había terminado, pero las secuelas de la humillación, y una de las primeras consecuencias que había tenido que sufrir por ser quien era y venir de donde venía. Ni siquiera en los peores tiempos de Russell Edgington, había sufrido. Había perdido lo que le quedaba de inocencia.
Ya en la casa de Bill, entre lágrimas, y luego de beber de Sookie, que se ofreció a curarla por compasión, solo miró al piso. Bill acarició su cabello, confortándola.
-Estaba en… una casa de tablas. Estaba ella. La plata… la plata no la afecta. Es como si disfrutara tomarla, sentirla entre sus dedos, a pesar de que realmente los estaba chamuscando. Le pregunté por qué me tenía.
"Le grité. Le grité, la maldije. Ella solo me puso una oreja de conejo, las de su estúpida diadema, y me clavó un dedo en la espalda.
"-La próxima vez puedo hacerte explotar el corazón. Y clavaría mi uña con plata. ¿Te parece eso divertido?
"Dejé de gritar. Y de llorar, y maldecirla. Le pregunté para qué me quería, pero solo vinieron sus acompañantes, esos chicos, y hablaban en su idioma raro, y parecían ignorarme. Entonces, una de ellas comenzó… comenzó a… a cruzarme la cara con la uña de plata que ella traía… solo por diversión. Hasta que ella la abofeteó, y luego lo hizo ella misma. Yo le preguntaba cada maldita noche porqué lo hacía, pero ella inventaba nuevas torturas. Cruzó mi cuerpo con todo eso, tapándome la boca con cinta adhesiva. Me desnudaba, con ayuda de sus estudiantes… y me sentí tan humillada… "
Ella lloró sobre el hombro de Sookie. Eric negó con la cabeza.
-Parece propio de Yue Lie. Pero algunos detalles me hacen pensar que no puede ser ella. Cuando ella mata por encargo va al grano. No es tan obvia. Además, ¿cuán chamuscada estaba su mano?
-¡No lo sé!- le gritó Jessica furiosa a Eric, porque este era insensible ante la humillación y torturas que había sufrido tan solo mencionando esas preguntas. No se había alimentado en días, por lo que Bill la acompañó a cazar, pero esta estaba muy débil para tomarse al camionero, por lo que Bill mismo tuvo que atacarlo y darle la presa.
Para cuando Bill llegó otra vez al estudio, Sookie preguntó por ella.
-¿Cómo está?
-Duerme. Está débil. Pero en general bien- dijo Bill preocupado. No solo por Jessica, sino por lo que le esperaba a Sookie con una asesina tan peligrosa en Bon Temps.
-Eric, ¿por qué preguntaste esas cosas de Yue… Lie?- preguntó la camarera.
-Porque la conozco bien- suspiró Eric. – Fue mi amante y anduve con ella algunos años. Pero solo le gusta matar. Pelear, más que matar. El arte de la batalla, aunque suene ridículo.
-¿De dónde viene?
-De la Dinastía Han. Fue princesa real. Se acostó con sus hermanos, pero para gobernar a través de ellos, luego de envenenar a su padre y madre. Su hermano, el nuevo Emperador, la mandó a matar, pero ella se unió a una secta de luchadores, y luego fue convertida en vampiro. Mató al Emperador y puso al otro. Y se retiró, ha vagado todos estos siglos entrenando y matando. Buscando con quien pelear.- dijo Eric.
-Hasta que La Autoridad, como agradecimiento por haber matado ella sola a todos sus enemigos, entre caza- vampiros, hombres lobo y otras criaturas, (incluso vampiros), en una masacre que ella misma provocó, le dio San Francisco en compensación, a comienzos de siglo XX. Y desde allí gobierna con mano de hierro. Es como El Padrino- intervino Bill.
-Pero uno cruel. Si has conocido la crueldad, ella es la peor encarnación. Tuvo compasión de Jessica- dijo Eric sardónico.
-¿Compasión?- preguntó Sookie asqueada. No quería imaginarse que podría hacer Yue Lie en su estado más sádico. Bill se lo confirmó.
-Que Yue Lie puede torturarte de las maneras más espantosas y no ha empezado contigo. Yo la conocí.
San Francisco, 1987
Bill entró a un bar en Castro el distrito gay más famoso de la ciudad, donde mujeres con chaquetas de cuero y cabello rubio, esponjado y reseco, bebían cerveza. Los hombres, algunos motociclistas y otros con el traje de cuero característico compartían o repartían miradas de lascivia. Era un local grande. Mujeres con collares y cadenas alrededor, tul y moños de lado, bailaban sensualmente al lado de muchachos musculosos, o entre ellas mismas. Las luces de neón se disparaban en todo lado. Así era San Francisco en aquellos años, como siempre había sido. Y sentado en una mesa, Bill vio a una hermosísima mujer oriental, con su cabello con permanente ondulado desperdigado sobre la mesa. Su cara estaba oculta bajo lágrimas de sangre. Una hermosa vampiro demacrada, con su cabeza sobre la mesa.
Bill se acercó hacia ella. Quería pasar un buen rato. Quizá la consolaría, y compartirían sangre. Y seguirían con sus vidas. Entonces, alguien lo tomó del brazo. Era un hombre bien peinado, que sacó sus colmillos. Su chaqueta era blanca, tanto como su pantalón. Rubio, con pendientes y camisa amarilla, se sentó familiarmente al lado de Bill.
-No te le acerques. Es peligrosa.
-¿La conoces?- preguntó Bill soltándose, aturdido por la confianza del vampiro, que sonrió.
-Es mi jefe. Solo está haciendo limpieza de personal.- dijo burlón. – A veces los recortes… son tan dolorosos…- dijo fingiendo compasión, pero esta era burlona. Hasta que se asustó por un grito que provenía del bulto aplastado sobre la mesa.
-¡Jaime!- le gritó. - ¡Maldición! Tráelo acá. Parece que no es de aquí. Tráelo. Necesito maldita compañía- le dijo con una voz emborrachada. Bill se crispó al ver su hermosura envuelta en caprichosa decadencia.
Jaime se sentó, con una sonrisa formal. Bill estaba sentido al lado de ella, sin saber qué decirle. Solo la observaba. Su joven rostro, su joven rostro era lo que lo fascinaba. Muy joven, muy encantadora dentro de su pestañina corrida, sus labios rojos revueltos con el color de la sangre, y sus lágrimas sin limpiar.
-Lo ejecuté. Claude ahora debe lamer sus restos. Sus restos estarán con los perros. Lo ejecuté- dijo mirándolo como una loca. – Lo ejecuté. Lo maté. Pero el me traicionó. Me traicionó. Yo le di todo, maldición. Dejé que llenara todo el maldito vecindario con sus cuadros. Se los vendí a Shu Qui, al venerable Cheng Yong, ¡qué vergüenza!- dijo levantándose. – Qué dirán los Chan. Y los Leung, maldición. Los Won, los había olvidado. Querrán enterrarlo. Querrán tener sus cenizas en un cofre. Un funeral privado, privado…- dijo riéndose amargamente. Bill verdaderamente no sabía cómo zafarse, pero ante la mirada de advertencia de Jaime, supo que era más sabio quedarse.
-¿Cómo te llamas?
-Bill Compton.
-Bill Compton. Qué bonito.- dijo sonriendo, mostrando sus colmillos en su rostro perfecto.- Te pareces tanto a el… a el… maldita sea. Pero tú pareces menos niño. Tuviste una familia y todo, ¿no? ¿Eres de aquí?
-Sí, de Nueva Orleans. Hace un siglo…
-Lo que sea- dijo ella acercándose e ignorándolo. Le dio un beso.
-Sí, eres lindo. – dijo acariciando su rostro. Lo examinó minuciosamente.
-Follaría contigo, pero no quiero follar con nadie. Follaría solo a Claude, pero él lo mató. Lo mató… porque yo le dije. Ahora ya no voy a poder follarlo…
Contrajo su rostro, y cayó otra vez sobre la mesa, llorando.
Bill miró a Jaime, que suspiró. Le susurró.
-Ella mandó a ejecutar a su amante de un siglo, el lindo Kees el holandés. Halló que el maldito la había traicionado y planeaba suplantarla como sheriff de San Francisco.
-Espera, ¿ella es?- preguntó horrorizado. Había escuchado de ella. Era una asesina terrible. Había matado a muchos vampiros mayores, mucho mayores que ella, haciéndoles sufrir lo indecible. Y había escuchado la historia de cómo había matado a todos esos lobos y caza vampiros en las callejuelas de Londres solamente por diversión.
Jaime asintió, con una leve sonrisa.
- Yue Lie. El que ejecutó a Kees es Claude, sheriff de Manhattan, asistente de la puta de Livia, o Livila, Scarron, la Reina de Nueva York. Tiene influencia sobre ella. Parece que fueron amantes. El mismo se encargó de probarlo, y quería matarlo. Lo odiaba. Y yo también, es verdad, pero ese maldito bastardo parece gobernar mejor que el estúpido de Kees. Le daba muchos problemas. Era una carga. Este es inteligente. Y me gusta más.
-Bill Compton, llévame a un bar. Quiero beber. Emborracharme, maldición.- dijo lastimeramente Yue Lie, sin mirarlo.
-¿Te llamo a la Guardia, querida?-preguntó Jaime, fingiendo preocupación.
-No, escolta no. No quiero maldita escolta…
-Llamare a la escolta- le dijo a Bill con los labios.
-¡Que no escolta!- gritó, y con una sola palmada, destruyó la mesa de mármol. Los que estaban alrededor se asustaron. El dueño vino con dos grandotes.
-Tienes que pagar la mesa, linda.
-Les pagaré la maldita mesa. Me largo. Jaime, anótalo en la cuenta. –ordenó, tambaleándose.
-Como quieras, linda.
-Paga ahora.- le advirtieron.
-Vamos al baño. Ahí tengo el dinero- dijo tambaleándose. Bill Compton, acompáñame.
Jaime le hizo un ademán. El maldijo por un lado haberse encontrado precisamente con la dueña de San Francisco, pero por otro lado, ella le parecía excitante en su locura. Vio como los tres hombres prácticamente se convertían en animales, y con sus manos acariciaban todo su cuerpo. Ella solo se reía. Bajó la bragueta de uno, y comenzó a hacerle sexo oral. Los otros se pusieron alrededor de ella. Mientras uno la penetraba, Bill vio como comenzó a beber del otro, para luego cerrar sus colmillos, y besar a otro y succionar su sangre. Ella le dijo que bebiera al último, y él tuvo que hacerlo, excitado como estaba al tener ella sexo con completos desconocidos. Luego los sedujo descaradamente.
-Ya está saldada la cuenta.
-Que te vaya muy bien, dulzura.
-Cuídate, bombón.
Ella se rió como una concubina, y luego miró con odio a Bill.
-Le diré a Claude que los mate. Quiero ver sus cabezas mañana.
Bill la miró sin decir nada. No entendía porque la miraba con naturalidad, a pesar de que había tenido sexo con humanos frente a él, y ya había determinado sus destinos. A ella pareció gustarle eso.
-Eres un maldito campesino del Sur. Vamos a divertirnos, Bill Compton. –le ordenó.
Jaime ya tenía a dos jovencitos en el auto, a quienes emborrachaba. Yue Lie solo bebía de uno de ellos, mientras cantaba a grito herido, en la limosina, canciones de Poison, y se reía al lado de Bill.
-¿Quieres? – le decía, mientras besaba al chico y le daba más bourbon. – Me encanta hacer esto…
-Si- dijo el, y también bebió. Ella lo subió al hueco del techo, mientras gritaba, y bailaba a su lado.
-¡Esto es San Francisco, nene!- le gritó jubilosa. A Bill le gustaba verla macabramente hermosa, con sus rizos falsos al viento, y se rió al verla tirar sus pendientes de oro. Se rió, al tiempo que ella.
-¡Cartier!- le gritó. - ¡Cartier! ¡Puedo comprar cien mil Cartier! – gritó a los transeúntes. - Soy rica. Muy rica. ¿Sabes por qué? Porque mato mucho- dijo riéndose. –Sacerdotes católicos, agentes traidores… soy putamente rica. Todo por tener una familia. Por tener contento a Kees. ¡Maldito bastardo!- gritó con furia. – Tuve que hacerlo…
Bill no la vio más en el techo. Llegaron a un bar mucho más decadente, de motociclistas y "gente ruda", en otro vecindario. Ella se bajó, tambaleante, apoyada en Bill, que vio a Jaime repartido entre los dos muchachos. Lo besó, y comenzó a repetir el mismo procedimiento con un hombre. Bill emborrachó a una chica. Entonces, una botella se quebró encima de los dos. Yue Lie miró hacia arriba y vio a un calvo barbudo riéndose. Ella no se inmutó, ni siquiera lo miró.
-¿No te bastó, hijo de puta, con que te hubiera cortado todo, para que volvieras a aparecer en MI ciudad?- le dijo ella suavemente.
-Al ver a la maldita prostituta que destruyó a mi progenie y humilló mi hombría solo por un maldito asunto de dinero, hecha mierda, pedazos, siento profunda alegría. Quiere morir. Y yo le ayudaré.
Ella solo sonrió, como si fuera una dulce princesa.
-Oh, muchas gracias. Esto era justo lo que necesitaba.
Bill vio cómo se paró rápidamente, detrás de él, que solo se echó a reír. Pero vio como Yue Lie clavó lentamente su roja uña en la garganta, haciendo que sangrara. Él no podía defenderse, ni moverse. Bill vio que ella ya había clavado un dedo. El calvo solo la miraba iracundo y atónito.
-Jaime. Ya no quiero emborracharme. Llévalo a la limosina. Vamos a las bodegas.
Jaime lo arrastró hacia la limosina, y la gente hizo que no veía nada. El hombre seguía sangrando ante la mirada impasible de Yue Lie, que fumó una caja de cigarrillos compulsivamente. La compartió con Bill, que estaba atónito ante la escena.
Lo pateó hasta una silla. El tipo solo la maldijo. Ella lo fue despellejando poco a poco con su uña de plata, mientras el gritaba. Ella tomaba lonja de carne tras lonja de carne, pero se cansó de rasgar con su índice. El pobre vampiro que había resultado el insolente seguía gritando de dolor. Ella le arrancó los colmillos, y volvió a patearlo.
-¿No vas a decirme nada más?
El tipo solo gemía, y se desangraba. Ella simplemente, le arrancó la cabeza. Lamió la sangre, y se vio en los vidrios rotos de la vieja bodega. Estaba cubierta de sangre, hasta los pies.
-Jaime. A casa- le ordenó retirándose -. Bill Compton- dijo mirándolo glacialmente. – Vamos.
Bill vio como ella trocó su mirada entre triste e impenetrable. Solo lo miraba inexpresiva. Jaime no se atrevía a mirarla. Entraron al Barrio Chino, y llegaron a una fortaleza impenetrable. Salieron varios chinos, que obviamente, por su postura y sus vestimentas, parecían ser la escolta que tanto quería Jaime. En la mitad, un joven apuesto y elegante, caminó imperiosamente. Tenía cabello oscuro, ojos azules, casi barba y labios delgados, con una sonrisa insolente. Era el mismo Claude, del que había hablado el vampiro de Castro.
-¿Quién es este?- preguntó mirando despectivamente a Bill.
-Paseaba por la ciudad. Es del Sur. Nueva Orleans.- respondió Jaime. Yue Lie solo temblaba, parecía una adolescente que llega a su casa luego de una noche de parranda.
-Perdí los zapatos, Claude…- le dijo como una niña a su papá. El asintió, y ordenó un abrigo para ella. Dos mujeres chinas la cubrieron.
-¿Qué… que hiciste con él, Claude?- le preguntó con voz débil, titubeando por lo que parecía ser Kees. - ¿Qué hiciste con lo que…. quedaba…?
-Lo puse en un cofre, que tú misma quemarás. Entra al apartamento- le ordenó paternalmente. Ella lo hizo, y le dio un beso en la mejilla a Bill.
-Compénsalo- le ordenó. – Él se portó lindo conmigo. Y mata a una gente. Jaime ya te dirá… Adiós, Bill Compton-dijo mirándolo triste. Entró a los aposentos, y se difuminó para Bill para siempre, que lo último que vio de ella fue su triste rostro y sus rizos deshacerse en la niebla.
Claude miró a Bill burlonamente.
-Ya veo porqué te escogió. Tienes presencia y se lo recuerdas. ¿Una estancia en el Sheraton? ¿Mujeres de primera? ¿Qué quieres?
-Lo que consideren ustedes- dijo Bill con voz ronca.
-Todo eso. Gusto conocerte, Bill. Y por favor. Si es posible, no lo repitas. A ella no le gustará enterarse de que corren historias… un poco turbias por toda la nación.- dijo Claude con su sonrisa maliciosa. - En fin. Llévenlo a su nuevo hotel. –ordenó. - Záijián.
2010
-Tara… supongo que estará bien, ¿verdad? A menos que…- preguntó Sookie preocupada, luego de que Bill contó su historia.
-No le pasará nada- dijo Bill. Ahora el asunto es como refrenar a Yue Lie. Ella vendrá aquí…
-Es tarde- dijo Eric, al oír el ruido de un motor y de varias motos aparcadas. Se oyeron tiros, y luego varios gritos de dolor. Bill no supo si reír o enojarse por el cinismo de Yue Lie, al oír el timbre. Eric lo miró, y le recomendó a Sookie quedarse en una de las habitaciones.
-Es estúpido- dijo ella. - ¿Y si los mata?
-Trataré de hacerla… razonar. La conozco mejor. Ya sabes cómo escapar. Va el Merlotte´s.- le ordenó.
Bill bajó con los guardias que estaban apostados dentro de la casa. Abrió la puerta, y una joven oriental, de pantalones anchos de alta costura y chaqueta blanca, con un moño cebolla, limpiaba su puñal. Le dio el paño a otra, con flequillo y traje de cuero. A su lado se encontraba un hombre de estatura mediana, con gafas blancas, mirando con un poco de asco los cuerpos a su alrededor, y examinando las manchas de sangre. Tenía rizos oscuros y barba. Sonrió insolentemente.
-Buenas…- dijo.
-Qué patético cuerpo de seguridad- observó ella. - Lin…
Bill solo entendió órdenes y más órdenes en chino. La chica tomó una de las AK-4, y la espada, y fue a investigar.
-¿Qué le dijiste?- le preguntó con sequedad.
-Que matara los que quedan vivos- dijo Eric, mirando con significancia a Yue Lie. – Siempre lo hace.
Ella miró al hombre a su lado, que solo bufó una risita burlona. Se apostó contra la puerta.
-Espera, sabes que puedo decirles que les disparen ahora mismo, ¿verdad?- dijo Bill tratando de tomar el control.
-Dile a uno de tus guardias. Como un carajo…- dijo examinando el palacete sureño. – En esta casa gritas que te maten.
Uno disparó, y solo logró destruir el marco de la puerta. Ella había tomado las balas en sus manos. Las tiró al piso.
-Puedo matar a tu guardia, y a todo el resto, o puedes decirles que se retiren. No me pagan nada por matarte, y no valdría la pena- dijo molesta. - ¡Claude!- gimió como una niña. – Te dije que blanco hoy no. Por algo te lo dije, bebé.- le dijo infantilmente al hombre, que Eric y Bill identificaron como Claude Schalent, el lugarteniente y segundo de Yue Lie en San Francisco.
-Quería algo de estilo, querida. ¿Y bueno? ¿Conversaremos en la puerta?
-Si bajan sus armas- dijo Bill, y comprendió que había dicho algo estúpido, cuando Yue Lie volvió a decir algo en chino, y todos los demás se rieron. Ella le dio su puñal a la joven rubia de piel amarilla, y peinado estrambótico. La otra, de flequillo, regresó como si nada.
-Nadie vivo, Fürén (señora).
Entraron a la sala de la casa. Solo Claude y ella tomaron asiento. Los demás permanecieron parados.
-Así que ustedes dos creen que yo vine hasta esta triste tierra de nadie solamente por un hada camarera y una vampiro insignificante, ¿no es así?
-Para ser tú, dejaste muchas cosas que te delatan, y de la manera más estúpida- dijo Eric mirándola furioso. O el ataque hacia Sookie. Yue Lie suspiró, y sonrió melancólicamente. Ante Eric cambiaba su gesto de superioridad.
-Eric, hola, como estás. Yo estoy bien, ¿y tú? En estos 15 años he estado muy bien, ¿tu cómo estás? Ah, verdad. Cortaste toda comunicación conmigo desde que me casé.
Claude sonrió maliciosamente. Solo miraba la casa de manera caustica.
-Bueno, desde que te conozco, creí que habías sido tan tú como para no trabajar para La Autoridad y hacer su trabajo sucio, ¿no? Tú sabes por qué nos busca La Autoridad. Les darías inclusive a tu mequetrefe como plato principal si te ofrecieran otro tajo de California. ¿Por qué no has matado a Lamar, "tu majestad"?- le preguntó de nuevo el vikingo a la sheriff, que no respondió.
Bill notó mucho resentimiento en las palabras de Eric. Indicaban que había cosas dolorosas en el pasado común que ellos dos habían tenido. Sobre todo, porque miraba con franco odio al elegante vampiro sentado en su sofá, que lo miraba provocador. Él sabía que lo odiaba, y su sentimiento era mutuo.
"Quizá el odia al muchacho, y por eso la odia ahora" pensó.
Yue Lie se rió como concubina de palacio otra vez, tímidamente. Luego trocó a una expresión más calmada, y triste.
-La Autoridad nos casó a mí y a Claude- insistió, tomando la mano de su marido. – Y si, mato a quien me digan, porque me pagan bien. Pero sabes que jamás te haría daño. Te aprecio mucho como para hacerlo.- le dijo a Eric, con ojos enternecidos. Luego se dirigió a Bill, en modo de explicación.
- Solo tomo los asesinatos que no representan un perjuicio para mí, y si muchas ganancias a la Autoridad. ¿Por qué no maté a Nan Flanagan, por ejemplo? A pesar de que mil veces estuvo en San Francisco, y tal y como a ustedes, me sacaba de quicio. Porque era mi superior en jerarquía. Debo admitir que la asustamos un par de veces, claro- dijo como una adolescente. – Pero no podía matarla. Podría acabar con todo el Régimen yo sola. Oh, sí. Ya puedo- dijo segura de sí misma. Luego de eso, siguió un silencio incómodo. Ella prosiguió con la explicación.
-Pero se formaría una guerra que no vale la pena, y ya he construido mucho aquí como para echarle fuego. Y por eso La Autoridad y Lamar me dejan hacer. Además, mato a mucha gente. El Vaticano me pide matar. El Gobierno me pide matar. Muchos gobiernos- dijo burlona. - ¿Por qué vendría aquí por alguien que para mí nivel de poder resulta insignificante?
-Eso es exactamente lo que iba a preguntar- dijo Bill con precaución, porque no sabía si creerle a su discurso, con un gesto totalmente conmovedor, pero estudiado.
-Porque La Autoridad está contratando gente a mis espaldas. Gente que me traiciona. Me temen. Saben que he incrementado mi poder- dijo sombría. – Y por eso pusieron a alguien para suplantarme. Así todos los vampiros se unirían para destruirme. Y sobre todo, porque ellos si quieren a "tu" hada- le dijo a Eric. – La quieren, los muy tontos. El problema… es que escogieron a una novata para el trabajo. Y esa novata quiere destruirme- explicó.
Bill le susurró a un guardia. Jessica bajó rápidamente.
-¿Es ella quien te torturó?- le preguntó, y Jessica negó con la cabeza.
-Es ella- señaló a la chica vestida en cuero, y los guardias apuntaron, pero Yue Lie se puso detrás de Bill, y dobló su brazo.
-Echa afuera a tus guardias. Hablaremos como gente civilizada- le susurró tranquilamente.
-¿Cómo puedes explicar esto?- le preguntó Bill furioso.
-Ella es Lin Won, gemela de Mei. Mei fue quien te atacó. Mei es la traidora.
Bill echó afuera a los guardias, por su seguridad.
-Bill… ¿es decir que ella es Yue Lie?- preguntó Jessica. Este no respondió. Ella comprendió que era cierto, y no dejaba de mirarla a ella y a su escolta.
-Yo jamás usaría flequillo, niña. - dijo sin mirarla, y se sentó al lado de Claude, que tomó su mano. La examinó altivamente. Jessica solo se acordó de su victimaria al ver a la escolta, que esta vez tenía una mirada inocente, y bajó la cabeza apenas sus ojos se cruzaron por ella.
-Zhǔxí, wǒ xiǎng xiàng nǚhái dàoqiàn (Señora, quiero pedirle disculpas a la niña)- dijo ella con su vocecita a su jefe. Yue Lie asintió con la cabeza.
Esta se acercó a Jessica, y Bill fue a protegerla. Les hizo una reverencia a los dos.
-Pido disculpas en nombre de la familia Won. Mi hermana, la traidora, será castigada por su propia mano, si lo prefieren.
-Disculpas aceptadas- le respondió Bill solemnemente, aunque la escena le parecía un tanto ridícula. Ella se devolvió y se colocó detrás del sillón, donde estaba sentado Claude.
-No puedo creer que sigas entrenando a la gente a tu servicio de ese modo- se burló Eric.
-¿Qué puedo hacer? La familia Won todavía tiene modales, cosa que tú no has aprendido en toda tu vida- respondió Yue Lie con insolencia. Eric asintió, y se sentó a su lado. Ahí las cosas se calmaron, y Bill ordenó True Blood para todos.
-¿Cómo está Pam? Me encanta esa mujer- le dijo a Eric, que seguía mirando la mano de ella entrelazada con la de Claude.
-Bien, si lo preguntas así.
Yue Lie sonrió suspicazmente.
-Eric, Qīn'ài (Querido)… - dijo suspirando con cierta lástima. El la seguía mirando impasible.
-No le ruegues, Yue Lie- dijo Claude. – Siempre te creyó, estúpidamente, de su propiedad.- dijo provocándolo. Ella no lo reprendió.
-Yo no he dicho eso, estúpido- respondió Eric.
-Ella esperaba que asistieras a la boda. Y brillaste por tu ausencia- le dijo con una voz estudiadamente hiriente, cosa que también molestó a Bill y a Jessica, que sin embargo no podía dejar de observarlo. Era realmente sensual, con su expresión y su boca torcida.
- Tenía mejores cosas que hacer.
-¿Estar en tu miserable bar? No te ofendas, vikingo, pero para tu edad, y en este país, yo habría buscado tener algo mejor- anotó Claude.
-Si no fueras su marido, hace rato habrías sido una plasta y lo sabes, ¿no, Mataniños?- le espetó Eric, nombrando de repente, el apodo que seguramente había sido del pasado del vampiro, que sin embargo no borró su sonrisa.
-Nunca me arrepentiré de eso, Northman. Tu estirpe lo merecía.
-Bueno, yo tampoco me arrepentiré de lo que le hice a tus castillitos y ciudadelas de aldeanos pordioseros- dijo Eric, devolviendo un golpe por otro.
-Señores- intervino Bill. – Vamos a lo importante. Quieren a Sookie. Y si tú estás aquí, pienso que contamos contigo para protegerla, y aclarar todo esto. Dime quien es la que torturó a Jessica, y qué quieren de nosotros. Y qué haremos para protegerla- insistió a Yue Lie.
-Eres buen Rey- dijo Yue Lie dándole una sonrisa de complacencia. – La incompetente de Sophie Anne se habría puesto a llorar. Qué lástima por Russell, aunque era un bastardo megalómano, me caía bien. De cierto modo.- suspiró. – Te explicaré porqué llegamos a este punto. Y también dile a tu hada que sé que está arriba escuchando esta conversación, desde las escaleras- dijo mirando hacia arriba. Sookie también bajó de improviso.
Claude se paró, y le besó la mano. Yue Lie le hizo una reverencia.
-Las hadas… antes una raza tan noble- dijo Claude mirándola penetrantemente. La china, sonriendo levemente, solamente pensaba en lo insignificante que resultaba ser esa camarera. Pero debía tener algo "muy especial", su coño, o su sangre, para que alguien como Eric Northman pudiera, como veía en sus gestos, incluso morir por ella. ¿Qué podría criticarle Eric? El seguramente, cuando estuvieran a solas, le diría que había escogido a su pareja perfecta, pero sin pene, tan ambicioso y peor de ruin que ella, y quizá hasta más astuto, pero que no le llegaba ni a los talones. Pero si le llegaba, y mucho.
En cambio, ¿qué podría decir de esa rubia camarera insignificante, e incluso un poco vulgar? Esa sí que no le llegaba a los talones a Eric Northman. Pero se había enterado por Pam, que le habló por Skype, en un ataque de furia, que esa vil estúpida de nombre tonto les había salvado la vida a los dos, en más de una ocasión. No debía ser tan débil, después de todo, analizaba Yue Lie.
-Cariño, sabes que lee la mente. – dijo Claude sin mirarla.
-Yo…- dijo Sookie.
-Esa fue mi intención- dijo Yue Lie sentándose, y mirando a Yue Lie con la misma sonrisa.
Sookie solo miró a Claude, y se sentó al lado de Bill. Quería saber ahora por qué una china loca venida directamente de San Francisco quería matarla.
