-Capitulo 1-
Comienza el viaje
Era un día como otro cualquiera en Pueblo Verso: el Sol iluminaba las verdes praderas, las casas rurales de dos pisos abrían sus puertas para que los alegres niños pudieran salir a jugar a la sombra de los altísimos árboles cuyas ramas eran acunadas por la suave brisa primaveral. El sonido de las olas del mar sacudiendo la costa era la guinda del pastel para esa estampa digna de un cuento de hadas. Parecía que nada podría perturbar la tranquilidad que se respiraba en la alegre aldea, sin embargo…
—¡Profesor, deje los explosivos, por favor!
El grito provenía del único edificio de la población que no era una casa rural: una alargada estructura de una sola planta, construida principalmente con placas metálicas.
—¡Profesor Ébano, por favor! ¡Es demasiado peligroso! —a diferencia de la primera, la segunda voz era femenina.
—¡No, dejadme! —exclamó una tercera voz, más adulta y desesperada que las dos anteriores— ¡Soy un fracaso como profesor Pokémon, este laboratorio no merece seguir existiendo!
—¡Profesor, por favor, no sea catastrofista! —exclamó el ayudante masculino— ¡Los Pokémon no han llegado porque el enchufe del transportador no estaba conectado! ¿Lo ve?
En la puerta del laboratorio, dos chicos observaban la puerta con inseguridad. El contraste entre ambos era obvio: el de la derecha, de gran altura, tenía el pelo negro largo y revuelto, y los ojos marrones. Vestía con una sudadera roja simple y unos pantalones vaqueros. Además, llevaba una mochila a la espalda. El otro, mucho más bajo, de cabello negro corto y brillantes ojos oscuros, vestía un pantalón azul marino de mezclilla, una camiseta negra con el logo de una Poké Ball en plata y una chaqueta de color azul. En lugar de mochila, llevaba una bandolera colgada de su hombro.
—Alejo, ¿estás seguro de querer entrar? —preguntó el más alto.
El otro, que respondía al nombre de Alejo, se encogió de hombros.
—Claro, ¿por qué no? Vamos, Juanber, le prometimos al profesor que vendríamos hoy.
El tal Juanber se rascó la nuca y, resignado, abrió la puerta del laboratorio para que su amigo y él pudieran entrar.
El interior del lugar era un auténtico desastre: había papeles por el suelo, máquinas extrañas situadas encima de las mesas, ordenadores mandando mensajes constantemente en código binario.
Un pequeño Pokémon de color naranja, cabeza puntiaguda y saltones ojos azules volaba de aparato en aparato cubierto por un aura eléctrica, al parecer haciéndolos funcionar. En cuanto vio entrar a los dos chicos, salió a su encuentro a la velocidad del rayo.
—¡Eh, Rotom! ¿Qué tal, pequeño? —saludó Alejo al fantasma eléctrico.
La pequeña criatura dio varias vueltas alrededor de los dos chicos, para después meterse en la camiseta del más alto.
—¡Eh, Rotom, para! —Juanber comenzó a reírse descontroladamente— ¡Me estás haciendo cosquillas!
—Rotom, para, hoy no han venido a jugar.
Al escuchar la voz de su entrenador, el pequeño Pokémon detuvo sus bromas y, en un rápido desplazamiento, se situó flotando sobre el hombro del profesor.
—Buen chico —dijo uno de los ayudantes, un chico de cabello castaño oscuro, complexión delgada y gafas de pasta.
—Adrian, por favor, ve preparando los Pokémon que hemos recibido. Clarith, ve a preparar los indexadores.
Ambos ayudantes asintieron con la cabeza, y se dirigieron a sus respectivas labores.
—Bueno, chicos, sed bienvenidos a mi laboratorio Pokémon. El procedimiento habitual sería que os diera un largo discurso sobre las maravillas de nuestro mundo y las posibilidades que nos ofrecen los Pokémon, pero estoy hasta el cuello de trabajo, y ya sabéis lo suficiente sobre ellos, así que… Os explicaré sólo lo más importante. Como sabréis, cada región de este mundo es conocida por tener su propia fauna y características específicas. Sin embargo, Spalis, nuestra región, es un tanto especial —un proyector abrió un mapa del mundo en una lona blanca—. Nos hallamos al sur de Kalos, con Ciudad Batik haciendo de frontera entre esa región y la nuestra. Al sur tenemos un continente inexplorado cuyos Pokémon aún desconocemos, al oeste están Teselia y sus regiones colindantes, y al este la unión aduanera formada por Kanto y Johto. Hasta ahí es sencillo. El tema más importantes viene ahora: al estar en el centro exacto del mundo conocido, nuestra región de Spalis cuenta con, en lugar de fauna propia, especies propias de cada una de las seis regiones que nos rodean. Es decir, es un paraíso natural con un gran número de Pokémon. ¿Entendéis?
—Sí —dijo Alejo.
—No, pero prosigue de todas formas —añadió Juanber.
El profesor suspiró.
—Bueno, el caso es que un lugar como este es una mina de oro para cualquier investigador Pokémon que se precie. Sin embargo, eso no le resta dificultad, pues hay casi setecientas especies distintas de Pokémon habitando en Spalis, y por tanto… Necesito de vuestra ayuda para lograr registrarlas todas.
—¿Significa eso que podremos empezar nuestro viaje de una buena vez? —preguntó Alejo con impaciencia.
—Sí… —afirmó el Profesor Ébano con cansancio— Podéis empezar el condenado viaje… ¡Adrian, trae las Poké Ball!
El ayudante acudió al llamado de su jefe con una enorme caja metálica en las manos. Ébano la abrió pulsando un botón. En su interior, los dos chicos vieron un total de dieciocho Poké Ball cerradas.
—¿Todas tienen Pokémon dentro? —Juanber no salía de su asombro.
—Sí —confirmó el científico—, aunque sólo podéis tomar una.
—Bueno, pues yo cogeré ésta —dijo Alejo, y se apresuró a tomar la primera de todas. La observó en sus manos durante un momento, para después apretar el botón que tenía en el centro. Entonces, la esfera pasó de tener el tamaño de una pelota de golf al de una de tenis, y comenzó a vibrar descontroladamente. El moreno sonrió—. ¡Vamos, te elijo a ti!
El chico lanzó la Poké Ball y ésta, al tocar el suelo, se abrió en un estallido de luz blanca, de la que surgió un pequeño reptil antropomórfico de color naranja, ojos azules y una intensa llama surgiendo de la punta de su cola.
—Has escogido a Charmander –sonrió el investigador—. Sí, sin duda te pega. ¿Juanber?
—Bueno, si Álex cogió el primero, yo cogeré el último —dijo, y tomó en su mano la última esfera de la caja. Siguió el mismo procedimiento que su compañero, y de la Poké Ball surgió una pequeña rana color celeste, de ojos amarillos, y espuma surgiendo de varias partes de su cuerpo.
—Froakie, ¿eh? Otra elección adecuada —comentó el investigador— Bueno, entonces, ahora que ya tenéis a vuestros compañeros escogidos, os daré diez Poké Ball a cada uno, además de otro regalo… ¡Clarith!
La chica llegó con dos objetos de color rojo y negro, similares a consolas portátiles de videojuegos, en una bandeja.
—Aquí tiene, Profesor.
—Gracias. Bueno, estos son dos Indexadores Pokémon, o Pokédex, para abreviar. Son unos aparatos que os permitirán registrar y saber los datos de todos los Pokémon que veáis y capturéis. De momento, sólo tiene los datos de vuestros compañeros. ¿Por qué no les echáis un vistazo?
Alejo obedeció y, en cuanto abrió la Pokédex frente a Charmander, la pantalla le mostró todos sus datos.
—Charmander —leyó—; especie: Lagartija; tipo: Fuego; nivel: 5; peso: 8,5 kg; altura: 0,6 m; habilidad: Mar Llamas; movimientos: Arañazo, Gruñido.
Juanber también leyó los datos de Froakie.
—Froakie; especie: Burburrana; tipo: Agua; nivel: 5; peso: 7,0 kg; altura: 0,3 m; habilidad: Torrente; movimientos: Destructor, Gruñido, Burbuja.
—Así que estos son los datos de nuestros Pokémon…
—Exacto. En el momento en el que entréis en combate con un Pokémon, vuestros indexadores recogerán sus datos también. ¿Por qué no tenéis un combate de prueba fuera, y así lo comprobáis?
Ambos chicos sonrieron.
Casi todo el pueblo se había aglomerado para ver el combate. Había pasado más de un año desde la última vez que un joven entrenador había recibido un Pokémon inicial en Pueblo Verso, por lo que los enfrentamientos no eran muy usuales. Debido a ello, todo el mundo deseaba ver el espectáculo.
—¿Estás listo? —le preguntó Alejo a su compañero.
—¡Cuando quieras! —exclamó éste.
—¡Vamos! —anunciaron los dos al unísono.
Los Pokémon de ambos chicos se abalanzaron el uno sobre el otro.
—¡Arañazo! —ordenó Alejo.
Charmander trató de arañar a Froakie con sus garras, pero la rana lo esquivó sin dificultad.
—La velocidad de Froakie es muy superior a la de Charmander, sin embargo…
—¡Froakie, destructor! —anunció Juanber.
La rana obedeció y, tomando un fuerte impulso, cerró las ancas y golpeó a Charmander, pero éste pudo protegerse con un brazo.
—Aunque Froakie tiene ventaja en velocidad y ataque, Charmander tiene más defensa, por lo que será difícil para Juanber debilitarle.
—Pero, profesor, Froakie es tipo Agua… ¿No tiene ventaja?
Ébano sonrió.
—En principio, sí. Pero, en vista de la defensa superior de su Pokémon, Alejo aún tiene un as en la manga.
—¡Charmander, Gruñido!
La lagartija emitió un fuerte sonido por la boca, que pareció amedrentar ligeramente a Froakie.
—Ahora que Froakie está intimidado, se lo pensará dos veces antes de atacar. Eso reducirá su potencia de ataque. En vista de la defensa superior de Charmander, Alejo pretende vencer en una batalla de desgaste.
Los Pokémon seguían peleando. Froakie no cesaba de golpear a Charmander, que se protegía y contraatacaba esporádicamente con Arañazo. Saltaba a la vista que los ataques de Charmander hacían bastante más daño que los de su rival.
—Entonces… ¿Va a derrotar a Juanber a pesar de la desventaja? —preguntó Clarith.
—Sólo si lo hace rápidamente. Hasta ahora, Froakie sólo ha utilizado Destructor para atacar. Si Juanber decide usar el movimiento que falta…
Como si las palabras del profesor lo hubieran invocado, el más alto de los dos entrenadores dijo por fin.
—¡Acabemos con esto! ¡Froakie, usa Burbuja!
La rana detuvo su ataque constante hacia Charmander, dio una voltereta hacia atrás, formó con sus manos una esfera de agua, y la proyectó lanzando un chorro de miles de burbujas a presión en dirección a Charmander. El pobre Pokémon de fuego no fue lo suficientemente rápido como para esquivarlo, por lo que recibió el ataque de lleno, bajando así a cero sus Puntos de Salud y quedando totalmente debilitado.
—¡La victoria es para Juanber y su Froakie! —anunció el Profesor Ébano de forma de que todos los espectadores pudieran escucharle.
Mientras todos silbaban, vitoreaban y aplaudían, Alejo se acercó a Juanber y le ofreció su mano.
—Ha sido un buen combate, compañero —dijo—. La próxima vez no perderé.
El otro sonrió, dándole la mano.
—Lo mismo digo.
Al día siguiente, Alejo ya estaba preparado para partir. Su madre le había dado unas deportivas para que pudiera moverse con mayor facilidad, y tenía la bolsa llena de pociones y bayas para el viaje, y Charmander estaba totalmente recuperado de sus heridas. Fue a despedirse del Profesor Ébano.
—Juanber ya se marchó hace un par de horas —le dijo—. No sé qué es lo que va a hacer, pero a ti te recomiendo que trates de participar en la Liga Pokémon.
—¿Liga Pokémon?
—Sí, la Liga Pokémon es el lugar donde el entrenador más fuerte de Spalis acepta los desafíos de aquellos que desean obtener su título. Aunque, claro, para eso tienes que reunir las ocho medallas de los gimnasios.
—¿Y esas medallas cómo se consiguen?
—Venciendo a los ocho líderes de gimnasio, entrenadores excepcionalmente fuertes que te supondrán un gran desafío estratégico. En definitiva, que para ti, con todo lo competitivo que eres, es el desafío perfecto.
Alejo se sentía emocionado sólo con escucharlo.
—Entonces… ¿Dónde están esos gimnasios?
—El primero está muy cerca de aquí, en Ciudad Símil, su líder es un experto en Pokémon de tipo normal. Se dice que su equipo es capaz de adaptarse a cualquier situación, sin importar lo desventajosa que parezca. Te recomendaría atrapar a algún otro Pokémon de camino.
La emoción del pelinegro no hacía más que aumentar.
—¡Sí! —exclamó— ¡Vamos, Charmander! ¡Rumbo a Ciudad Símil!
Bueno, esta historia es un poco menos seria que las demás, pero la he colgado por un motivo especial, así que os pido que no la desdeñéis.
Sin nada más que decir, me despido.
Desquiciados saludos de un humilde loco más.
