Desclimer:

1. Twilight & sus personajes son propiedad de Stephenie Meyer.

2. Seduced in the Dark es una historia de C.J. Roberts yo sólo hago una adaptación.

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Advertencia.

Esta historia contiene:

*Situaciones muy perturbadoras.

*Consentimiento dudoso.

*Lenguaje vulgar.

*Violencia gráfica*

*Lemon/Lime

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Sinopsis

¿Cuál es el precio de la redención?

Rescatado de la esclavitud sexual por un misterioso oficial pakistaní, Edward carga con el peso de una deuda que debe ser pagada con sangre.

El camino ha sido largo y lleno de incertidumbre, pero para Edward y Bella, todo está llegando a su fin.

¿Puede él renunciar a la mujer que ama por el bien de la venganza? ¿O hará él el sacrificio final?

A Edward le parecía que, la naturaleza de los seres humanos giraba en torno a una verdad empírica:

"Queremos lo que no podemos tener".

Para Eva, era el fruto del Árbol Prohibido.

Para Edward, era Bella.

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He estado haciendo esto desde hace mucho tiempo, manipulando a la gente para que hagan lo que yo quiero.

Es por eso que crees que me amas. Porque te he roto y vuelto construir para que lo creas.

No fue un accidente. Una vez que dejes esto atrás... lo verás.

Edward.

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CAPITULO 1

*.*.*

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Domingo, 30 de agosto de 2009

Día 2:

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"Viviseccionada". Es la única palabra que se me ocurre para describir cómo me siento —"Viviseccionada". Como si alguien me hubiera abierto con un bisturí, sin que el dolor penetrase hasta que la carne comenzara a separarse y mi sangre saliera a borbotones. Pude oír el chasquido de mis costillas al ser separadas. Lentamente, mis órganos, húmedos y pegajosos, fueron sacados uno a uno. Hasta que estoy vacía. Vacía y sin embargo, sintiendo un dolor insoportable, todavía viva. Todavía. Viva.

Por encima de mí, hay luces fluorescentes estériles e industriales. Uno de los focos amenazaba con fundirse y zumbaba, parpadeaba, y se esforzaba por mantenerse con vida. He estado fascinada por su código Morse durante la última hora. Encendida-apagada-zumbido-zumbido-encendida-apagad a. Me duelen los ojos. Continúo mirando. Siguiendo con mi propio código Morse: "No pienses en él. No pienses en él. Edward. No pienses en él".

En algún lugar, estoy siendo observada. Siempre hay alguien aquí. Hay alguien que tira de varios de mis cables. Uno para controlar mi corazón, otro mi respiración, otro para mantenerme adormecida. "No pienses en él". Cables. Se extienden desde mi mano, por donde recibo líquidos y drogas. Terminan en mi pecho para monitorizar los latidos de mi corazón. A veces contengo la respiración, sólo para ver si se detendrían. En su lugar, late más fuerte y rápido en mi pecho y jadeo en busca de aire. Zumbido-encendida-apagada.

Hay alguien que trata de alimentarme. Me dice su nombre, pero no me importa. Ella no tiene importancia. Nadie la tiene. Nada importa de verdad. Me pregunta mi nombre como si su amabilidad y gentileza me fueran a impulsar a hablar. Nunca respondo. Nunca como.

"Mi nombre es Gatita y mi Amo se ha ido. ¿Qué podría ser más importante?" En un rincón de mi mente, lo veo, observándome desde las sombras.

¿De verdad crees que suplicar va a funcionar? —pregunta el Fantasma de Edward. Sonríe.

Lloro. Altos y horribles sonidos salen de mí, tan violentos que sacuden todo mi cuerpo. No puedo hacer que paren. "Quiero a Edward". Consigo drogas en su lugar. La comida viene a través de un tubo mientras duermo.

Siempre hay alguien mirando.

Siempre.

Quiero irme de este lugar. No me pasa nada malo. Si Edward estuviera aquí, saldría de este lugar, feliz, sonriente y completa. Pero se ha ido. Y no me dejarán llorarle en paz.

*.*.*

Día 3:

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Cierro los ojos y los abro lentamente. Edward está de pie junto a mí. Mi corazón se acelera y lágrimas de pura alegría inundan mis ojos. Por fin está aquí. Por fin ha venido a por mí. Su rostro es cálido, su sonrisa amplia. Hay una familiar sonrisa ladeada en sus labios y sé que está pensando algo obsceno.

Un familiar hormigueo se extiende por mi vientre y baja hacia mi sexo provocando que se hinche y palpite. No he tenido un orgasmo en días y me he acostumbrado mucho a ellos.

¿Debería soltarte? Te ves tan sexy cuando estás atada —dice con una sonrisa.

—Te eché de menos —intento decir. Mi boca está increíblemente seca. Siento mi lengua pesada y muerta en mi boca. Mis labios parecen no tener mejor suerte. Están agrietados y cuando paso la lengua por el labio inferior, no puedo dejar de pensar en papel de lija.

El tubo que han estado utilizando para darme de comer llena mi fosa nasal izquierda y baja por la parte posterior de la garganta. Pica. No puedo rascarme. Duele. No puedo quitármelo. Lo siento cada vez que trago y sabe a antiséptico.

Lo siento —dice Edward.

¿Por qué? —susurro. Quiero que me diga que lo siente por no habérmelo dicho antes... que me ama.

Por las ataduras —dice.

Frunzo el ceño. Le encantan las ataduras.

—Tan pronto como podamos estar seguros de su estado mental, podremos quitárselas.

"Esto está mal. Realmente mal".

Son las drogas.

—¿Sabe por qué está aquí, Isabella? —pregunta una mujer, suavemente.

"No soy Isabella. Ya no soy esa chica".

—Soy la Dra. Victoria Sutherland. Una trabajadora social forense del FBI —dice—, la policía pudo identificarla por el informe de personas desaparecidas. Su amiga Alice informó de su secuestro. Hemos estado buscándola. Su madre ha estado muy preocupada.

Estoy tentada a hablar, así podría decirle que cerrara la puta boca. Prácticamente puedo sentir mi piel erizándose. "¡Para! Deja de hablarme". Pero no lo hará. Habrá más preguntas, las mismas preguntas, y esta vez voy a tener que responderlas. Sé que es la única manera de que me dejen ir. Me mantienen atada y bombeándome drogas; dicen que intenté hacerle daño a mi enfermera. Les digo que ella intentó herirme a mí primero. Nunca pedí que me llevaran al hospital. La sangre no era mía y el propietario original no la echaría de menos. Estaba bastante segura de que estaba muerto. Debería saberlo, yo le había matado.

—Sé que esto no es fácil para usted. Por lo que ha pasado... —La oigo tragar saliva—. No puedo ni imaginármelo —continúa. Apesta a lástima y no la quiero. No de ella. Extiende la mano para tocar la mía e instantáneamente retrocedo. El estridente ruido de mis manos golpeando la barandilla de la cama es como una amenaza de la violencia. Estoy más que dispuesta a recurrir a la violencia si trata de tocarme otra vez.

Ella levanta ambas manos y se aleja unos pasos. Mi respiración comienza a asentarse y el anillo negro alrededor de mi visión se disipa, hasta que el mundo está otra vez en color de alta definición. Ahora que ha llamado mi atención, me doy cuenta de que no está sola. Hay un hombre con ella. Él ladea la cabeza y me mira como si yo fuera un enigma que quiere resolver. Su mirada es desgarradoramente familiar. Giro la cabeza hacia la ventana, mirando a la luz filtrándose por las persianas horizontales. Se me hace un nudo en el estómago. "Edward". Su nombre susurra a través de mi mente. Solía mirarme de esa manera. Me pregunto por qué, ya que parecía muy capaz de leer mi mente. "Me duele el cuerpo. Lo echo de menos. Lo extraño tanto". Siento las lágrimas de nuevo, deslizándose por las comisuras de mis ojos.

La Dra. Sutherland, no se rinde:

—¿Cómo se siente? He sido informada por la trabajadora social que estuvo presente durante el examen inicial, así también como de los acontecimientos presenciados por el Departamento de Policía de Laredo.

Trago saliva. Los recuerdos me asaltan, pero lucho contra ellos. Esto es exactamente lo que no quería.

—Sé que no lo parece, pero estoy aquí para ayudarle. Está detenida con cargos de asalto contra los agentes federales de la patrulla fronteriza, posesión de armas, resistencia a la autoridad, y por sospecha de homicidio involuntario. Estoy aquí para determinar su competencia, pero también para ayudarla. Estoy segura de que tiene sus razones para lo sucedido, pero no puedo ayudarle si no habla conmigo. Por favor, Isabella. Deje que la ayude —dice la Dra. Sutherland. Mi pánico va en aumento. Mi pecho ya está agitado y el mundo es negro en los bordes. Las lágrimas me ahogan en torno al tubo de la garganta. El puto dolor en el mundo post-Edward no tiene fin. Sabía que iba a ser así.

—Su madre está intentando encontrar a alguien que cuide de sus hermanos y hermanas, para poder venir a verla —dice ella.

"¡NO! Que se mantenga lejos".

—Debería estar aquí mañana o pasado. Puede hablar con ella por teléfono si lo desea.

Estoy lloriqueando. Quiero que se detenga. Quiero que todos se vayan, esta mujer, el hombre de la esquina, mi madre, mis hermanos, incluso Alice. No quiero oírlos. No quiero verlos. Que se vayan, que se vayan, que se vayan.

Grito como una loca. "¡No volveré!"

—Edward —grito—. ¡Ayúdame! —Mi cuerpo quiere hacerse una bola pero no puede. Estoy atada, como un animal enjaulado exhibido. Quieren saber lo que pasa, pero nunca lo harán, y nunca podrán entenderlo. Nunca podré decírselo. Este dolor es mío.

Grito y grito y grito hasta que alguien entra a toda prisa y presiona todos mis botones mágicos.

Los medicamentos se hacen cargo.

"Edward".

*.*.*

Día 5:

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Soy plenamente consciente de que estoy en el ala de psiquiatría del hospital. Me lo han dicho muchas veces. No puedo dejar de reír por dentro ante la ironía. Me dejaran ir una vez que sea capaz de decirles que me suelten. Pero no voy a hablar. Estoy literalmente manteniéndome como rehén a mí misma. Tal vez esté loca. Tal vez este sea mi lugar.

Los moratones de las muñecas y los tobillos son de un furioso púrpura. Supongo que luché bastante. Echo de menos las ataduras. En cierto modo, me daban la libertad a retorcerme y sacudirme. Me daban algo y alguien contra lo que luchar. Sin ellas... me siento como una traidora. Ya no una prisionera, parece que les permito retenerme aquí. Como cuando me traen la comida, para evitar tener ese tubo de mierda en la nariz. Me ducho cuando dicen que debo hacerlo. Vuelvo a mi cama como una niña buena. Floto alejándome con las drogas. Oh, cómo me gustan las drogas.

Sin embargo, nunca me dejan sola. Siempre hay alguien aquí, observándome como si fuera un experimento de laboratorio. Cada vez que la neblina de las drogas se disipa, están aquí: la Dra. Sutherland, o su «adjunto», el agente Riley Biers. Le gusta mirarme fijamente. Yo le devuelvo la mirada.

El primero en desviar la mirada es el que pierde.

A menudo, soy yo. Su mirada es desconcertante.

En los ojos de Biers veo una familiar determinación y una astucia con la que nunca he estado a la altura.

¿Tienes hambre? —me preguntó, en voz suave y baja.

Me siento como si me estuviera diciendo que no tengo más remedio que darme por vencida. Eventualmente, conseguirá lo que quiere de mí. Yo me burlo de él con mi silencio. A veces me sonríe. Y entonces, el espectro de Edward parece mucho más pronunciado.

Cuando no consigo responder, los dedos de su mano derecha trazan un camino por la parte inferior de mi pecho derecho.

En este día particular, él aparta la mirada primero y vuelve su atención hacia el portátil frente a él. Teclea, y luego se desplaza a través de una información que no puedo ver.

Respiré hondo y me aparté de su caricia, forzando mis ojos fuertemente cerrados hacia la piel de mí brazo alzado.

Lentamente estira la mano hacia su maletín en el suelo, al lado de su silla y saca unas cuantas carpetas marrones. Abre una y hace algunas notas mientras frunce el ceño.

Sus labios acariciaron mi oreja...

"Lo sé".

"Sé que Edward no está aquí". Estoy jodida de la cabeza. Objetivamente, evalúo el hecho de que el Agente Biers es un hombre muy guapo. No es tan guapo como Edward. Aun así, me resulta igual de intenso. Su cabello rubio dorado parece un poco demasiado largo para su profesión, pero lo mantiene impecablemente arreglado. Lleva el típico traje de un federal de película: camisa blanca, traje negro, corbata de color oscuro. Sin embargo, él hace que se vea bien, como si se lo pusiera incluso si no fuera un requisito. "Me pregunto qué aspecto tendría sin él puesto..."

Edward me ha convertido en esto. Lo admitió. Soy todo lo que él quería que yo fuera. Y al final, "¿qué conseguí a cambio?"

Sabía que sonreía, aunque no pudiera verlo. Un escalofrío, tan fuerte que mi cuerpo casi cayó hacia el suyo, me recorrió la columna.

—Su madre debería estar aquí hoy —dice el agente Biers. Su tono es distante, pero sigue mirándome de reojo. Está ansioso por mi reacción.

Mi corazón tartamudea, pero la sacudida termina rápidamente y una vez más simplemente siento... nada. Ella es mi madre; yo soy su hija. Es inevitable. Con el tiempo, tendré que verla. Sé que voy a tener que decir las palabras cuando lo haga. Voy a tener que decirle que no quiero volver con ella. Voy a tener que decirle que se olvide de mí.

He estado agradecida por el aplazamiento, pero de verdad, "¿le ha tomado cinco días llegar aquí? Tal vez decirle que me deje en paz sea más fácil de lo que pensaba". Mis sentimientos son ambiguos sobre el tema.

—Dígame dónde ha estado durante casi cuatro meses. Dígame de dónde sacó el arma y el dinero, y me encargaré de que su madre la saque de aquí hoy —dice Biers. Su tono es salaz, como si quisiera que le comprara lo que vende.

"No, gracias". Saben lo del dinero, no les llevó mucho tiempo. Lo miro con ojos confundidos y la cabeza inclinada inocentemente. "¿Dinero?" Él me mira por un segundo, luego baja la mirada a sus carpetas y escribe algo misterioso. El Agente Biers no se cree mis mentiras. No está impresionado. Por lo menos no es un completo idiota.

Sus labios acariciaron mi oreja:

¿Vas a responder? ¿O debo forzarte de nuevo?

Tic-Tac. No puedo esconderme detrás del silencio para siempre. Hay algunas acusaciones muy graves contra mí. Supongo que uno simplemente no entra en los desde México. Sé que debería cooperar, contarle la historia y poner de mi parte, pero simplemente no puedo hacerlo. Si rompo mi silencio, nunca seré capaz de dejar esto atrás. Mi vida entera estará siempre eclipsada por los últimos cuatro meses. Es más, "¡no sé qué mierda decir! ¿Qué puedo decir?" Por centésima vez hoy, lo extraño, a Edward.

Algo gotea por mi cuello y me doy cuenta de que estoy llorando. Me pregunto cuánto tiempo ha estado el Agente Biers observándome, esperando a que me quebrara y me rindiera. Me siento perdida y su atisbo de preocupación de repente parece mi salvavidas. Es difícil no ver a Edward, en lugar de él.

Sí —tartamudeé—. Tengo hambre.

Pasaron unos largos y tensos segundos, antes de que él rompiera el interminable silencio.

—Puede que no me crea, pero tengo sus mejores intereses en mente. Si no va a intentar ayudarnos, ayudarse, las cosas quedarán fuera de su control. Y rápidamente. —Hace una pausa—. Necesito información. Si tiene miedo, podemos protegerla, pero tiene que darnos una señal de buena fe. Cada día que no dice nada, la ventana de la oportunidad se encoge. —Me mira, y puedo sentirle disponiéndome con sus poderosos y azules ojos, para darle las respuestas que está buscando. Por un momento, quiero creer que realmente quiere ayudarme. "¿Podría darme el lujo de confiar en un extraño?"

¿Qué quería él de mí que sencillamente no pudiera tomar?

Mi boca se abre, las palabras se agazapan en la punta de mi lengua. "Le hará daño si se lo dices". Mi boca se cierra de golpe. El Agente Biers parece frustrado. Así debe ser, supongo. Toma otro profundo aliento y me dirige una mirada que dice: «Vale, tú lo has querido». Se agacha y coge una de las carpetas marrones que estaba mirando antes. La abre, la mira, luego a mí.

Se inclinó hacia delante y sostuvo el bocado de delicioso olor ante mis labios.

Por un momento parece inseguro, pero en seguida decidido. Saca una hoja del archivo y se acerca a mí, el papel cuelga holgadamente de una mano. Casi no quiero ver lo que es, pero no puedo evitarlo. Tengo que mirar. ¡Mi corazón se tambalea! Cada fibra de mi ser de repente está cantando. Lágrimas queman en mis ojos y un sonido simulando tanto sufrimiento como burbujeante alegría sale de mi boca antes de que pueda mantenerlo a raya.

"¡Es una foto de Edward!" Es una foto de su hermoso y duro rostro. La necesito tanto que echo mano a ella, estirando los dedos para acercarme más a su imagen.

Con un alivio casi desvergonzado abrí la boca, pero él lo retiró.

—¿Conoce a este hombre? —dice el Agente Biers, pero su tono hace que sea obvio que él sabe que lo conozco. Este es su juego. Es uno de los buenos. A través de estrangulados sollozos, me estiro a por la foto de nuevo. El Agente Biers mantiene la foto fuera de mi alcance.

— Hijo de puta —le susurro con voz ronca, mirando aquel único trozo de papel. "Si parpadeo, ¿desaparecería?"

Me lo ofreció de nuevo.

No intento coger la foto otra vez, pero no puedo evitar mirarla. Edward es más joven en la foto, pero no mucho. Sigue siendo mi Edward. Su cabello cobrizo está retirado a la espalda y sus ojos verdes son gloriosos mientras frunce el ceño a la cámara. Su boca, tan llena y perfecta para besar se encuentra apretada con enfado formando una línea en su rostro perfecto. Lleva una camisa abotonada, blanca, ondeando al viento, el obvio viento ofrece tentadores vislumbres de su bronceada garganta. Es mi Edward. "Quiero a mi Edward". Miro al Agente Biers. Con rabia en cada sílaba, rompo mi voto de silencio.

—De. Me. Eso.

Los ojos del Agente Biers se ensanchan por una fracción de segundo. Una engreída satisfacción está ahí, entonces desaparece. Primer round para el agente.

—¿Entonces lo conoces? —se burla.

Le miro fijamente.

Da un paso más cerca, con la foto hacia mí.

Y otra vez.

Voy a por ello y él lo retira.

Cada vez me arrastraba más y más cerca, hasta que estuve presionada entre sus piernas, mis manos a ambos lados de su cuerpo.

Edward me enseñó unas cuantas cosas sobre cómo iniciar peleas que no puedo ganar. Él querría que usara la cabeza y me aprovechara cualquier cosa que tuviera que ofrecer para conseguir lo que quiero. Me obligo a mostrar calma y tristeza. La tristeza viene fácilmente.

—Yo... lo conocía. —Miro deliberadamente a mi regazo y dejo que las lágrimas caigan.

—¿Lo conocía? —dice el Agente Biers con curiosidad. Asiento con la cabeza y dejo que los sollozos llenen la habitación.

—¿Qué le pasó? —pregunta. Quiero que tenga curiosidad.

—Deme la foto —susurro.

—Dígame lo que quiero saber —contra-argumenta. Sé que lo tengo donde quiero.

—Él... —Me siento invadida por el dolor. No tengo que fabricar mi dolor... Yo soy mi dolor—. Murió en mis putos brazos. —Mi mente inmediatamente recuerda haber visto a Edward, con la expresión en blanco, con el cuerpo cubierto de tierra y sangre. Ese fue el momento en que lo perdí. Tan solo unas horas antes, me había sostenido en sus brazos y yo había creído que finalmente todo iba a ir bien. Un golpe en la puerta... y todo cambió.

El Agente Biers da un paso tentativo hacia adelante:

—Esto no es fácil para usted, puedo verlo, pero necesito saber cómo, señorita Swan.

—Deme la foto —sollozo. Da otro paso.

—Dígame cómo —susurra. Él ha jugado a este juego antes.

Levanto la vista y le dirijo una mirada furiosa por debajo de mis pestañas empapadas en lágrimas.

—Protegiéndome.

—¿De qué? —Da un paso más cerca, tan cerca, y tan ansioso.

—De Carlisle.

Sin decir una palabra más, el Agente Biers se gira para sacar otra foto del archivo y la gira hacia mí.

—¿Este hombre?

Siseo. De verdad, un puto siseo. Ambos nos quedamos sorprendidos por mi reacción. No sabía que pudiese ser tan salvaje. Me gustaba bastante. Me siento capaz de todo.

De repente alcé los brazos rodeando su mano, envolví sus dedos con mi boca para quitarle la comida. Oh dios mío, está tan bueno.

El Agente Biers está cerca y no está preparado cuando le agarro por las solapas de su traje y estampo su jodida boca contra la mía. Él deja caer la carpeta.

¡Mío!

A pesar de la conmoción, el Agente Biers es capaz de tumbarme en la cama. Cierra las esposas en mi muñeca y me asegura a la cama. Antes de que pueda llegar a la carpeta, la aparta de una patada.

Se movió rápidamente, sus dedos encontraron mi lengua y la pellizcó con saña mientras que con su otra mano apretaba en los lados de mi cuello.

Confusión e ira retuercen sus rasgos.

—¿Qué demonios cree que está haciendo? —susurra y mueve los labios lentamente, mirándose los dedos como si de alguna manera la respuesta estuviera escrita en ellos.

La comida cayó de entre mis labios al suelo y yo grité en torno a sus dedos por la pérdida.

Cuando intento hablar, en cambio, grito de frustración, con lágrimas de rabia llenando mis ojos.

Eres muy orgullosa y muy malcriada y voy sacártelo a golpes.

Cuando la enfermera entra corriendo, desconcertada y con una mano en el corazón, el Agente Biers le dice cortésmente que se largue.

—¿Mejor? —me pregunta, alzando una ceja.

Miro mis manos esposadas.

—Ni siquiera cerca...

"Viviseccionada". Encendida-apagada-zumbido-zumbido-encendida-apagad a. "Edward, te echo de menos".

—Ayúdeme a atraparle, Isabella. —Hace una pausa; su expresión es calculada pero también necesita algo—. Sé que no soy un buen tipo pero puede que necesite a alguien como yo a su lado.

"Edward".

"Vete. Vete. Vete".

Mi corazón duele.

—Por favor... deme la foto —suplico.

El Agente Biers entra en mi línea de visión, pero yo solo le miro a la corbata. —Si le doy la foto, ¿me dirá qué pasó? ¿Responderá a mis preguntas?

Me chupo el labio inferior, pasando mi lengua por él mientras lo mantengo entre los dientes. Es ahora o nunca y nunca no es realmente una opción. Lo inevitable ha llegado.

—Suélteme.

Los ojos del agente parpadean. Sé que su mente debe estar corriendo con ideas sobre cómo hacerme hablar. La confianza es una calle de dos sentidos. Muéstrame la tuya, y te mostraré la mía. Da un paso hacia mí, despacio y con cuidado me quita las esposas de la muñeca.

—¿Y bien? —dice.

—Se lo contaré. Solo a usted. A cambio, me dará todas las fotos que tenga de él y me sacará de aquí.

—Mi corazón late frenéticamente en mi pecho, pero reúno el valor. Soy una superviviente. Alzo la mano—. Deme la foto.

La boca del Agente Biers se retuerce con decepción al saber que no puede ganarme este tanto. De mala gana, recoge la carpeta y me entrega la foto de Edward.

—Va a tener que decirme todo lo que sabe primero, y luego puedo hablar con mis superiores y hacer un trato. Le prometo que haré todo lo que pueda para protegerla, pero tiene que empezar a hablar. Tiene que decirme por qué parece que está más involucrada en esto de lo que cualquier chica de dieciocho años puede estar.

Nadie más existe mientras miro la cara de Edward. Sollozo y trazo las familiares líneas de su rostro. "Te quiero, Edward".

—Voy a ir a por algo de café —dice el Agente Biers, con voz resignada pero decidido aún—, pero cuando vuelva, espero respuestas. —No me doy cuenta de cuándo se va, ni me importa. Pero sé que me está dando tiempo para llorarle en paz.

Salió de la habitación y cerró la puerta. Esta vez escuché el cerrojo.

Por primera vez en cinco días, me han dejado sola. Sospecho que será la última vez, por un rato, Edward y yo estaremos juntos. Con labios temblorosos, le beso.

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Hola, ya regresé con la segunda parte de la historia Captive in the Dark, espero les guste tanto como a mí.

Gracias por leer y no olviden dejar su Review.

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By: Amy - Estrellita.