Este fanfic es un remake. Lo he sintetizado en menos capítulos, modificado estructuras, añadido y quitado cosas, etc. En general, aunque la esencia, el esqueleto, es la misma, ha cambiado también bastante. Publicaré semanalmente los domingos, como de costumbre. Espero que a quienes lo leísteis en el pasado os guste esta reelaboración y que a los nuevos os guste el fanfic.
Capítulo 1: ella
Estaba cansado hasta de su propia existencia. Ser un famoso fiscal que incluso había formado parte del Tribunal Supremo ya no era suficiente para Inuyasha Taisho. Su hijo de seis años era quizás el mayor aliciente para seguir aguantando una vida que repentinamente le parecía insustancial. Kamui era cuanto tenía, cuanto amaba y cuanto estaba dispuesto a proteger con su propia vida. Por él era capaz de olvidar la cantidad de informes que había tenido que firmar. Por él era capaz de seguir yendo cada mañana a cumplir con un trabajo que ya no le llenaba porque había alcanzado la cima. Su despacho se había convertido en un simple medio para ganar dinero con el que sobrevivir y, a decir verdad, vivían muy bien.
Sí, todo eso podría ser medianamente soportable de no ser por la llamada inesperada y siempre mal recibida de su ex mujer: Kikio Tama. Al parecer, tras cuatro años desde su divorcio en los que ni siquiera llamó una sola vez para preguntar por su, había decidido que con todo lo que le sacó en la separación, no era suficiente. ¡Diablos! Esa mujer se quedó con su finca de vacaciones en Santa Mónica. Un fantástico chalet recién restaurado que tuvo que sacrificar para quedarse con la custodia íntegra de su hijo. Sabía que Kikio no lo quería, solo lo amenazó con luchar por él para sacarle el dinero. Por muy buen abogado que fuera, había una verdad innegable en su negocio: las mujeres solían quedarse con la custodia completa o compartida. Su caso fue excepcional gracias al dinero que invirtió: el chalet, un Ferrari nuevo, tres millones y una pensión mensual de dos mil dólares. ¡Se negaba a soltar un solo centavo más!
Si algo no entendería nunca, era por qué su ex mujer no luchó por su hijo, por qué lo empleó como un arma arrojadiza en un divorcio realmente agresivo. Aunque no fuera de su sangre, había sostenido a Kamui minutos después de haber nacido como si fuera su propio hijo. En cuanto lo vio, supo que lo amaría sin importarle quién fuera el padre. Mientras criaba al niño, tuvo que ver con desaprobación cómo su madre los ignoraba a diario. El colmo fue la humillación pública de que todos sus círculos sociales cuchichearan sobre las infidelidades de Kikio. Se cansó de soportar, de mirar y callar. Una mañana, completamente decidido, él mismo gestionó el divorcio. De no ser por su hijo y por el secreto que, para su desgracia, Kikio conocía, no le habría dado nada.
Suspiró pensando que no estaba dispuesto a volver a casarse. Eso de casarse no era más que una estafa. Su padre tuvo un primer matrimonio de lo más desafortunado que casi terminó con los tres: padre e hijos. Sin embargo, su segunda esposa, la primera mujer a la que él llamó madre, parecía sacada de un sueño. No creía que él fuera a tener tanta suerte como su padre. Tampoco iba a buscarla. Se acabaron las relaciones sentimentales con mujeres que no veían más allá de un buen fajo de billetes. Estaba harto, decepcionado y asqueado. Con Kamui tenía más que suficiente para poder sentir de vez en cuando un poco de amor en su marchito corazón. No necesitaba a nadie más.
A pesar de todo, sí que admitía que no lo vendría nada mal echar lo que algunos llamaban "una canita al aire". Sin amor, sin sentimientos. Solo quería sexo, placer, satisfacción sexual. Poder soltarse la melena, comportarse como el más primitivo de sus antepasados y realizar un acto tan antiguo como el tiempo con una mujer dispuesta. A poder ser con una mujer atractiva. Siempre había sido muy exquisito con sus gustos. Ojalá Kikio Tama hubiera sido fea para no fijarse en ella jamás. ¿Qué idiota se casaba con una mujer que estaba embarazada de otro del que ni siquiera conocía el nombre? Probablemente, la clase de idiota que intentaba proteger un secreto que haría temblar los cimientos de toda la sociedad civilizada si se revelaba.
Aún era joven, a la vista al menos. Podía conseguir una mujer si se lo proponía. Los hombres ricos como él tiraban de cartera, pero eso era algo que nunca le había gustado. Cualquier mujer que se acostara con un hombre por la cantidad de dinero que poseía, era tan prostituta o más que una mujer de la calle. Eso a él no le gustaba. Quería una mujer que lo deseara tanto que cayera de rodillas ante él. Quería fuego, pasión y, sobre todo, sinceridad en la cama. ¿Era tan difícil conseguir eso sin necesidad de romance?
En el mismo instante en que sonaba la sirena del colegio, estacionó en la acera de enfrente. Sabía que su hijo era rápido, así que se bajó del coche, presionó el botón para activar el seguro que bloqueaba las puertas y cruzó la carretera a toda prisa. Su hijo ya había atravesado la mitad del patio hacia él.
— ¡Papá!
Esa era su palabra favorita en el mundo. Nunca imaginó hasta qué punto le gustaría escucharla hasta que Kamui la dijo por primera vez. El hijo de puta que le dio la espalda antes de nacer y la zorra de su madre eran un par de estúpidos.
Lo único que lamentaba era que no había un solo rasgo físico en su hijo que denotara que era suyo. Su hijo era la viva imagen de Kikio. Ojos castaños con virutas verdes que debían ser heredadas del anónimo padre biológico, tez blanca, nariz aguileña y cabello negro y laceo. Prácticamente todo lo contrario que él. No le importaba esa diferencia hasta que la gente empezaba a cuchichear como si se creyera con derecho a hacerlo. Si Kamui alguna vez escuchaba algo de eso y ponía en duda su paternidad… ¡Los mataría! Él había criado a ese niño; por consiguiente, era su hijo.
Le levantó la gorra amarilla del colegio que llevaban los niños de parvulario cuando le cubrió los ojos y se fijó en la bata azul de cuadros manchada de pintura. Gastaba más en batas para el colegio que en recibos de la luz.
— Papá, ¿a qué no sabes lo que hemos hecho hoy?
— No sé... ¡Sorpréndeme!
Pintar, seguro.
— La profe nos ha llevado al salón de actos para pintar los carteles del equipo con los de secundaria.
— ¿Los de secundaria? — viendo que asentía — Valla, ¡qué suerte! ¡Has tenido la oportunidad de pintar con las jovencitas de secundaria!
— Sí. — sonrió aún más — Eran todas muy guapas, pero... había una que era más guapa que las demás...
Kamui empezaba a fijarse en el sexo opuesto, era algo que había notado en los últimos meses. No era un interés retorcido, pervertido o adulto. Simplemente, parecía como si de repente se hubiera percatado de que chicos y chicas no eran exactamente lo mismo. Solía mirar a las mujeres adultas con curiosidad, ya que las niñas de su edad aún no podían darle las respuestas que necesitaba. En ocasiones se preguntaba si, de tener una madre a su lado, se habría comportado igual.
— ¿Ah, sí? — sonrió ante el sonrojo de su pequeño hijo — ¡No me hagas abuelo tan pronto!
— ¡Papá! — exclamó el niño avergonzado — No creo que me haga caso. Soy muy pequeño para ella. Ella tiene 15 años…
— Esas son de último curso, ¿no?
— Sí...
Como él había imaginado. Las más mayores eran las que más llamaban su atención en ese momento.
— No te desanimes, ya tendrás una de 15 años para ti cuando tengas esa misma edad.
— Pero ella es muy simpática. Nos ha dado caramelos a todos y nos ha ayudado con nuestra parte cuando los demás no quisieron... ¡Ah! Y además... — le enseñó un dedo con una tirita — Cuando me he cortado, ella me ha curado.
— ¡Qué amable! — exclamó sonriendo — Tendremos que darle las gracias, ¿no?
Lo dijo sin pensar, por instinto. Esa era la respuesta lógica que le salió ante la narración corta, pero precisa de su hijo. En ningún momento pretendió que su hijo se lo tomara en serio.
— Entonces, ven.
Se bajó de entre sus brazos con maestría tras años de práctica, tomó su mano y tiró de él. ¿Qué pretendía?
— ¿A dónde vamos? — preguntó sin entender.
— Es animadora, está ensayando ahora.
Suspiró desilusionado. Iba a hacer el ridículo delante de una chiquilla de 15 años por seguirle el juego a su hijo.
Siguió a su hijo en silencio hacia el pabellón cubierto de gimnasia. Olía a sudor y a hormonas adolescentes. El trabajo que hacían a diario los profesores soportando ese hedor adolescente era impagable. Eso por no hablar de los gritos agudos y estridentes de las chicas, la continua verborrea de palabrotas de los chicos, las trastadas, etc.
— Bien, ¿cuál de ellas es? – preguntó mientras se sentaba al lado de Kamui.
No le hacía ninguna gracia estar allí. Había algo que le molestaba aún más que todas las señales luminosas de adolescentes presentes que lo aturullaban. Le molestaba tener que mirar chicas adolescentes en desarrollo con poca ropa bailando cuando él estaba ansioso por tener sexo, algo que había descuidado mucho en los últimos tiempos.
— Es esa. — señaló a la chica.
Dirigió la mirada distraídamente hacia la chica que señalaba con la esperanza de que fuera un cardo borriquero. Lo que vio, no podría haber estado más lejos. Era una muchacha deslumbrante. Si se la encontrara por la calle sin ningún indicio como el uniforme escolar de que era una colegiala, él simplemente creería estar viendo una mujer de lo más atractiva. Era bien sabido que las chicas desarrollaban antes, pero aquello era exagerado. Era hermosa, atractiva y sexi. Una mezcla explosiva en un momento como aquel para él.
Parecía una chica de estatura media-alta, quizás algo más de metro sesenta, puede que incluso metro setenta. Parecía tan liviana que podría levantarla con un solo brazo. Aunque claro, para ser animadora supuso que tendría que seguir una dieta y unos ejercicios de lo más estrictos para poder ser alzada. Nunca le habían gustado las mujeres muy delgadas porque no tenían curvas. Ella las tenía, curvas redondeadas que harían a un hombre arrodillarse. Muslos bien torneados, caderas plenas y redondeadas, una suave curva que marcaba su vientre, cintura estrecha propia de una chica joven y unos senos que perfectamente desbordarían sus manos. Si solo no fuera tan bella… ¡Qué demonios! Se la querría tirar aun siendo fea si tenía ese cuerpo. Por desgracia o por fortuna, según como se mirase, ella era un ángel, sudoroso en ese instante, pero un ángel de ojos color chocolate enmarcados por largas pestañas, tez nívea y melena azabache rizada recogida en una coleta.
Odiaba admitir que esa adolescente era justo su tipo. La clase de mujer por la que habría hecho cualquier cosa para conseguirla. Movía las caderas con tanta gracia y sensualidad que el miembro le presionó con fuerza contra la bragueta de los pantalones. ¡Qué flexible era! ¿Y qué mujer atleta no lo sería? Le botaban los pechos a cada movimiento, el vientre se movía suavemente, marcando una línea que desaparecía en la cinturilla de los shorts, cerraba los ojos como si estuviera sintiendo el baile, como si… ¡Necesitaba una ducha fría!
La música terminó, rompiendo el hechizo del que era preso. La joven soltó los pompones como las otras y se dirigió hacia el banquillo para recoger una toalla con la que se limpió el sudor de la cara. Después, tomó una botella de agua. Antes de que pudiera dar el primer sorbo, uno de los jugadores del equipo de baloncesto tocó su hombro y le habló mientras otros miraban desde el campo de juego, deseosos de su fracaso. Él también deseaba que fracasara, los dedos le cosquilleaban por las ganas de estrangularlo para que se alejara de ella. En verdad no lo culpaba por intentarlo. Él, a su edad, se habría peleado con todo aquel que se acercara a ella para ser su elegido. Habría hecho cualquier cosa para que le diera una oportunidad. Sin embargo, ya no era un adolescente dominado por los impulsos sexuales; era un hombre adulto que sabía enfriar la mente para conseguir cuanto deseaba.
— ¡Kagome!
Esa era la voz de su hijo. En sus pensamientos, subió a Kamui en un altar por haberlos interrumpido tan magistralmente. Solo un niño podía aparentar esa inocencia mientras interrumpía lo que sería el momento más difícil de un adolescente enfebrecido por los apetitos sexuales. La joven sonrió para Kamui, señal de su carácter amable y dejó al chico con la palabra en la boca para subir las gradas hacia ellos. El rechazo golpeó con fuerza al joven que regresó al campo arrastrando los pies mientras soportaba las burlas de sus compañeros.
Así que se llamaba Kagome. Si no se equivocaba, ese era el nombre de una de las más bellas estrellas en una famosa constelación. La verdad era que ese nombre le pegaba. Una mujer bella debía tener un bello nombre.
¿Por qué no? — se dijo de repente. No era tan niña aunque no fuera mujer del todo. Ya estaba más que preparada para mantener relaciones sexuales y él, sin ánimo de ser fanfarrón, era un hombre atractivo. Eso era algo que le habían dicho muchísimas mujeres a lo largo de su vida. Estaba seguro de que podría llamar su atención si se lo proponía. Solo le preocupaba que su juventud y posible, aunque no confirmada, inexperiencia la llevara a enamorarse o a sentir cosas que estaban del todo fuera de lugar del tipo de relación que él deseaba. Tenía que sopesar los pros y los contras o encontrar la forma de evitar que la situación se torciera tanto de tomarla como amante. También estaba el asunto de la minoría de edad. Teóricamente, no podía mantener relaciones con un hombre mayor a esa edad sin el consentimiento paterno; no hasta los dieciséis al menos. Podría causarle problemas profesionales y para mantener la custodia de su hijo si se hacía público. ¡Era un reputado fiscal!
Tenía que luchar contra su lívido. Era lo mejor para todos que no le pusiera un dedo encima. Si salía mal, él podría perderlo todo. Kamui quedaría en manos de su madre y Kagome podría acabar destrozada. Lo mejor era olvidarse de ella.
— ¿Qué haces aquí, Kamui? — le preguntó mientras tomaba asiento a su lado — Me dijiste que tu papá te iba a llevar al zoo.
— Sí, pero antes hemos venido a verte.
— ¿A mí? — aún parecía sorprendida — ¡Qué bonito detalle! — sonrió — ¿Te sigue doliendo el corte?
— Que va, ya no me duele. — se guardó la mano en el bolsillo — Además, ya soy un hombre. — se tocó el pecho — Los hombres no lloran, ni se quejan por esas tonterías.
— Pues antes llorabas y te quejabas como un bebé.
Kamui se sonrojó y agachó la cabeza mientras Kagome sonreía divertida ante el apuro del niño. Sabía tratar con los niños, algo poco común en los adolescentes contemporáneos. Era tan dulce y encantadora que sería capaz de permitir que su corazón la dominara en una relación. No era de la clase de mujer capaz de separar el sexo del amor, no todavía al menos.
La miró de reojo, ansioso. Sabía que no debía hacerlo, que lo mejor era olvidarse de ella, pero ya era demasiado tarde. Si no la hubiera visto, nada de eso habría sucedido. Era inevitable. De una forma u otra, debía tenerla.
— Kamui, ¿por qué no vas al coche? — le hizo entrega de la llave — Ahora mismo, voy.
Kamui miró la llave como un pirata su tesoro, totalmente hipnotizado. Sabía que la llave del coche sería suficiente para dejarlo ensimismado. A Kamui le encantaba abrir el coche él mismo, sentarse en su asiento y simular que conducía. Jamás metía la llave en el contacto, eso era algo que se ocupó de dejarle muy claro. Asimismo, le enseñó a bloquear y desbloquear las puertas desde dentro para evitar cualquier tipo de incidente desafortunado.
Tan rápido como salió corriendo con la llave en mano como botín, se deslizó sobre su asiento para quedar más cerca de la muchacha. ¡Qué bien olía! Alumnas como ella debían ser una auténtica tortura para los docentes.
— Lamento que mi hijo te haya molestado.
— ¿S-Su hijo?
Parecía tan sorprendida como todo aquel al que se lo decía. ¿Cómo demonios no iba a notarlo? Ahora bien, él no admitiría la verdad ante nadie. Kamui era su hijo para él y para todo el mundo y se llevaría la relativa "verdad" a la tumba.
— Disculpe. — se apresuró a corregirse — No pretendía insinuar lo contrario… es solo que… bueno…
— Ha salido a su madre. — se limitó a contestar.
Por suerte, no salió a su madre en lo verdaderamente importante. Hablando de su madre, otra mujer muy atractiva que lo destruyó. Kagome podía ser en verdad la inocente que aparentaba o una arpía del calibre de Kikio oculta bajo la apariencia de un ángel. No podía dejarse atrapar por segunda vez. En esa ocasión, sería mucho más cuidadoso con su secreto y Kamui estaría por delante de todo. En cuanto sintiera que la relación con su hijo corría el riesgo de peligrar, se desharía de ella.
Después de haber aclarado todo eso en su cabeza, decidió ir directo al grano. Nunca le gustaron los rodeos, ni los comunistas, aunque eso no venía a cuento; no sabía por qué le vino algo así a la cabeza. Necesitaba centrarse, mente fría y mucha astucia. Una pregunta directa era justo lo que necesitaba.
— ¿Quieres ser mi amante?
El tiempo se detuvo en ese instante. Kagome lo miró como si creyera haber escuchado mal, el juego en el campo parecía haberse ralentizado, la canción de las animadoras ya no se escuchaba tan alto. Ese era el punto de inflexión. No había vuelta atrás después de haberlo hecho, ni tampoco tenía deseo alguno de retroceder. Eso eras justo lo que quería. Kagome ya no era una niña y él acababa de demostrárselo al cambiar el color de todo su mundo.
Se quedó de piedra. Mentiría si dijera que nunca ningún chico le había dicho alguna cosa que, bueno, pudiera considerarse subida de tono. De hecho, aquel hombre, en comparación, había sido incluso delicado. Sin embargo, había una profundidad en su voz y en su forma de decirlo que antes no había captado en ningún otro. Cuando lo miraba a él, no le parecía la clase de chico que buscaba un revolcón y "si te he visto no me acuerdo". No, más bien, parecía dispuesto a devorarla si ella le daba cancha. Ese hombre se la comería entera. Quizás, precisamente porque era un hombre de verdad y no otro muchacho que sentía algo semejante. Era demasiado para ella.
¿Demasiado para ella? ¿Acaso se lo estaba planteando seriamente? ¡No! Él era muy mayor y ella muy joven para algo como eso. Ni siquiera había pensado en el sexo seriamente hasta ese momento. Cuando los chicos le molestaban, se reía de ellos o se hacía la loca. A decir verdad, nunca se tomó en serio una proposición. Tal vez porque nunca le interesó ninguno de esos chicos. Todos eran inmaduros y carentes de atractivo para ella. Aquel hombre, en cambio, parecía un hombre maduro, hecho y derecho, con las cosas claras y muy apuesto.
Cuando entró en el gimnasio, se fijó en él y seguro que no fue la única. Incluso los jugadores del equipo de baloncesto que ella animaba debieron fijarse en un hombre tan alto. Dudaba que en el equipo hubiera alguno que pudiera equipararse mínimamente a él. Quizás, Bankotsu o Kouga se acercaban, pero ninguno lo alcanzaba. Amén de alto era fuerte; no gordo, ni delgado, sino fuerte. Desprendía una fortaleza que podría tumbar a otro hombre. Eso por no hablar de su magnífico gusto estilístico. Aquel traje era digno de la portada de la mejor revista de moda masculina. Todo él era digno de esa portada. Esa ropa, ese cuerpo, ese porte, esa belleza tan genuina. ¿Dónde se fabricaban esa clase de hombres? Podría ser australiano; los hombres así siempre eran australianos. Solo había que fijarse en Hugh Jackman.
De cerca, era como para desmayarse. Decir que era guapo era quedarse corto. El cabello plateado, lejos de parecer cano, parecía sedoso y natural. Nunca había visto un cabello como ese. Además, estaba tan perfectamente bien cortado y peinado como el de un modelo. ¿Era modelo? También estaba bronceado, como recién salido del solárium, pero sin ser nada exagerado. Algo rollo surfista desenfadado. Su rostro parecía esculpido en piedra por las manos del mismísimo Miguel Ángel. Unos pómulos altos como esos, una nariz tan perfecta y un mentón fuerte como aquel eran rasgos excesivamente masculinos y bellos que no todos los hombres podían tener. Aunque, lo verdaderamente fascinante, eran sus ojos. Dorados como dos soles tenían tal profundidad que podría quedarse atrapada en ellos.
Era demasiado posesivo. Podía percibirlo en cada ápice de su ser. Ese hombre tomaba lo que deseaba sin miramientos. Un escalofrío la recorrió de solo imaginarlo y se frotó el brazo con nerviosismo. No podía estar hablando en serio. De hecho, no debía estar hablando en serio. Seguro que fue una broma. ¡Qué tonta era! ¿Qué clase de hombre adulto le diría algo como eso allí en medio? Se aferró a esa idea con uñas y dientes y se rio, tal y como habría hecho ante cualquier otra broma.
Inuyasha la miró atónito. Primero, la joven se quedó petrificada, algo totalmente comprensible. Después, notó que lo miraba como si lo estuviera evaluando, algo que aceptó gustosamente. Luego, pasó al nerviosismo, un nerviosismo tan marcado que temió que se arrancara la piel del brazo. Finalmente, se rio de él. ¿Qué estaba pasando? Se rio como si acabara de gastarle una broma… ¡Una broma! Ese era su momento para echarse atrás y parar aquello que había iniciado. Aún estaba a tiempo de salvar a la joven de él. ¡Qué demonios! Iría al infierno de todas formas.
— No es ninguna broma.
Para demostrárselo, le pasó una mano sobre uno de los muslos desnudos, deseoso. Kagome dejó de reírse inmediatamente, acongojada. La mano de ese hombre del que no conocía ni su nombre le dejó la piel de gallina y no precisamente por el miedo. Le gustaba esa sensación más de lo que estaba dispuesta a admitir. ¡No, tenía que detenerlo!
Apurada, le apartó la mano y se aseguró de que nadie se hubiera percatado.
— U-Usted se ha vuelto loco... – lo acusó — ¿No sabe que soy una menor? Solo tengo 15 años…
Sí, eso era. Escuchaba a diario en las noticias casos de menores liadas con hombres mayores que las dejaban embarazadas y las abandonaban o cosas mucho peores. Eso asustaría a cualquiera.
— Ya sé que eres menor, pero te quiero a ti. — le cogió la mano — Además, te aseguro que soy todo un semental. Aún no existe la mujer que se lamente de haberse acostado conmigo.
Nadie había puesto en duda su dichosa hombría. Eso no le interesaba, no quería que le interesase. Solo quería que la dejara en paz, que se detuviera. No sabía si ella era capaz de rechazarlo realmente. Algo en su interior gritaba tan alto que lo tomara que le estaba nublando la razón. ¿Qué significaba aquello?
— No me toque. — trató de soltar su mano inútilmente — Si continúa, gritaré.
— Yo que tú no haría eso. — murmuró volviendo a acariciarle el muslo — Soy Inuyasha Taisho. Por si no me reconoces, trabajo actualmente como fiscal del Departamento de Justicia Estatal y he sido miembro del Tribunal Supremo. Sé muy bien lo que hago y cómo debo hacerlo.
No, eso no era justo para ella. Atractivo, seductor, inteligente y forrado. Eso empezaba a sonarle a 50 sombras de Gray, un libro que jamás debió haber ojeado. ¿Le iría también el sado? No pensaba consentir que nadie la golpease. Si estaba imaginándola como un pedazo de carne al que atar y apalear… Tenía que largarse de allí, tenía que huir de él.
— ¡No va a pegarme! — exclamó mientras se levantaba — Espero no verlo nunca.
¿Pegarla? ¿Quién había hablado de pegarla? Quería acostarse con ella, tener relaciones sexuales, no pegarla. ¿Por qué demonios iba a pensar que quería pegarla? ¿Acaso los adolescentes empleaban la palabra amante para referirse a…? No tenía ningún sentido, ni lo iba a dejar pasar. Aunque le doliera, podía aceptar un rechazo. No obstante, no aceptaría un rechazo por una razón semejante. Era increíble la imaginación de los adolescentes para librarse de los problemas.
La siguió escaleras abajo intentando no aparentar que iba tras ella dentro del concurrido gimnasio. La atraparía una vez fuera, a poder ser antes de que su hijo empezara a impacientarse. Mientras bajaba las escaleras vio a una chica en las gradas leyendo un libro con portada oscura que reconoció inmediatamente debido a su impacto mediático. ¡50 sombras de Grey! El libro con el que todas las mujeres del mundo estaban obsesionadas. No entendía qué clase de mujer podía encontrarle el gusto a un libro que trataba sobre una mujer que se dejaba mal tratar una y otra vez por… Por fin lo entendió. ¿Creía que él tenía intención de hacerle cuanto se narraba en ese libro? No ponía en duda que alguna escena sexual resultase de lo más interesante, pero él nunca había sido rudo con las mujeres, ni violento. Lo aclararía cuanto antes.
La estaba siguiendo, lenta y metódicamente, con esa sonrisa triunfante que tanto odiaba. ¿Quién se creía que era? Su padre lo mataría si se lo contaba. Debería contárselo. Debería… La agarró. No le dio tiempo suficiente para correr por los pasillos del instituto hacia los vestuarios, donde estaría a salvo tras una puerta que podía bloquear. El hombre que instantes antes caminaba tan despacio y se encontraba tan lejos de ella, la atrapó en cuestión de unos pocos segundos por culpa de su descuido.
— ¿Seguro que quieres huir de mí? Diría que me has atraído a un lugar en el que no podríamos estar más solos…
Para su desgracia, estaba en lo cierto. En la entrada ya no estaban los bedeles, ya no había profesores en el centro, nadie. Estaban solos. Tenía que hacer algo. Decir algo… ¡Claro! Kamui debía tener una madre, ¿no?
— Resérvese para su esposa.
— Estoy divorciado.
La noticia le cayó como un balde de agua fría. Ese era su plan A para librarse de él.
— ¿Me permites? — le quitó la bolsa de deporte que había recogido en el gimnasio y la tiró al suelo — Como puedes ver, no hay ningún impedimento entre nosotros. Yo estoy divorciado y deseoso de volver a tener una mujer en mi cama.
— Y yo soy solo una niña.
Después de toda una vida repitiendo que no era una niña frente a sus padres, decir aquello fue como caminar sobre un paseo repleto de clavos ardiendo. Ahora bien, como plan B, podría funcionar.
— Permíteme dudarlo.
La sometió al examen más vergonzoso del que había sido objeto en toda su vida. Ningún chico la había mirado así. Bueno, sí que lo hicieron, pero no fue igual, no lo sintió de esa forma. Él no podía mirarla así porque le hacía sentir tan atractiva y deseable que la tentaba. Ella era una buena chica, la clase de chica que no haría esas cosas con un hombre adulto, ni a esa edad. ¿No había decidido ser virgen hasta el matrimonio? O, por lo menos, hasta enamorarse de verdad. Aquello no era amor, ni nada remotamente parecido.
La abrazó, tan estrechamente que la dejó sin aliento. ¿Así se sentía cuando un hombre abrazaba a una mujer con deseo? A pesar del evidente bulto de su entrepierna clavándose contra su vientre, tenía que admitir que no estaba mal. Nunca nadie la había abrazo de esa forma. Lo que no significaba que tuviera que consentirlo. Por eso, trató de removerse, pero nada lo desalentaba. De hecho, parecía más alentado que antes cuando posó las manos sobre su trasero y lo apretó.
— ¡No me toque! — exclamó con las mejillas sonrojadas.
Aquello no se podía comparar a cualquier otro azote recibido por parte de algún compañero de clase.
— Tutéame.
Escondió la cabeza en su hombro, dándole a entender que no lo haría. Si él era testarudo, ella lo sería más. La respuesta de Inuyasha ante su rebeldía introduciendo una mano dentro de sus shorts y de sus bragas para acariciarle la nalga desnuda fue tan inesperada que gritó su nombre.
— ¡Inuyasha!
— Por fin dices mi nombre. — murmuró satisfecho.
— Por favor, no me toque... — musitó.
Si la tocaba, no sabía si tendría la energía suficiente para hacer lo que tenía que hacer.
— Mírame. — le exigió Inuyasha.
Sin saber por qué, le obedeció. Entonces, Inuyasha se acercó a sus labios y los atrapó en un beso tan forzado como consentido. Empezó a mordisquear el grueso labio inferior, instándolo a abrirse y consiguió introducir su lengua cuando Kagome involuntariamente abrió unos milímetros la boca. Alcanzó el paraíso. Nunca pensó que besar a una mujer le pudiera excitar tanto. Deseoso de más, tornó el beso más salvaje y la apretó contra su cuerpo, hambriento. Si continuaba así, le bajaría los pantalones y las bragas allí mismo y la poseería. Fue la alarma de ese pensamiento lo que lo detuvo a tiempo de cometer una locura. Cuando la tomara, lo haría en condiciones, en la comodidad de una cama, no como a una prostituta cualquiera en un lugar público.
Se apartó de ella a duras penas, conteniendo el aliento y le dio la espalda para regresar hacia el coche, donde Kamui lo esperaba. Aquello no había terminado allí. Volverían a verse, él se aseguraría del encuentro y, entonces, comenzarían justo donde lo dejaron. Kagome no iba a engañarlo, ya no podía hacerlo. Le había demostrado cuan deseosa estaba de él y había firmado su propia sentencia con ello.
La habían besado antes, pero nunca como acababa de hacerlo Inuyasha Taisho, el padre divorciado de un niño pequeño. Un beso como ese bien merecía el riesgo que suponía acostarse con él. Por eso, debía ser más cauta que nunca, levantar las defensas y cuidarse de él. Tenía la sensación de que esa no sería la última vez que Inuyasha Taisho intentara llevársela a la cama.
Inuyasha entró en el coche y se sentó en el asiento de conductor más relajado físicamente aunque con la cabeza como un bombo. Si quería una amante, ya tenía a la elegida.
— ¿Por qué has tardado tanto, papá?
— Estaba hablando con Kagome.
— Pero, ¿por qué has tardado tanto? — insistió.
A veces olvidaba que los niños hacían demasiadas preguntas. Tendría que improvisar algo, algo que resultase creíble para un niño tan avispado como Kamui. A Kagome le gustaban los niños y Kamui adoraba a Kagome… ¡Qué gran idea!
— Le he ofrecido que sea tu niñera y te cuide por las tardes.
— ¿En serio? — se le notó la emoción en el tono — ¿Ha dicho que sí?
— Aún no ha contestado, pero estoy seguro de que muy pronto contestará.
— Dirá que sí.
— Seguro que sí, hijo.
Entonces, comenzaría la fase de seducción.
Continuará...
