Este es mi nuevo fic, un Mimato, se lo dedico a todos quienes leen mis fics, en especial a ARLET, de verdad, este fic va dedicado a ti.

NOTA: Digimon no me pertenece, esta historia la escribo por mero entretenimiento.


Libérame

By: Mikapuzel


Capítulo Uno: Sueño Suicida

Pensaba que tendría algo de paz, acababa de salir de una conferencia para psiquiatras dictada en el lugar, y realmente necesitaba, como mínimo, cinco minutos para cerrar los ojos y relajarse, llevaba trabajando veintiocho horas seguidas ¡veintiocho!, ¿dormir? Que va, esa palabra no existía cuando estaba en ese lugar… Pero no alcanzó a sentarse en el cómodo sillón de su despacho cuando la ya conocida (y a veces odiada) voz lo llamó por el altoparlante.

"Doctor Ishida, se le necesita urgentemente en Salud Mental, Doctor Ishida, dirigirse a la brevedad a salud mental."

Se hubiera puesto a llorar en ese mismo momento, por suerte, tres horas más, y se iría su casa, se metería en su cama, dormiría, y claro, luego podría pasar más tiempo con su novia.

Se levantó con pesar de su lugar, entró al baño y se lavó la cara, necesitaba estar despierto; aprovechó el camino para beber un vaso de café bien cargado, nada mejor para mantener abiertos los ojos.

―Aquí estoy, Sussan ―informó a la secretaria de turno en la sección mental del hospital.

La mujer lo miró unos segundos ―Lo necesitan en la habitación seiscientos cinco, la paciente ha sido transferida desde el hospital Woodhul, argumentaron que ya no podían hacer nada con ella y que necesitaban la habitación ―comunicó, entregándole la ficha médica.

―Elizabeth Christensen ―leyó, mientras se dirigía hacia la habitación ya indicada― Veintidós años… Depresión exógena severa.

Mal pronóstico, muy mal pronóstico. ¿Quién iba a pensar que él… ¡él! Iba a terminar siendo médico? Él, el músico, el rebelde, ahora: médico, con especialización en psiquiatría y psicología, con un doctorado y un magíster realizados en Harvard. Trabajando en uno de los mejores hospitales de New York: el NewYork-Presbyterian.

No podía quejarse de nada, vivía en un buen barrio Neoyorkino, tenía la novia más bella del mundo, su ex amiga de infancia, Sora Takenouchi, periodista del Diario New York Times. Y al parecer todo era color de rosas.

Abrió la puerta de la habitación, de paredes blancas, con un baño, una cama, una mesita para comer, de esas muy típicas de hospitales, y una ventana cubierta por una persiana plateada. En la cama se encontraba una joven medio dormida, medio despierta, a su lado dos especialistas, la psicóloga y un médico general, ambos voltearon para mirar hacia la puerta cuando Yamato entró.

―Qué bueno que llegaste ―casi sonrió Heather, la ya nombrada psicóloga, una veterana que ya sobrepasaba los sesenta años, a igual que su compañero, Mark.

―¿Diagnóstico? ―dijo el rubio a modo de saludo.

―Quince intentos de suicidio… ―comenzó a decir Mark, pero fue interrumpido de inmediato.

―¿¡Quince! ―exclamó Yamato al tiempo en que abría la ficha médica para leerla detenidamente―, intoxicación, cortes. ¿Cómo demonios no murió?

―Es un misterio. Por alguna u otra razón alguien la ha descubierto a tiempo; pero ese no es el problema, diez de los quince intentos han sido dentro del recinto hospitalario, el último fue ayer, por lo mismo fue transferida, tenía histéricos a los del personal ―relató Mark―. Ahora es tu paciente, encontrarás todo en la ficha, nosotros solamente estábamos haciendo los exámenes de rigor.

Sin más que decir ambos profesionales salieron de la habitación. La chica parecía no ver ni oír nada de lo que ocurría a su alrededor. La aguja del suero estaba incrustada en su mano, la que Yamato tomó con delicadeza para poder voltearla y ver la muñeca de la chica. Efectivamente estaba llena de cicatrices, observó el otro brazo, pero no fue mucho lo que pudo ver pues estaba cubierto por gasas y cintas adhesivas, de seguro también se había cortado en ese lugar.

Se apartó un poco para leer más detalles de la ficha. Tantos medicamentos, calmantes y somníferos, por algo la chica parecía estar ida, pensó.

―Bien, Elizabeth, comenzaremos por suspender la medicación exagerada, y luego seguiremos con la terapia ―tal vez la chica no lo escuchara, pero sabía que de algo serviría―. Mañana nos veremos.

Aquello fue como una despedida, pero la bella joven ni siquiera se volteó a mirarlo; sus ojos de color castaña estaban fijos en el techo, su piel pálida la hacía parecer un cadáver y el largo cabello color chocolate estaba esparcido por toda la almohada. La chica estaba bastante delgada, cualquiera pensaría que podría quebrarse con tan solo un abrazo.

Extrañamente ese rostro se le hacía familiar, pero… no, él no conocía a ninguna Elizabeth Christensen, por lo mismo no le dio mucha importancia al asunto. Cerró la puerta de la habitación con el seguro correspondiente pues dejarla abierta, con una chica en ese estado, era muy peligroso, un escalón para un suicidio seguro.

Volvió a su oficina, e hizo una corta llamada por teléfono, pidiendo permiso para retirarse antes, el cual obviamente le fue concedido. Ordenó su escritorio, tomó una gran carpeta llena de documentos y exámenes médicos (entre ellos la ficha de Elizabeth y los exámenes recién realizados), y salió del lugar; el simple hecho de abandonar el recinto lo hacía sentirse con un peso menos sobre su espalda. Llegó a los estacionamientos y no tardó en subir a su automóvil, el camino de regreso no fue nada del otro mundo, al ser las tres de la madrugada no había mucho tráfico, por lo que no tardó mucho en llegar a su casa.

Abrió la puerta de entrada y como era de esperar estaba oscuro, cerró una ventana que estaba medio abierta, conectó la alarma y subió a su habitación. Dejó la carpeta en su velador, para luego ir a tomar una ducha, le haría muy bien después de estar tantas horas trabajando. El pequeño ajetreo despertó a la pelirroja que ocupaba la cama matrimonial de la gran habitación.

―Yamato ―saludó, al verlo salir del baño, ya con el pijama puesto y listo para dormir.

―Sora ―se sentó en la cama para luego besar a su novia, saludándola.

―¿Cómo te fue? ―la voz de la joven sonaba adormilada, pero no tendrían otra instancia para conversar, al menos no dentro de los próximos días.

―Bien, un tanto agotado eso sí ―se metió a la cama, acostándose boca abajo―. Tengo una nueva paciente, quince intentos de suicidio.

Si Yamato se impresionó al saberlo (él, que ya estaba acostumbrado a ver ese tipo de cosas) mucho más impactada terminó la pelirroja ―No… ―se tapó los labios con una mano― Pobrecita ¿Es una niña? ―preguntó, pensando que se trataba de una adolescente con problemas familiares y tal vez desordenes alimenticios.

―No ―respondió―. Tiene veintidós años ¿Puedes creerlo?

―¿Qué pasará por su cabeza? ―era un tema preocupante, cada vez aumentaba más y más la cantidad de personas con algún grado de depresión en el mundo, y los intentos de suicidios crecían día tras día.

―Mañana tengo cita con ella ―tomó la carpeta que estaba en el velador, se sentó y sacó la ficha médica―, no había tenido tiempo de leerla completa ―el lugar quedó en completo silencio cuando el joven comenzó a leer―. No habla hace más de un año.

―No pienses más en eso, amor, tienes que desconectarte ―la pelirroja besó la mejilla del ojiazul, tratando de tranquilizarlo―. Cambiando de tema ¿Ya tienes los resultados de nuestros exámenes?

―Ah, sí ―sacó un gran sobre blanco de la carpeta―. Con todo lo que he hecho no he podido ni mirarlo, veamos ahora ―respondió mientras dejaba todo lo demás en el velador nuevamente.

En un comienzo su semblante se mantuvo sereno, pero tras unos instantes éste cambió drásticamente ―Sora, cariño…

―¿Qué pasó? ―preguntó de inmediato al ver el cambio en su novio―. Yamato por favor no me asustes ―suplicó Takenouchi, quien aunque por más que mirara aquellas hojas no entendía nada.

―A ver… ―comenzó―. Nosotros… no somos compatibles.

―Ya ¿Y?

―No podemos tener hijos ―respondió de inmediato, tirando los papeles al suelo―. Ninguno tiene problemas de fertilidad, pero simplemente la mezcla entre nosotros no funcionará, podemos intentar con inseminación in vitro, pero… tampoco es seguro que funcione.

Los ojos de Sora se llenaron de lágrimas, y no tardó en abalanzarse sobre su novio, para llorar libremente, Yamato tampoco pudo evitar que dos lágrimas se le escaparan, era triste ver que tu futuro como padre se oscurecía.

―Aún podemos adoptar ―trató de confortarla el rubio

―No es lo mismo, me siento… tan mal.

―Sora, amor ―tomó el rostro de la pelirroja entre sus manos y aprovechó para secarle las lágrimas con los pulgares―. Estamos juntos en esto, y sabes que si seguimos unidos podremos solucionar cualquier problema ¿Sí? ―la chica sólo asintió con el rostro, ya calmándose un poco―. Mejor descansemos, mañana será otro día y podremos ver qué hacer.

La luz se apagó, sumiendo todo en la completa oscuridad, y así, bajo el amparo de la luna y las estrellas, Yamato y Sora durmieron, con el sabor amargo de la nueva noticia.


Poco a poco recobraba la conciencia, observó el lugar, era distinto, pero a la vez idéntico. Lentamente se sentó en la cama y lo notó: efectivamente había sido trasladada, ahora recordaba todo. Miró las maquinas al lado de su cama, el suero y la aguja que la conectaba, la cual no tardó en quitar de su mano, no quería más de eso, no quería más medicamentos; no quería nada, sólo irse, morir, dejar esa tortuosa vida. Buscó algún reloj, sobre la ventana había uno, las 14.00 ¿Cuánto había dormido? Ni idea.

Miró su brazo vendado y comprobó que nuevamente había fallado ¿Por qué nada le salía bien? ¿Acaso era tan idiota como para ni siquiera poder quitarse la vida?. Las imágenes del pasado comenzaron a llenar su mente, su madre, su padre. Se tomó la cabeza con ambas manos ¿¡Por qué tenía que recordar! No quería, no quería, estaba cansada de eso, la mortificaba, la mataba lentamente.

―¡No! ―gritó, poniéndose de pie, torpemente. No tenía fuerzas ni para mantenerse parada, por lo que cayó al suelo; por suerte aún sus reflejos básico funcionaban y alcanzó a poner las manos en el piso, sino ya se habría quedado sin dientes―. ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ―se arrodilló, sujetando nuevamente su cabeza. Los gritos podían escucharse a leguas, mostraban angustia, miedo, dolor, y un sinfín más de sentimientos horribles.

La habitación no tardó en llenarse de enfermeras, quienes trataron de controlarla, pero ella luchaba, sí, luchaba, quería irse, que la dejaran tranquila. Los gritos continuaron mientras la castaña pataleaba aterrorizada.

―Llamen al doctor Ishida, y traigan un calmante ―dijo la voz de unas de las cuatro enfermeras que trataban de controlarla, una quinta fue en busca de lo pedido.

Segundos después el llamado para Yamato se escuchaba por el altoparlante, y la enfermera volvía con una jeringa, los ojos de la castaña se abrieron, ¡NO! Eso no, todo menos eso.

―No, no, no… ―suplicó, mas no fue escuchada.

―Tranquila linda, esto te ayudará a dormir ―trató de tranquilizarla una de las mujeres.

Dormir ¡Já! ¿Era una broma? Dormía todo el día gracias a esas drogas, en ese caso ¿No era mejor morir?. Cerró los ojos, esperando un pinchazo que nunca llegó.

―No, nada de calmantes, necesito despierta a la paciente.

Una voz masculina hizo abrir sus ojos a Elizabeth, y cuál fue su sorpresa al ver de quién se trataba ¿Estaba alucinando? Conocía ese rostro, sí, mejor que nadie, pero… ¿Qué estaba haciendo él allí?

―Buenas tardes Elizabeth ―dijo él―. Soy Yamato Ishida, tu doctor.

La castaña no tuvo ninguna reacción, se quedó boquiabierta, tranquila, observando al recién llegado. Actitud que las enfermeras aprovecharon para sentarla en la cama y luego abandonar el lugar. Pestañeó una, dos, tres veces, y notó que no era un sueño. Okay, ahora si se había vuelto loca. Con todos los médicos existentes en el mundo tenía que encontrarse con él ¡Con él! ¿Médico? La última vez que lo vio aún era el vocalista de su banda y pensaba en tomar una carrera musical; pero allí estaba, frente a ella, exactamente igual a como lo había visto la última vez, tal vez sus rasgos eran más adultos, pero aún tenía ese aire de niño.

Yamato se acercó al closet de la habitación, sacó unas zapatillas de levantarse y una bata y se las entregó a Elizabeth. La castaña captó el mensaje y no tardó en alistarse.

―Necesito que me acompañes, para que hablemos.

¿Hablar? No, no lo había hecho en un año, y no lo iba a hacer ahora, menos con él. ¿Y hablar de qué? ¿Seguir reviviendo esos momentos? No, no, gracias, pero no.

Lamentablemente no tenía otra opción, era o ir con Yamato o aceptar el 'somnífero', y sinceramente ya estaba harta de las jeringas y de los pinchazos. Lentamente se puso de pie, y con la ayuda del joven doctor caminó hasta la sala de consultas de él.

El lugar no era muy grande, pero sí confortable. Habían dos sillones y en medio de los dos una pequeña mesa, con una fuente llena de caramelos, una mesa con una radio y en las orillas muchos cojines.

Ishida sentó a la chica en uno de los sillones y antes de hacer lo mismo puso música en la radio, Mozart para ser exactos.

―Bien, comencemos… ―tomó una libreta y una pluma, y luego miró a Elizabeth―. Te llamas Elizabeth Christensen ¿No es así?

Ella sólo asintió con la cabeza

―¿Tienes Veintidós años?

Ella repitió el gesto anterior.

―¿Por qué no hablas?

Siempre las mismas preguntas, siempre la misma rutina. Parecía que todos ellos aprendían el diálogo de memoria. Rodó los ojos, y no respondió.

―Si no me hablas, si no me dices que es lo que te sucede difícilmente te podré ayudar ―dijo él en tono dulce; pero eso no sería suficiente. La coraza en el corazón de la chica no sería derribada tan fácilmente.

¿Y para qué quería ayuda? Si cuando la pidió nadie llegó a socorrerla ¡Nadie! Ahora no quería nada, ni ayuda, ni medicamentos, ni hospital, nada. Se limitó a mirar sus manos, no quería seguir en ese lugar, con él.

―Bueno, tu jugarás a la mudita, pero yo hablaré. Este juego se trata de relacionar palabras, yo digo una y tú me respondes con la primera que se te venga a la mente ―Yamato sabía que no recibiría respuesta, pero podría ver la reacción de la chica ante algunos estímulos, en ese caso: palabras.

―Aire

Nada

―Pelota

Nada

―Niñez

Nada

―Amistad

Aquella tuvo un efecto en ella, no muy grande a vista de cualquiera, incluso de Yamato; pero si analizaba se podría llegar a algo. Al decir esa palabra ella lo miró detenidamente unos segundos, a los ojos, y luego volvió la vista a donde la tenía antes.

Yamato ―mentalmente había respondido a la palabra de él. Sí, amistad.

―Amor

Nada

―Familia

Aquella palabra logró ponerla sumamente nerviosa; comenzó a estrujar sus manos, con desesperación.

Mientras tanto Ishida anotaba cada reacción de ella, desde que lo miró a los ojos, el silencio y esto último.

―Muerte

Esa palabra no debía ser nombrada en frente de ella, no. Comenzó a sollozar, se tomó la cabeza, los recuerdos, los malditos recuerdos habían vuelto. Tenía que salir de ese lugar y rápido. Esperó a ver que Yamato estuviera distraído escribiendo para lanzarse a la carrera. No tardó ni dos segundos en alcanzar la puerta de entrada, abrirla y salir corriendo del allí. Si podía trataría de escapar de ese maldito hospital, de esa maldita gente, de ese maldito doctor, de Ishida.

Yamato reaccionó con rapidez y corrió tras la chica, quien a pesar de estar tan débil corría bastante rápido, sabía perfectamente que no lograría alcanzarla.

―¡No dejen que ella se vaya! ―gritó a todo pulmón.

Varias enfermeras corrieron tras la chica, logró evadir a algunas, pero finalmente fue interceptada en el cruce de dos pasillos. Comenzó a patalear nuevamente, a gritar, llorar ¡Los odiaba! ¡A todos! Esta vez no se salvó del pinchazo, fue el mismo Yamato el encargado de inyectarla. Poco a poco comenzó a calmarse, mas no dejaba de llorar, silenciosamente. Miró con odio al rubio antes de desplomarse inconsciente en sus brazos.

Todo volvió a la calma, dos enfermeras se encargaron de llevar a la chica a su habitación y las demás regresaron a sus labores. Yamato aún permanecía perplejo, con tan sólo una palabra la chica había entrado en un estado de histeria y miedo ¿Por qué? Era algo que él debía averiguar, empezando por investigar el pasado de ella, algún suceso traumático debió llevarla al estado actual y sí lograba saber eso podría comenzar con alguna terapia. ¿Quién era en verdad Elizabeth Christensen? ¿Y qué le había ocurrido?


...Mikapunzel...