Hola mis queridos lectores, vengo acá con una idea que azotó mi mente en una de mis disvagaciones post - crisis existencial, además por supuesto de que estoy loco. Pero bueno, eso le da un toque extra y picante al asunto XXD
Espero les guste, es un poco amargo al principio, luego se pone raro, y luego más raro aún.
Quizá si hubiera nacido normal, como cualquier otro chico, tendría una visión más simple de la vida, una visión enmarcada dentro de lo que la sociedad llamaba "correcto". Pero era homosexual, y eso conllevaba a ser catalogado como algo fuera de lo común, un pecado viviente, una aberración ante los ojos de Dios. Por ello prefería la soledad. Una soledad hermosa y mortificante, que le obligó con el paso del tiempo a forjar un carácter templado y majestuoso. Un carácter que le mantuvo alejado de aquellas personas que se acercaban solo para hacer daño.
En ocasiones, preguntas acusadoras se agolpaban y confundían su joven mente, haciéndole sentir culpable por elevar esa barrera impenetrable que hería a quienes en verdad deseaban ayudarlo. Cuestionaba su realidad, a veces era tan cruel. ¿Por qué tenía que ser homosexual? ¿Por qué tuvo que hacerle caso a Ichigo? Si tan solo le hubiera rechazado en aquella ocasión, cuando en medio de una pelea irracional se le abalanzó alegando que le gustaba, y que deseaba comenzar un romance con él, no hubiera sufrido a causa ese sentimiento tan desgarrador que devastó su corazón.
- Ishida ¿Pensaste en lo que te dije? – solo quedaban él y Kurosaki en el salón de clases aquel día. Era tarde, pero Uryu prefirió quedarse, como esperando a que el viento dejara de soplar. Después de todo, su padre no estaría en casa; nunca lo estaba; nadie lo esperaba. Y el que Ichigo estuviera allí, esperando por él, le removía el corazón y le devolvía el alma y el aliento.
- No lo sé, Kurosaki – acomodó sus lentes aparentando ignorancia – ¿No crees que estás confundido? – debía usar su barrera. Esa barrera que alejaba hasta el más cauteloso.
- No, Ishida – el de naranjas cabellos tomó el brazo del Quincy con fuerza – ¡Me gustas! – volvió a repetir decidido. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso sabía que esa barrera tenía miles de agujeros? Pues debía convertirse en vapor entonces para poder atravesarla – Intentémoslo – invitó seguro, mirándolo a los ojos y robándole un suspiro ahogado.
El sol se ocultaba lentamente aquella tarde mágica, como si hubiese querido retratar e inmortalizar el momento en que una lágrima, de esas traicioneras, atravesaba la mejilla de Uryu con extrema lentitud y gratitud. Apretó los puños; su ojo le jugaba bromas pesadas. Se suponía que él no lloraba, y mucho menos delante de alguien. No delante del altanero de Ichigo.
- ¡Suéltame, Kurosaki! – se deshizo del agarre con violencia. No podía ser que existiera alguien que quisiera estar con él, que quisiera compartir su soledad y su desidia desmedida, por eso le rechazaba. Debía ser un espejismo, uno cruel y barato.
- No, Ishida – espetó imponente el Shinigami – ¿Acaso no eres homosexual? – tenía que preguntar. Debía estar seguro; después de todo él fue quién se lanzó a Uryu en días anteriores, robándole un beso tonto y efímero.
Pero el Quincy no respondió: Quizá porque era verdad; o quizá porque le molestaba ser como era. No sabía, no quería aceptarlo. Y antes de que el avellanado pudiera defenderse, un golpe furtivo de Uryu logró arrojarlo lejos, haciendo que cayera sobre algunos pupitres dispersándolos a su alrededor. Tenía fuerza; era un guerrero armado hasta los dientes después de todo. Ichigo se sobresaltó, mirando de reojo al otro quien enfurecido se arrojó sobre él.
- ¡¿Qué haces, Ishida? ¡Para ya! – tenía sujetas las manos del Quincy, no quería que una flecha terminara en medio de sus ojos, o peor aún, en su trasero por su insolencia.
- ¡Eres un desgraciado, Kurosaki! – su ira mal infundada pronto cedió, dando paso a una resignación repentina y vergonzosa – Tú no sabes nada… yo no… - llanto. Esa imagen pasmó a Ichigo, quien enternecido llevó una mano hasta una de sus mejillas, percibiendo la calidez y quietud que emanaba la piel tersa y blanca. Y aunque era un desastre identificando, e incluso sintiendo Reiatsus, atisbó una tristeza singular que le hizo querer aventurarse. Era un Uryu que nunca había visto; y sintió curiosidad.
- Ishida… - pronunció levemente, en un sonido casi imperceptible. Pero los labios del Quincy fueron más aventureros y osados que él, y con cautela, casi con timidez, rozaron con los suyos un instante; solo un pequeño momento en que la soledad y la tristeza desaparecieron para el joven y orgulloso guerrero.
Era repentino, lo sabía, pero no tenía nada de malo – para él - querer probar un mundo nuevo y diferente al habitual, a pesar de que a su alrededor, la mayoría de las personas pensaran distinto. Que absurdo. Por ello, muy adentro, aunque le doliera, debía – y quería - aceptar quién era. Porque había sido fuerte ante las adversidades: La muerte de su abuelo, la ausencia de su madre, y las apariciones esporádicas de su padre aparentando interés, lo habían marcado; aunado al hecho de que debía lidiar con una condición sexual sodomita y aberrante. Todo eso contribuyó a la formación de su barrera sólida e impenetrable, una barrera que con el tiempo fue cediendo gracias al cariño que recibía por parte de sus amigos y a las guerras brutales que había tenido que soportar, dejando pasar a quienes en verdad necesitaban de su ayuda. Pero Kurosaki, ese tonto tuvo que seguir hurgando hasta hallar su desesperación y grito de auxilio; un grito que solo era escuchado por él, y un grito que pensó, era de otra persona.
Ichigo lo abrazó. Un abrazo fuerte, seguro, cálido, así como las lágrimas que abochornaban las mejillas y la comisura de los labios del joven Quincy.
- No te preocupes – fueron sus palabras; palabras que creyó tenían un significado importante. Le volvió a besar, un beso que se selló con la llegada de la penumbra nocturna y de unas cuantas estrellas tímidas que titilaban casi en un susurro.
Ese día salieron de la escuela después de haber arreglado el salón de clases. Por poco un conserje los atrapa en esa posición comprometedora e indecente; no habían hecho nada malo, pero no hubiera sido normal que les hubiese encontrado abrazados. Uryu tenía una reputación que cuidar.
Kurosaki le ofreció acompañarlo a su casa. La noche cubría con su negrura las calles que eran iluminadas pobremente por algunos postes y por tanto era peligroso andar solo, y aunque el de obsidianas sabía defenderse de sobra, el de avellanas orbes usó esa excusa barata para pasar tiempo de calidad con él.
- La alcaldía debería hacer algo al respecto con esta oscuridad – se quejó Ishida tratando de evitar el tema. Le incomodaba hablar con su nuevo ¿novio? y era ciertamente bochornoso remembrar la escena de hacía unos instantes. Se había mostrado vulnerable y eso era inaceptable.
- ¿Somos pareja, Ishida? – el chico de tez pálida paró en seco; si bien esperaba la pregunta, hubiera preferido no escucharla. Ichigo se dio media vuelta al notar que su compañero ya no estaba a su lado. Lo miró con aquellos profundos y enternecedores ojos, esperando una respuesta.
- Vas muy rápido, Kurosaki – dijo, serio. Acomodó sus lentes en un intento por parecer desinteresado, pero le emocionó. Que alguien quisiera acompañarlo en su caminar desolado, iluminaba su visión opaca y confundida.
El Shinigami sustituto accedió, estaba de acuerdo con su acompañante. Le sorprendía tal fachada perfecta después de aquel desplome que dejó entrever sus miedos, por ello prefirió ir con precaución. A pesar de esa imagen sólida y fuerte que Ishida reflejaba, temía que en realidad pudiera desplomarse como delicada porcelana.
Tomaron el sendero más largo para llegar a la casa del Quincy, aprovechando cada momento grato y apacible que la noche amable, les concedía. Además, la negrura lo ocultaba todo, por lo que "accidentalmente" sus manos se vieron atrapadas y enredadas. Lo curioso es que ninguno hizo nada por querer desatar ese lazo. Ichigo sonrió, pero el otro no pudo sentir más vergüenza. ¿Cursis? Quizá. Pero la opacidad nocturna es una fiel cómplice de los amantes y aquella vez no fue la excepción. Solo la luz sórdida de unas cuantas estrellas y los bombillos defectuosos que titilaban de vez en cuando en los postes a lo largo de ese camino, revelaban aquel gesto que ni siquiera ellos se atrevieron a mirar.
- Buenas noches, Ishida – su cambio tan radical le hizo pensar que en verdad el Shinigami quería algo serio. Su actitud competitiva y desafiante había desaparecido, al menos por esa noche.
- Hasta luego, Kurosaki – se despidió apresurado. Aún le parecía extraña tanta confianza entre ellos, pero no podía negar, que la estrechez con su mano le hizo sentir reconfortado.
Abrió la puerta y entró ilusionado a su casa, dejando a Ichigo con un gesto de despedida al aire. Cuando cerró se apoyo de espaldas sobre la superficie de madera rústica, pensando en que tal vez aquel beso suave fue solo producto de su imaginación. Llevó un dedo a sus labios y con lentitud, palpó. No, fue real, el Reiatsu cálido y errante de Ichigo estaba esparcido por toda la piel de su rostro. Sonrió nostálgico.
- Llegas tarde – una voz fuerte y ronca se escuchó cerca; subió la mirada y allí estaba. "Cosa extraña", pensó al hallarlo sentado y con un cigarrillo endemoniado entre los dedos. No podía entender como siendo médico, fumara de esa forma tan irresponsable. Una, dos, tres cajas diarias: Asqueroso – No debes andar tan tarde por la calle – agregó serio.
- ¿Y eso a ti que te importa? – no entendía la intención de su regaño. Nunca preguntaba; nunca estaba, para ser exactos. ¿Quién era él para decirle lo que debía hacer?
- Eres mi hijo. Creo que es razón suficiente para que me importe – espetó severo para levantarse con porte del sillón. Caminó tranquilo hacia él mientras lo observaba desafiante; siempre era una lucha de miradas.
- Por favor – enarcó una ceja al escuchar tales palabras - ¿Ahora soy tu hijo? No me hagas reír – dejó salir una leve carcajada: Orgullosa y frenética – Nunca te he importado, esa es la verdad.
- No digas eso. Siempre me has importado – se acercó y tomó suavemente el brazo del Quincy menor, quien sobresaltado se quitó del agarre y se alejó lo suficiente para gritarle sus verdades.
- ¡Cállate! Eres un mentiroso, ¡Un hipócrita! – gritó eufórico y dolido. Por más que sea, era su padre; pero se sentía decepcionado y abatido ante esa muestra falsa de atención y cariño.
Una bofetada certera acalló la grosería del joven. Ryuken bien sabía que había fallado como padre, pero no permitiría que le faltara el respeto. Uryu, sorprendido, lo miró con ira. ¿Cómo se atrevía? ¿Acaso ahora se creía con derechos como para reaccionar de esa forma tan ruin? Nunca estaba en casa, nunca fue a una reunión de padres, nunca asistió a una de las obras de teatro en donde con dedicación confeccionó todo el vestuario del reparto, nunca le felicitó por sus buenas calificaciones, nunca le dio una palabra de aliento.
Nunca.
Se encaminó a su habitación, ya no quería hablar y mucho menos verlo. Pero de nuevo lo tomó por el brazo; ésta vez, con más fuerza y rudeza.
- ¡Suéltame! ¡¿Quién te crees? – refutó molesto y alterado.
- Soy tu padre – contestó en una tira de voz que doblegó al otro. Si bien su rol paterno había sido un total fiasco, no quería el odio y el desprecio de su hijo.
- Déjame ir – dijo tranquilo, mirándolo con autoridad y entereza; pero notó algo peculiar. Un brillo que jamás había visto ¿Estaba llorando?
Ryuken se acercó un poco, cauteloso, con paciencia hasta juntar sus finos labios en la frente del chico, depositando un beso firme y respetuoso. Se aseguró de esparcir un poco de su Reiatsu poderoso e irresistible en el trozo de piel suave y tersa que había rozado; una carnada.
Uryu se estremeció. De nuevo una tórrida sensación – parecida a la que sintió con Ichigo - recorrió su cuerpo haciéndole sentir extasiado y extrañamente atraído; tal vez, demasiado.
- Perdóname – alcanzó a escuchar casi en un bisbiso agonizante. Su respiración tan cerca, le sosegaba, le alborotaba, le confundía.
- ¿Qué dices? – admirado, interrogó casi en un ahogo; pero no hubo respuesta.
El hombre mayor lo soltó de su agarre y el joven solo pudo verlo desaparecer tras la puerta que daba a su despacho: oscuro y deprimente, colmado de libros de temática médica reposando sobre estanterías viejas y valiosas; y en donde un escritorio antiguo en medio de la habitación, albergaba documentos y un sinfín de papeles importantes.
Siempre era eso.
Todo al final resultaba ser más importante que él.
Abatido, se desplomó sobre el suelo, intentando interpretar el significado de esa palabra ¿Verdad o mentira? Con Ryuken todo era posible; pero no podía negar, que le había llegado. Sobretodo, aquel aliento repugnante a nicotina, cálido y acogedor que lo envolvió e incitó mentalmente a acercarse más de lo debido.
Se levantó con premura al darse cuenta del tiempo que había estado allí, cavilando, como en trance. Fue hasta la cocina por un vaso con agua, estaba seco, deshidratado, con mucha, mucha sed.
Observando el líquido en el fondo mientras bebía, admiraba la capacidad del agua de adaptarse, cambiando de forma cuando el recipiente que la contenía, también lo hacía. Quería ser así: voluble. Pero luego recordó la estructura química del agua, unida por cientos de enlaces de hidrógeno y de enlaces covalentes; en otras palabras, cada partícula de agua estaba unida fuertemente a otra; y él, no estaba unido a nadie.
Estaba solo.
¿Pero, Kurosaki?
Sonrió al recordarlo.
Dejó el vaso en el mesón de la cocina y se encerró en su habitación; no deseaba otro encuentro fortuito con su padre. Ya el día había sido lo suficientemente pesado y solo quería dormir, o pensar; o ambos.
Se recostó sobre la cama, intentando asimilar lo sucedido: Primero, un Ichigo propio de una película romántica se le declaró, invitándolo a formar una pareja inmoral y fuera de lo que él en ocasiones acusaba de absurda y denigrante. Luego, su padre con aires de amor paternal tratando de adentrarse, al igual que el Shinigami, en su barrera fuerte y sensible. No entendía, pero por alguna razón, ya no se sentía tan solo, tan desdichado.
Resopló, un poco agitado, después del grito que dejó sorda a su almohada. Se sentó sobre la cama, y a su lado, la ventana yacía cerrada; retiró las cortinas inmóviles que la cubrían y la abrió. Quería respirar, sentir así sea una pequeña e insignificante brisa que acariciara su piel pálida y delicada, y observar como las hojas de los árboles se mecían a su compás. Observó la calle, vacía, oscura, ni un alma pasaba por allí; así que miró al cielo, éste parecía más entretenido. La luna lucía esplendorosa, ornamentada por las millones de estrellas que resaltaban su belleza. No estaban tan brillantes cuando salió de la escuela.
Un sonrojo descarado encendió sus mejillas, al darse cuenta de que el satélite atrevido los había visto tomados de la mano. "Soy un tonto, la luna no ve nada", pensó negando con la cabeza e irguiéndose de golpe; su sentido de guerrero percibió una presencia extraña ¿Era un Hollow? Sí. Así que eficiente como ninguno, fue en la búsqueda del dañino monstruo en pos de la purificación de su alma. Él no era como los Shinigamis, que destruían a la entidad.
Él los salvaba.
Como una muestra de que también podía salvarse.
Bueno, será corto, ya casi lo tengo terminado, quería que fuera un one shot común y silvestre pero me tocó dividirlo en tres partes, sí, más o menos eso.
Pues eso mis chicos, espero que les haya gustado y prometo traer una continuación pronto. Odio la tristeza y mis personajes siempre deben ser felices al final, ya sea comiendo pastel o en una cama con una revista XXX, =D FELICES. XDD
