Declaración: Fairy Tail no me pertenece, todo este maravilloso mundo es propiedad de Hiro Mashima.
Advertencia: La siguiente historia contiene material con lenguaje y escenas inapropiadas, explícitas y de contenido sexual. Se recomienda discreción. Para mayores de 16.
No son celos, es miedo.
[D. P. E.]
Palabras: 2516
Capítulo 1
Cuando te conocí.
La noche anterior a esa nunca hubiera imaginado lo difícil que sería dormir al lado de ella, con su rostro dormido observando el suyo, cansado, fatigado y corroído. Con ésos ojos tapados por sus pliegues de piel llamados párpados. Esos suaves labios rosados y carnosos. O esas mejillas levemente sonrojadas, una sobre su mano, profundamente adormecida.
Ahí estaba Natsu Dragneel, recostado de costado con los ojos clavados al rostro de su hermosa novia rubia de ojos achocolatados. Le miraba no como lo haría un amante lujurioso o un receloso novio. No, le miraba al rostro con expresión de dolor e ira, pensando en que esos labios, jamás besados por otro más que los suyos, podrían haber sido besados ya por alguien más. Sus ojos enarcaron de rabia e ira, pero también se anegaron de lágrimas por aquella insólita idea, le dolía sólo en pensar que su novia, de casi año y medio, le estuviera engañando a él, quien le ofreció los mejores años de su vida complaciéndola y haciéndola feliz en todo sin queja alguna, y si las hubo tuvo seguramente sus razones.
Aún podía ver claramente aquella escena como si lo estuviera presenciando ahora mismo, nuevamente. Después de acompañar a su buen amigo Gray a beber, sólo el pelinegro porque él había prometido no volver a beber jamás en su vida por ella, en un local cerca del centro. No había problemas por ahora, él acompañaría a su amigo con un vaso de agua a la mano mientras ella salía con sus amigas por el cumpleaños de una en un bar cercano.
Al principio, receloso, lo pensó, pero ella uso su arma letal sobre él. Un movimiento en el que ella trataba de susurrarle al oído mientras él permanecía recostado o echado, bajando la mano después de jugar con sus rosados cabellos por el pecho hasta terminar en su entre pierna y atraparlo inadvertido. Ella llamó a eso 'se lo debo a Lalo después en la noche'. Y era una habilidad la cual nunca podía fallar. Pregúntaselo a él y verán. Y antes de que se marchara él le preguntó a qué hora regresaría, ella le dijo que no más de las tres de la mañana. Sintió un leve punzón en el pecho, un dolor que le advertía lo que sucedería.
Dando casi la una, acompañó a su viejo amigo, ebrio, subir a un taxi para que se fuese a su casa donde le esperaba su linda novia Juvia. Linda porque la única hermosa era la suya. Vio el taxi alejarse en el horizonte y se dio cuenta que estaba solo en la acera, solo con el esplendor de la Luna bañándole el rostro mirando el cielo mientras una suave brisa estampaba en su rostro rosándole como si fueran los labios de ella besándolo y se imaginó una tarde de sábado en la casa a solas con ella, jugando en la sala de su pequeño apartamento, un rato con los dos hijos del vecino de enfrente, para después tomar un baño juntos e íntimamente continuar jugando. Se dejó llevar por la emoción que no se dio cuenta cuando chocó con un viejo moribundo. Se disculpó y levantó de nuevo el rostro para ser bañado por la luz de aquella bellísima luna. Cuando la bajó su vista se centró al famoso bar con barra al aire libre y no se creyó ni por un minuto lo que vio.
Ahí enfrente de él estaba la mujer que tanto amaba, que había dado todo por ella, hasta la vida, sentada en una butaca junto a la barra hablando, no… coqueteando con un chico peli naranja, guapo, presumido y que usaba unos inútiles anteojos de Sol por la noche al lado suyo. Ambos compartiendo risas simultáneas, que extraño era ver una sonrisa suya no dirigida hacia él. Ese, como así lo llamó, colocó una mano sobre su hombro y con sus rostros cercas parecía casi fundirse en un profundo beso. «Es sólo un beso de mejilla» advirtió su cabeza. Pero muy en el fondo no deseaba creerlo. Vaciló, dando tumbos mientras retrocedía y chocaba con el mismo viejo moribundo, pero esta vez más pesadamente y escapó de ahí. Osciló durante todo el camino a su casa, tambaleándose como un ebrio. Había recibido el peor shock de su vida. De hecho era el único y no sabía cómo reaccionar.
A los quince minutos llegó a su casa, conmocionado, con lo que antes había visto pero que aún no podía ni creerlo y mucho menos aceptarlo. Su novia le había engañado y seguramente ahora ese tipejo muy atractivo estaría llevándola a un cuarto muy hermoso con vino o champaña, bajo unas llamativas luces tuenes y música relajante para poder follársela en diferentes formas, posiciones y lugares sin ningún compromiso como lo hacían los tipos como esos, sin sentimientos de culpa, ladrones de novias. Con su hermoso cuerpo contoneándose entre las manos de ese, rosando su piel con la de ella. Posando su manos sobre sus hermosos pechos, estrujándolos y pellizcando cada seno, provocando gemidos placenteros, sus gemidos que lo volvía loco, aleatorios de parte de ella llenando toda la habitación por cada acción, roce y esas palabras indecentes que salen de su boca como «así, perra así», «que buena puta me saliste mi amor». Por un momento aquella idea lo excitó, tanto que le provocó una obvia erección. Luego fue más dolor y odio lo que sentía en su interior, una especie de melancolía moribunda cerca de su pecho que se agitaba en fuertes espasmos, unos más fuertes que otros, atentando contra su vida inevitablemente, sin pensar en la salud del chico.
Se dio un baño, a pesar del dolor, sumergido en esa bruma. Salió y se recostó dispuesto a dormirse. Después de muchos intentos, posiciones y varias técnicas fue en vano. Su mente sólo podía pensar en una sola cosa, el temor de perderla a ella, la mujer de su vida, de la que se había enamorado, de hecho la única mujer que lo amaba como tal y él a ella. Un dibujante brillante que se había dado a conocer no hace mucho por haber creado una serie fantástica sobre magos que trabajan en un gremio, en un mundo donde las brujas, hechiceros, dragones, monstruos y cazadores existían. Fairy Tail era el nombre de su creación. Una historia Fascinante en estos tiempos tan adversos. Su popularidad subió como una corriente entre la tormenta de una nueva oleada de fans. Tan famoso se volvió que en su primera presentación en una librería local, hace tres años aproximadamente, firmó numerosas portadas de tomos, de una vasta variedad de fanseses. Entre ellos niños y algún que otro adulto, pero que la mayoría de sus seguidores eran jóvenes con grandes sueños y aspiraciones.
Entre ellos destacaba una joven, que estudiaba para ser licenciada en abogacía. Una hermosa chica guapa de hermosas hebras doradas y una sonrisa que enamoraba sólo con verla. Así la conoció a ella, en su primera presentación.
El sentimiento fue inmediato, fue amor a primera vista. Algo que jamás había sentido por ninguna otra chica antes o en aquel día, y vaya que fueron muchas mujeres que hasta podría decirse que parecían estrellas de cine. Pero en cambio la prefirió a ella, algo tímida al principio, pero que poco a poco tomaba el valor de pedirle a él, su autor favorito, que le firmara la portada de su Edición semanal.
Recuerda ese día casi tan bien como recordaba la fecha de su cumpleaños y la de aniversario. Ella sonreía torpemente, pero era una sonrisa bella y sincera. Con un par de ojos cafés bajo un par de anteojos que hasta le recordó el color del chocolate. El cabello liso, atando un mecho de cabello en la parte derecha de su cabeza con ayuda de una cinta azul. Usaba un ligero conjunto de blusa holgada y una falda. En el pecho estrujaba el tomo con ambos brazos aferrados como si protegiera un gran tesoro.
Cuando llegó el turno de ella se acercó nerviosa mirando abajo hacia un lado, de vez en cuando cruzando miradas rápidas con el peli rosa. Él la miraba embobado, intrigado por la manera de su vestir y su mover. Casi juraba que necesitaría levantarse súbitamente de su asiento y atraparla con ayuda de sus brazos e impedir que cayese al duro y frío suelo por si llegase a desmayarse. Pero no, fue tan valiente que cuando escuchó por primera vez su nombre a través de su voz supo que esa mujer tenía que ser suya, ahora y por siempre.
—Lucy: "S-soy Lucy, p-por favor... —apoyó torpemente el delgado librillo en la mesa con un estrepitoso golpe, él se sobresaltó ante tal acción y ella continuó-... ¡Firme la portada de mi tomo!" —gritó, su voz era frágil y complaciente. Aturdiría a cualquiera sin gran esfuerzo. Se preguntó si aquella chica sería tan buena y humilde como aparentaba. Tenía que averiguarlo, fuese como fuese.
La miró absorto, con los ojos como platos y después rio en una especie de disimulada carcajada. Ella no comprendió por un momento su reacción, después de unos segundos se dio cuenta de lo que hizo y su rostro se encendió como una llama.
—Lucy: "L-lo siento" —anunció la chica avergonzada.
Sentía sus mejillas arder de la vergüenza, y unas ganas inmensas de llorar. Deseó en ese momento que todo fuese un sueño que nunca hubiese ocurrido, que fue un error haber venido cuando ni siquiera podía dar una presentación en público pero ahí estaba, enfrente de la personas que admiraba por el buen trabajo que ha hecho en hacerle pasar horas y horas de diversión con cada historia que él creaba. No estaba preparada, sin embargo, ahí estaba, de pie enfrente de él pasando la mayor vergüenza de su vida ante el hombre que el día anterior a ese fantaseaba que se le declaraba durante la presentación, públicamente frente a todos esos fanseses y que las mujeres ahí presentes se murieran de envidia.
Tiró el tomo hacia él y firmó la portada. Luego se lo devolvió y dijo:
—Natsu: "Lucy. Es un bonito nombre. Perdóneme, por favor, no quise reírme así y mucho menos de usted. Pídame lo que quiera y se lo daré a cambio de su perdón."
Le dedicó una mirada tranquila para que no se pusiera incómoda. Cosa que no ocurrió porque ella se sintió más apenada recibiendo la disculpa de él. Le estaba hablando, más que apenada estaba encantada de que le hablara, que le estuviera pidiendo disculpas, él a ella. Cierto, la escena de su mente era mucho mejor, en donde se le acercaba y la tomaba entre sus brazos, aproximaba su boca a la suya y la besaba frente a todo ese público. Obviamente eso jamás ocurriría, pero de todas formas le complacía que pudiera hablar con él. La chica, tímida, sostenía y estrujaba su falda desesperadamente en un intento de hablar y responderle. Sintió un nudo en la garganta y que la frente se le cubría en una capa de sudor y que ciertas personas intentaban matarla con la mirada. No podía ver nada porque mantenía la cabeza agachada pero se sentía observada.
Segundos después levantó el rostro y sus ojos achocolatados se clavaron en eso ojos jades. «Que hermosos» pensaron ambos a la vez. La chica fue primero en reaccionar y de inmediato bajó la cabeza por puro instinto. Al final, pudo hablar:
—Lucy: "Está bien, no hace falta, lo perdono. Fue mi culpa..." —su voz se apagó como la llama de una cerrilla.
La observó divertido, supo que si aparentaba ser como se veía no se aprovecharía de él. Al contrario, sería él quien se aproveche de ella. Era linda, tenía que invitarla a tomar un café y ahora. Pero no podía. La firma de autógrafos se lo impedía. Dio un vistazo rápido a su reloj y después la devolvió a su bello rostro. Nadie le impediría que sus ojos gocen de su exuberante belleza, si llegara a perderla por lo menos su rostro y esos ojos se quedarían en su memoria y se dedicaría a buscarla así tenga que hacerlo toda su vida.
—Natsu: "Hagamos una cosa, Lucy, —la llamó, inclinándose levemente de su asiento. La chica dio un respingo y en su rostro palideció—, espérame unos veinte minutos, en lo que acaba la firma de autógrafos y prometo darte algo que otros fans no podrán tener jamás. ¿Te parece bien la idea?"
La miró coquetamente, tal como había aprendido de su viejo amigo Gray. No estaba totalmente seguro de si lo hacía bien o no, pero no perdía nada en intentarlo.
—Lucy: "¿Algo que otros nunca podrán tener...?" -preguntó la chica, nerviosa.
—Natsu: "Sí, así es" -respondió con una gran sonrisa en el rostro que ella notó y lo cual se sonrojó.
—Lucy: "¿Q-qué?"
—Natsu: "Una conversación en donde podrás preguntarme lo quieras, de lo que sea, solos tú y yo." —le susurró y guiñó.
La chica se coloró con aquella acción que por un momento creyó que necesitaría atención médica, urgentemente. Y qué mejor que un sexy paramédico peli rosa, pensó e imaginó una escena en donde él era el paramédico.
—Lucy: "E-está bien. Adiós" —dijo, y salió corriendo con su Edición semanal autografiado atrapado entre su pecho y sus brazos y la cara ardiéndole, pero con una gran sonrisa de oreja a oreja, encanta, porque su fantasía se había vuelto extrañamente realidad, hacia la entrada. Ahí se encontrarían al cabo de veinte minutos.
El chico, como prometió, llegó a la sala donde ella le esperaba, leyendo su dosis semanal de las aventuras de ese gran equipo de magos. Esta semana, él valiente Dragon Slayer, uno de los protagonistas de la historia, se enfrentaba contra todo un gremio oscuro, con la ayuda de sus fieles amigos; una maga experta en armas y armaduras, un mago de hielo, una joven Dragon Slayer como él pero de viento, su gata y su gato, ambos parlantes y uno azul porque es un gato. Y por último, una maga estelar. La culpable de que nuestro protagonista siempre esté en serio aprietos. Salvándola y protegiéndola no porque este le debiese algo, sólo porque le encantana hacerlo, estar detrás de ella todo el tiempo, fastidiarla y molestarla, sin malas intenciones. Aunque muchos otros en el gremio creen y suponen que existen segundas intenciones en esa relación.
Eso era lo que a ella le gustaba de esa historia, la relación que existía entre la maga y el mago que no parecía llegar a nada, pero que gracias a su bendita mente y sus manos había encontrado una y mil formas de unir a esos dos tortolitos. Así es, Lucy era una escritora, pero no como el Dragneel, a diferencia de él ella escribía fic's en su tiempos libres y siempre se trataban de unir amorosamente a ese par inseparable de forma casi inverosímil. Pero eso era lo interesante, juntar a esos dos así tenga que unir a América con Asia. Para ella ellos debían terminar juntos cueste lo que cueste.
Oyó el sonido de la cerradura de su apartamento, no tenía ni idea de cuánto tiempo había permanecido despierto, pero algo era cierto y es que ya eran más de las tres de la mañana y ella había vuelto.
