Sus respiraciones iban en aumento. Sus corazones parecían correr una carrera en la que el ganador seria solo aquel que latiera con mayor rapidez, y ninguno quería perderla.

Con la mirada desafiante, y el sudor corriendo por sus rostros, ambos se batían entre la furia y la sensatez.

Sus miradas reflejaban el odio, mientras el rojo rubor del cansancio y la pasión se apoderaban de sus mejillas.

De repente, una estampida de furiosos besos terminaba de explicar los porque de cada acontecimiento, de cada pelea, de cada momento de tristeza. No importaba a ella legar tarde a su boda. No le importaba a él hacer esperar a su prometida. Solo el aquí y ahora existía para su almas, que habían vivido este tiempo en penumbras, y solo se iluminarían por un momento para nunca volver a ver algún destello.

Ya habría tiempo para lamentarse después…