Disclaimer: Rurouni Kenshin es de Nobuhiro Watsuki
Bien, aquí está, la nueva versión. Tiene muy pocos cambios en cuanto a la trama. El prólogo es diminuto, lo sé, pero los demás capítulos serán mucho más largos. ¡Ojalá lo disfruten!
Prólogo
Solo sigue corriendo. Podía sentir los latidos de su corazón retumbando en sus oídos, la nieve quemándole los pies. Con cada exhalación una pequeña nube se formaba. Apartó una gran rama con ambas manos, haciéndose un rasguño en el brazo, sin siquiera sentir el dolor. Ignoró el hilillo de sangre que le corría por el mentón, resbalando por su cuello y manchando su kimono.
Se detuvo, y por un momento lo único que pudo escuchar fue su propia respiración, jadeante y desesperada. Tenía la cara pegajosa de sangre y sudor, y sintió nauseas al darse cuenta que no toda la sangre era suya. Se mantuvo inmóvil, atenta a cualquier sonido aparte de los del bosque. ¿La seguían aún, o los había perdido? ¿En dónde estaban? Girando hacia todas direcciones, no sabía exactamente que buscar. A donde mirara, lo único que veía eran las ramas secas de los árboles cubriendo parcialmente el cielo nublado. ¿Hacia dónde podía seguir huyendo?
Se llevó la mano al cuello, buscando, pero ya no estaba ahí. Lo había perdido. Entonces lo escuchó, el furioso rugido de un hombre gritando órdenes de encontrarla, de llevarla con él a como diera lugar. El miedo la paralizó por un segundo antes de obligarse a sí misma a correr otra vez, en dirección contraria a la voz.
"¡Kaoru querida, no puedes correr por siempre!" lo escuchó de nuevo.
Los músculos de sus piernas protestaban y sin embargo, ella sabía que no podía detenerse. En su desesperación, apenas vio el acantilado a tiempo para abrazarse al tronco de un árbol para no caer. Mirando hacia abajo, se encontró con la poderosa corriente de un río, a más de treinta metros de altura. La caída seguramente la mataría. Nunca percibió al hombre detrás de ella, hasta que tomándola bruscamente de la cintura, la azotó contra el suelo, volteándola boca abajo. Forcejeó con su atacante, que intentaba colocarle las manos por detrás de la espalda. Al verlo sacar una gruesa cuerda de entre sus ropajes, Kaoru tomó una daga de su obi y la hundió en el pie de su atacante, penetrando hasta la tierra congelada. El hombre profirió un alarido de dolor y la soltó por un segundo, dándole la oportunidad de levantarse.
Siguió corriendo por la ladera del acantilado, escuchando como el hombre gritaba su posición. Continuó alejándose de las voces, sin notar que los bordes de la ladera se estrechaban y convergían en un peñasco. Estaba atrapada.
"Ahí estas, querida."
Kaoru giró lentamente, y se encontró frente a frente con el rostro del hombre al que detestaba tanto.
"Yo sé a lo que estás acostumbrada, pero las cosas no siempre pueden salir como quieres," dijo él con la voz aguda y untuosa que le revolvía el estómago a Kaoru. El hombre se acercó unos pasos más. "Esto ya terminó para ti."
"Lo sé," dijo Kaoru, dando unos pasos hacia el acantilado. "Y ahora lo voy a terminar para ustedes también."
El hombre viró los ojos en señal de fastidio y le ofreció una mano imperiosa. "Solo ven aquí y lo discutiremos, ¿De acuerdo?"
"No destruirás más a este país."
El hombre sonrió pacientemente. "Si eres inteligente, sabes lo que tienes que hacer."
"No te dejaré," continuó Kaoru sin prestarle atención.
"Dime donde están," dijo él con brusquedad, toda pretensión de amabilidad esfumada.
"Ustedes han fallado," Kaoru negó con la cabeza, retrocediendo hacia la orilla.
"Ven aquí," resopló el hombre enfadado.
Hubo un segundo, cuando sus miradas se entrelazaron, en el que Kaoru vio la comprensión caer en los ojos del hombre. Su repentina desolación le dio la fuerza para continuar. Respirando más aprisa, Kaoru giró sobre sus talones, dándole la espalda. Se inclinó hacia el precipicio, contemplando el río unos segundos… y saltó. Sintió un vacío nauseabundo en el estómago cuando sus pies perdieron el contacto con la tierra. Al ir cayendo, lo último que escuchó fue el alarido de ira del hombre retumbando en el acantilado.
Poco a poco, la conciencia se filtraba a sus sentidos. Lo primero que notó fue el dolor. Dolor en todos lados, su cabeza iba a estallar. Un zumbido agudo y constante era todo lo que podía escuchar. Y entonces aparecieron las voces. Distantes e imprecisas, no podía entender lo que decían. Comenzó a desesperarse, y fue entonces que escuchó su propio gemido apagado.
"¡Mire! Se está despertando."
Sintió una mano tocándole la frente. El dolor la hizo gesticular en desagrado.
"Parece que tiene fiebre. Rápido Hikari, ve por el doctor."
Continuó respirando superficialmente, haciendo un esfuerzo por abrir los ojos. ¿Dónde estaba? Lo primero que vio fue la luz amarillenta y vacilante de una vela. Con trabajo, enfocó la mirada en las dos siluetas borrosas que se erguían frente a ella.
"Hola," dijo suavemente una de las personas. "No te preocupes, estás a salvo."
"¿Qué—?" Cada respiración le dolía. Su boca estaba seca, con un desagradable sabor metálico. Intentó tragar saliva, sintiendo la garganta en carne viva.
"Espera," dijo la voz. Le acercaron un cuenco con agua y ella bebió un par de tragos con dificultad.
"¿Qué pasó?"
"Mi hijo te encontró a las orillas del río, estabas atorada en unas rocas, inconsciente."
"Río…" repitió ella débilmente, sin comprender. Su cabeza era un remolino.
"Está muy maltrecha," susurró una segunda voz.
"¿Dónde estoy?"
"En mi posada, el Hanako. Mi nombre es Aiko Matsumura. ¿Quién eres tu querida? ¿Cómo te llamas?"
Le llevó unos segundos registrar la pregunta.
"Yo…" cerró los ojos fuertemente, sintiendo una punzada de pánico. "Yo…no puedo…"
"Descansa, recupera tus fuerzas. Ya habrá tiempo para presentaciones."
"Pero yo…" ¿Qué estaba pasando? Intentó recordar cómo había llegado a esto, porque estaba tan lastimada… pero no pudo.
Oh no. No no no.
Quiso incorporarse pero dos manos suaves y firmes se lo impidieron.
"Descansa. Estás a salvo."
Kaoru ni siquiera había oído antes la mayoría de las palabras que había dicho el doctor. Él había recitado la letanía del diagnóstico a la señora Matsumura mientras Kaoru permanecía sentada en la cama, sintiéndose el objeto de un estudio.
"Múltiples contusiones, tres costillas rotas, neumonía, y me temo, trauma craneal severo, con la consiguiente pérdida de memoria," el doctor giró para dirigirse a ella. "Es la confusión que has estado experimentando, la razón por la cual no recuerdas tu accidente. ¿Has oído la palabra amnesia?"
Kaoru negó con la cabeza.
"En esta condición olvidas lo aprendido atrás. Puedes retener nueva información, pero tendrás problemas al invocar experiencias pasadas."
Las personas que estaban en la habitación en ese momento habían mirado a Kaoru con una desagradable mezcla de lástima y curiosidad.
"¿El daño es permanente?" Había preguntado la señora Matsumura.
"Probablemente no," respondió el doctor guardando sus cosas. "Pero es imposible saber cuánto tiempo tardará en recuperarse. Podrían ser meses, podrían ser años."
Los primeros días habían sido absolutamente devastadores para ella. Una mujer golpeada, perdida, sin dirección alguna. Solo el amable ofrecimiento de la señora Matsumura de quedarse hasta que se recuperara sirvió de consuelo. Día tras día, un sinfín de preguntas la acosaban, todas sin respuesta. El único indicio de su vida pasada era el kimono ensangrentado y roto que llevaba puesto el día que la habían encontrado. Kamiya Kaoru, se podían leer los kanjis bordados en la tela. Aunque las chicas de la posada lo habían lavado y zurcido, Kaoru no lo quiso ver más, y lo regaló a una de las meseras. Dos semanas después de haber llegado al Hanako, la señora Matsumura había acallado el otro gran miedo de Kaoru.
"Sabes, siempre hay mucho trabajo aquí, y constantemente me quejo de que hacen falta un par de manos extra."
A pesar del nudo que sentía en la garganta, Kaoru consiguió sonreír y asentir.
"Puedes quedarte el tiempo que quieras," dijo la señora Matsumura al tiempo que le tomaba la mano.
"Gracias."
Fue solo después de casi un mes, cuando su cuerpo ya había sanado, que su alma comenzó a encontrar algo de paz.
La vida en el Hanako era tranquila, y poco a poco Kaoru fue descubriendo el encanto de una vida simple, rodeada de los nuevos amigos que había encontrado en la posada. Todos los días se levantaba temprano, antes del amanecer. Después de un rápido desayuno con sus compañeras, se dedicaba junto con ellas a preparar el desayuno de los huéspedes. Algunas ocasiones le tocaba ser mesera y servir la comida, otras, se quedaba dentro de la cocina recogiendo. El resto del día se iba en hablar con sus amigas mientras hacían los muchos quehaceres que hacían falta en una posada: arreglar las habitaciones, recoger los futones, lavar ropa y sabanas, barrer, ir al mercado por las compras. Había días tan ajetreados que ni siquiera le quedaba tiempo para lamentarse.
Y aún así, la duda nunca se alejaba demasiado de su mente. Afuera, en algún lugar, debía haber alguien que se preocupara por ella. Alguien había bordado su nombre. En los meses que siguieron, aunque con ayuda de las chicas y la señora Matsumura, no encontró en todo Kyoto a una persona que la reconociera, o que tuviera su mismo apellido. ¿Eso significaba que no era oriunda de la ciudad? Entonces, ¿cómo iba a encontrar a su familia? Kaoru no tenía la respuesta, pero sabía que no iba a descansar hasta encontrar la manera.
¿Les gustó? Espero que sí, háganmelo saber.
Porque la verdad es que, los reviews sí me hacen actualizar más pronto :)
