Capítulo 1: Alzando el vuelo.

Esa mañana Chimecho entró en la habitación de Soraya. Tanto la chica como la Emolga dormían. La ardilla voladora tenía su propio lugar en una mini hamaca colgada en el techo. Chimecho produjo el sonido de una Campana Cura y las despertó poco a poco. Soraya se frotó los ojos mientras se enderezaba. Emolga dio un salto y aterrizó sobre su hombro. Se dieron los buenos días con un frote de mejillas. Luego ella sobó la cabeza de Chimecho dándole las gracias. Corrió las cortinas dejando que el sol iluminara la habitación. El aire estaba frío a causa de la temporada de lluvias.

Soraya tomó un termo lleno de agua de su mesita de noche y bebió su contenido. Encendió su equipo estéreo a volumen moderado y empezó a realizar estiramientos, acompañada del par de Pokémon. Unos minutos más tarde escucharon a la madre de Soraya llamándolos. Fueron a la cocina donde Adriana servía los platos y Roberto leía las noticias en su PokéNav Plus. Su Castform reposaba en su hombro. Al ver a su hija él se levantó y le dio un abrazo y un beso en la coronilla. La familia tomó asiento. Disfrutaron de unos panqueques hechos con setas aromáticas acompañados de miel de Combee. Por su parte los Pokémon comían en el suelo en platos con sus nombres escritos.

– ¿Has pensado qué vas a hacer luego del festival? – preguntó Roberto.

Soraya guardó silencio un momento y volvió a meditar en esa cuestión. Ya había pasado un tiempo desde que regresó de Kalos, específicamente de la Academia de vuelo, y estaba pensando en iniciar un nuevo viaje. El problema era que no había decidido su destino.

– Luego les diré – respondió Finalmente –. Aunque quiero salir hasta entonces. ¿Puedo?

Sus padres le sonrieron y le dieron permiso. Roberto le dio otra vez un abrazo y un beso a su madre antes de salir a su trabajo acompañado de su Castform. Soraya regresó a su cuarto, corrió las cortinas y se quitó la piyama. Abrió el closet y primero se puso un traje de baño de una pieza color azul celeste y después se colocó una de sus posesiones más preciadas; un traje aéreo con motivo de Emolga. No se consideraba a sí misma una Pokemaníaca, pero aquel traje le resultó tan adorable que no pudo evitar comprarlo. Como todo traje aéreo ceñía mucho la silueta de su cuerpo. A pesar de tener 16 años parecía seguir teniendo 10. Emolga se colocó únicamente unas gafas de protección color negro. Apenas volvió a correr las cortinas para abrirlas, Soraya dio un brinco y cayó sobre un balcón diminuto. Emolga la siguió. Luego de cerrar la ventana ambas se ajustaron las gafas protectorias y saltaron sobre el barandal. Extendieron sus brazos desplegando las membranas debajo de ellos. Planearon entre los arboles de la ciudad Fortree. Las personas que se asomaban por las ventanas de sus casas las saludaban al pasar. Dejaron la ciudad atrás y llegaron a territorio de la ruta 120. Emolga se colocó en frente de ella.

– ¡Ahora Emolga! – le dijo a su compañera.

Un viento las rodeó a ambas y las impulsó. Iniciaron su ascenso. En poco tiempo llegaron a una altura de varios de cientos metros. Cuando el efecto de Viento Afín terminó siguieron su avance en el descenso. Se desviaron al este y sobrevolaron la zona safari. Hasta donde ella sabía eso no era un crimen. Tocaron suelo más adelante en la ruta 121. En la vía estaba una tienda naturista de apariencia rústica. El encargado era un anciano de baja estatura y calvo. Detrás del mostrador, a espaldas de él, estaban estanterías llenas de frascos que contenían sus medicinas.

–Buenos días Soraya – le dijo el tendero.

–Buenos días – respondió ella –. Pediremos lo de siempre, por favor.

El tendero tomó un frasco de las estanterías y lo mezcló con otros ingredientes en una licuadora. Soraya recordaba esa vez que le mostró los Shuckle que guardaba en su almacén. La capacidad de fermentación de esos Pokémon era la clave para la preparación de sus medicinas. El anciano le dio a cada una un vaso lleno de un líquido morado. Lo bebieron y en cuestión de segundos se sentían llenas de energía.

–Mis pequeñines te extrañan. Me gustaría que fueras a visitarlos cuando puedas – le dijo el anciano.

Soraya rio por lo bajo.

–La última vez pensé que querían matarme a cosquillas – comentó. Por alguna razón los Shuckle se encariñaron mucho con ella de manera inmediata. Emolga hizo una mueca de disgusto. A diferencia de su entrenadora no le agradaban esos Pokémon–. Me encantaría volver a ayudarlo antes de viajar.

– ¿Te vas de viaje? ¿A dónde?

–Todavía no lo decido. Planeo quedarme al menos hasta el festival de las plumas. Ahora sólo estoy de paseo tratando de pensar a donde sería mejor ir. Preferiría una región con bastantes montañas.

–Oh, nada más con pensar que vuelas como pluma al viento mi pobre corazón se encoje.

Soraya se enterneció por el anciano. Era como un abuelo para ella y de seguro él la veía como una nieta. Nuevos clientes llegaron a la tienda y también un camión de entregas se detuvo a la entrada.

–Muchas gracias por la bebida – Soraya le pagó –. Le ayudaré con sus Shuckle antes de viajar, se lo prometo. Y siéntase bienvenido a asistir al festival.

Le dio beso en la mejilla y salió de la tienda con Emolga. Hicieron unos breves estiramientos y volvieron a despegar. Volaron en dirección sur hacia la ruta 122. Sobrevolaron el monte Pírico. Como era usual, estaba rodeado por neblina. La chica dio sus respetos en silencio por los Pokémon que ahí guardaban reposo y siguió su camino. En los límites de la ruta 123 se topó con un clima lluvioso. Las gotas chocaban contra los lentes de las gafas protectoras de ambas. No disminuyeron su velocidad por eso. Una vez en mar abierto volaron junto a una parvada de Wingull y Pelipper. Abajo en el mar un grupo de Wailmer y Wailord resoplaban agua por sus orificios.

Terminaron por llegar a pueblo Pacifidlog. Ahí dejó a Emolga en el centro Pokémon. Durante la revisión Soraya fue a nadar entre los troncos flotantes que formaban las vías del lugar. Nadar no estaba en medio de sus fuertes, pero lo hacía para refrescarse. Se quitó el traje aéreo quedando en traje de baño y saltó al agua. El Jellicent macho del alcalde se acercó para jugar. Era muy atento y cuidadoso con todo el mundo. La enfermera Joy no tardó mucho en regresarle a Emolga; gozaba de perfecta salud. Compraron un almuerzo en la cafetería y reposaron por un par de horas.

De ese pueblo fueron directamente hacia la ciudad Sootopolis. Pasaron a una distancia prudencial del Pilar Celeste. Esa era una zona restringida. La torre se elevaba tan alto que su cúspide se perdía entre las nubes. Ya habiéndolo pasado llegaron a ese gigantesco cráter de roca blanca. Era la ciudad más pintoresca de toda la región y Soraya nunca se cansaba de admirarla desde las alturas. Luego pasaron por la zona marítima de las rutas 126, 127 y 128 y finalmente llegaron a ciudad Ever Grande. Nombre irónico considerando que era la más pequeña de Hoenn. Lo único grande era su importancia. Era el lugar de hospedaje para los entrenadores que buscaban hacerse con el título de campeón. Aunque también aceptaban a cualquier entrenador que no tuviera las ocho medallas siempre y cuando no intentaran cruzar la Calle Victoria.

Decidieron aterrizar en los límites de ese terreno elevado. El día ya había pasado y el cansancio le estaba ganando a la entrenadora aérea. Soraya se sentó en el borde a observar tranquilamente los arreboles del atardecer. Emolga se acomodó en su regazo. Guardaron silencio. Poco a poco el sol fue descendiendo hasta desaparecer completamente detrás de la línea del horizonte.


El día antes del festival Soraya iba de regreso a ciudad Fortree. Sin embargo, vio algo extraño. Cerca de la ciudad había un grupo de nubes negras que desprendían relámpagos. Esa tonalidad oscura no parecía natural, ni tampoco el hecho de que estuvieran a tan poca altura y tan concentradas. Decidió rodearlas para evitar cualquier percance. Fue entonces que notó algo acercándose a esas nubes. Era un Castform. Soraya se preocupó por el pequeño Pokémon, algo le decía que ni su habilidad de resistir fuertes climas podría protegerlo. Sus temores estaban bien fundados. De la nube apareció un enorme aro dorado. En medio se veía una luz multicolor. El Castform intentó alejarse, pero parecía ser atraído.

– ¡Hay que ayudarlo! – gritó Soraya. Emolga obedeció y cambió la dirección de su viento afín.

Al aproximarse la urgencia de ayudarlo aumentó. Ese era el Pokémon del padre de Soraya. Emolga pasó fugazmente a su lado y Soraya lo atrapó en medio del aire. En seguida sintieron los efectos de esa fuerza de atracción. Soraya intentó planear con un solo brazo mientras sostenía a Castform, pero ni el viento afín sirvió de algo y los tres fueron succionados por el aro.