Diclaimer: Axis Powers Hetalia no es de mi propiedad.
Advertencias: Esto tira al NC-17 por algunas cositas. Es Francia, después de todo, y ya de por sí lo hago bastante light.
Pareja: Francia/Canadá.
Palabras: 2.412
Resumen: No fue una apuesta lo que desencadenaría el movimiento final; sino una serie de circunstancias que, para desventaja de Matthew, nunca pudo detener.
Notas: Este es mi amigo invisible para Mireru, realizado en el Santa Secreto del rol World is Mine. Es una muestra de todo el headcanon personal que hemos formado Mireru y yo con respecto a Francia y a Canadá. Juntitos. Espero les guste a ustedes :)
Capítulo 1
Dios, ¿me odias, cierto? Matthew no esperó respuesta, ya sabía que recibiría un "sí" tan grande como América entera. Sólo la fuerza conjunta de su omnipotencia y tal vez el karma pasado (si es que eso aplicaba a las naciones también) podrían explicar la mala suerte diaria de Matthew para absolutamente todo en su vida. Era lo único que podría explicar tener a Francis en su casa queriendo pasar tiempo de calidad con él y volviendo su rutina todo un caos. Porque Francis exigía atención especial, aunque no se diera cuenta de cuánto lo reclamaba, y Matthew cedía ante sus caprichos, sin atreverse a llevarle la contraria gracias a esa falta de carácter que tenía la desgracia de poseer. Cuando Francis se levantaba y le provocaba salir a un día de campo cuando se corría el peligro de una ventisca, Matthew ya preparaba los bocadillos mientras rezaba a un dios que nunca le hacía caso que lo hiciera cambiar de opinión; cuando se antojaba por ir a una obra de teatro a tres estados más lejos de donde se encontraba, cuando lo empujaba a sus clubs con la intención de hacerle acumular experiencia. "Porque es importante, mon petit, lo es".
Matthew tampoco se atrevía a confesarle que el apodo con que se dirigía a él le molestaba muchísimo. Le hacía sospechar que Francis aún pensaba de él como si fuera el chiquillo que crió alguna vez, antes de cederlo a Arthur. No encontraba la manera incluso de insinuársele que parara, porque o bien Francis era muy bueno ignorándolo cuando le convenía o su voz era demasiado inaudible hasta para él. A veces, y eso lo llenaba de remordimiento, creía que se trataba de la primera opción.
Su temple nunca era fuerte con nadie, Francis era sólo la prueba más fehaciente de ello. A Matt le costaba tartamudear un "no" cuando Francis lo abordaba con unos abrazos que habría preferido prescindir, lo mismo con las caricias (sobre todo con su cabello) y los besos por su cara, en especial su boca. También se la hacía difícil rechazar estas atenciones, Francis no le daba oportunidad en su continuo bombardeo de deseos.
Ahora mismo la situación volvía a repetirse. Era una mañana de marzo con un clima estupendo para ir a practicar béisbol. Matthew había hecho planes para dedicarse a entrenar y así derrotar a su hermano la próxima vez que se reunieran para jugar un partido amistoso (que nunca lo eran, Alfred se tomaba los enfrentamientos tan en serio como para asegurarse que Matthew pusiera el mismo empeño en barrerlo por el suelo). Sólo que no contó con que Francis había ideado otro plan para aquel día.
Estaban desayunando una comida preparada por su huésped, sumamente elaborada. Matthew estaba seguro que se había esmerado más que las veces anteriores; lejos de alegrarlo, comenzó a sospechar que algo iba mal. A cada banquete le sucedía una desgracia en su vida. Así le había enseñado la experiencia.
Como supuso, al terminar de desayunar Francis le sugirió entrar en un concurso de cocina para matar el tiempo. Le tendió el folleto con la clara seguridad de que no tendría oposiciones. Matthew lo leyó en busca de peligro; se trataba de un concurso de pasteles que se efectuaría ese día por la tarde, cuyas inscripciones se habían cerrado tres días atrás. Matthew se lo señaló.
—No te preocupes, nos inscribí hace una semana —le tranquilizó Francis, mientras recogía los platos.
¿No que era una sugerencia?
No importa si hubiera estado de espaldas o no, de seguro no habría captado la mirada resentida que le dirigió Matthew. O molestado en captarla, más bien. Matthew asintió y trató de librarse del compromiso con su eficacia habitual; por eso mismo acabó desplazando el entrenamiento de beisbol hasta un día muy muy lejano y con un grueso libro de postres frente a él. Francis le había advertido que no quería que lo decepcionara, por eso debía escoger una receta que estuviera a su altura. Matthew, preocupado por no dar la talla, estuvo decidiéndose entre una receta y otra, pensando por un lado cuál sería la mejor opción y por qué rayos se lo estaba tomando tan en serio. Ni siquiera se habrá preguntado si quiero estar en esta tontería, gruñó mientras se decía que utilizar fresas podría otorgarle varios puntos.
Tenía razones para estar molesto, pero en lugar de quejarse abiertamente se conformó con despotricar por lo bajo. Escogió por fin una receta que le agradó y ya al mediodía estuvieron listos para acudir al lugar donde se llevaría a cabo el concurso.
—Ten —le tendió Francis las llaves del auto.
—¿Quiere que conduzca yo? —Aunque eso será mejor.
—Oui, mon petit.
Matthew se sorprendió tanto que se le olvidó poner mala cara ante el apodo. Se metió en su auto, entusiasmado de por fin poder tocarlo después de semanas en manos de Francis; casi lo sentía como un auto nuevo, pero al poco rato volvió a reconocerlo, recordó todas sus manías. Arrancó y avanzó siguiendo la dirección que le había explicado. Todo hubiera ido bien si Francis no fuera un copiloto tan inquieto.
Se sobresaltó cuando Francis, sin ninguna razón aparente, le colocó una mano sobre su rodilla. Le hizo frenar de pronto, dando la dulce casualidad de que el semáforo se había puesto en rojo segundos después. Tensó sus manos sobre el volante.
—P-Puede quitar su… —¡Detestaba sonrojarse por cosas tan simples! Seguramente Francis estaría disfrutando de su reacción; ya se lo imaginaba tomándole una foto y subiendo a las redes sociales la consecuencia de sus desvergüenzas.
—Oh, lo siento, no me di cuenta —se excusó Francis, por un instante Matthew pensó que su débil e interrumpido pedido sería escuchado. La mano siguió allí, moviéndose sobre su pierna sin ninguna prisa, aparentando un toque relajado y sin muchas pretensiones; Matthew no se atrevió voltear su rostro hacia Francis.
El semáforo dio luz verde y el auto volvió a ponerse en marcha. Era tanto su nerviosismo, que debía concentrarse el doble en el manejo y aún así cometía errores tontos. Se preguntó si la intención de Francis sería descontrolarlo tanto como para provocarle un choque. No, ya no hace nada más, p-puedes vivir con esa mano en tu pierna, ¡tú puedes, Matt!
Contradiciendo a sus pensamientos, la mano de Francis llegó a una zona peligrosa, que casi lo hizo frenar otra vez. Tragó saliva y se preguntó qué estaría planeando, por qué no lo dejaba tranquilo, por qué no le explicaba sus intenciones, o… ¿o qué? Conociéndolo, ¿qué era lo peor que podía suceder?
Tembló.
—Por favor, ya —No quería pensar en qué vendría luego—, por favor…
—Concéntrate en el tráfico —le interrumpió Francis—. ¿Qué no has aprendido que tus ojos deben estar en el camino, no en las manos de tu copiloto?
Juraría haber escuchado una risa, artificiosa y apagada. Matthew intentó ignorarlo, centrándose en lo que debía hacer, pero su empeño se empobrecía a medida de que Francis alargaba la estancia de su mano. Casi parecía un juego que no se decidía a avanzar. Dos dedos de Francia simularon marchar como si de un soldadito se tratara, primero en dirección hacia su rodilla y luego al revés, hasta quedar cerca de su entrepierna, allí los dos dedos se detuvieron; Francis reposó su mano entera, apretando suavemente varias veces seguidas, antes de volver a moverse en pequeños círculos. Matthew desistió de protestar, tenía el presentimiento de que lo que saldría de su boca sería todo menos eso y lo último que quería era darle una impresión errada de la situación. Apretó los labios, en cambio.
Francis se detuvo por un momento, luego reposó su dedo índice únicamente; con lentitud, como si cuidara la caligrafía, trazó un nombre que a Matthew no se le hizo difícil deducir.
—Listo, he firmado lo que es mío —declaró. Y como punto final trazó un corazón.
Matthew creyó que todo estaba a punto de acabarse; al menos, no creía que pudiera alargarlo más; con las mejillas rojas, apenas y era dueño de sí mismo. No sabía lo que quería exactamente, por ello, que Francis volviera a situarse muy cerca de su entrepierna y que él se moviera en el punto exacto para acentuar el contacto, no le sobresaltó tanto como debería. Ni siquiera supo reconocer si era miedo o expectación cuando Francis se acercó a la hebilla de su cinturón y lo desabrochó. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, imaginándose lo que vendría luego.
—S-Señor… —comenzó Matthew. Francis jugueteó un poco, antes de desabrochar el botón del pantalón—, nopordiosnohagaeso… —soltó.
—Hmmm, ¿no?
Francis alejó su mano del cierre, en su lugar volvió a acercarse a su entrepierna, tocando ligeramente y sin la atención anterior. Matthew se sintió explotar. ¿Por qué le había hecho caso? ¿Acaso su intención era diferente a la que se había imaginado? Matthew no pudo razonarlo por un tiempo más, porque lo siguiente que ocurrió fue Francis tocándole en la punta de su sexo apenas con la yema de sus dedos. Y Matthew soltó un gemido que lo catapultó para siempre en las fauces del lobo.
—Entonces, sí.
Francis bajó el cierre del pantalón y palpó la ropa interior; con delicadeza, recorrió su sexo hasta llegar a la punta, le dio una lenta y prolongada caricia antes de devolverse con el mismo andar anterior, acompañado por los alientos exánimes de Matthew, su respiración entrecortada y el temblor de su cuerpo. Porfavorya, soltó Matthew, y Francis no se hizo esperar. Metió una mano dentro de su ropa interior y prosiguió a terminar con lo que había comenzado.
Se corrió a dos manzanas del edificio en donde se haría el concurso; tuvo que morderse los labios para no hacer ningún ruido. Estos le quedaron adoloridos. Respirando entrecortadamente, no se atrevió a dirigirse a Francis, mientras éste sacaba la mano de sus pantalones y buscaba papel para limpiarse. Todavía tenía la cara roja, y unas ganas de abalanzarse sobre Francis que se despertaban cada vez más. Casi estalló con el primer comentario que hizo.
—Eres muy lindo cuando te pones así, ¿sabías?
—¡No, no lo sé! —le exclamó bruscamente, y al instante se disculpó por su arrebato.
Francis no dijo nada más, quedándose campante. El resto del recorrido Matthew se la pasó reuniendo resentimientos en contra de su huésped. Dentro de sí bullía por la idea de dejarlo solo en el concurso para irse a cumplir con los planes que había previsto para él, también de reclamarle que no estaba allí como sirviente suyo ni mucho menos un "peor es nada"; esto último era lo que más quería gritarle y lo que más callaba a la vez. Preguntarle cuál era su opinión de los besos robados o esas manoseadas incómodas por su trasero se le hacía penoso; además, Matthew sospechaba que en realidad aquello no significaba nada para Francis. Y eso era lo que más le irritaba.
—Ya hemos llegado —le dijo, metiéndose en el estacionamiento.
El concurso se realizaba en un edificio de oficinas, en un área acondicionada para eventos y espectáculos en la planta baja. Había una afluencia fluida para un evento que para Matthew no despertaba el menor interés, en especial de mujeres, tanto mayores como jóvenes. Había unas realmente atractivas; Francis tendría que echarles un ojo. Matthew se volteó hacia él y se lo encontró sonriéndole a una cerca de ellos, muy bonita de cabello enrulado y castaño; en realidad, ya le había puesto el ojo a varias. Incómodo, Matthew se imaginó qué tan terrible sería ser reemplazado como compañía por alguna de ellas, ni siquiera a Francis le resultaría complicado olvidarlo.
Le preguntaron a un asistente —a quien también Francis tuvo el descaro de coquetearle— cuáles serían sus puestos. Matthew quedó dos puestos más atrás que Francis en la organización. Había en total veinte participantes y un jurado de siete personas, comprendido por mujeres cuya profesión giraba en el mundo gastronómico. Francis saludó a una haciendo un gesto, para más tarde explicarle que ya la había conocido en una cena en París. Matthew en seguida se preguntó si también ya se habría acostado con ella, y luego se regañó, diciéndose que Francis también podía tener amigos. Aunque no voy a calcular qué tantos los manosea, repuso después pensando en Antonio.
—¡Buena suerte, mon petit! —exclamó Francis, a minutos de comenzar—. No me defraudes, ¿sí?
—Haré mi mayor esfuerzo —le respondió Matthew, con una voz que se desearía no fuera proporcional al tamaño de su empeño.
—No lo dudo, pero —Francis bajó el volumen de su voz, poniéndose levemente en puntillas para hablarle a Matthew al oído—… hagamos esto muchísimo más interesante.
Matthew sintió que se le caía el alma a los pies. "Más interesante", siempre tengo problemas cuando lo dice, como la vez en ese club gay donde para "hacerlo más interesante" decidió irse a probar BSDM con esos desconocidos con pinta de violadores que al final sí resultaron serlo.
Francis colocó una mano en su pecho, sosteniendo con delicadeza su suéter para evitar que huyera, y siguió:
»Tengamos nuestra propia competencia privada. —Temblor. Miedo. Ganas de pedirle ayuda a Dios—. Lo he estado pensado y es el momento adecuado. Si alguno de los dos llega a ganar el concurso, tendrá el derecho indiscutible de tirarse al otro. Como y en donde quiera y sin que el otro tenga derecho a réplica.
A medida de que hablaba, a Matthew se le iban bajando los colores, pensó que le estaba dando una baja de azúcar y se desmayaría. Hasta deseó que sucediera pese a que acabaría acaparando la atención pública y sería otra vergüenza en su vida. Le dio igual.
—N-No… ¡No! —exclamó. Tan rápido como había desaparecido, el color volvió a su cara. Y de un rojo que le cubrió todo el rostro, hasta las orejas—. ¿Se da cuenta qué barbaridad…?
Francis lo interrumpió besándole en los labios, en un beso fugaz que puso a Matthew en blanco y sin que pudiera recuperarse incluso cuando Francis se separó, le explicó que ambos aceptaban el reto, y le deseó buena suerte, antes de retirarse a su puesto. Cuando Matthew pudo hilar algo, sólo alcanzó a lanzar un gemido de lamento.
C-Cómo puede ser. ¿Qué clase de apuesta es esa? ¿Y mi punto de vista dónde queda? ¿Y por qué un profesional como él está retando a un amateur como yo? A esto último la respuesta era clara: Estoy jodido.
No.
Iban a joderlo.
