Los personajes son propiedad de JK y la Warner. La trama es mía, por supuesto.


Un Diagnóstico particular

Cap. I


Su presencia se hace notar por el taconeo de sus zapatos sobre el suelo brillante. El aroma a desinfectante para pisos se mezcla con el olor a comida que desprende el comedor principal. Pasa frente al lugar; casi todas las mesas están ocupadas. La mayoría de las mujeres comen lentamente, solo unas pocas se tragan grandes bocados con desesperación, como si no hubiesen comido en días. Mildred, la enfermera de turno, apresura a las más lentas, amenazando con quitarles el plato si no mastican más de prisa. Qué mal.

- Mildred…

- Oh, Doctora, buenas tardes – la enfermera se percata de su llegada, al parecer había ignorado el taconeo que suele venir con un pequeño eco de sus zapatos al pisar. Baja la mirada antes de observarla, apenada.

- Apresurar de esa forma a las pacientes no es adecuado, ¿no te parece?

- Doctora – Sophia, una de las pacientes, tienta su mano con la yema del dedo índice, con temor. Sus ojos abiertos parecen más dormidos que despiertos. Medicinas.

- ¿Cómo te encuentras hoy, Sophia? – le toma la mano por pocos segundos. Logra conseguir una sonrisa por parte de la mujer, de cincuenta años, y un saludo perezoso que viene acompañado por un murmullo que no logra entender. – Tienen media hora para terminar de comer – le señala a Mildred – media hora – alza la voz, haciéndose escuchar ante las demás pacientes – coman tranquilas, pero saben que, si tardan más de lo necesario, no podrán asistir a las actividades terapéuticas que se planearon para hoy, ¿de acuerdo? – sonríe al ver como su incentivo logra tener éxito. A los pacientes les agradan las actividades terapéuticas planteadas en el hospital. Son momentos en los que se sienten útiles y explotan sus habilidades. Despiertan.

- A veces suelen tardar mucho y no…

- Entiendo – interrumpe a la enfermera – apresúralas, pero de una más manera respetuosa, ¿será? Se tratan de personas, como tú y como yo.

- Entendí, doctora – ella sabe que la mujer se muerde la lengua, literalmente, para no decirle nada más. Mildred ni le agrada ni le desagrada, mas a ella parecía fastidiarle su presencia, sí. A nadie le gusta que lo corrijan en su trabajo. Así son las cosas.

- Doctora – Sophia le vuelve a tocar la mano. Ella se despide con un gesto de cabeza y, girando sobre sí, vuelve con el taconeo de sus zapatos.

No es que le guste llamar la atención, pero los zapatos de tacón le encantan. Además, le van bien con su bata blanca.

- Doctora Weasley – Brian, un enfermero joven y de sangre liviana, le saludo al ella pasar al pabellón de hombres. – Debo decir que se encuentra muy bella este día.

Ginevra sonríe, Brian es uno de los pocos enfermeros que le agrada. Bromista, y serio cuando se debe. Joven, veintitrés años, recién graduado de la facultad.

- Gracias, Brian – le saluda – aunque eso le debes decir a todas las mujeres… mayores.

- ¿Mayores? – él la observa con los ojos bien abiertos. – Solo por tres años, Ginny. Te he dicho ya que eso no es un impedimento para invitarme a salir, sé que te mueres por hacerlo – le guiñe un ojo y ella lanza una vaga risita.

- Deberías sentarte si piensas esperar, querido. Y en el trabajo soy la doctora Weasley – ríe de nuevo. - ¿Hay ingresos nuevos?

- Trasladaron a tres pacientes desde el centro ubicado en Escocia, y alguien que decidió internarse voluntariamente – le da una carpeta amarilla.

- ¿Alguien referido para mí? – interroga, estudiando la lista de nombres de los nuevos pacientes.

- Andrew Brigtom no tiene médico aún. ¿Te gustaría abordarlo?

- ¿Diagnóstico?

- Retardo mental leve y daño orgánico por consumo de drogas – Briam ve el informe que tiene en sus manos – ¡Veinte años! ¡Tan joven! ¿Cómo…?

- Y aún no has visto nada – toma el informe de las manos de su compañero y observa la fotografía adjunta. De a poco ha aprendido a reprimir las emociones que le ocasionan algunos pacientes. Dolor, es lo que piensa, siente y oculta al ver la cara del muchacho. La expresión de Andrew denota la falta de cuidado y cariño que le fue negada durante toda su joven vida.

- ¿Lo tomas? – Ginevra asiente con la cabeza, sin dejar de mirar la foto.

- ¿Está ya en el pabellón?

- Sí, aún no le asignan una habitación.

- Llévalo a mi consultorio apenas le asignen un cuarto.

- A sus órdenes, doctora – le sonríe – Y, repito, la edad no es ningún impedimento para mí. Si de verdad quieres…

- Ahórrate energía, Briam.

- Duele su rechazo, doctora Weasley. – el joven se lleva una mano al pecho, justo donde se encuentra el corazón, ejecutando una expresión dramática tan exagerada como para ser cien por ciento real.

- No te hagas el chistoso en el trabajo, Thomas - le llama por su apellido, adoptando una talante desdeñosa. El joven la mira con el entrecejo fruncido y, al verla soltar una carcajada, suspira aliviado.

- ¡Ya sabía yo! – vuelve a sonreír. - ¿Bien? ¿De verdad no le gustaría salir con un enfermero amigable y bien parecido, doctora?

- Siendo sincera, Briam, no, no estoy interesada – deja la carpeta amarilla sobre el escritorio junto a ellos, donde Briam toma asiento.

- Eres dura, Ginevra… perdón, doctora Weasley – el joven observa como las largas pestañas pelirrojas acarician las mejillas blancas al ella parpadear. Es una mujer hermosa, ¿cómo puede seguir soltera? – Bien, yéndonos a la parte laboral, que sí te interesa ver conmigo – ella sonríe, mostrando su blanca dentadura – te llevaré el historial de Andrew Brigtom apenas anexe los antecedentes. ¿Tienes suficientes pruebas evaluativas?

- Sí, no te preocupes por eso – ajusta su bolso y gira sobre sí.

Sale del pabellón de hombres y vuelve a pasar por el de mujeres; es necesario ese trayecto para llegar a su consultorio. Los pacientes han terminado de comer y ahora hacen fila para ingresar a la sala de Terapia. Dos. Una larga cola de hombres ataviados en pantalones y camisas anchas azules y otra de mujeres vestidas con los mismos pantalones y camisas, solo que de un color rosa pálido.

- Doctora, ¿cómo está? – alguien la saluda con la mano, sonriente.

- Muy bien, Daniel. ¿Tú cómo te encuentras?

- Bastante mejor que ayer – le sonríe anchamente, enseñándole una fila de dientecitos con manchitas amarillas.

- Me alegra mucho escuchar eso. ¡Hey! ¡Amanda! – se dirige avivadamente a la fila de mujeres. Un par de enfermeras ya habían llegado al observar a la mujer arrancarse mechones de cabello. - ¿Qué…?

- ¿No tomaste tu medicina, Amanda? – Claire, la enfermera de mayor edad, toma con firmeza las manos de la paciente. - ¡No hagas eso!

- ¡Suéltame, puta! – forcejea. - ¡Putas todas! ¡Prostitutas! ¡Zorras! ¡Perras! ¡Perras! ¡PERRAS!

- Rachel, la jeringa – La otra enfermera se apresura a preparar una solución para suministrársela a Amanda. La mujer, riñendo y gritando a todo pulmón, trata de evitar que la inyecten. Ginevra ayuda a Claire, tomando los puños de la paciente. Se ve en la necesidad de aplicar toda su fuerza física para ello. ¿Dónde están los demás enfermeros?

Rachel, como puede, logra inyectar a la mujer. El forcejeo cesa y en un minuto la paciente se ve perdida y meditabunda. Un episodio que hacía mucho Ginevra no veía en ella.

- ¿Acaso le disminuyeron las dosis de medicamento?

- Ha mejorado… bueno, al menos eso dijo su médico tratante. Pensó que no era necesario doparla del todo cuando ya no golpeaba e insultaba a todo el personal y a sus compañeros. – Claire acepta la ayuda de Johan, uno de los pasantes de enfermería que llegó corriendo al ver la escena, para llevar a Amanda a su pabellón correspondiente. La mujer pesaba más de lo que aparentaba. – Gracias, doctora – le dice, antes de alejarse de la fila.

- Doctora… - la llama una voz femenina que, a pesar del bajo tono, logra escuchar.

- Isabel – le sonríe a la joven; es de estatura pequeña y rostro aniñado. Tiene apenas dieciocho años.

- Ella grita mucho y en las noches no me deja dormir – se tiene que acercar a ella para escucharla mejor.

- No te preocupes. Ya le daremos las medicinas para que se tranquilice y no tenga que gritar más. Amanda estará bien.

- No hablo de Amanda – los ojos de Isabel se fijan en un punto del suelo, cerca de un rincón. Ginevra abre la boca para decirle algo, mas las puertas de Terapia se abren y, rápidamente, ingresan a los pacientes a la sala.

- ¿Todo bien? – Pregunta Jenny, una de las terapeutas encargadas. Ginny sabe que no suelen salir al escuchar escándalos. Para eso están los enfermeros que, al parecer, varios habían decidido llegar tarde ese día.

- Amanda tuvo un episodio. Le disminuyeron la dosis sin saber si… - se calla. No es apropiado echar tierra a uno de sus colegas, aunque se tenga la razón. Disminuirle la dosis a una paciente esquizofrénica como Amanda es una decisión sumamente delicada. – Bueno, no toma sus medicinas como corresponde. – Jenny le hace un gesto de entendimiento con la cabeza y alza una ceja, también cuestionando la decisión del médico tratante de la mujer.

- ¿Deseas entrar a terapia con nosotros hoy?

- Debo evaluar a un nuevo paciente. Quizás para mañana – sonríe a la terapeuta y sigue su camino hacia su despacho.

Pasa frente al consultorio de varios de sus compañeros. El doctor Mitsgan, su vecino del frente, tiende a dejar la puerta abierta cuando evalúa, mas lo hace siempre y cuando el paciente sea… ¿cómo decirlo? ¿Estable? Seguramente entrevista al nuevo ingreso voluntario. Sí, el hombre aún no tiene el uniforme y sus pertenencias permanecen en una bolsa negra sobre el escritorio del doctor. Mitsgan le realiza preguntas que él responde con fluidez. ¿Qué tendrá? Se pregunta. Seguramente una depresión. Los ingresos voluntarios suelen llegar a esos sitios por depresión. Nada grave, dice la gente. Mas si están ahí, es por algo.

Deja sus cosas sobre su escritorio y toma asiento. Cerraría la puerta si un paciente estuviese con ella, como no es así (debe esperar a Andrew) sus ojos dan con el otro despacho y con la espalda del paciente de Mitsgan. Se siente extraña, como si reconociese esa espalda, los brazos, la manera en la que mueve esas articulaciones al responder...

No puede ser.

Cabello azabache, indomable.

No puede ser…

Mitsgan se levanta, seguido de aquel hombre, y se dan la mano. El doctor le da una sonrisa de bienvenida y, si Ginny le hubiese prestado atención, abría leído un "aquí te ayudaremos" de sus labios arrugados.

Pero ella no ve al doctor. Ve al nuevo paciente, ve a Harry Potter, el mejor amigo de su hermano Ron.


Nota/A: Nueva historia, un fic cortito que me vino a la mente al estar en mis pasantías en un Psiquiátrico (como terapeuta) Diré que alguna que otra escenita descrita aquí estará basada en hechos reales. Aquí ven uno; en más de una ocasión, una paciente en particular nos ha gritado putas y demás cuando está en sus arranques. Cosas que pasan en lugares como ese, entre otras cosas.

Aclaro que, si bien la historia estará dentro de ese contexto, la trama se centrará en Harry y Ginny, obviamente. Vamos a sacar algo lindo de todo esto, jajaja.

A quienes leen, ¡gracias totales! Espero recibir sus opiniones.

Pronto el próximo capítulo.