Cosas de niños

La suave y esponjosa nieve deja embelesado a un niño pelirrojo que, apoyado en el quicio contempla sonriente por la ventana el blanco paisaje navideño. Los gnomos de su jardín, arrancando plantas y rompiendo lo que encuentran a su paso, no logran distraerlo de su cometido, pues está tan acostumbrado a ellos que no les presta atención.

Ver la nieve cayendo le resulta casi hipnótico…

- ¡Ronald Weasley!

El niño da un respingo y se golpea la cabeza con la pared; se estaba quedando dormido y el bramido de su madre que lo llama lo trajo de nuevo a la realidad.

- Estupendo – balbucea, con la mano en la cabeza como si aquel gesto fuera a calmar su dolor – A ver qué diablos he hecho ahora.

Baja las escaleras rápidamente, porque tardar demasiado puede marcar la diferencia entre recibir una colleja o no, y él prefiere que su cuello siga como está. Su madre, una mujer regordeta y pelirroja de ojos castaños, lo mira fijamente con los brazos en jarras; se aproxima el vendaval.

- ¡Te he dicho mil veces que no dejes los juguetes tirados por todas partes! ¿No te lo he dicho?

El pobre se extraña, pero ¡si él ha estado en la habitación todo el tiempo!

- Yo no he sido mamá, seguro que fue Ginny.

- Ya claro, tu hermana no juega con trenecitos que yo sepa. Quiero que subas esto y luego vuelvas a recoger todo, ¿entendido?

- ¿Pero no puedes recogerlo con magia? – abre mucho los ojos, y piensa: "Creo que me he pasado".

Le pone un montón de ropa doblada en el regazo con tanta furia que el muchacho se tambalea, y la pila es tan alta que apenas se le ve el rojizo cabello; a tientas sube las escaleras. Ya está harto de que su madre siempre le grite, y está casi convencido de que los gemelos andan detrás de aquello.

Cuando entra en su habitación se los encuentra tirados en sus camas, riendo como siempre que han hecho alguna fechoría. Ron tira sobre su cama la ropa, arrugando las sábanas, pero no le importa lo que pueda decir su madre después.

- ¡Habéis sido vosotros! – grita, rojo de rabia – Siempre lo mismo, ya me tenéis hasta las narices.

- Venga Ronnie no te pongas así – dice Fred con una sonrisita – En el fondo te estamos ayudando.

- Claro hermanito – sigue George, ante la cara de estupefacción de Ron – Si no te ponemos en estos aprietos, ¿cómo vas a afrontar las situaciones reales de la vida?

A Ron le tiembla la mandíbula, y los gemelos parecen darse cuenta, porque empiezan a reír a carcajadas y salen de la habitación, no sin antes revolverle el pelo a su hermano pequeño. El niño se sienta en su cama y suspira: sabe que aunque todo el día estén gastándole bromas, admira a sus hermanos y le gustaría ser como ellos, le encantaría que su madre en lugar de regañarlo se sintiera orgullosa de él.

Vuelve a mirar por la ventana: la nieve arrecia y cubre con un manto blanco hasta el último recodo. Suspira. Ya está deseando ir a Hogwarts, pero, ¿y si no lo ponen en Gryffindor como al resto de sus hermanos? Seguro que se reirían de él.

- ¡Ronald! ¿Quieres bajar ahora mismo?

Su madre le grita impaciente, y él, poniendo los ojos en blanco baja las escaleras. Se pregunta si llegará a ser algo en la vida, y mientras recoge el estropicio que sus hermanos han provocado, se dice que habrá que esperar.

Ginny se aproxima hacia él y le acerca una caja, y Ron sonríe; por lo visto aún hay alguien normal en esa casa. Los dos meten los juguetes en ella, suben de nuevo a la habitación de los chicos y guardan la caja en el armario.

- Yo vi cómo lo hacían - dice la niña avergonzada - Pero me dijeron que si decía algo me echarían un maleficio.

- Pero Ginny, se supone que no pueden hacer magia fuera del colegio - le explica él, comprensivo y sacando un tablero de ajedrez mágico - No pasa nada.

Y juegan hasta que la noche cubre La Madriguera con su oscuro manto.