Era temprano, los rayos del poderoso astro apenas asomaban por encima del horizonte iluminando muy tenuemente la habitación cuando Elissa despertó. Al contrario de lo que solía ocurrir con mujeres nobles y de edad tan joven, ella se incorporó de inmediato. Desde que terminó la instrucción para convertirse en soldado de Pináculo, tal como era su deseo, creó para sí misma un entrenamiento intensivo. En cuanto terminó de hacer la cama, se quitó el vaporoso camisón con el que dormía, y colocándose frente al armario sacó la armadura ligera de cuero que usaba para los ejercicios matutinos.
Su fiel mabari roncaba tranquilo en una manta que ella misma compró hacía no mucho, aparte del sonido del can, apenas se escuchaba nada más. Elissa comenzó a vestirse. Primero una suave camisola de lana de carnero que la protegía del roce y daba cierto abrigo, y a continuación el peto, los brazales, la falda y las botas. Una vez terminó de atarse los cintos de las diferentes prendas, se aseó lavando el suave y redondeado rostro, y se arregló de nuevo el corto cabello marrón. Acto seguido chasqueó la lengua y su amigo levantó la cabeza de inmediato.
—Buenos días Wrex, nos vamos enseguida —lo dijo en un susurro apenas audible, pues su familia aún dormitaba.
Se acercó al armero de su habitación, aquél por el que extrañados preguntaban las indeseables visitas de pretendientes a los cuales su madre insistía en invitar. Colocó el ligero escudo de madera en la espalda, atado con un sencilla cinta de cuero fácil de deshacer en caso de necesitarlo, y la espada de su abuelo. A pesar de los años le seguían maravillando las tres runas incrustadas en la unión de la empuñadura con la hoja. La enfundó en la vaina y con sumo cuidado abrió la puerta de la habitación.
Con la mayor cautela, ganada con los años de práctica, caminaba por los diferentes pasillos tenuemente iluminados por las antorchas del castillo, hacia la entrada principal en el patio. La servidumbre, despierta hacía rato, correteaba de aquí para allá. Wrex olisqueó algo proveniente de la cocina, en cuanto terminara el paseo iría allí de inmediato.
Apenas estaba llegando cuando de espaldas pudo ver a su pelirrojo favorito, aquél por el que su corazón palpitaba desenfrenado desde hacía ya un tiempo.
—Buenos días, mi señora.
Sin siquiera mirarla, la reconocía. El hecho de llevar dos años con su estricto entrenamiento la volvia algo predecible.
—Ser Gilmore, os he dicho muchas veces que cuando mis padres o mi hermano no están cerca podéis llamarme Elissa.
—Sois un ejemplo a seguir por la nobleza de Ferelden, jamás me dirigiría a vos sin el respeto que merecéis. —A pesar de sonar decidido, no pudo evitar un ligero sonrojo al verla pasar—. ¿Cuantas millas pensáis hacer hoy?
—¿Acaso queréis venir conmigo, mi buen caballero? —Se volteó para mirar fijamente al hombre que creía merecer su compañía.
La suave y dulce sonrisa de la joven puso en un aprieto a Ser Gilmore, que notó como se sonrojaba ya sin control. El mabari los miraba a ambos extrañado, mientras se mantenía en silencio. Ser Gilmore carraspeó mientras contestaba algo nervioso.
—N... No mi señora, vuestro padre podría castigarme si abandono mi puesto.
Elissa hizo una pequeña reverencia, y se giró para salir de su hogar. En cuanto cruzó las grandes puertas de Pináculo, aspiró una larga bocanada de aire a la vez que su compañero profería un gran bostezo y comenzó a trotar. Mientras pasaba junto a las granjas, casas y negocios de los habitantes de la zona, saludaba con su habitual educación a quienes se encontraba.
De todos era sabido la actitud afable de la hija más joven de su señor, algo muy poco habitual en Ferelden y en toda Thedas. Pero desde pequeños, el Teyrn Bryce Cousland enseñó a sus hijos que la nobleza era algo más que un título o unas tierras. La bondad de la familia era muy conocida en la región. Pero la joven Elissa incluso así, era un caso aparte. Trataba por igual a hombres, enanos y elfos, independientemente de su origen.
… … … … … … … …
La pequeña elfa se puso frente a la puerta de la habitación, y con suavidad tocó la puerta. Sus compañeros le advirtieron acerca del grueso mabari de la hija de su señor, y tal fue lo que le dijeron, que temía que el animal se abalanzara sobre ella para devorarla. Pero lo que más le preocupaba era el vestido que portaba, un bello atuendo que la hija menor del Teyrn Cousland debía ponerse para el recibimiento de la visita llegada de Antiva.
Su señora, la Teyrna Eleanor, una mujer de gran bondad según había escuchado cuando vivía en Lothering, le encargó que lo llevara pues debía comportarse como la noble que era. El silencio tras la puerta comenzaba a ponerla algo nerviosa. Procurando que el vestido no rozara con el suelo, llamó de nuevo, pero la respuesta no llegaba.
—Mi... mi señora, ¿estáis despierta? ¿Puedo pasar? —dijo la joven sin poder evitar el nerviosismo.
Su anterior dueño, un cruel mercader de segunda categoría que la vendió por apenas unas monedas de plata, no aprobaba ni la mas mínima insolencia, y a pesar de las buenas acciones que había oído de los Cousland para con los suyos, creía que si fallaba en tan sencilla tarea la castigarían duramente.
Decidida pero algo temblorosa, agarró el pomo de la puerta, lo giró despacio emitiendo éste un leve chirrido y abrió la puerta. Su sorpresa fue mayúscula. La sala estaba vacía, y a pesar de ello la cama estaba hecha. Si no fuera por lo que su señora le dijo, dado el ordenado e impoluto estado de la habitación, se podría pensar que nadie había habitado aquel lugar en mucho tiempo. Y teniendo en cuenta que sus compañeros le dijeron que la menor de los Cousland no aceptaba tener sirvientes a su cargo, era un detalle de importancia.
Colocó con suavidad el vestido en la cama, de porte sencillo pensó para sí misma, dado el estatus de la familia Cousland. Con rapidez, salió de camino al comedor en busca de su señora, mientras murmuraba para sí misma temiendo las consecuencias de su acción.
—Por el Hacedor, espero que el castigo no sea muy severo.
Unos compañeros pasaron prestos a su lado en dirección a la cocina, y al escuchar sus palabras no pudieron evitar soltar una ligera risita. Paró un segundo, y extrañada miró a los elfos mientras se alejaban. Era posible que la hubieran engañado para asustarla. O sabían algo que ella desconocía.
Entró nerviosa en el salón. Un par de guardias en una esquina debatían sobre las imaginarias de la próxima noche, mientras los sirvientes colocaban sillas y mesas para la visita. Temblorosa se acercó a su señora, que supervisaba junto a los suyos el orden adecuado de los diferentes objetos para el recibimiento.
—Mi... mi... señora... Disculpad. —Estaba muerta de miedo. Sin duda su anterior dueño había marcado su cuerpo y espíritu de la más cruel manera.
Eleanor Cousland se giró, y mostró un rostro afable y sonriente a la nerviosa elfilla, que temblaba cabizbaja mientras intentaba protegerse de un castigo que nunca llegaría. Levantó su cara delicadamente con la mano derecha y procuró tranquilizarla.
—Dime, Amalia, ¿qué ocurre? ¿A qué vienen esos nervios?
¡Hacedor! Era cierto lo que decían de los Cousland. Sus anteriores dueños siempre la llamaban coneja, orejas de punta y apelativos más despectivos, pero nunca se dirigieron a ella por su nombre. Se relajó de inmediato, pues no esperaba tal suavidad en la voz de su señora.
—La señorita Elissa no se encuentra en su habitación. Desconozco su paradero, mi señora. —A pesar de todo, no pudo evitar dar un paso atrás temerosa del posible castigo.
Eleanor frunció el ceño algo molesta y resopló mientras maldecía. Amalia se asustó al verla y se arrodilló suplicando en voz baja. La mujer al ver a la elfa actuar de ese modo, se preguntó cuán cruel fue su anterior dueño. Pasó sus brazos bajo los de ella, la alzó y le sonrió de nuevo.
—Mi pequeña, no temas. No has hecho nada malo. Debí prever este desenlace. —Con esas palabras la elfa se relajó por completo.
Eleanor lo sabía, ya había ocurrido con anterioridad. El espíritu indomable de su hija hacía acto de presencia de nuevo. Desde aquel día en que su esposo le hizo ver la fuerza y energía que habitaba en el interior de su pequeña, supo que sería incapaz de atarla a las costumbres fereldanas.
… … … … … … … …
Bryce tenia una copa de vino en una mano, mientras observaba a sus hijos juguetear con espadas de madera en el patio a media mañana. A pesar de que desde pequeña a Elissa le gustaba imaginar que era caballero, su esposa nunca permitió que se le entrenara en dotes de combate. Con todo, le sorprendía lo hábil de ella defendiéndose de su hermano Fergus.
Entonces, algo inesperado. La pequeña hizo un movimiento que él conocía muy bien. Un rápido vaivén de la espada y el arma de Fergus cayó al suelo, apuntando de inmediato ella la punta de la espada al cuello del hermano y con su pálida voz pero con energía, le espetó:
—Te vencí.
Bruce estaba boquiabierto sin saber qué decir. La pequeña Elissa tenía doce años y estaba completamente seguro que no había recibido entrenamiento, pues Eleanor, su esposa, controlaba casi con malicia ese hecho. Fergus vino de visita desde Denerim mientras terminaba el último año de entrenamiento como soldado y apenas pudo evitar el ataque de su hermana teniendo ésta seis años menos.
Depositó la copa en la pequeña mesa junto a la silla, se levantó y decidido se acercó a su niña, que se mantenía firme ante el hermano, esperando que éste se rindiera. Fergus aún estaba absorto intentando analizar qué había ocurrido, pues la rapidez de su hermana fue tal que apenas se percató de lo que hizo. Cuando su padre estuvo frente a ellos, ambos se pusieron firmes ante él.
—Padre, pido disculpas si he sido muy duro con ella.
—¿Duro? Si ella te ha vencido, ¿a qué dureza te refieres?
—Ya... yo... esto... —Se giró hacía su hermana algo sonrojado y se puso a su altura, pues aunque crecía rápido era una cabeza y media más baja que él. —Elissa, ¿qué has hecho? ¿Cómo lo has hecho?
—Lo siento Fergus si te he molestado. No era mi intención, pero vi mi oportunidad y no pude evitarlo.
Bryce estaba sorprendido, apenas sonaba como la chiquilla que era todavía. Necesitaba saber de qué manera pudo hacer aquél movimiento. Pudo ver algún fallo, pero lo había ejecutado bastante bien. Se agachó y puso sus grandes manos sobre los hombros de ella, volteando su pequeño cuerpo y el dulce y sonrosado rostro.
—Eso que has hecho, ¿dónde lo has aprendido? ¿Te lo ha enseñado alguien?
—No me lo ha enseñado nadie, padre. Vi cómo lo hacías mientras entrenabas con los soldados.
Levantó la cabeza algo dubitativo, pues Eleanor nunca permitía que Elissa asistiera a ninguna sesión de entrenamiento. Entonces cayó en la cuenta de a qué se podía referir.
—¿Te refieres a cuando el Arl Eamon vino de visita? —Aún recordaba a su pequeña toda emocionada al verle luchar con el Arl de Risco Rojo, entonces no se percató del fuego que bullía en su interior, pero ahora empezaba a verlo.
—Sí, padre. Te vi vencer al Arl con aquel movimiento. Fue muy emocionante, pues tenía muchas ganas de verte luchar.
Sabía que Eleanor no lo aprobaría jamás, pero en sus ojos, aquellos iris verdes como la hierba a plena luz del día, veía un fuego y energía que deseaba salir a toda prisa. El legendario movimiento de desarme Cousland. Algo que le costó mucho tiempo de práctica, y su hija lo había conseguido sin excesivos defectos solo con verlo una vez. Sin duda, tenía mucho potencial para convertirse en una gran escudera y caballero de Pináculo. Pero debía ser cauto, necesitaba demostrar a su esposa el fuego que él había podido ver en ese pequeño instante. Al menos tenía una oportunidad, pues en unas horas, tras la comida, se reunirían los futuros jóvenes que aspiraban a ser soldados de su corte.
—Mi pequeña, ¿te gustaría entrenar y ser una soldado del castillo?
Elissa suspiró ansiosa ante la pregunta de su padre. En su cara se reflejaba una ilusión irrefrenable.
—Sí padre, quiero ayudar al pueblo y a todo aquél que lo necesite.
A pesar de su edad y la falta de entrenamiento, ya mostraba dotes de liderazgo y determinación. Su esposa intentaría por todos los medios impedirlo, así que debía jugar muy bien sus cartas.
—Padre. ¿Estás seguro? Aún es muy pequeña. No tiene la edad suficiente.
Se puso frente a Fergus y le sonrió.
—Hijo mío, cuando tengas tus propios hijos, lo entenderás.
—Pero, ¿y si le ocurre algo? Madre nunca te perdonará, de hecho dudo que lo apruebe.
—Conozco un poco mejor a mi esposa de lo que tú alcanzas a comprender. Elissa —dijo con decisión, y la pequeña se puso derecha frente a su padre—. Te reunirás en el comedor tras la comida junto a los aspirantes, y juzgaré tus habilidades.
Elissa abrazó a su padre con fuerza, y tras soltarlo comenzó a corretear en círculos alrededor de su hermano mayor.
—¡Fergus, Fergus, voy a ser soldado como tú!
… … … … … … … …
Durante la comida, Bryce procuró usar bien las palabras para convencer a su esposa, que parecía reticente a la idea de que su pequeña se convirtiera en saldado. Ésta intentó por todos los medios a su alcance en rebatir la insistencia del marido.
—Bryce, solo tiene doce años. Aun si accediera, que no va a ser así, le faltarían dos años para la edad adecuada.
—Si hubieras visto lo que yo lo entenderías, querida.
—No me vengas con zalamerías, he dicho que no y es que no.
—¿Y si ella lo desea? ¿Le negarás sus sueños?
—No quiero romper sus ilusiones, pero estoy convencida que solo es uno de sus habituales caprichos.
—¿Y si te dijera que realizó el movimiento de desarme Cousland? Con leves fallos, todo ha de decirse, pero lo realizó bastante bien, lo suficiente para dejarme sin palabras.
Eleanor se quedó sin saber qué decir.
—¡Imposible! No ha recibido entrenamiento alguno, yo me he asegurado de ello.
Bryce aprovechó la ocasión para derrotar a su esposa.
—¿Recuerdas la visita de Eamon? Lo vio en ese momento, y lo hizo de memoria.
Eleanor abrió la boca, quería decir algo pero no le salían las palabras. Le resultaba increíble que su hija pudiera realizar aquel movimiento al verlo una vez. No podía reconocerlo, era muy orgullosa, pero sin duda su esposo parecía tener algo de razón.
—Yo sigo convencida que no querrá hacerlo Bryce.
—Lo comprobaremos en breve, esposa mía.
En cuanto recogieron la mesa, el Teyrn se sentó en la silla que presidía el salón junto a su esposa e hijo mayor. Los soldados veteranos se congregaron alrededor para asistir a la ceremonia en perfecto orden, hasta que el Capitán mandó descanso. Bryce hizo un ademán a Ser Gilmore, para dar paso a los nuevos reclutas.
La pequeña hilera entró desde el patio, los soldados comenzaron a vitorear a los chicos y chicas que entraban en ese momento. De pronto, al fijarse en la pequeña jovencita que estaba al final, redujeron el entusiasmo. Giraron en una esquina tal y como ensayaron durante los últimos días y se colocaron frente a su señor.
Bryce se levantó en ese momento, dispuesto a acallar por fin a Eleanor, a demostrarle la fuerza y energía que deseaba por salir del cuerpo de su pequeña. Rompería con el protocolo habitual, pero si era lo necesario para lograrlo, merecería la pena.
—Sed bienvenidos a mi casa, jóvenes aspirantes. Hoy es un día importante. Os habéis ofrecido voluntarios para defender estas tierras de cualquier amenaza, ya sea externa o local. Es para mí un privilegio que hayáis elegido Pináculo como vuestro nuevo hogar. Muy bien, ¿quién dará el primer paso para cumplir la promesa solemne de servir a su señor?
El protocolo dictaba otra cosa, los presentes estaban en silencio, y los jóvenes sin saber qué hacer. Estuvieron ensayando una semana para no cometer errores ante su señor y él mismo se salió del guión preestablecido. Entonces algo ocurrió, todos se sorprendieron pero la que más lo hizo fue Eleanor.
La pequeña Elissa, embutida en un sencillo vestido azul, dio un paso al frente. Decidida miró fijamente a su padre y alzó la suave voz.
—Padre, yo deseo servir a estas tierras y a vos.
Todo el salón enmudeció. Eleanor por fin pudo ver qué le intentaba explicar su esposo. En la mirada de Elissa había un fuego intenso, un fuego que le recordó a tiempos más revueltos, cuando luchaba junto a Bryce contra los orlesianos. Él la miró, y ella se resignó abatida. En ese momento se sintió derrotada, pero no todo estaba perdido.
—Bien, jovencita. ¿Juras lealtad a tu señor?
—Sí, padre.
—¿Juras cumplir los preceptos de esta noble casa, a saber, abnegación, honor y justicia?
—Sí, padre.
—Muy bien. Desde este momento tus privilegios pasados no significan nada hasta la conclusión del entrenamiento, serás una escudera más junto al resto de los aprendices. ¿Estás conforme con las condiciones?
—Sí, mi señor.
Bryce miró una vez más a su esposa. Había perdido por completo el gesto de convencimiento, pero pudo leer en sus labios que si le ocurría algo a Elissa, él, y solo él, sería el culpable. Sintiéndose por fin victorioso, se giró de nuevo a los escuderos.
—Podéis retiraros, la ceremonia ha concluido.
Ser Gilmore se acercó a su señor dubitativo. Apenas entendía lo ocurrido, ni sabía si se trataba de una broma.
—Mi señor.
—¿Sí, Ser Gilmore?
—Os habéis salido por completo del protocolo y ahora no sé muy bien qué hacer.
—Lleva a los escuderos al cuartel, y que mañana comiencen con las lecciones.
—¿Y vuestra hija? Aún es muy pequeña. ¿Podrá con el entrenamiento?
Bryce miró a Elissa, que conversaba con el resto de reclutas.
—Honestamente, me preocupa más que vos y el resto de instructores no podáis seguir su ritmo.
Y ese fue el comienzo de todo por lo que Eleanor luchaba para que no ocurriera. Su hija, con solo doce años, se adelantó dos en el entrenamiento para soldado. Lejos de amedrentarla, superó a sus compañeros en cada tarea que le encomendaban.
Estos, al principio, pensaban que al ser la hija del Teyrn le aprobaban las asignaturas y pruebas. Pero se equivocaban. Su padre, que veía el potencial de su hija, ordenó a los instructores que fueran más duros con ella, pues estaba convencido que saldría adelante fortalecida y segura de sí misma. Le dio, en numerosas ocasiones, un consejo que se grabó a fuego en la mente de la aún inhábil jovencita que caía rendida tras el entrenamiento.
—Recuerda hija mía. Cada derrota es una oportunidad de mejorar.
Con trece años, completó el entrenamiento básico. Eligió el arma corta y el escudo, algo que no sorprendió a su padre. Bryce no podía estar más orgulloso de su hija. Se mantuvo firme y decidida. No usó su estatus, tal y como prometió, y sus compañeros trasformaron el resentimiento inicial por admiración y finalmente amistad hacía la joven.
El entrenamiento incluía largas sesiones de estudio a cargo del maestro Aldous, el cual quedó sorprendido por la obediencia de la menor de los Cousland, pero aún más por su extraordinaria habilidad por aprender la mayoría de las lecciones.
El veterano maestro no pudo evitar inquietarse y hablar sobre ello con su señor. Tal capacidad y concentración solo la había visto en los magos y tranquilos de la torre del Círculo, donde había pasado algunos años de juventud. Bryce compartió la preocupación con el anciano maestro, aunque apenas había precedentes de magia en la familia.
A los dieciséis la enviaron, junto a sus compañeros, a Denerim para concluir el último año de entrenamiento. Las largas guardias, el mando y la mejoría en la lucha fueron algunas de las prácticas allí enseñadas. Hubo momentos destacables, algunos buenos, otros malos. Pero ella procuraba ser modesta en las palabras y hábil en el campo. Tal y como su padre le había enseñado a ella y a Fergus. El respeto se gana con hechos y esfuerzo.
Tras cinco años de duro entrenamiento, la joven y sus compañeros fueron nombrados caballeros. Una sencilla y modesta ceremonia de graduación concluyó el periplo. Se les asignaron diferentes rangos según las calificaciones finales y enviados de inmediato a Pináculo. Elissa fue ascendida al rango militar de Sargento, más por juventud que por falta de habilidades.
… … … … … … … …
Elissa pensó que por hoy era suficiente. Ya que conocía muy bien los caminos y senderos que rodeaban su hogar, calculó que llevaba recorridas unas ocho millas. Redujo poco a poco el ritmo, hasta alcanzar un leve trote.
—Es hora de volver a casa, darme un baño y desayunar adecuadamente. ¿Nos vamos? —dijo a la vez que miraba a su compañero.
—Wof, wof —contestó Wrex afirmativamente.
—Entonces... A ver si puedes cogerme.
Elissa se volteó rápida y aceleró el paso todo lo que su ya presente cansancio le permitió. Wrex sorprendido al principio frenó en seco, levantando una leve nube de polvo, y reponiéndose comenzó a correr tras su amiga hasta alcanzarla, algo que no le costó mucho. Fiel a ella, una vez estuvo cerca redujo el ritmo, colocándose a su misma altura sin adelantarle.
Mientras las gotas de sudor le recorrían el rostro, brazos y piernas, Elissa refunfuñó. Le tocaba volver para satisfacer la insistencia de su madre. El día anterior se lo recordó, como si no fuera capaz ella misma. Un pretendiente que venía de Antiva, ciudad conocida por poseer los mejores asesinos de Thedas. Vale, Oriana era de allí, pero Elissa pensaba que no era lo mismo.
Por propia experiencia, estaba convencida que la mayoría de hombres solo eran potros deseosos de montar a una buena mujer, y que concibiera hijos para perpetuar el clan, o lo que fuera. Por otro lado, aún siendo ya una mujer adulta, no deseaba enojar a su madre. Tendría que hacer de tripas corazón, y soportar una vez más el suplicio.
—Si al menos el Hacedor pudiera enviar algo para poder evitar el mal trago.
Ya fuera por destino, o por casualidad, sus palabras al menos en parte fueron escuchadas. Estaba tan distraída pensando en la reprimenda que recibiría al llegar que apenas se percató de lo que se avecinaba.
… … … … … … … …
Mark estaba de guardia, mientras su compañero de fechorías dormitaba tumbado en la hierba fresca. Se trasladaron desde Lothering, donde sus 'servicios' ya no eran bien recibidos. De lo poco que pudieron averiguar del territorio de Pináculo, era que una joven aventurera solía dar muchos problemas a los ladrones y salteadores.
Un ruido aún lejano lo puso en guardia, y preparado para despertar a su amigo se asomó cauteloso a través de un arbusto no muy tupido. Era una mujer, sola, salvo por el animal que la acompañaba.
—¡Por las bragas de Andraste! —Se tapó la boca al sorprenderse exclamar, despertando a su sucio y maloliente compañero.
—¿Qué ocurre, Mark? ¿Tenemos ya una presa? —dijo Kim mientras se frotaba los ojos legañosos.
—Algo más que una presa. Una joven que está de muy buen ver. Si jugamos bien, aparte de lo que pueda llevar encima, podremos pasar un buen rato. Pero el premio gordo es el animal que lleva.
Kim se levantó procurando ser silencioso, y a través del arbusto pudo ver a qué se refería Mark. Un mabari, en apariencia de pura raza a juzgar por el porte del animal. La mujer era joven, de buen cuerpo que se pudiera observar, a pesar de la armadura de cuero. Estaba a punto de incorporarse por completo cuando Mark le detuvo.
—Recuerda lo que nos dijo nuestro contacto del gremio de ladrones.
—Ya, ya. Seamos cautos y actuemos para que la situación juegue a nuestro favor. No me gustaría acabar atravesado por la espada que porta.
—Mantente oculto, en cuanto la tengas al alcance le disparas un virote por la espalda. Apunta bien, ya que no me entusiasma la idea de abusar de un cadáver. Yo aprovecharé la ocasión para abordarla por detrás e inmovilizarla, y tú deberás tener ya a tiro al animal. ¿Entendido?
Kim asintió, mientras sonreía maliciosamente y se relamía pensando en lo que disfrutaría en breves momentos.
… … … … … … … …
Elissa estaba absorta en sus pensamientos. Estos entremezclaban a cierto pelirrojo y las consecuencias de desobedecer a madre. Ella nunca entendería que su corazón pertenecía ya a un hombre de gran bondad. Tal era la distracción, que apenas escuchó el resorte a su lado. De pronto, un golpe seco en el escudo seguido de una punzada en la espalda.
Por fortuna, años de intenso entrenamiento habían hecho mella, y era capaz de soportar el dolor de la herida aunque no pudo evitar un leve chillido al sentir la punta desgarrar su piel. Trastabilló por la sorpresa haciendo que casi cayera al suelo, pero recobró la compostura con rapidez y se puso alerta, pero ya era tarde. Un hombre que no pudo identificar dada la rapidez de éste, le sujetó ambas muñecas mientras le colocaba una daga en el cuello.
Intentó zafarse, pero el hombre la sujetaba con fuerza, mientras le soltaba un fétido aliento tras la cabeza. Estaba a punto de dar una orden a su amigo cuando el bandido, percatado del movimiento bucal presionó la daga sobre la pálida piel, abriendo una leve herida, y unas gotas de sangre brotaron y resbalaron por la sucia hoja del arma.
—Yo no lo haría jovencita. Mi amigo está ahí mismo y podría hacer mucho daño a vuestro chucho.
Kim se incorporó, sin dejar de apuntar a Wrex con su ballesta, mientras sonreía. Elissa permaneció tranquila. No era la primera vez que se enfrentaba a bandidos, o salteadores de caminos. Analizaba cada paso del otro hombre, y el propio que la sujetaba. Wrex permaneció quieto, conocía muy bien a su amiga. Aquello no suponía un problema y el can lo sabía.
—Vaya, tenéis un buen cuerpo, muy cuidado para ser una simple soldado. Vuestros pechos parecen de un... sugerente tamaño.
Mark comenzó a impacientarse. Aquella joven no mostraba el habitual miedo de las mujeres u hombres que solían asaltar. Era su primera presa en aquellas tierras, y debían ganarse algo de reputación entre el gremio. Empezó a pensar ni no sería la mujer de la que hablaban. Elissa ni se inmutó, a pesar que que Mark procuró usar sus dotes de pícaro para intimidar. Aquello hizo que el hombre se pusiera algo nervioso. Pero cuando la joven habló, aireó el ánimo de los dos ladrones.
—Solo lo diré una vez. Soltadme. Olvidaré esta agresión y os dejaré marchar sin consecuencias. Si no, lo lamentaréis.
Algo de su particular ser era que, aún convencida de poder salir airosa de una contienda, daba a sus enemigos la oportunidad de rendirse sin consecuencias. A pesar de ser una hábil guerrera, si le era posible, evitaba el posible conflicto.
—¡JAJAJAJAJA! —Rieron con gran estruendo los dos malolientes hombres.
—¿Oyes, Mark? Que si no la soltamos lo lamentaremos, jajajaja.
—Sí, lo he escuchado, quizás crea que tiene las de salir sin consecuencias. Bien, nos daréis todo, incluyendo vuestra espada y al animal. Nos divertiremos un rato, y si os portáis bien puede que salgáis con vida.
Elissa suspiró, pues no podría evitar dar lo mejor de sí misma, que era su imposición personal ante cualquier situación.
—Vos lo habéis querido.
No supo cómo pasó. La rapidez de la muchacha le sorprendió. Se zafó sin apenas dificultad, y agachando el esbelto cuerpo pasó sin apenas problemas entre las piernas del hombre, retorciendo tan bruscamente sus muñecas que pudo soltarse sin trabas.
—¡ARGGHH! ¡Zorra!
Liberada de la presión ejercida, pudo ver casi a cámara lenta cómo el compañero dejaba de apuntar al fiel Wrex. Chasqueó la lengua, y su compañero perruno se abalanzó sin miramientos sobre el ballestero. Lo derribó y mientras le mordía uno de los brazos comenzó a zarandearlo.
—¡Maldito chucho! ¡Suéltame!
Antes incluso que Mark pudiera reponerse y reaccionar, la punta de aquella espada ya apuntaba a su cuello. Soltó la empuñadura de ambas dagas y levantó los brazos en señal de rendición. Elissa silbó y Wrex dejó de remover al otro bandido, pero sin soltarlo ni cesar de gruñir.
—Bien. Ahora las condiciones las pongo yo. Tenéis dos opciones; venís conmigo atados y sin armar jaleo, o seguimos con el combate y puede que salgáis con vida.
Mark pudo observar, que a pesar de la formidable espada que portaba, el pulso apenas le temblaba sujetando la hoja a apenas un dedo de su cuello. Ahora no tenía duda. Debía ser la mujer de la que hablaban en el gremio. Una aventurera o caza recompensas, de gran habilidad, por lo que pudo deducir.
—Si nos rendimos, ¿dónde nos llevaréis?
Kim miró sorprendido a su amigo Mark, realmente parecía convencido. Aunque prefería estar un tiempo en una celda a morir.
—El castillo de Pináculo no queda lejos, os llevaré allí.
Los hombres se rindieron. Elissa ató al primero de ellos, mientras su amigo no soltaba al otro. Una vez lo tuvo bien sujeto se acercó a Wrex, acarició la gruesa cabeza entre las pequeñas orejas para que se relajara.
—Muy bien, mi pequeño, ya puedes soltarlo.
Le señaló al otro hombre y el animal caminó hasta su posición, se sentó y le miró con furia. Si ella no estuviera presente, sin pensarlo, los mataría por haberle hecho daño a su amiga.
Elissa hizo un pequeño vendaje al brazo del hombre de la ballesta, pues su herida parecía grave, y no deseaba que muriera desangrado por el camino. Eso a Mark le sorprendió, ya fuera por compasión, o solo por cobrar más por una presa viva.
Se soltó el escudo con cuidado y retiró el virote. A continuación se colocó un apósito de raíz élfica en el cuello, cerrando casi de inmediato la pequeña herida.
Una vez atados los dos, tiró con fuerza del resistente cordón de cuero de drúfalo, haciendo que casi cayeran uno sobre el otro.
—Ahora en silencio y sin parar. Me habéis fastidiado mi entrenamiento matutino, y eso no os lo voy a perdonar.
… … … … … … … …
Eleanor estaba esperando frente a las puertas, nerviosa, pues el invitado había llegado y su hija no aparecía. Aquello no significaba nada bueno. Cuando se retrasaba era porque algo había ocurrido, por otro lado no le preocupaba su bienestar, aunque le costaba reconocerlo, Elissa era una hábil guerrera que sabía cuidarse sola.
Por fin, a lo lejos, la vio aparecer. Y tal y como temía, traía con ella a un par de desvencijados hombres que a duras penas le seguían el ritmo. Cuando estuvieron algo más cerca se cercioró de que uno de ellos tenía un vendaje, muy posiblemente había sido atacado por el mabari que tanto adoraba su hija.
—Buenos días, madre —dijo Elissa intentando mostrarse sonriente y despreocupada.
Eleanor pasó por alto el aspecto sudoroso y pálido que presentaba, ya que le preocupaba más las consecuencias de no recibir adecuadamente a la visita.
—¿Estas son horas de llegar? ¿Y quiénes, por el amor de Andraste, son esos hombres?
—¡Ah! Si os referís a estos despojos humanos, solo son unos asaltantes que subestimaron a su presa.
Mark cada vez estaba más confuso. La ropa de la mujer mayor era de muy buena calidad, y la joven se dirigió a ella como madre. Empezaba a sospechar que aquella mujer que les derrotó con tanta facilidad no era caza recompensas o aventurera.
—¡Por el Hacedor! ¡Estás sangrando!
Aunque sí retiró el virote clavado en el sencillo escudo de madera, gracias al entrenamiento y la disciplina, había olvidado por completo la herida de la espalda. Aireando la mano en dirección a Eleanor intentó tranquilizarla, su madre era muy exagerada, y lo sabía.
—Solo es un rasguño, madre, entrenando en el patio me he lastimado mucho más.
—Eso no es excusa. ¿Y si contraes alguna enfermedad? ¿O se infecta la herida?
Elissa sacó una cataplasma curativa sencilla que siempre llevaba para emergencias, levantó un poco el bajo del peto y la colocó en la herida. Sintió algo de escozor, pero una vez más, era soportable.
—Ya está, madre. Si queréis estar más tranquila iré a la enfermería.
—Sí, por favor. Pero que sea rápido. La visita ha llegado y está impaciente.
Elissa sintió un estremecimiento recorrer todo su cuerpo.
—Madre... eh... ¿Debo hacerlo?
—Sí. Una mujer de tu posición debe comportarse adecuadamente y obedecer.
Aquello confirmaba a Mark sus temores. Aquella joven era noble. Los problemas se incrementaban, pues en caso de juicio, la agresión contra un noble era la horca. Elissa tiró de nuevo de ellos, y entraron a través de los grandes portones de Pináculo. Y además de una de las familias más poderosas de Ferelden. Ya sentía la soga en el cuello, tragó saliva, maldiciendo su suerte.
—Bueno madre, si me permitís, primero me desharé de la carga y en cuanto termine en la enfermería me asearé y arreglaré.
Eleanor no estaba convencida, aun así asintió a su hija que ya entraba en el hogar familiar. Elissa atravesó el patio, y se puso en camino por los anchos pasillos empedrados, mientras la servidumbre, de la que siempre prescindió, correteaba de aquí para allá. Wrex se detuvo un instante, haciendo Elissa lo propio.
—Vamos chico, estás despedido. Ya nos veremos luego.
—Wof, wof. —Y se dirigió correteando en dirección a las cocinas.
—Ay, un día Nan me va a matar.
Se giró para continuar hasta los cuarteles y las celdas, cuando se cruzó con su padre y Fergus.
—Vaya, vaya, hermanita. No desperdicias ni un solo día para ir de caza.
—Ya ves, Fergus, una que sale a pasear, y no puede evitar la oportunidad. Están algo sucios, pero después de limpiarlos, quizás sepan bien con los condimentos adecuados.
Kim se desplomó asustado, mientras Mark ni se inmutaba. Después de todo su vida pendía de un fino hilo.
—Por el Hacedor, mi señora, no nos comáis. Soy correoso y apenas tengo carne... y... y... ni con los mejores ingredientes tendría buen gusto.
Bryce y sus dos hijos rompieron a carcajadas. Fergus se acercó a los bandidos y relajando su risa levantó al pobre que lloraba y balbuceaba.
—Apenas merecéis la vida que tenéis, pero solo bromeamos. Dad gracias a Andraste que mi hija no os haya dado muerte.
Elissa aprovechó la situación, y le entregó a Fergus el cordel de cuero.
—Me voy a la enfermería. Padre, puedes decirle a madre... —Pensó dubitativa un instante—. Que tengo una sesión de estudio con el maestro Aldous, eso es.. Si me haces el favor, Fergus, encierra a estos dos. Están acusados de asalto y pillaje.
Mark levantó la cabeza sorprendido. Con aquellos cargos, lo más probable es que solo pasaran unos meses en una celda. Bryce, era consciente de que aquellos bandidos seguramente habrían intentado algo más, y se percató de la cara de sorpresa del hombre. Mientras Elissa giraba una esquina y la perdía de vista se acercó a los delincuentes.
—¿Sabéis por qué no os ha acusado de asaltarla a ella en particular?
Kim seguía balbuceando, incapaz de recobrar la compostura. Mark miró fijamente al noble que había frente a él, y que pareció intuir lo que pensaba.
—Digamos que tuvo una buena enseñanza, y que considera que todos, ya sean nobles, plebeyos o bandidos, incluso gente tan despreciable como vosotros merece el mismo castigo o indulgencia.
Fergus señaló a uno de los guardas que se aproximó con rapidez, golpeando su pecho con el puño.
—Llevadlos a las celdas. Y curad adecuadamente a este hombre no vaya a desangrarse.
—Sí, Ser.
… … … … … … … …
Eleanor tenía la poca paciencia que le quedaba a punto de agotarse. Había pasado demasiado tiempo. Y el invitado antivano lo reflejaba en su rostro. Se mostraba ofendido y huraño, era una clara evidencia que estaba poco acostumbrado a ese tipo de trato.
Bryce hizo acto de presencia en el salón, pero antes de que siquiera éste dijera algo, Eleanor le puso un dedo sobre los labios y replicó algo indignada.
—¿Cual es esta vez la excusa?
Bryce solo pudo sonreír, su esposa les conocía demasiado bien. En parte la compadecía, pues él desde bien pronto comprendió que la menor de los Cousland sería un hueso duro de roer. Eleanorsolo pudo resoplar abatida y vencida. Se giró y acercó al hombre.
—Mi buen señor Alberto de Antiva. Disculpad, nuestra hija está indispuesta. Le ruego que comunique si volverá, y arreglaremos un nuevo encuentro.
Sumamente ofendido, el hombre se giró encarando a Eleanor.
—¡Esto es un ultraje! He recorrido cientos de millas para este encuentro, ¿y así me lo pagan?
Mientras ordenaba furioso a sus sirvientes que recogieran las vitelas y utensilios que trajo como muestra, miró con desdén a Bryce.
—Podéis olvidaros de ese acuerdo comercial.
Y con rapidez abandonó el salón. Eleanor miró algo enfadada a Bryce, mientras pensaba en voz alta.
—Que nuestra amada Andraste la bendiga, esta niña nos hará caer en desgracia.
—Siento recordarlo, pero sabes muy bien que nuestra pequeña tiene un espíritu fuerte. Ella será la única que decidirá quién es merecedor de su corazón. Además, no hemos perdido nada. Me ha llegado esta mañana una misiva de mis contactos de Antiva, algunos de los 'negocios' de este hombre son bastante cuestionables.
Eleanor miró a su esposo, entremezclando el enfado y la aprobación.
—Siempre has sabido protegerla, pero podrías haberme informado.
—No hasta estar completamente seguro, esposa mía.
Sujetó por la cintura a Eleanor y le dio un profundo beso.
