"Regresa a mí,

quiéreme otra vez.

Borra el dolor que al irte me dio,

cuando te separaste de mí.

Dime que sí,

ya no quiero llorar.

Regresa a mí."

Il Divo

NUNCA ES JAMÁS

Hermione, de espaldas al espejo del baño, empezó a desnudarse para tomar un baño de tina. Se quitó la blusa, los pantalones deportivos y la ropa interior. Cuando terminó, se dio cuenta de que su shampoo estaba junto al espejo, así que, al girarse y alargar la mano, se vio reflejada por un momento, de refilón. Cerró los ojos con rapidez, cogió el frasco y volvió a darle la espalda al espejo.

Entonces se percató de lo absurdo que había sido su gesto.

Si ella era la primera en no enfrentarse a la realidad, ¿cómo podía pretender que los demás lo entendieran?

Vaciló, pero fue apenas un instante. Luego giró sobre sus talones por segunda vez y se enfrentó a su imagen en el espejo.

Cerró los ojos y escuchó los latidos de su corazón.

En el silencio, reconoció que la vida es muy extraña, tomó conciencia de lo que vale y de que lo es todo, así que llenó sus pulmones de aire y entró a la tina.

Necesitaba tiempo.


Corrió al recibidor al tiempo que sonaba el timbre de la puerta principal, y no dejó que se repitiera el evento, porque la abrió inmediatamente.

Siempre pasa que, cuando alguien se imagina algo que le hace mucha ilusión ocurra, lo visualiza de cierto modo y da por hecho que será exactamente de esa forma. Pero cuando finalmente pasa, sucede que ése "algo" no reúne las características esperadas, y cuando llega el momento, todo resulta más frío, más real, casual y predecible.

Así fue cuando Hermione volvió a ver a sus amigos.

Ginny era la más cercana. Traía una caja de regalo en las manos cubiertas por guantes de lana, y sobre el cabello rojo, un gorro verde. Se abrazaron emocionadas.

Ron, tras su hermana, exhibía una barba que parecía de varios días, tan roja como su cabello y el color de su nariz. Observaba el abrazo de las dos chicas con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, mientras esperaba inquieto a que se fijaran en él.

-No puedo creer que haya pasado tanto tiempo. – dijo Ginny emocionada cuando se soltaron. – Te ves muy cambiada.

Ginny pasó al recibidor dejando a Ron y a Hermione de frente.

Fue extraño: él no sintió rabia, no sintió enojo ni prorrumpió en reproches y cuestionamientos; ella no se fundió en sus brazos como siempre había pensado que haría ni tampoco la envolvió un arrebato de pasión. La vida real es diferente, el tiempo lo sana todo.

Se sonrieron con nerviosismo y se abrazaron torpemente sin dirigirse la palabra. Después Ron siguió a su hermana y Hermione cerró la puerta tras él.

Los tres se quedaron en silencio durante poco más de dos segundos, mirándose, hasta que Hermione, embargada por una emoción que presumía ser demasiado fuerte para contenerla, empezó a llorar:

-¡Estoy tan feliz de verlos! No tienen idea…

-Ay amiga… Nos hiciste muchísima falta. –consoló Ginny abrazándola de nuevo. –Pero mira, -continuó, separándose lo suficiente para secarse un par de lágrimas- lo bueno es que ya estás aquí, y que, pues, estás con nosotros, ¡y que ya estás viviendo aquí!, ¿no estás contenta? ¡Tenemos tantas cosas que contarnos!

-Bueno… -Hermione rió nerviosa, comenzaba por ahuyentar algunas lágrimas.

-Oye, ¿están tus papás? –preguntó Ginny volteando al pasillo que llevaba a las recámaras, como si fueran a salir de su escondite en cualquier momento. No reparó en la docena de cajas de mudanza a medio vaciar que yacían apiladas junto a una puerta. –No quiero que vayan a pensar que somos unos groseros y que no saludamos adrede.

-Ah, es que, no les había dicho pero estoy viviendo sola. –dijo Hermione, tan de prisa que sus invitados se quedaron un momento en silencio para descifrar lo que ella había dicho. –Pero bueno, a ver, si quieren pasar a sentarse… aja, si, aquí mismo.

Hermione no pasó por alto el hecho de que Ron la observaba mientras ella les indicaba el sillón más cómodo y, con su varita, hacía llegar desde la barra de la cocina tres vasos con jugo de naranja y cereza.

-¡Oye!, -exclamó de repente: -de verdad… ¿dónde está Harry? – y esperó a que su amiga se pasara el trago para que respondiera:

-Me pidió que te dijera que lo disculparas pero que no podría llegar. Lo que pasa es que esta noche tiene guardia y no se desocupa sino hasta mañana al mediodía.

-No puede ser, ¿es que ni siquiera pudo darse una sola noche libre? –soltó Ron, molesto. Ginny negó con la cabeza pero Ron continuó: -Pasó lo mismo en su cumpleaños. Yo ya le dije mil veces que eso no puede seguir así pero tiene absoluta certeza de que en cuanto pasen algunos meses las cosas van a mejorar.

-¡Y a lo mejor es así! Ahorita está así de presionado porque el ascenso lo tiene con muchos pendientes pero…

-Ginny, ¡por Dios! Nuestro padre tiene trabajando ahí desde que tengo memoria, y sea el puesto que sea, las cosas son iguales. No es un problema de cargo, es un problema de centralización del trabajo. Pero como hay muchos intereses de por medio, y se han cometido muchos errores, nosotros somos los que la pagamos. –dio un trago y agregó: - La verdad es que el primer error, fue que Harry dejara el departamento de Aurores; en serio, me parece inconcebible. Sobretodo después de lo que pasó.

-¿Y por qué no se lo dices a él?

-Se lo digo, te aseguro que se lo digo cada que puedo pero ya se cansó de oírme. Si tan solo tú lo hicieras cambiar de opinión…

-¿Y crees que yo no le he dicho nada?

-¡Chicos!, ¡calma! –intervino Hermione levantando las manos.

-Ella empezó.

-Bueno, ¡ya!

-Hermione, te trajimos algo.- dijo Ginny para zanjar la discusión.

Ginny le acercó la caja de regalo que había traído. Hermione dejó su vaso en la mesa y lo tomó.

-Muchas gracias. Lo abriré más tarde.

-¡No! Anda, ábrelo de una vez.

-Bueno… -la verdad era que no le gustaba abrir los regalos frente a las personas que lo daban. No porque no le gustaran los regalos. Sino porque se sentía incómoda, no sabía cómo reaccionar a las sorpresas. Desgarró la envoltura con cuidado, despacio para ganar tiempo y descubrió tras el papel picado, al fondo de la pequeña caja de madera, un portarretratos de plata, grabado con la letra de tres personas que ella conocía muy bien: Harry, Ron y Ginny.

Eran leyendas cariñosas, con la redonda caligrafía de Ginny: "Mejores amigas", la descuidada (aunque mejorada) letra de Harry: "Te extrañamos" y los eternos trazos irregulares de Ron: "Bienvenida".

El marco grabado centraba una fotografía en blanco y negro con movimiento, que mostraba a cuatro jóvenes de aproximadamente dieciocho años en la sala de estar de la casa de la familia Weasley. Aquel retrato se había hecho el día en que nació Victoire, la hija de Bill y Fleur, justo un año después de la Batalla de Hogwarts.

Ron y Hermione aparecían abrazados, sonrientes, y de vez en cuando se daban alguno que otro beso tierno en la mejilla, mientras que Harry y Ginny estaban tomados de la mano y llamaban la atención de sus compañeros para que atendieran a quien tomaría la fotografía.

Fue incómodo para ella ver aquella imagen, pero no dejó de hacerlo hasta que abarcó cada milímetro de su extensión Hermione veía con claridad lo que cuatro años antes habían sido ella y el hombre que ahora estaba sentado en su sala de estar. No lo podía creer.

Se sorprendió pensando aquello con tanta libertad y despegó la mirada.

-Ni te voy a preguntar si te gustó o no. –dijo Ginny mirando a su amiga.

-Está precioso. –le agradeció de corazón.

-Ay chica… -y Ginny se acercó para darle otro abrazo. –No sabes cuánta falta me hiciste.

-A todos. –corrigió Ron.


Al entrar al apartamento encendió con su varita la chimenea que iluminó la habitación que ya se había convertido en su hogar. Al fondo se veía una cama enorme que, por arte de magia, flotaba para arrullar a su ocupante, y en el suelo todavía estaba esparcida la ropa que se había quitado la noche anterior.

A su derecha la puerta que llevaba al baño estaba abierta y dejaba a medio ver el desastre que las semanas atrasadas –por ausencia de un elfo doméstico- habían dejado en su morada. Caminó despacio para cerrarla pero de pronto oyó un sonoro "crac" y un agudo dolor en la planta de su pie provocó que exclamara una maldición.

-¿Ron? ¿Eres tú? –susurró una adormilada voz femenina desde la cama del fondo.

-Si, si… -respondió él, frotándose el pie con desesperación.

-Apaga eso cielo… -pidió la misma voz, y un movimiento de sábanas reveló que la muchacha se estaba incorporando.

-Ya va… no te levantes, deja encender la del baño.

Cuando entró, lo primero que vio fue su rostro reflejado en el espejo que había sobre el lavamanos, y se encontró ajeno a sí mismo, como irreconocible. Cerró los ojos, abrió el grifo y dejó que el agua corriera por sus manos para después lavar su cara.

Salió, apagó el fuego, se quitó los zapatos, el suéter y la camisa y fue a sentarse al lado de la mujer que lo esperaba.

-¿A dónde fuiste? – preguntó ella, acariciándole la espalda.

-Era… una fiesta de bienvenida.

-¿Por qué no me dijiste tontito? Te hubiera acompañado…

-No fue nada importante, seguro te la pasabas mal… –dijo, pero los besos de ella lo callaron, y él correspondió.


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