Como es evidente, los personajes, el mundo, y todo eso, es de J.. Esto es pura diversión, para mí, y espero que para los lectores.

En principio se trata de un three-shots con Ron como protagonista: tiene que salvar a sus amigos, y para ello, hará cualquier cosa. Cualquiera. Eso piensa, al menos: veamos cuando llegue el momento si es capaz de ello. De todos modos también es un Harry/Hermione, con todas las de la ley.

Comentad, por favor. Bueno, malo, preguntas, observaciones, peticiones… Eso me dará ganas de escribir más, seguro.

Capítulo I Como ratas

Tenía un poco de frío. Hermione se pegó bien a Harry, su pecho en la espalda de su amigo, sus manos en su barriga, sus muslos en los de él. Le gustaría darse la vuelta para calentar su propia espalda helada, pero no quería despertarlo y Harry tenía el sueño ligero. Llevaban tres días esperando a Ron en la oscuridad viscosa de aquel tubo de cemento y cada vez hacía más frío. Había en su interior unos tablones a modo de caseta que aislaban un poco la humedad; suponían que algún grupo de vagabundos muggles los habían colocado allí hacía años, y ahora eran su casa. Su mayor tesoro eran las mantas que les servían de cama y de abrigo. Hacía dos días que no comían; y bebían pegando la boca a un hilo de agua que fluía por la pared, fuera del tubo en el que se escondían. Tenían que resistir hasta que llegara Ron. Si se iban, desesperados por el hambre, resultaría muy difícil volver a encontrarlo ahora que La Madriguera no existía, ahora que Hogwarts era un castillo en ruinas. Y a él también le resultaría muy difícil encontrarlos a ellos en aquel laberinto subterráneo. Le resultaría tan difícil como a los aurores negros, antiguos mortífagos con la ley, ahora, de su lado.

Entonces oyó pasos y se tensó imperceptiblemente, preparada para sacar la varita que tenía en el bolsillo de la túnica. Desde que se escondían no habían vuelto a usar magia para no ser detectados pero, ante un previsible ataque de los aurores negros, no tenía la menor duda de que se liaría a lanzar avadas como si su varita fuera un látigo. En realidad deseaba que los descubrieran de una vez por todas para poder llevar a cabo una carnicería con aquellos hijos de perra. Sentía ganas de gritar de triunfo cada vez que imaginaba cómo aniquilaba a aquellos gusanos de uno en uno, hasta el último de ellos.

Harry no quería un enfrentamiento. Harry le recordaba que las ratas eran ellos dos y que de las ratas tendrían que aprender a sobrevivir. Porque Harry no quería morir. Y ella, la mayor parte del tiempo, tampoco.

Vio un haz de luz e inmediatamente reconoció las pisadas elásticas de Ron que, sin decir nada, se echó tras ella y la abrazó. Hermione se estremeció. Los brazos de Ron eran fuertes, y su pecho seguro y cálido como si estuviera apoyada en la tierra misma recalentada por el sol del verano. Sus muslos empujaban como si quisieran fundirse en los de ella. Decidió hacerse la dormida. Ron pasó un brazo sobre ella y su mano descansó –pero no descansó, en realidad, porque Ron era sumamente consciente de esa mano- muy cerca de su pecho, aunque sin llegar a tocarlo. Necesitaba el calor, pero sentir así a Ron la hacía recordar el exterior, la hacía recordar otro mundo, otra época, y amenazaba derretir el hierro en que había trabajosamente convertido su voluntad de sobrevivir: no podía permitirse ser débil. De todos modos, Ron pertenecía a otro mundo ahora. Olía bien. Olía a limpio, su aliento olía fresco y su corazón al latir parecía decir: "estoy sano y fuerte, estoy sano y fuerte; vengo del sol, de la superficie, de la vida." Se movió.

-¿Ron?-la voz le salió con dificultad. Tenía la lengua hinchada de sed y falta de vitaminas.

-Eso espero –susurró él en su oído-. ¿Quién más podría despertarte de esta manera?

-¿Has traído comida? Estamos desfallecidos. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué has tardado tanto en venir?

-Es difícil de explicar, Herms. Las cosas han cambiado ahí afuera.

-¿Nos buscan?

-No, no es eso. No os buscan directamente.

-¿Te siguen?

-No, no me siguen. Simplemente si llamo la atención de cualquier manera empezarán a observarme más aún, y no queremos eso. Exigían mi presencia en una convención. Soy la prueba viviente de su triunfo -hablaba con determinación, escondiendo muchos sentimientos al hablar-. De su magnanimidad. De su inteligencia.

Hermione no respondió. Quizá era imposible que comprendiera lo que le estaba pasando a Ron ahí arriba. Lo que estaba pasando a todos. Desde luego, lo que oía no le gustaba. Eran medias tintas que no soportaba, concesiones, hipocresía. Ron estaba actuando, fingiendo, aceptando sus condiciones. De todos modos, no decía nada: Ron era lo único que tenían, su única baza para sobrevivir. Y, por supuesto, era Ron, el Ron de siempre, aunque pareciera otro: la confianza que tenían en él podía pasar por encima de cierta confusión y desconocimiento.

Harry carraspeó.

-No sólo he traído comida –aunque no pudieron verla, adivinaron la sonrisa-. Mirad. Baterías para la lanterna.

-¿Lanterna? Querrás decir "linterna", Ron.

-Eso. Linterna. ¡Hágase la luz sin magia!

Harry y Hermione cerraron los ojos, cegados tras tres días de oscuridad.

-¡Apaga eso!

Ron apagó la linterna en silencio. Durante aquel breve fogonazo sus amigos se habían mostrado como dos ratas blanquecinas, ojos asustados y oscuros y labios resecos. Ron no dijo nada para que no percibieran el horror en su voz.

-A ver, ¿qué coño has traído? ¿Nos lo vas a dar o es para torearnos?

-Comida. He traído comida. He traído una mochila llena de comida.

-Espero que no hayas hecho magia.

-No, no he hecho magia. Es una mochila muggle llena de comida muggle. He ido a una tienda especial para exploradores y soldados. Latas. ¡Y vitaminas!

-Bien. Danos algo. No tengo fuerzas ni para buscar.

-Primero, el bocado especial. Zumo de naranja natural.

-¿Has cargado con zumo de naranja?

-Sí. No voy a tardar tanto en volver esta vez. Podía permitirme el lujo de cargar con un poco de peso extra, no te preocupes.

-Eso espero. Aquí se trata de sobrevivir, Ron. No es cuestión de que vengas con pizzas y coca-cola.

-¿Qué?

-Olvídalo –no había ni una pizca de sentido del humor en Hermione, aunque hubiera bromeado. Era una broma amarga.- Espero que hayas tenido cuidado de que no te siguieran por el Londres muggle comprando todas estas cosas.

-Lo he tenido, joder. ¿Quieres dejar de preocuparte y confiar en mí por una vez?

-Sí, lo que tú digas, Ron.

Harry aún no había abierto la boca. Hermione le puso la botella de zumo en la mano, y Harry se la llevó a los labios, sin ofrecerle a ella antes. Bebió un poco y se la devolvió.

-¿Has conseguido el mapa? –dijo Harry al fin. Su voz era monocorde y un poco quebrada, como si estuviera intentando convertirse en un robot.

-Sí, lo he conseguido. Pero ahora comed tranquilamente, y hablaremos cuando terminéis.

-¿Dónde lo has conseguido? ¿Estás seguro de que no se ha enterado nadie?

-¡Joder, Harry! ¿Quieres callarte y comer? Necesitas reponer fuerzas. ¡Mierda!

Ron se levantó de golpe y se dio un cabezazo contra el techo. Gritó.

-¡Cállate, Ron, maldita sea! –susurró Hermione conteniendo el volumen pero dejando libre su ira.

-¡Me he dado un golpe en la cabeza! ¡Ay, ay ay!

-Dios, nunca cambiarás.

-No lo he hecho a propósito, eh. Me está saliendo un huevo.

-Vete a la mierda, Ron.

Se hizo un silencio mientras los otros comían unas galletas que les había dado Ron junto con el jugo de naranja. Sabían que tenían que comer con moderación. El estómago de Hermione rugía como unos altos hornos.

Ron no volvió a hablar mientras los otros masticaban sus galletas. Algo en su manera de masticar le recordó la visión de antes. Parecían ratas. El dolor de ver a sus amigos reducidos a eso era como tener los dientes de un cepo oxidado clavados en su corazón. No podía respirar cuando estaba fuera y pensaba en Harry y Hermione viviendo allí abajo como ratas. No podía respirar cuando los veía comer con aquella ansiedad. Mientras estaba fuera no quería pensar en ello o sería incapaz de actuar, pero el dolor no dejaba de estar allí porque no lo mirara. Haría lo que fuera por ellos. Los quería más que a nada en el mundo. Bueno, después de su familia. O no. Tanto como a su familia. Ellos eran su familia., simplemente.

-Bueno, a ver ese mapa –dijo Harry. Parecía un poco –sólo un poco- más animado.

-Mira.

Lo extendieron en el suelo curvo y lo enfocaron con la linterna. Estaban en el NE de Londres. Lo sabían sólo porque Ron había visto el exterior. Media milla más al norte podrían coger una de las alcantarillas principales que recorrían la ciudad entera como un río subterráneo.

-Ríos de mierda -dijo Hermione.

-Sí, Hermione. Ríos de mierda. Los que os permitirán salvar la vida. Los que nos llevarán a ríos de agua que van al mar. Es mejor que nada, ¿no? –Ron perdía la paciencia. Alternaban en él una compasión infinita y una rabia infinita. -¿Sabes que han pillado a tres sangresucias más?

-¡No digas eso, cabrón! ¡Tengo derecho a que mis amigos, al menos, me respeten!

Ron se mantuvo en silencio.

-Perdóname-añadió en voz baja.

-Cuando dejéis vuestras tonterías podremos ponernos a trabajar –dijo Harry con aquella voz monótona que tenía a menudo desde que la guerra había terminado y todo lo que querían había sido destruido.

Necesitaban más tiempo. Dependían de Ron, que era quien tenía que conseguir todo el material sin llamar la atención: una balsa con motor fuera borda, víveres, abrigo, mapas… Cruzar el Canal de la Mancha no era un juego. Desde luego la necesidad de no hacer magia era lo peor. No sabían defenderse en un mundo sin magia. Temían constantemente que Ron estuviera vigilado, o que, aunque no vigilaran a Ron que, como todo el mundo, aparentaba creerlos muertos, los aurores negros estuvieran buscándolos con disimulo. Todo el mundo los quería muertos, pero eso no quería decir que los creyeran, de verdad, muertos.

La Amnistía de la Pureza había sorprendido a todos, y las familias más anti Voldemort ya comenzaban a hablar de su buen sentido político, de lo oportuno de sus movimientos y de que, al fin y al cabo, había paz. Hasta los padres de Ron evitaban mencionar los tiempos de antes, como si ante lo inevitable hubieran decidido que lo más sabio era aceptar. Estaban convencidos de que Harry y Hermione habían muerto. Ginny salía con un hermano de Pansy Parkinson. Ron le había retirado la palabra durante un par de semanas, pero cierta tarde un enfrentamiento con posterior reconciliación y catarsis de lágrimas y abrazos había vuelto a unir a los hermanos.

-No podemos vivir así, Ron. No podemos vivir odiando. Hemos perdido. Hemos de seguir viviendo. Y John es un buen chico. No tiene nada que ver con su hermana. Y no participó en la guerra.

En resumen. Había aceptado a John Parkinson, que venía a menudo por casa. Ginny y él hablaban incluso de boda. Había una fiebre de matrimonios, como si fuera una estrategia para reunir a las familias puras, para restañar heridas y mirar al futuro. Dios mío, todos necesitaban paz como la tierra reseca necesita lluvia. Incluso él sentía en su interior aquel deseo de paz, una especie de neblina que hacía asemejarse la paz a la felicidad, y ante la cual era sacrificado cualquier sueño de justicia. Ron sabía que esos sueños no desaparecerían. Que los habían dejado reposar, asentarse como limo en el fondo de un lago. La necesidad de paz era tanta. Pero a veces las miradas hablaban y decían lo que no decían las bocas: decían el dolor insoportable, decían la pena, la frustración, la vergüenza de seguir vivos cuando otros mejores habían muerto. ¡Y que todos siguieran vivos en su familia! Ron tenía la sensación de que no habían sacrificado nada. Nada, cuando otros habían perdido tanto. Vivían en una casa mejor –había pertenecido a una familia impura, y sólo la habitaron cuando recibieron una petición incontestable del nuevo gobierno; Ron estuvo enfermo de asco durante varios días-, vestían mejor, tenían más dinero. Había un resurgir económico tras la guerra. Las familias puras habían rapiñado las posesiones de impuros y con los fondos habían conseguido dinamizar la economía estancada durante decenios.

¿Y Harry y Hermione? Los héroes. Vivos. Si alguien más sabía que estaban vivos no lo había dicho. Ron simulaba disimular su dolor. Los mortífagos preferían dos héroes muertos durante la gran batalla de Hogwarts que dos héroes arrastrándose por el subsuelo, o esperando alguna oportunidad de revivir la esperanza en un grupito de seguidores. Preferían que todo hubiera acabado limpiamente. La duda que los tres amigos tenían era si podían creer de verdad que habían muerto -¿aquella poción multijugos dada a los dos moribundos podía haber funcionado? ¿no era demasiado absurdo?- o si sólo querían que el Nuevo Pueblo Puro lo creyera y mientras tanto mantenían mil ojos abiertos en espera de su reaparición para aplastarlos de un pisotón como a cucarachas.

Fuera como fuera, llevaban ya cuatro meses viviendo como ratas. Ron hacía constantes referencias a las ratas, una salmodia, un castigo a sí mismo por poder vivir arriba, por haber sido perdonado, tan injustamente, por tener un futuro, por tener sol y comida y fiestas. Eso no se lo había dicho a Harry y Hermione. Se sentía demasiado avergonzado. Pero era imposible no asistir a aquellas fiestas. Cualquier desmán era inmediatamente castigado, y Ron quería vivir, y más aún, necesitaba estar en una posición adecuada para ayudar a sus amigos. Nunca habría dicho de sí mismo que era un superviviente, pero había aprendido mucho en los últimos años. Había aprendido a disimular y a no ser tan intransigente como para que el avance resultara imposible: siempre encontraba un camino, una salida, aunque no le gustara demasiado. Así pues, su vergüenza, se la tragaba de un bocado y la mantenía bien aplastada en el fondo de su alma; su dolor, lo mismo: esos dientes clavados en su corazón no eran observables desde el exterior. Ron reía, cantaba, hablaba con una desenvoltura y aire mundano que la desesperación había hecho aparecer en él y, si la ocasión se terciaba, hacía el amor. Pero nunca, nunca, abandonaría a sus amigos.

Cuando Ron se fue, con el aire avergonzado de siempre, Harry y Hermione se mantuvieron callados durante un buen rato. Ya casi no necesitaban hablar para saber lo que el otro estaba pensando. Estaban sentados sobre un tablón.

-Enciende la linterna un rato. Un poco sólo. No soporto más oscuridad –dijo Harry. –Y quiero verte.

Hermione encendió la linterna y la puso bajo su barbilla. Parecía una gárgola, una medusa, con el pelo sucio y enredado, las mejillas hundidas, los ojos despavoridos.

-No, así no –dijo Harry. –Sabes que así no…

Cogió la linterna y enfocó hacia fuera del tubo en el que estaban. Era como una enorme cueva en las entrañas de la tierra, una bóveda de densa negrura. Luego fue moviendo la linterna hasta que enfocó el cuerpo de Hermione, envuelto en la manta.

-Déjame verte, Herms…

Se quitó la manta. Lo que había sido una túnica eran jirones de tela parda que colgaban de su cuerpo desnudo. Sus piernas estaban cubiertas de mugre, pero eran torneadas y largas. Harry llevó una mano hasta ellas y empezó a acariciarlas muy lentamente, primero las pantorrillas y las rodillas, luego los muslos, subiendo cada vez más arriba. Hermione observaba fascinada las manos de Harry, que pertenecían a un hombre. Eran unas manos hermosas, de dedos largos y fuertes y, aunque estuvieran sucias, su tacto era perfecto. Erizaban el vello a su paso. Harry apagó la linterna y entonces Hermione se concentró sólo en los senderos que Harry dibujaba en su cuerpo. Imaginó un mapa en su cuerpo. Harry iba marcando cruces en él, primero con los dedos, y luego con la lengua. En la oscuridad vio destellos rojos allí donde Harry se detenía. Harry hacía magia de otro tipo cada vez que decidía explorarla.

Al principio se habían sentido demasiado atemorizados y, además, ninguno de los dos quería que la amistad se transformase en otra cosa. Estaba Ron, allí fuera, y estaban muchas heridas frescas. Demasiado dolor, demasiado horror. Sin embargo, habían pasado tantas horas inmóviles en la oscuridad que no había podido ocurrir de otro modo. Hermione recordaba aquellas primeras veces como juegos de niños bajo las sábanas. Sin palabras.

Primero, la respiración del otro. Oían sus respiraciones, y nada más, excepto por alguna gotera, quizá, a lo lejos, o el chillido de alguna rata fuera de los cercos de veneno anti-rata en los que se atrincheraban durante horas, durante días. Sus respiraciones. A veces acompasadas. Sólo por concentrarse en ellas perdían el ritmo, se hacían erráticas, y tenían que tomar bocanadas de aire como si hubieran corrido. Primero se hablaron con sus respiraciones.

Una vez un dedo de Harry tocó su meñique, un estremecimiento la sacudió y retiró la mano. La siguiente vez no retiró la mano y creyó que se derretiría sólo por aquella sensación del dedo de Harry en el suyo; aquel toque, en medio de la oscuridad y la inmovilidad, fue como un estallido. Después de varios minutos Harry movió su dedo, que subió más arriba. Al cabo de un rato, los dedos de Harry entraron por su manga, acariciando la cara interna de su muñeca, y ella jadeó, y Harry lo oyó, y Harry jadeó también. Empezó a acariciar toda su mano, haciendo círculos, tan sutilmente que a veces ella no sabía si la estaba tocando o no. Luego se detuvo. Hermione se puso nerviosa, pensando que Harry había terminado pero, de pronto, sintió un dedo en sus labios, que empezó a recorrerlos con delicadeza primero, con firmeza después, abriéndose paso hacia el interior, hacia los dientes, la lengua, las encías. Pellizcó sus labios con rudeza, tiró de ellos, los retorció, y Hermione fue incapaz ya de no gemir de deseo. Quería saltar sobre él y meterlo en ella, y sudar sobre él, pero era tan delicioso aquel ritmo contenido que Harry marcaba, y tenían tanto, tanto tiempo, que no lo hizo, aunque se fundía como un lago ardiente.

-Shsh. Quieta –susurró Harry con voz gutural. Harry no tenía prisa.

Era experto en alargar aquellos juegos. Ni siquiera le gustaba demasiado que ella lo acariciara a él. Ella tenía siempre demasiada prisa, la ansiedad era excesiva; quería sentir su semen en la cara, aceleraba el ritmo cuando estaba llegando. Cuando lo acariciaba, al cabo de un rato, Harry le pedía que parara, y empezaba a marcar él la pauta, enloqueciéndola. Si creía que ella se iba a correr de pura anticipación, cuando a lo mejor no hacía más que tocarle un muslo –y había aprendido a adivinar por su respiración y por ciertos movimientos sutiles cuándo se iba a correr ella- entonces se detenía, y Hermione tenía ganas de chillar y abofetearlo. Alguna vez se había enfadado y se había tocado a sí misma unos segundos, estallando de gozo mientras oía la risa de Harry, que se había retirado. Pero entonces, en esas ocasiones, él tardaba mucho, a veces días, en volver a tocarla. Como un castigo. No habría imaginado que Harry podía ser así. Cierto es que no tenían mucho más que hacer durante horas y horas de inmovilidad y silencio, durante días a veces. Bien podían concentrarse en aquellos juegos.

En esta ocasión Harry no fue perverso. Se permitió a sí mismo y le permitió a ella acabar pronto, y luego dejó que Hermione lo abrazara como si fuera un niño.

-Estoy tan cansado de esto… -dijo. Y al cabo de un rato, añadió: -No de ti, Herms. Quería decir de esto. De vivir como ratas… -Y aún añadió, después: -De ti no me canso nunca.