¿Paranoia?

Miró cómo afilaba los dos cuchillos, frotando uno sobre el otro. Imaginó, por la forma en que se abría su sonrisa, más afilada que cualquier utensilio de esa horrenda cocina, que el brillo de sus ojos negros a través de los anteojos era medianamente piadoso a pesar de parecer solamente rojo sangre por la cruel ansiedad. Enrico apoyó el mentón en uno de los barrotes. Ni siquiera podía pensar en si tenía sentido que esa tal Rip Van Winkle experimentara alguna emoción humana, tanto menos la condolencia, ni siquiera frente a la tentativa de asesinar a un inocente niño de nueve años. El metal frío le anestesiaba la mandíbula y le dolían los ojos claros por no haberlos cerrado más que para hacer amagos de llanto.

Se preguntó si era cierto eso que había canturreado, acerca de hacer Sopa Florentina con los huesos que restaran del banquete. Tembló, convulsionándose de terror al imaginarla cortarlo en pedazos para darle su carne a un tal Hans, que según Rip era su novio: Un licántropo ario que había alquilado esa pequeña propiedad con toda la intención de que pasaran juntos un par de meses románticos, comenzando justamente el Día de los Enamorados. Había que ver los corazones en sus ojos, formándose hacia fuera de sus órbitas cuando hablaba de ese hombre.

¿Qué clase de atrocidad era esa¡Si tan sólo el Padre Anderson estuviera allí para detener a esa horrenda mujer-vampiro!