El sonido agudo de los monitores fue lo primero que Sam Campbell escuchó al despertar, indicando que su corazón latía con fuerza dentro de su pecho. Estaba mareado, confundido y todo lo que sabía era que no debería sentirse así, de hecho, no debería sentir nada en absoluto. Ahora mismo debería estar muerto, reuniéndose del otro lado con sus seres queridos en lugar de estar reposando en la cama de un hospital.

El tenue murmullo de voces masculinas repetía desde el pasillo conversaciones que ni siquiera quería escuchar, aun cuando se trataban de sí mismo.

- ¿Cuándo podré llevarlo a casa? – preguntó la que reconoció como la voz de su tío y único familiar, Bobby Singer.

- A pesar de que el Señor Campbell se encuentra estable y fuera de peligro, nos gustaría tenerlo un par de noches bajo vigilancia de suicidio.

- Estoy seguro de que no le va gustar escuchar eso. Ya sabe, mi sobrino odia los hospitales, el muy terco va a querer irse de aquí en cuanto despierte.

- Según lo que he escuchado no es la primera vez que esto sucede. Señor Singer, si en realidad se preocupa por su sobrino y quiere evitar que esto vuelva a repetirse será mejor que lo convenza de quedarse. Le brindaremos ayuda psicológica y haremos lo posible para que mejore, la próxima vez quizás no cuente con tanta suerte.

- Lo sé y se lo agradezco, haré lo que pueda.

En realidad a Sam no le importaba si podía irse o tenía que quedarse, de hecho, nada le importaba ahora. Lo único que quería era evitar escuchar a cualquier psicólogo mediocre, realizando las mismas preguntas inútiles de rutina, pretendiendo comprender su dolor. Si de algo estaba seguro era que ninguno de ellos podría comprenderlo, Ninguno había tenido que atravesar la pérdida de su poca familia en tan sólo un día.

- Hey, tal parece que estás despierto – el joven se sobresaltó, no se había percatado cuando su tío entró en la habitación, no obstante permaneció en silencio pretendiendo no escucharlo. Sabía lo que vendría después; Bobby fingiría no estar molesto por lo que hizo (o mejor dicho intentó hacer) y seguiría mirándolo con esos ojos llenos de lástima, lo trataría de nuevo como si estuviera hecho de cristal y eso era lo último que necesitaba en aquel momento.

- Me alegra verte de nuevo en la tierra de los vivos – insistió el mayor, aun sin obtener respuesta – escucha Sam, no vengo a sermonearte ni a repetir las mismas palabras de siempre, sé que sabes muy bien lo que pienso al respecto, pero creo que después de todo lo que me has hecho pasar merezco un poco de reconocimiento de tu parte.

Entonces el joven volvió su mirada vacía hacia él, al menos era un avance, pensó Bobby.

- Mira, chico, los doctores quieren tenerte aquí un par de días más para…

- Sí, ya lo he escuchado – respondió, interrumpiendo la explicación de su tío.

- Perfecto, entonces ya debes saber que no vas a librarte de recibir ayuda psicológica, debiste haberla aceptado desde hace mucho tiempo, muchacho, ya es hora de que dejes de sentir lástima de ti mismo e intentes seguir adelante… es lo que tu madre querría.

- Pero ya está muerta ¿qué más da lo que quería? – replicó, reacio a dejarse manipular por la memoria de su madre.

- A mí me importa, aún sigo vivo y quiero ayudarte a superar esto ¿al menos podrías intentarlo por mí, Sam?

- No va a servir de nada.

- Quién sabe, no perdemos nada con intentarlo. Siempre has sido como un hijo para mí y no pienso rendirme contigo tan fácilmente.

Sam abrió la boca para refutar pero al final se dio cuenta de que no podía discutir con Bobby, después de todo era lo único que le quedaba en el mundo y sabía que ahora también era lo único que Bobby tenía, si valía la pena intentarlo sería por él, aunque dudaba mucho que pudiera lograrlo.

Tal como estaba previsto, pasó dos días en el hospital, con las conversaciones sin sentido de su tío, la asquerosa comida y sin nada que ver en la televisión, ni siquiera sus libros favoritos parecían llamar su atención ahora, sólo quería dormir y dormir por siempre. En casa las cosas no parecían diferentes, nada parecía tener importancia, sólo estaba el vacío que dejaron sus seres queridos al marcharse. Sus aficiones, sus pasatiempos, todo había cambiado ahora a la total indiferencia; la depresión lo consumía lentamente.

Al cabo de unos días se vio obligado a regresar al hospital para encontrarse con su nuevo psiquiatra. Por supuesto había intentado evadirlo pero Bobby prácticamente lo había arrastrado hasta allí.

- ¿Sam Campbell? – preguntó un hombre alto, ligeramente calvo, quien le miraba por debajo de sus quevedos ahumados.

Bobby le dio un suave empujón para instarlo a levantarse y tras confirmar la identidad de su paciente el hombre quien se presentó como Carl Johnson le invitó a ingresar a su consultorio y tomar asiento en el sillón frente a su escritorio.

- Antes de comenzar, Sam, quiero que sepas que no pretendo arreglar nada en tu cabeza, no creo que haya nada dañado allí – mentira, pensó Sam, aun así guardó silencio – Sé que estar aquí es humillante para ti, pero el hecho de que necesites ayuda no te hace débil y mucho menos quiere decir que estás loco. Teniendo en cuenta tu historia, es muy comprensible lo que estás sintiendo y la forma en que has reaccionado, nadie va a juzgarte aquí. No quiero que pienses en mí como un psiquiatra cualquiera que va a realizarte una entrevista, quiero que me veas como un amigo con el que tendrás una pequeña charla, eso es todo.

Sam puso sus ojos en blanco sin preocuparse por que el otro hombre pudiese verlo, por el contrario, quería que supiera que aquella charla iba a ser igual de tediosa para ambos y que no estaba dispuesto a abrirse ante un total desconocido que poco le importaba lo que sucediera con él en realidad.

ooOoo

Más de una hora había transcurrido después de que Sam había ingresado al consultorio. No se escuchaban gritos ni sonidos que indicaran que algo malo estaba ocurriendo allí dentro, pero aun así Bobby no podía evitar preocuparse. Antes de perder a su familia, Sam solía ser un chico tranquilo y cortés, pero ahora con el asunto de la depresión se había transformado en alguien completamente diferente, alguien a quien ya no reconocía, alguien a quien poco le importaba el mundo, que ni siquiera se preocupaba por sí mismo, alguien a quien al parecer le habían arrebatado el alma.

Pasaron un par de minutos más antes de que el chico saliera del consultorio con una evidente expresión de disgusto, un poco más aguda de la que solía llevar y le dedicó una mirada acusatoria antes de pasar de largo. Bobby estaba a punto de seguirlo cuando Carl Johnson salió rascándose su cabeza calva y llevando una expresión de cansancio.

- ¿En una escala del 1 al 10 qué tan mal estuvo? – preguntó Bobby con nerviosismo.

- Ya conoce a su sobrino, Señor Singer, es un chico terco, pero hizo bien al haberlo traído. Tal vez quiera entrar al consultorio antes de escuchar mi opinión acerca del estado mental de Sam.

Bobby asintió y tomó asiento en frente del escritorio mientras movía sus rodillas con nerviosismo.

- Escuche señor, está claro que Sam está atravesando un cuadro de depresión severa provocado por la pérdida de sus seres queridos, creo que se siente culpable por lo que sucedió y el dolor y la culpa son lo que lo impulsan a atentar contra su propia vida. Puedo ver que Sam aún no ha dejado de lado la idea de volver a intentarlo, de hecho, es muy probable que intente repetirlo más pronto de lo que imagina y la próxima vez podría tener éxito. Por lo tanto he llegado a la conclusión de que la condición de Sam es una amenaza para su propia vida y al no contar con la cantidad de apoyo necesario, creo que lo mejor será ingresarlo en el hospital psiquiátrico hasta que su situación mejore.

- ¿Está insinuando que no soy capaz de brindarle el apoyo necesario a mi sobrino? – preguntó ofendido.

- Me disculpo, no fue mi intensión que sonara de esa manera. Lo que intento decir es que ahora mismo, Sam necesita una gran cantidad de apoyo, el cual no podría ofrecerle una sola persona; la ayuda de su familia es indispensable para su recuperación, pero dado a que son la razón por la que está aquí… por supuesto usted es un factor clave en ella y su apoyo es indispensable, pero estoy seguro de que tiene otras obligaciones que no puede dejar de lado y su sobrino necesita supervisión las 24/7.

- Entonces buscaré a alguien que me ayude.

- Lo siento pero ambos sabemos que Sam es un chico terco y muy listo, dudo que sea posible que usted y quien le ayude puedan mantenerlo vigilado todo el tiempo, además sus métodos de vigilancia podrían hacerle más mal que bien, podrían empeorar su condición y eso es lo que queremos evitar a toda costa. Señor Singer, sé que no es fácil distanciarse de su sobrino, pero ambos queremos lo mejor para él y sabemos que el hospital psiquiátrico es la mejor opción.

Bobby permaneció en silencio en busca de argumentos que evitaran que su sobrino fuera internado, pero en el fondo sabía que el psiquiatra tenía razón. Sam necesitaba de una familia que le ayudara a superar su depresión, pero lastimosamente la pérdida de su familia era la causa de su depresión.

- Oh Dios, Sam debe odiar la idea – respondió al fin con resignación

- Lo sé, por eso es su deber hablar con él y convencerlo, sabemos que no va a escuchar a nadie más.

ooOoo

Un suspiro de alivio escapó de los labios de Bobby al encontrar a su querido sobrino sano y salvo en el auto, el chico aún se veía molesto y no dio señales de reconocer su presencia, al parecer estaba sumido profundamente dentro de sus pensamientos, así que sin decir palabra alguna entró al auto y condujo silenciosamente hasta su casa.

Al llegar, Sam fue el primero en bajar del coche y dando largas zancadas pronto estuvo adentro en la que ahora era su habitación. No pasó mucho tiempo antes de que Bobby fuese a buscarlo para encontrarlo tal como esperaba, recostado en la cama de espaldas a la puerta.

- Sam, hijo, tenemos que hablar – Intentó, pero no hubo respuesta más que el silencio – sé que no quieres ir allí, entiendo, yo tampoco quiero que te vayas, pero es lo que necesitas y tengo que hacer lo que sea necesario para que mejores. No puedes quedarte así por el resto de tu vida, necesitas ayuda y no imaginas cuanto quisiera poder dártela, pero eso no será posible. Por favor, chico, no cierres tu mente a las posibilidades, tenemos que intentarlo, si te preocupa que quiera abandonarte en ese lugar déjame decirte que pienso visitarte todo los días si es posible y te acompañaré en cada paso del camino. No suelo decir esto muy a menudo pero me importas y necesito que estés bien…tienes que entender que ya no sé qué más hacer para que mejores.

- Ahorra tu saliva, Bobby, nadie ha dicho que no voy a ir.

El hombre mayor abrió sus ojos atónito - ¿en verdad quieres ir?

- No quiero ir a un manicomio, Bobby, es degradante para cualquiera, pero supongo que será mejor que estar aquí sintiendo el vacío de Mamá y de Jessica. A veces despierto pensando que todo fue sólo una pesadilla y que alguna de ellas entrará por esa puerta para consolarme… no quiero seguir sintiendo eso, Bobby, es como si volviera a perderlas de nuevo. Tal vez si estoy allí, ya no voy a desprenderme de la realidad… tal vez algún día pueda llegar a aceptarlo.

El mayor posó su mano en el hombro de su sobrino y un suspiro de alivio escapó de sus labios - Entiendo lo que sientes, chico, me alegra que guardes aún algo de esperanza. Estoy orgulloso de la madurez con la que estás tomando todo esto.

Una pequeña sonrisa casi imperceptible cruzó por los labios del más joven antes de cerrar los ojos y fingir dormir de nuevo. Bobby sonrió satisfecho, sintiendo una pizca de esperanza posarse sobre su pecho y luego de revolver con cariño el largo y enmarañado cabello de su sobrino abandonó la habitación, esperando que el chico pudiese recibir la cantidad de descanso tan necesario.

ooOoo

Al cabo de pocos días, Sam Campbell fue internado en un enorme edificio de paredes blancas, rodeado de personas vestidas de blanco cuyas miradas enviaban escalofríos a lo largo de su espina dorsal. Bobby Singer lo acompañó mientras recorría las instalaciones y al final lo dejó en su habitación, pequeña, blanca y deprimente. Los ojos del mayor se llenaron de lágrimas al tener que despedirse de su pequeño sobrino quien ahora mismo debería estar diciendo adiós para ir a la universidad, pero en su lugar estaba siendo internado en un hospital psiquiátrico, aferrándose a la única posibilidad de vivir una vida normal tras haberlo perdido todo, después de haber atravesado el dolor que ningún joven de tan sólo 19 años debería experimentar jamás.

Sam vio con tristeza a través de la ventana, cómo su único familiar entraba en su coche y se marchaba por la carretera con la promesa de regresar pronto y no pudo evitar dudar que ir allí fuese la mejor decisión, pues en lugar de hacerle sentir mejor, la tristeza pesaba aún más sobre su pecho, pero una parte de él pensaba que merecía tal sufrimiento puesto que había sido su culpa que las dos mujeres que más amaba en el mundo estuviesen muertas.

Se apresuró a secar una lágrima solitaria que acababa de deslizarse por su mejilla antes de darse la vuelta y dirigirse a cualquier lugar lejos de la ventana, cuando de pronto el sonido de un piano llegó a sus oídos con una melodía lenta y pausada. Quien tocaba intentaba torpemente encontrar las notas de una canción que logró reconocer como "Nothing else matters" de Metallica. Recorrió con la mirada el enorme salón hasta hallar justo en el fondo el grande y viejo piano y a medida que se acercaba pudo ver al joven que intentaba tocar la canción, ligeramente encorvado en el asiento, en una posición de total aburrimiento.

Al ver la sombra del enorme joven tras su espalda, los dedos del chico del piano se congelaron y lentamente se dio la vuelta para mirar a Sam con sus grandes ojos verdes, los más brillantes que había visto nunca, muy diferentes a los ojos opacos y apagados de la gente que ahora los rodeaban. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios carnosos mientras miraba a Sam de arriba abajo sin preocuparse por disimular. Por un instante creyó verlo relamer sus labios de una manera lasciva, pero lo atribuyó todo a su imaginación alterada por los antidepresivos.

- Lo siento, no quería interrumpir – dijo Sam con timidez, sintiéndose incómodo bajo el escrutinio del otro joven.

- Oh no te preocupes, de todos modos soy un desastre con el piano, pero nadie aquí parece saber cómo tocarlo, así que acostumbro tocar para ellos de vez en cuando. Algunos dicen que soy bueno, pero yo creo que están locos– respondió con voz ronca y una sonrisa plasmada en su pálido rostro salpicado de pecas. Entonces se puso de pie, mirando a Sam desde un par de pulgadas más abajo. Su cuerpo era delgado y su rostro ojeroso y cansado, sus ropas blancas y cómodas parecían un par de tallas más grandes pero aun así no dejaba de verse increíblemente atractivo ante los ojos de cualquiera.

- Eres nuevo ¿verdad? – preguntó sin dejar de inspeccionarlo con la mirada ni un solo segundo – no recuerdo haberte visto antes.

- ¿Acaso conoces a todo el mundo aquí? – respondió Sam en forma de broma.

- Podría decirse que sí – dijo con una sonrisa llena de dientes blancos y perfectos – Soy Dean Winchester, por cierto.

- Sam Campbell – dijo el otro al tiempo que estrechaba la mano extendida de Dean Winchester, quien las sostuvo entre sus propias manos frías más tiempo del que podría considerarse normal, pero estaban en un manicomio ¿qué podría ser normal allí? – Dime, Sam ¿te gustaría acompañarme a dar un paseo? Hace frio aquí y me vendría bien algo de sol.

Sam pareció considerarlo unos segundos, pero al final asintió, dejándose cautivar por la sonrisa del otro chico y sus brillantes ojos verdes. Siempre se había considerado a sí mismo heterosexual, los demás hombres nunca habían llegado a cautivarle ni un poco de la misma manera en que lo hacían las mujeres, pero había algo misterioso detrás de esa mirada amigable y dulce que lo hacía sentirse atraído hacia el otro joven, aunque no de manera sexual, simplemente sentía la necesidad de conocerlo más a fondo, una necesidad de saciar su intensa curiosidad y hacía mucho tiempo que Sam Campbell no se interesaba en algo… o en alguien.

Caminaron en silencio a través de los pasillos blancos del edificio, iluminados levemente por los rayos del sol de mediodía, acompañados de una paz que Sam no había sentido en mucho tiempo y pensó que se debía más a la compañía del chico que al ambiente tranquilo y silencioso del lugar.

Una vez estuvieron afuera, Dean tomó asiento en el borde de una pequeña fuente, cerrando los ojos con deleite cuando los rayos del sol se pusieron en contacto con su piel pálida y fría. Sus ojos verdes volvieron de nuevo hacia Sam y con un ademán le instó a sentarse a su lado.

Desde su posición, Sam podía ver a los demás pacientes, quietos en su mayoría, con los ojos perdidos en el horizonte y se preguntó si algún día su propia depresión lo llevaría hasta tal punto.

- Parecen zombis ¿verdad? – preguntó Dean, siguiendo la dirección donde se centraba la mirada de Sam.

- Sí, es como si no estuvieran aquí – reflexionó un segundo antes de atreverse a continuar- me pregunto si el estar aquí les ha hecho algún bien. Pensé que sería mejor para mí si venía, si me alejaba de casa por un tiempo, pero este lugar parece tan deprimente que sólo me produce escalofríos… no tengo idea de cómo podré encajar aquí.

- ¿Te refieres a conectar con los demás locos? no te desanimes, no todos son como zombis, algunos a veces permanecen lo suficientemente lúcidos como para sostener una conversación coherente. No me explico cómo, pero muchos logran hacer amigos. Eres un chico agradable y sexy, seguro que no pasarás desapercibido.

- ¿Estás coqueteando conmigo? – preguntó Sam con una sonrisa burlona, levantando una de sus delgadas cejas rubias.

- No te ilusiones demasiado, amigo – respondió, secretamente fascinado con la sonrisa acompañada de adorables hoyuelos del otro chico.

- No te preocupes, no lo haré, ni siquiera soy gay.

- Qué lástima – respondió Dean entre dientes.

- ¿Disculpa?

- Nada, sólo estaba bromeando – mintió, poniendo su mejor sonrisa de inocencia. El otro joven le miró con suspicacia, entrecerrando sus pequeños ojos color avellana hasta reducirlos a delgadas líneas de pestañas oscuras, pero el rostro del otro no pareció alterarse; en lugar de sonrojarse u ofrecerle una mirada lasciva como antes, permaneció en completa calma, con una sonrisa divertida surcando su bonito rostro. Al final Sam no tuvo más opción que creer que sólo se trataba de una broma inofensiva y dejar de lado el tema.

- No entiendo por qué no te ves como ellos en absoluto, pareces completamente cuerdo.

- Gracias, hombre, no muchos suelen decirme eso – Sam sonrió, sacudiendo la cabeza de un lado a otro con diversión, entonces Dean continuó, está vez hablando con seriedad - creo que es a causa de las medicinas; esos pobres locos están tan drogados que no saben ni siquiera en donde están parados. Yo por el contrario me aseguro de escupirlas en cuanto nadie me ve, pero sé lo que se siente estar como ellos por las pocas veces que me han obligado a tragarlas

- Debe sentirse horrible – exclamó Sam con una mueca de horror – me aseguraré de hacer lo mismo en cuanto sienta que comienzo a convertirme en Zombi, eso no hace parte de mi concepto de mejorar.

- Lo sé, créeme que tomas la decisión correcta, esas malditas drogas te harán sentir aún más deprimido de lo que te sientes ahora.

El joven frunció el entrecejo confundido - ¿Y cómo sabes que estoy deprimido?

- Yo…sólo lo supuse. No creo que estés loco o que seas un adolescente rebelde que sólo busca llamar la atención, creo que algo terrible debió ocurrirte para que quieras ponerle fin a tu vida a tan corta edad.

Los ojos de Sam se abrieron aún más con horror, sintiéndose de pronto desnudo ante el otro joven frente a él – y tú cómo demonios sabes todo eso.

- Por las cicatrices en tus muñecas – su expresión entristeció mientras tomaba el brazo de Sam y acariciaba con la yema de sus dedos las rugosas líneas blancas que se asomaban de manera vertical por debajo de las mangas de su camisa – puedo ver que ya han sanado hace meses y dado que tan sólo ingresaste hoy quiere decir que aún sigues deprimido y probablemente has vuelto a intentarlo.

La expresión horrorizada de Sam cambió de pronto a una llena de ira y vergüenza antes de soltarse bruscamente de las manos de Dean y echarse a correr dejando escapar un par de insultos a su paso.

- ¡Espera, Sam! – gritó el otro arrepentido con la intensión de correr tras él pero el chico tenía un par de piernas demasiado largas, más largas que las suyas y se había alejado con rapidez. Al final no tuvo más opción que sentarse de nuevo en soledad bajo los rayos del sol que quemaban su piel aunque todavía sentía frío.

Gracias por leer, por favor comuníquenme si desean que continúe con la historia. :)